Carteles como este se colocan a modo de hitos a lo largo de la valla a prueba de conejos. Este está situado en la milla 40 de la valla 2. |
El pasado viernes 6 de abril,
mientras me entretenía escribiendo sobre Cervantes y la libertad de las mujeres, escuché en la radio que un grupo de
enfurecidos agricultores castellano-manchegos intentaron asaltar las Cortes
regionales en airada protesta contra una plaga de conejos que, según dicen y no
pongo en duda, es extremadamente dañina para las cosechas. Cosas del
comportamiento humano. Durante décadas, agricultores, ganaderos y cazadores se
han esforzado por exterminar con pólvora, cepos, venenos, artimañas innúmeras y
no pocos artefactos a las denominadas “alimañas” de pelo y pluma que
controlaban las poblaciones de conejos. Aquellos polvos exterminadores han
traído estos lodos lagomórficos.
Como nos enseñaron en la escuela,
es probable que Hispania, la raíz latina de la que ha derivado España, proceda
a su vez de la denominación que los fenicios dieron a una tierra rica en conejos.
En el más que improbable caso de que los fenicios arribaran hoy a las costas
australianas, la isla continente sería hoy otra Hispania.
Hasta 1788, los conejos no se
conocían en Australia porque, como es sabido, si algo falta en las Antípodas
son los mamíferos, carencia que suplen con la abundancia de sus parientes
marsupiales. Ese año se introdujeron por primera vez en Australia para aprovechar
carne y piel, pero convenientemente enjaulados en conejeras. No había ningún
problema (salvo para los conejos, claro). Pero hete aquí que un colono inglés, Thomas
Austin, tuvo una ocurrencia. ¿Por qué no soltar aquellos animalitos corredores
y saltarines para solaz y entretenimiento propio y de sus invitados?, se dijo
el ocioso hijo de la Gran Bretaña. Dicho y hecho.
La valla se pierde en la inmensidad del árido bushland australiano |
Una mañana de octubre de 1859, Austin,
que pretendía hacer caja con su recién inventado coto de caza, liberó
veinticuatro conejos salvajes en su finca. Cuando sus alarmados vecinos
denunciaron una nueva plaga que estaba arruinando sus cosechas, Austin declaró
que él había pensado que la introducción de unos pocos conejos causaría poco
daño y daría cierto toque británico en recuerdo de su madre patria (los conejos
abundan en la pérfida Albión), además de sacar un dinerillo con su conejil cazadero.
No calculó bien, aunque –todo hay
que decirlo- si Austin quería conejos tuvo conejos, demasiados conejos. Los
recién llegados, sin apenas depredadores y con toda la hierba del
mundo para comer, se sintieron como un grupo de hooligans ingleses en Manacor:
se convirtieron en una peste. Austin no calculó bien la capacidad reproductiva
de sus inquilinos. Gracias al crecimiento
exponencial, los veinticuatro conejos de Austin se habían convertido entre
1859 y 1887 en unos veinte millones, sin tener en cuenta los cazados. Un
hábitat favorable, la abundancia de alimentos, la falta de un enemigo natural y
la gran velocidad con la que se reproducen, causaron la difusión más rápida de
un mamífero jamás observada en el mundo. Por si eso fuera poco, y para mayor
fortuna de los conejos, Australia resultó ser el lugar ideal para procrear.
Mapa con las tres fases de la valla. |
Los conejos generalmente dejan de
reproducirse en invierno porque los gazapos, además de ciegos, nacen sin pelo y,
por lo tanto, son susceptibles al frío. Pero los inviernos en Australia son suaves,
por lo que podrían seguir dándole que te pego durante todo el año. Y por pura
suerte (para los conejos), el mestizaje entre las dos variedades de conejos
introducidas por Austin acabó por crear una raza particularmente resistente, vigorosa
y rijosa. En diez años, sus poblaciones alcanzaron cifras tan altas que incluso
después de atrapar, envenenar y disparar hasta dos millones de conejos al año,
no se observó ningún efecto notable en su población.
En 1887, las pérdidas por el daño
causado a los conejos fueron tan grandes que la Comisión Intercolonial del
Conejo ofreció un premio de 25.000 libras “a cualquiera que pudiera demostrar
una forma nueva y efectiva de exterminar a los conejos". A principios del
siglo XX la plaga era de tal magnitud que en amplias zonas del país la
vegetación herbácea había sido arrasada y numerosas especies de herbívoros
nativos estaban en grave peligro de extinción por falta de alimento. Había que
hacer algo. Las autoridades se pusieron a cavilar.
Carromato habilitado para el mantenimiento de la valla. Hacia 1926. Cortesía de la State Library of Western Australia. |
En la década de 1920, la
población de conejos alcanzó un pico de 10.000 millones de individuos, una
verdadera peste que empujó a las autoridades australianas a organizar
iniciativas de todo tipo para luchar contra la plaga bíblica. Empezaron con
importar a sus enemigos naturales: los zorros. Estos, sin embargo, descubrieron
que cazar a los lentos marsupiales nativos, como los ualabíes, era mucho más
cómodo y dejaron en paz a los rápidos conejos. Los zorros también se
reprodujeron de forma espectacular y, entre otras cosas, empezaron a cazar muchas
especies de confiadas aves nativas. La disminución progresiva de las aves hizo
aumentar el número de insectos dañinos para los árboles y los eucaliptos. Los
australianos entonces decidieron salvar a los eucaliptos disparando a los
koalas, responsables, en su opinión, de la desaparición gradual de los bosques.
Se arrepintieron a tiempo, justo antes de exterminarlos a todos.
La desesperación llegó a adoptar soluciones
drásticas, como
la invención de la mixomatosis, que causó y sigue causando problemas. Pero
esa moderna técnica biotecnológica empezó a fraguarse en la década de 1950.
Antes se intentaron soluciones más campestres. ¿Qué tal una malla conejera?, se
le ocurrió a un abnegado funcionario. Las agobiadas autoridades se pusieron
manos a la obra. Los fabricantes de alambre se frotaron las manos.
Las fábricas de mallas conejeras hicieron su agosto. Nave de fabricación de la Lysaght Bros Wire Works, de Sydney, que recibió en 1902 el encargo de fabricar 700 km para la valla nº 1. Cortesía de State Library of New South Wales. |
En 1896, el Subsecretario de
Tierras de Australia Occidental envió al inspector Arthur Mason al sudeste,
hacia la frontera con Australia del Sur, para que informara sobre la población
de conejos. Mason sugirió que se construyeran una serie de vallas, una a lo
largo de la frontera con Australia del Sur y otra al oeste. La Comisión Intercolonial
del Conejo decidió en 1901 que se construyera una gigantesca cerca. La construcción
comenzó ese mismo año, y durante los siguientes seis años, se erigió una
barrera de 1.824 kilómetros que se extendía desde la costa sur hasta la costa
noroeste, a lo largo de una línea al norte de Burracoppon, a 230 kilómetros al
este de Perth. Cuando se completó en 1907, era la cerca más larga del mundo.
Este hito señala el punto donde se inició en 1901 el tendido de la valla conejera 1. Desde ese punto, el tendido se dirigió por el sur hasta Esperance y por el norte hasta Port Hedland. |
Hoy en día, la Rabbit Proof Fence (Valla a Prueba de Conejos),
una endeble cerca de alambre de 3.256 km se extiende de norte a sur a través de
Australia Occidental, dividiendo todo el continente en dos partes desiguales. Para
que se hagan una idea cabal: si usted se desplaza de Madrid a Moscú en avión
recorrerá 3.427 km. Desgraciadamente, mientras se levantaba la primera valla,
los conejos seguían a lo suyo: migraban hacia el oeste reproduciéndose como lo
que eran. Para contener a los nuevos sin papeles, se erigió una segunda
valla (astutamente llamada valla nº 2) un poco más al oeste de la nº 1. La
segunda valla tampoco es moco de pavo: se extiende 1.166 km desde Point Ann en
la costa sur, más o menos paralela a su hermana mayor. Finalmente, se construyó
una tercera valla, la valla nº 3 (ya ven que para poner nombres no eran muy
originales), más modesta, que se extiende a una corta distancia de 257 km de su
unión con la segunda hasta alcanzar la costa. Los conejos, ni caso.
Sobre la tumba de
Austin no crecen hoy las flores porque se las comen los descendientes de sus
orejudos invitados, aunque la población conejera se haya mantenido relativamente bajo
control mediante la liberación deliberada de ciertos
virus en la naturaleza. A pesar de la adopción de nuevas tecnologías, la valla sigue desempeñando un papel importante en la protección de los medios
de vida de los agricultores, en especial frente a dingos, zorros y emúes. Pero
esa es otra historia de la que me ocuparé otro día. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.