Ballena franca de los vascos (Eubalaena glacialis). Fuente. |
En una triste pirueta de la
fortuna, la ballena franca del Atlántico Norte está seriamente amenazada otra
vez después de recuperarse en las últimas décadas de siglos de caza que la
habían dejado al borde de la extinción. Las tendencias recientes de la
población son tan graves que los expertos predicen que la ballena podría
desaparecer en veinte años, convirtiéndose en la primera gran ballena en extinguirse
en los tiempos modernos después de que la Comisión Ballenera Internacional hubiera
prohibido cazarla.
Verano de 1946. Apenas ha pasado
un año desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Inglaterra tiene que
reconstruir un país castigado por los bombardeos, recuperar el pulso económico
y alimentar a la población. Todo esfuerzo era poco. Si algo habían desarrollado
durante la guerra era la tecnología bélica y el Gobierno decidió aplicarla a
otros fines. En junio de 1946 envió barcos equipados con detectores sónicos
desarrollados para combatir a los submarinos alemanes a la caza de ballenas.
El Balaena listo para zarpar en 1946. Fuente. |
El 10 de mayo de 1948 el
ballenero Balaena regresó al puerto
de Southampton después de una excelente temporada de caza. Su tripulación
–setenta británicos y quinientos noruegos- no había perdido el tiempo: en las
bodegas estaba estibado todo lo aprovechable de las 3.000 ballenas que habían
capturado en aguas del Atlántico Norte. Esa despensa contribuyó mucho a la
economía nacional: 4.500 toneladas de carne, 163.000 barriles de aceite
comestible (destinado a fabricar margarina), 10.000 barriles de espermaceti,
170 toneladas de extracto de carne y otras 3.000 de carne que habría de servir
para elaborar piensos para el ganado.
Ese dato, que quedaría
empequeñecido si los japoneses –que con ayuda de los Estados Unidos habían
reconvertido lo que quedaba de su flota de guerra en balleneros- los rusos y
los noruegos hubieran ofrecido cifras detalladas de sus capturas, pueden darnos
una idea de la masacre cometida contra las ballenas en todos los mares del
mundo. Esa caza masiva se llevó a cabo años después de que el auge de la
industria ballenera de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras del XX
hubieran esquilmado la mayoría de las poblaciones de cetáceos desde el
Antártico a los Mares del Sur.
La aplicación de la tecnología
bélica a la caza de ballenas supuso una eficacia que nunca pudieron soñar los
balleneros que arponeaban el siglo anterior. En 1951, cien años después de que
Melville publicara Moby Dick,
murieron más ballenas en todo el mundo de las que cazaron los balleneros de New
Bedford (el emporio ballenero estadounidense) en un siglo y medio. Entre las
especies que quedaron al borde la extinción estaba la ballena franca glacial, Eubalaena glacialis.
Fuente. |
La ballena glacial, del Atlántico
Norte, de los vascos o ballena franca, llamada así por los balleneros del siglo
XVIII porque era fácil de cazar y rica en la codiciada y valiosa grasa de
ballena, un cetáceo que supera los 16 metros y alcanza las 70 toneladas) es una de las tres especies de ballena franca. Endémica de la costa
este de Norteamérica, se reproduce en invierno en las aguas de Florida y migra
hacia aguas de alimentación veraniegas frente a Nueva Inglaterra y el noreste
de Canadá. Su hábitat, muy accesible a la comunidad científica, la ha
convertido en una de las grandes ballenas mejor estudiadas. Pero su área de distribución
también se encuentra en uno de los tramos de océanos más industrializados del
mundo, atestado de amenazas que incluyen enormes buques de cabotaje y pasajeros,
pesqueros industriales e infraestructuras energéticas.
En las últimas décadas, el número
de ballenas francas parecía ir recuperándose lentamente, de aproximadamente trescientas
a quinientas. Pero desde el congreso bienal de la Society for Marine Mammalogy,
cuyo libro de resúmenes puede obtenerse en
este enlace, celebrado en Halifax la semana del 22 al 27 de octubre, llegan
muy malas noticias sobre el freno a la recuperación de la especie. En esa
reunión, de la que me ocupé en
esta entrada, los expertos en ballenas informaron que actualmente sobreviven
unas cien hembras reproductoras maduras, pero las supervivientes o no viven lo
suficiente o no se reproducen lo bastante rápido como para que la especie tenga
oportunidades de sobrevivir. Los impactos contra los grandes buques han sido
una amenaza durante mucho tiempo, pero los gobiernos ayudaron a su recuperación
adoptando medidas para prevenir los impactos como la imposición de límites de
velocidad, el desvío de los más grandes en algunas aguas y la instalación de sensores
que avisan a los buques cuando las ballenas están cerca.
Vean esta colección de fotos. |
Resuelto ese problema, la gran
amenaza está hora en el fatal enredamiento de los animales en las artes de
pesca comerciales, que se está cobrando cada vez más víctimas y representa un riesgo
cada vez mayor debido al aumento de la pesca en las áreas donde se alimentan las
ballenas. Los investigadores han descubierto que incluso cuando una hembra
enredada no muere, arrastrar cuerdas, boyas o nasas la agotan de tal modo que la
probabilidad de que se reproduzca disminuye enormemente.
Los investigadores, encabezados
por la bióloga marina Julie van der Hoop, han concluido que alrededor de cincuenta
ballenas francas se enredan cada año y que alrededor del 83% de todas las
ballenas han resultado atrapadas al menos una vez. A menudo, las ballenas
enredadas se ahogan o mueren de hambre o heridas; en general, el 58% de las
muertes de ballenas francas desde 2009 se debieron a enredamientos, más del
doble (25%) de las registradas entre 2000 y 2008.
Aunque no lleguen a morir, las
ballenas enredadas pueden sufren un gran estrés fisiológico. En su ponencia, van
der Hoop contó la historia de un macho llamado Ruffian que, en algún momento entre agosto de 2016 y enero de 2017,
se enredó en una trampa para cangrejos en las costas de Canadá. Arrastró 138
metros de cuerda y una trampa de 61 kilos hasta Florida, donde lo liberaron. Calcularon
que la carga de Ruffian supuso que
consumiera 27.000 calorías adicionales al día durante su viaje, lo que
explicaría por qué estaba escuálido cuando lo desenredaron.
Ruffian sobrevivió, pero su experiencia se ajusta a los datos que
Van der Hoop y sus colegas publicaron
en 2016 en la revista Ecology and
Evolution. Al medir el grosor de la capa de grasa en ballenas francas
muertas, enredadas y no enredadas, descubrieron que las ballenas jóvenes enredadas
pierden un promedio del 50% de su grasa, mientras que los adultos enredados
pierden alrededor del 17%. La energía perdida se aproxima a la cantidad que una
ballena necesita para su migración anual; para compensar esas pérdidas,
necesitaría alimentarse una o dos horas adicionales por día. En las hembras,
Van der Hoop cree que el estrés está contribuyendo a intervalos más prolongados
entre paro y parto.
Starboard, una hembra de ballena franca, murió en la costa de Canadá después de arrastrar nasas de cangrejo durante días. Foto: NOAA/NEFSC/PETER DULEY |
Las muertes y la merma
reproductiva se han conjugado para revertir las tendencias positivas de recuperación
de una población que alcanzó un máximo de 483 en 2010, incluidas 200 hembras.
Hoy en día, la población general ha disminuido ligeramente, hasta 450, pero mueren
más hembras que machos, posiblemente porque la reproducción las debilita y las hace
menos resistentes a otros impactos. Para empeorar las cosas, las hembras tienen
crías cada nueve años o más, en comparación con el intervalo de tres años que
se registraba en la década de 1980. Eso está provocando que la población en
general disminuya.
Las redes no serán fáciles de
eliminar. Las soluciones tecnológicas, incluido el uso de cuerdas más débiles
para las nasas de langosta y cangrejo que permitirían la liberación de
ballenas, o el uso de nasas controladas electrónicamente que no requieren redes,
serían costosas y difíciles de implantar. Como en tantos otros casos, nadie
quiere ver cómo se extingue la ballena franca, pero las consideraciones
económicas se imponen a menos que la opinión pública presione para que los gobiernos
intervengan.
Pero no hay mucho tiempo para
actuar, porque al ritmo con el que disminuye la población se dispone de años, y
no de décadas, para solucionar el problema. © Manuel Peinado Lorca.
@mpeinadolorca.