Flores de Panicum virgatum. Foto. |
Las flores de las gramíneas (familia Poaceae) son un prodigio de la
evolución. Basta acercarse a ellas con una simple lupa de mano para descubrir
un nuevo mundo dentro de la diversidad de las angiospermas. A diferencia de
otras plantas con flores, su encanto no radica en unos sépalos o pétalos
llamativos, sino en una complejidad centrada en la utilización del viento para
la polinización. Sin embargo, esas piezas florales no faltan. Las flores anemófilas
de las gramíneas producen un perianto, cuya función ha sido altamente
modificada.
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Para ver a lo que me refiero, se necesita hacer una disección con una
lupa binocular. Saca una flor y quita las cubiertas o glumillas (la pálea y la
lema) que la cubren. En su interior verás un ovario completo con estigmas plumosos
y tres estambres provistos de grandes anteras. En la base del ovario hay un par
de escamas llamadas lodículas, que difieren bastante de especie a especie en tamaño,
forma y aspecto general. Se piensa que estas lodículas son los vestigios del
perianto. No se parecen a sépalos o pétalos porque la función de estas
estructuras no es atraer a los polinizadores. Ayudan en la polinización de otra
manera.
Cuando las flores de las gramíneas están listas para la reproducción, las lodículas comienzan a hincharse. Esta hinchazón sirve para separar a la rígida pálea y a la membranosa lema que protegían a las piezas fértiles mientras se desarrollaban. Una vez separadas, las anteras y el estigma quedan libres para emerger y dejar que el viento haga el resto trabajo. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.