lunes, 9 de octubre de 2017

¿Es la cardencha (Dipsacus fullonum) una planta carnívora?

Cardencha (Dipsacus fullonum). Foto.
Hace algunos años, mi compañero Jacinto Gamo, profesor de Zoología, me hizo una pregunta muy interesante. Durante sus trabajos de campo había observado la curiosa forma de las hojas de una planta relativamente común en los humedales españoles, la cardencha, Dipsacus fulllonum (Caprifoliaceae). En la base de esas hojas se acumulaba agua en la que flotaban insectos muertos. Tan curioso como debe ser un buen biólogo, Jacinto me preguntó si yo conocía algún dato acerca de la posible carnivoría de la planta. Mi respuesta fue que había muchas observaciones casuales como la nuestra, pero ninguna evidencia empírica que fuera más allá de los que había insinuado Darwin en 1877 [1].
Desde entonces, el asunto ha estado siempre rondándome por la cabeza, aunque sin encontrar dato alguno. Ahora, en una de las habituales pesquisas bibliográficas que me permite el verano, he encontrado un estudio que proporciona la primera evidencia empírica de que la cardencha se beneficia reproductivamente de las sustancias nitrogenadas de los insectos atrapados en sus hojas.
El fenómeno de la carnivoría en plantas ha sido reconocido y estudiado desde los minuciosos estudios pioneros de Charles Darwin [2], y se sabe que ha evolucionado al menos 6 veces [3]. Se piensa que sus ventajas para la planta implican la obtención de cantidades significativas de nitrógeno y fósforo, lo que explica que las plantas carnívoras prosperen típicamente en suelos ácidos y pobres en nutrientes [4]. Sin embargo, se conocen estados intermedios entre las plantas “normales” y las verdaderas carnívoras, y se sabe también que la mayoría de las plantas silvestres aumentan su crecimiento y, por lo tanto, potencialmente, la producción reproductiva, cuando se les abona con nitrógeno y fósforo procedente de restos de animales en descomposición [3].
Hojas abrazadoras de la cardencha. Foto.
La cardencha es una hierba que solamente vive dos años (es bienal). Después de germinar a partir de semilla, el primer año se limita a formar una roseta de hojas basales; luego crece rápidamente durante la primavera del segundo año hasta que su inflorescencia terminal alcanza una altura que puede llegar hasta los 2,5 m. Las hojas son enteras, dentadas y lanceoladas, y se unen en la base formando una especie de pila que recoge el agua pluvial a la que alude el nombre popular –“pila de agua bendita”- que recibe en algunos pueblos castellanos. Las flores son de un color rosado-lila y aparecen en cabezas espinosas y cónicas. A cada púa de la cabeza le corresponde una flor. Las semillas son un importante recurso alimenticio invernal para algunas aves, especialmente para los jilgueros. Una vez florecida y fructificada, la planta muere en el invierno de su segundo año.
En el agua de lluvia que recoge es habitual encontrar restos de invertebrados a medio descomponer, lo que ha llevado a especular con sus hábitos carnívoros [1], [5], [6], aunque los libros especializados en plantas carnívoras no lo hayan incluido jamás entre ellas habida cuenta de la falta de evidencias empíricas que sostuvieran la hipótesis. Por lo demás, todo apuntaba en contra. La cardencha se diferencia de otras plantas carnívoras en que no vive en medios ácidos, sino en terrenos calcáreos por lo general, que, además, suelen estar enriquecidos con nitrógeno por las actividades de hombres y animales (es considerada una planta nitrófila), condiciones ambas que resultarían letales para las carnívoras típicas. [7]
Cabezuelas secas de cardencha, que tradicionalmente
eran usadas para cardar lana. Foto
El citado artículo de investigación, firmado por dos profesores británicos, es el primero en sostener que la captura de invertebrados favorece la vitalidad reproductiva de la cardencha. Básicamente, lo que hicieron fue cultivar cardenchas. A algunas les suministraron sistemáticamente larvas de dípteros depositándolos en sus hojas, mientras que a otras se les privó de ellos. La cantidad de larvas adicionadas varió en distintos ejemplares de cardenchas. El objetivo de su estudio era demostrar si la adición de insectos mejoraba o no las capacidades de crecimiento o reproducción de las plantas.
Los datos resultantes ofrecen la primera evidencia de que el cardo puede beneficiarse de los insectos. Aunque el equipo no encontró evidencia de que las plantas a las que se suministraron insectos aumentaran su biomasa global, sí vieron un efecto positivo no sólo en el número de semillas producidas, sino también en el tamaño de las mismas. En otras palabras, cuando se alimentaban con una dieta de dípteros, las plantas no crecían más, pero sí producían mayores cantidades de semillas y estas eran más pesadas y voluminosas. La adición de larvas muertas a las bases foliares provocó un aumento del 30% en el conjunto de semillas y en la proporción masa de semillas / biomasa. Eso es una verdadera bendición para una planta con un ciclo de vida bienal como la cardencha. Cuanto más saludables sean las semillas, mejor.
Pero antes de elevar la hipótesis al nivel de teoría hay que andarse con tiento. Como los propios autores afirman en su trabajo, estos hallazgos deben ser replicados con el fin de poder afirmar con certeza que los efectos que midieron se debieron a la adición de presas de insectos. En segundo lugar, no se realizaron análisis químicos para determinar si las plantas digerían activamente los insectos o cómo se absorbían los nutrientes.
Tal vez la cardencha sea una especie que, evolutivamente hablando, esté en camino de convertirse en un verdadero carnívoro. Todavía no podemos decirlo con seguridad. Sin embargo, este trabajo nos ha dado la primera evidencia en apoyo de una hipótesis que hasta ahora carecía de pruebas por más que Darwin hubiese alentado la posibilidad hace siglo y medio [1].
Además, es interesante pensar que hay una gran posibilidad de que, si alguien quiere ver una planta carnívora, no necesite ir más allá de un barbecho. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.


[1] Darwin F (1877) On the protrusion of protoplasmic filaments from the glandular hairs on the leaves of the common teasel (Dipsacus sylvestris). Proc Roy Soc Lond 26: 245–271. [2] Darwin C (1875) The carnivorous plants. London: John Murray. [3] Juniper BE, Robins RJ, Joel DM (1989) The Carnivorous Plants (1st edition). London: Academic Press Ltd. [4] Ellison AM, Gotelli EJ (2001) Evolutionary ecology of carnivorous plants. Trends Ecol Evol 16: 623–629. [5] Christy M (1923) The common teasel as a carnivorous plant. J Bot 61: 33–45. [6] Simons P (1981) How exclusive are carnivorous plants? Carnivorous Plants Newsletter 10: 65–68. [7] Adamec L (1997) Mineral nutrition of carnivorous plants: a review. Bot Rev 63: 273–299.