Cardencha (Dipsacus fullonum). Foto. |
Hace algunos
años, mi compañero Jacinto Gamo, profesor de Zoología, me hizo una pregunta muy
interesante. Durante sus trabajos de campo había observado la curiosa forma de
las hojas de una planta relativamente común en los humedales españoles, la
cardencha, Dipsacus fulllonum (Caprifoliaceae). En la base de esas hojas se acumulaba
agua en la que flotaban insectos muertos. Tan curioso como debe ser un buen
biólogo, Jacinto me preguntó si yo conocía algún dato acerca de la posible
carnivoría de la planta. Mi respuesta fue que había muchas observaciones casuales
como la nuestra, pero ninguna evidencia empírica que fuera más allá de los que había
insinuado Darwin en 1877 [1].
Desde entonces,
el asunto ha estado siempre rondándome por la cabeza, aunque sin encontrar dato
alguno. Ahora, en una de las habituales pesquisas bibliográficas que me permite
el verano, he
encontrado un estudio que proporciona la primera evidencia empírica de que
la cardencha se beneficia reproductivamente de las sustancias nitrogenadas de
los insectos atrapados en sus hojas.
El fenómeno
de la carnivoría en plantas ha sido reconocido y estudiado desde los minuciosos
estudios pioneros de Charles Darwin [2],
y se sabe que ha evolucionado al menos 6 veces [3]. Se piensa que sus ventajas para la planta implican la
obtención de cantidades significativas de nitrógeno y fósforo, lo que explica
que las plantas carnívoras prosperen típicamente en suelos ácidos y pobres en
nutrientes [4]. Sin embargo, se
conocen estados intermedios entre las plantas “normales” y las verdaderas carnívoras,
y se sabe también que la mayoría de las plantas silvestres aumentan su
crecimiento y, por lo tanto, potencialmente, la producción reproductiva, cuando
se les abona con nitrógeno y fósforo procedente de restos de animales en
descomposición [3].
Hojas abrazadoras de la cardencha. Foto. |
La cardencha es
una hierba que solamente vive dos años (es bienal). Después de germinar a
partir de semilla, el primer año se limita a formar una roseta de hojas basales;
luego crece rápidamente durante la primavera del segundo año hasta que su
inflorescencia terminal alcanza una altura que puede llegar hasta los 2,5 m. Las
hojas son enteras, dentadas y lanceoladas, y se unen en la base formando una especie
de pila que recoge el agua pluvial a la que alude el nombre popular –“pila de
agua bendita”- que recibe en algunos pueblos castellanos. Las flores son de un
color rosado-lila y aparecen en cabezas espinosas y cónicas. A cada púa de la
cabeza le corresponde una flor. Las semillas son un importante recurso
alimenticio invernal para algunas aves, especialmente para los jilgueros. Una
vez florecida y fructificada, la planta muere en el invierno de su segundo año.
En el agua de
lluvia que recoge es habitual encontrar restos de invertebrados a medio
descomponer, lo que ha llevado a especular con sus hábitos carnívoros [1], [5], [6], aunque los
libros especializados en plantas carnívoras no lo hayan incluido jamás entre
ellas habida cuenta de la falta de evidencias empíricas que sostuvieran la
hipótesis. Por lo demás, todo apuntaba en contra. La cardencha se diferencia de
otras plantas carnívoras en que no vive en medios ácidos, sino en terrenos
calcáreos por lo general, que, además, suelen estar enriquecidos con nitrógeno
por las actividades de hombres y animales (es considerada una planta nitrófila),
condiciones ambas que resultarían letales para las carnívoras típicas. [7]
Cabezuelas secas de cardencha, que tradicionalmente eran usadas para cardar lana. Foto |
El citado
artículo de investigación, firmado por dos profesores británicos, es el primero
en sostener que la captura de invertebrados favorece la vitalidad reproductiva
de la cardencha. Básicamente, lo que hicieron fue cultivar cardenchas. A
algunas les suministraron sistemáticamente larvas de dípteros depositándolos en
sus hojas, mientras que a otras se les privó de ellos. La cantidad de larvas
adicionadas varió en distintos ejemplares de cardenchas. El objetivo de su
estudio era demostrar si la adición de insectos mejoraba o no las capacidades de
crecimiento o reproducción de las plantas.
Los datos
resultantes ofrecen la primera evidencia de que el cardo puede beneficiarse de
los insectos. Aunque el equipo no encontró evidencia de que las plantas a las
que se suministraron insectos aumentaran su biomasa global, sí vieron un efecto
positivo no sólo en el número de semillas producidas, sino también en el tamaño
de las mismas. En otras palabras, cuando se alimentaban con una dieta de dípteros,
las plantas no crecían más, pero sí producían mayores cantidades de semillas y
estas eran más pesadas y voluminosas. La adición de larvas muertas a las bases
foliares provocó un aumento del 30% en el conjunto de semillas y en la
proporción masa de semillas / biomasa. Eso es una verdadera bendición para una
planta con un ciclo de vida bienal como la cardencha. Cuanto más saludables
sean las semillas, mejor.
Pero antes de
elevar la hipótesis al nivel de teoría hay que andarse con tiento. Como los
propios autores afirman en su trabajo, estos hallazgos deben ser replicados con
el fin de poder afirmar con certeza que los efectos que midieron se debieron a
la adición de presas de insectos. En segundo lugar, no se realizaron análisis
químicos para determinar si las plantas digerían activamente los insectos o cómo
se absorbían los nutrientes.
Tal vez la
cardencha sea una especie que, evolutivamente hablando, esté en camino de
convertirse en un verdadero carnívoro. Todavía no podemos decirlo con
seguridad. Sin embargo, este trabajo nos ha dado la primera evidencia en apoyo
de una hipótesis que hasta ahora carecía de pruebas por más que Darwin hubiese
alentado la posibilidad hace siglo y medio [1].
Además, es
interesante pensar que hay una gran posibilidad de que, si alguien quiere ver
una planta carnívora, no necesite ir más allá de un barbecho. ©Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
[1] Darwin F (1877) On the protrusion of protoplasmic
filaments from the glandular hairs on the leaves of the common teasel (Dipsacus sylvestris). Proc Roy Soc Lond 26: 245–271. [2] Darwin C (1875) The carnivorous plants. London: John
Murray. [3] Juniper BE, Robins RJ,
Joel DM (1989) The Carnivorous Plants
(1st edition). London: Academic Press Ltd. [4]
Ellison AM, Gotelli EJ (2001) Evolutionary ecology of carnivorous plants. Trends Ecol Evol 16: 623–629. [5] Christy M (1923) The common teasel
as a carnivorous plant. J Bot 61:
33–45. [6] Simons P (1981) How
exclusive are carnivorous plants? Carnivorous
Plants Newsletter 10: 65–68. [7] Adamec L (1997) Mineral nutrition of carnivorous plants: a review. Bot Rev 63: 273–299.