James William Schopf (1942-) |
La Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años, pero nadie sabe
cuándo surgió la vida y, por las dificultades de demostrar que las estructuras
fósiles son realmente biológicas, la búsqueda de testimonios que ayudarían a
responder a esa pregunta ha sido un campo muy polémico.
Hasta 2002, el honor de haber encontrado el microfósil más antiguo
había sido ostentado por J. W. Schopf, un paleobiólogo de la Universidad de
California en Los Ángeles. En 1993, Schopf había publicado en Science su descubrimiento de
estructuras microscópicas semejantes a gusanos en la formación Apex
Chert, un afloramiento rocoso de 3.465 millones de años en Pilbara,
Australia Occidental. Schopf describió como microfósiles once especies de
microbios fotosintéticos similares a las cianobacterias. Como testimonio de su
hallazgo, depositó una muestra de sus preparaciones microscópicas en el Museo
de Historia Natural de Londres como ejemplos de los fósiles más antiguos de la
Tierra.
Sin embargo, cuando el profesor Martin Brasier, un catedrático de
Oxford experto en microfósiles, visitó el museo en 1999 para fotografiar los
ejemplares e incorporarlos a un libro de texto, quedó sorprendido al ver las
estructuras celulares descritas por Schopf, que le parecieron unas estructuras
ramificadas y plegables complejas muy diferentes a las formas microbianas.
Brasier recolectó sus propias muestras de Apex Chert y se dedicó a
estudiarlas pacientemente. Pronto se dio cuenta de que los "microfósiles"
formaban parte de un amplio espectro de estructuras extrañas, la mayoría de las
cuales eran demasiado caóticas para llamarse “fósiles". Concluyó que, en
lugar de ser testimonios de las primeras formas de vida, las estructuras eran
artefactos minerales y las "conchas" de los supuestos microfósiles
eran de un vidrio volcánico emitido por una fumarola hidrotérmica. En 2002
Brasier y un grupo de colegas publicaron en la revista Nature un
artículo sobre los fósiles de Schopf, en el que concluían que los
"supuestos microfósiles” eran simples "artefactos secundarios
formados de grafito amorfo".
Martin Brasier (1947-2014) |
En su libro Génesis: La Búsqueda
Científica del Origen de la Vida
(2005), Robert Hazen describió una extraña confrontación entre Brasier y Schopf
en un simposio científico celebrado en 2002 en el que compartieron una sesión. Mientras
que Brasier exponía su ponencia, «un agitado Schopf se levantó y comenzó
a pasear distraídamente una docena de pies detrás del podio. Caminaba de un
lado a otro, encorvado, con las manos apretadas firmemente detrás de su espalda
[...] Mientras que Brasier describía con calma sus argumentos, la escena cambió
de torpemente tensa a totalmente extraña. Nos quedamos sorprendidos cuando
Schopf se situó a a pocos metros a la derecha del podio del orador. Se inclinó
bruscamente hacia Brasier mientras que clavaba sus ojos en el imperturbable
orador».
Por suerte, la cosa no fue más allá, pero en 2011, cuando Brasier y un
grupo de investigadores publicaron
un artículo en Nature Geoscience describiendo
microfósiles en rocas de 3.400 millones de años, a 20 millas del descubrimiento
de Schopf, se esforzaron en dar pelos y señales para probar los orígenes
biológicos y no minerales de sus fósiles. Los microfósiles de aparecieron en
depósitos de arenisca entrecortados por capas de roca volcánica en una región
árida conocida como Formación Strelley Pool, que data de una temprana era
oxigenada del eón
Arcaico. Los microfósiles eran los restos de antiguos microbios similares a
bacterias que existen hoy en fumarolas hidrotermales y que viven y metabolizan
el azufre en lugar de oxígeno para obtener energía.
Para descartar los procesos geológicos naturales, los científicos
sometieron sus muestras a una batería de pruebas, en las que utilizaron los
últimos equipos de microscopía electrónica y espectroscópica. Llegaron a la
conclusión de que satisfacían tres pruebas cruciales que sostenían su origen
biológico: eran estructuras bien definidas de tipo y tamaño celular; las
células se aparecían en grupos unidas a granos de arena; y el revestimiento
químico era consistente con un metabolismo basado en el azufre. La evidencia
más convincente fue el descubrimiento de minúsculos depósitos de pirita férrico-sulfurada,
conocida como "oro de los tontos", cerca y, en algunos casos, unida a
los microfósiles. Brasier y Wacey sugiríeron que esos organismos ancestrales probablemente
habían vivido en pirita y en sulfuro de hidrógeno arrojados desde fumarolas.
El artículo de Nature Geoscience
no proclamaba el descubrimiento de los microfósiles más viejos de la tierra
(aunque así lo haría una nota de prensa de la universidad de Oxford). Schopf,
por su parte, mantuvo un silencio digno, aunque un colega le explicó que «defiende
firmemente su hallazgo original y está trabajando para validarla».
Hasta hoy, jubilado a los 75 años, no ha logrado demostrarlo. Fallecido en 2014
en un accidente de automóvil, Brasier, que este año hubiera cumplido los 70, no podría
verlo. ©
Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.