Flor de Tropidogyne pentaptera. Foto. |
Echa un vistazo a la imagen de arriba, un fósil de 100 millones de años
de una flor, Tropidogyne pentaptera,
conservada en ámbar desde el período Cretácico. Los científicos que la han
descubierto plantean la hipótesis de que un dinosaurio que caminaba por un
bosque de enormes coníferas pudo haberla tirado en un charco de resina, donde
se fosilizó.
Como el registro fósil de las angiospermas es tan incompleto, el
impresionante hallazgo de una flor completa de hace cien millones de años que
permanece intacta es una gran noticia. Hace ahora justamente un año, publiqué
en este mismo blog una
entrada en la que me hacía eco del hallazgo en un depósito de ámbar de una
flor de una especie de planta, ya extinta, que florecía en el
Terciario medio de Puerto Rico, hace entre 20 y 45 millones de años. El
descubrimiento lo había hecho el profesor George Poinar, profesor emérito de la
Facultad de Ciencias de la Universidad Estatal de Oregón.
Poinar ha vuelto este verano a las andadas y ha publicado en la
revista Palaeodiversity el
descubrimiento de siete ejemplares completos de una nueva flor, todos de 100
millones de años, conservados en ámbar en un yacimiento de Myanmar. El ámbar,
producido por la resina de una Araucaria,
preservó tan bien las piezas florales que parece que acabaran de ser recogidas en
un jardín. Los árboles de araucaria están relacionados con los pinos kauri (Agathis robusta) que se encuentran
hoy en Nueva Zelanda y Australia, los cuales producen una resina especial que
resiste a la intemperie.
Hipantio (flecha) de T. pentaptera mostrando cinco de las diez costillas o quillas. Barra: 0,7 mm. Abajo a la derecha se ha insertado un sépalo de Ceratopetalum succinibrum, que presenta una venación similar a la del fósil. Foto. |
Poinar y sus colaboradores, quienes piensan que se trataba de un árbol
de la selva tropical, han llamado a la nueva planta Tropidogyne pentaptera (del griego "penta", cinco, y "pteron",
ala), epíteto específico basado en los cinco sépalos extendidos que presentan
unas flores de entre 3,4 y 5 milímetros de diámetro. Además de los cinco sépalos
marcadamente venosos, la nueva especie tiene un disco nectarífero y un ovario ínfero
y acanalado como otra especie, Tropidogyne
pikei, que el mismo Poidar había descrito en 2010,
pero de la que difiere porque es bicarpelar, con dos estilos alargados y
delgados, y las costillas de su ovario no tienen glándulas terminales
pigmentadas de oscuro como T. pikei. El
nombre genérico Tropidogyne deriva
del griego “tropis”, quilla, y “gyne”, que alude al gineceo acanalado o
aquillado. Ambas especies se han
colocado en la actual familia Cunoniaceae, una extensa familia
del hemisferio sur que cuenta con 27 géneros.
En su forma general y en el patrón de venación las flores fósiles se
asemejan a las del género Ceratopetalum
que prosperan hoy en día en Australia y Papúa-Nueva Guinea, cuya especie más
conocida es C. gummiferum, al que
llaman el arbusto de Navidad de Nueva Gales del Sur porque sus cinco sépalos se
vuelven de un color rojizo brillante cuando se aproxima la Navidad. Otra
especie existente en Australia es el palo satinado, C. apetalum, que al igual que la nueva especie no tiene pétalos,
sólo sépalos. El palo satinado supera los cuarenta metros, puede vivir durante
siglos y produce una excelente madera que se utiliza para parqués y ebanistería.
¿Qué explica la relación entre Tropidogyne
del Cretáceo de Myanmar y un Ceratopetalum
actual de Australia, que crece hacia el sureste a más 7.500 kilómetros y con un
océano por medio? La explicación es relativamente sencilla. Probablemente Myanmar
fuera parte de la Gran India que se separó del hemisferio sur del
supercontinente Gondwana, y se desplazó hacia el sur de Asia. Malasia,
incluyendo Birmania, se formó durante las eras Paleozoica y Mesozoica por
subducción de terrenos que primero se separaron y luego se trasladaron hacia el
norte por la deriva continental. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.