Grupo de flores femeninas de Musa paradisiaca. Foto. |
Naranjas, limones, sandías, melones…. todas
las frutas contienen en su interior semillas ¿Todas? No. ¿Ha visto alguna vez
una semilla dentro de un plátano? Seguro que no. Y es que los plátanos (o bananas,
como se les llama en la mayor parte del mundo [1]) son frutos virginales, es decir, se forman sin necesidad de
fecundación sexual. Técnicamente decimos que proceden de partenogénesis, (del
griego parthenos = virgen + génesis =
generación), una forma de reproducción basada en el desarrollo de células
sexuales femeninas no fecundadas.
Antes de meternos en faena, déjenme hacer un
par de aclaraciones. Algunos lectores me preguntan por qué a veces digo
“frutos” y otras “frutas”. Bueno, pues de la misma manera que decimos “peces”
cuando están vivos y “pescados” cuando los encontramos en el mercado. Hablo de
“fruto” desde el punto de vista biológico y de “fruta” cuando el fruto se ha
comercializado o está listo para el consumo.
Una segunda y más importante aclaración se
refiere al origen de los frutos y a su papel biológico. Permítanme que lo haga
con una metáfora referida a nuestra propia reproducción como mamíferos. La
formación de un embrión se origina cuando, en el interior de la hembra, un
espermatozoide (gameto masculino) se une a un óvulo (gameto femenino), que se
ha producido en el ovario de la madre. Como consecuencia de la fecundación y del
desarrollo embrionario, la bioquímica hormonal de la futura madre cambia.
Básicamente su cuerpo se prepara para proteger y alimentar al embrión hasta el
momento del parto. Percibimos exteriormente el embarazo por la hinchazón del
vientre materno.
Pasemos ahora al caso de las plantas. Las
plantas tienen sus propios gametos masculinos, los cuales mediante diversos
mecanismos que no vienen al caso y que se resumen en la palabra polinización,
son transportados hasta el gameto femenino que se forma en el interior de un
ovario. Producida la fecundación, la bioquímica hormonal del ovario cambia y su
respuesta es muy parecida en la que ocurre en el vientre de las hembras de los
mamíferos: se hincha. Forma una cubierta protectora y acumula sustancias de
reserva y estas rodean a los embriones (en los ovarios de las plantas suele
haber muchos óvulos y casi todos resultan fecundados). El ovario fecundado y
maduro es el fruto. Así las cosas, cuando comemos fruta estamos devorando el
ovario que una vez estuvo en una flor en cuyo interior están las semillas, que
son los embriones.
Alguna vez en la historia de la humanidad,
alguien descubrió que algunos ejemplares de bananeros producían frutos sin
necesidad de fecundación. Ahí empezó todo. Generaciones y generaciones de agricultores,
de agrónomos y de biólogos fueron, paso a paso, mediante injertos y selecciones
artificiales consiguiendo diferentes variedades de bananas. Las modificaciones
han sido muchas y las diferencias entre ellos no deben extrañarnos si tenemos
en cuenta, por ejemplo, que los mastines y los chihuahuas proceden por
selección artificial y cruces inducidos de una pareja original de lobos
salvajes domesticados en los albores de la historia humana.
El primer botánico en poner nombre científico
a los plátanos o bananas fue el gran Linneo, un naturalista del siglo XVIII que
les puso uno precioso: Musa paradisiaca (Musa es el nombre que le daban los
árabes a las bananas, y paradisiaca,
ya se lo imaginan). Empecemos a decir algo sobre el género, Musa, en el que se incluyen todos los
bananeros. El género Musa comprende
varias decenas de especies de grandes herbáceas de confusa taxonomía, así como
decenas de híbridos, entre los cuales se cuentan Musa acuminata, Musa
balbisiana y Musa paradisiaca,
las tres especies comprendidas bajo el epíteto común de bananeros.
Plantación de bananeros. Foto. |
Los bananeros no son árboles, sino hierbas
perennes de gran tamaño. Como las demás especies de Musa, carecen de verdadero tronco. En su lugar, poseen vainas
foliares que se desarrollan formando estructuras llamadas pseudotallos,
similares a fustes verticales de hasta 30 cm de diámetro basal que no son
leñosos, y alcanzan los 7 m de altura. Las hojas del bananero se cuentan entre
las más grandes del reino vegetal. Dispuestas en espiral, se despliegan hasta
alcanzar 3 m de largo y 90 cm de ancho. Las hojas tienden a romperse
espontáneamente a lo largo de las nervaduras, dándoles un aspecto desaliñado.
Cada planta tiene normalmente entre 5 y 15 hojas, (10 es el mínimo para
considerarla madura). Las hojas no viven más allá de dos meses, y en los
trópicos se renuevan a razón de una por semana en la temporada de crecimiento.
El elemento perenne, es decir, el que
garantiza la continuidad de la planta, es el rizoma, superficial o subterráneo,
que posee meristemos a partir de los cuales nacen entre 200 y 500 raíces
fibrosas, que pueden alcanzar una profundidad de 1,5 metros y cubrir cinco
metros de superficie. Del rizoma también brotan vástagos ("chupones")
que reemplazan al tallo principal después de florecer y morir este, lo que
sucede después de florecer y fructificar. En los ejemplares cultivados sólo se
deja normalmente uno para evitar debilitar la planta, pero en estado silvestre
aparecen en gran cantidad; son la principal forma de difusión de las variedades
estériles, que son la mayoría.
Inicio de una inflorescencia de bananero. Foto. |
Unos diez a quince meses después del
nacimiento del pseudotallo, cuando éste ya ha dado entre veinte y treinta
hojas, nace directamente a partir del rizoma una inflorescencia que emerge del
centro de los pseudotallos en posición vertical; parece un enorme capullo
púrpura o violáceo que se afina hacia el extremo distal. Al abrirse, revela una
estructura en forma de espiga, alrededor de cuyo grueso tallo se disponen en
espiral hileras dobles de flores, agrupadas en racimos de diez a veinte que
están protegidas por brácteas gruesas y carnosas de color purpúreo. A medida
que las flores se desarrollan, las brácteas caen, un proceso que tarda entre diez
días y un mes días para la primera hilera.
Grupo de flores femeninas. |
Las primeras cinco a quince hileras son de flores
femeninas, ricas en néctar; en ellas el tépalo compuesto alcanza los 5 cm de
largo y los 1,2 cm de ancho; es blanco o más raramente violáceo por el
interior, aunque el color trasluce a la vista desde fuera como una delicada
tonalidad purpúrea. Su parte superior es amarilla a naranja, con los dientes de
unos 5 mm de largo, los dos más exteriores dotados de un apéndice filiforme de
hasta 2 mm de largo. El tépalo libre es aproximadamente de la mitad de tamaño,
blanco o rosáceo, obtuso o truncado, con la apícula mucronada y corta. Las
siguen unas pocas hileras de flores hermafroditas o neutras, y las masculinas
en la zona apical.
Salvo en algunos pocos cultivares, las flores
masculinas desaparecen inmediatamente después de abrirse, dejando el ápice de
la espiga desnudo salvo por un capullo carnoso terminal que contiene capullos
masculinos sin abrir. El enorme peso de las flores hace que el tallo floral se
incline hacia el suelo en poco tiempo; a su vez, el fototropismo de las flores
hace que se dirijan en su crecimiento hacia arriba. En las variedades híbridas
cultivadas por su fruto, las flores masculinas son estériles. Los ovarios se
desarrollan partenocárpicamente sin necesidad de polinización. Las motas
oscuras en la pulpa indican restos de los óvulos sin desarrollar.
El fruto tarda entre 80 y 180 días en
desarrollarse por completo. En condiciones ideales fructifican todas las flores
femeninas, adoptando una apariencia de dedos gruesos que lleva a que se
denomine mano a las hileras en las que se disponen. Puede haber entre 5 y 20
manos por espiga, aunque normalmente se trunca la misma parcialmente para
evitar el desarrollo de frutos imperfectos y evitar que el capullo terminal
consuma las energías de la planta. En total puede producir unos 300
a 400 frutos por espiga, que hacen que estas lleguen a pesar más de cincuenta
kilos.
El fruto es una falsa baya de 7 a 30 cm de
largo y hasta 5 de diámetro. Está cubierta por un pericarpo coriáceo verde en
el ejemplar inmaduro y amarillo intenso, rojo o bandeado verde y blanco al
madurar. Es de forma lineal o falcada, entre cilíndrica y marcadamente angulosa
según la variedad. El extremo basal se estrecha abruptamente hacia un pedicelo
de 1 a 2 cm. La pulpa es blanca a amarilla, rica en almidón, dulce y carnosa,
rica en fibras, carbohidratos, potasio, vitamina A, vitamina C y triptofano;
además, es bajo en sodio y bajo en grasas. Es mucho más rico en calorías que la
mayor parte de las frutas por su gran contenido en fécula; de los 125 gramos
que pesa en promedio, el 25% es materia seca, que aporta unas 120 calorías que
el el cuerpo puede quemar mucho más fácilmente que las que provienen de las
grasas. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
Tépalos (1,2), estambres estériles (3) y pistilo (4) de una flor hermafrodita de Musa paradisiaca. Foto. |
[1]
En algunos países a veces se traza una
diferencia entre las bananas, consumidas crudas como fruta de postre, y los
plátanos, que por su superior contenido en fécula deben asarse o freírse antes
de su ingesta.