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viernes, 25 de agosto de 2017

Plátanos y bananas: las virginales frutas del paraíso

Grupo de flores femeninas de Musa paradisiaca. Foto.
Naranjas, limones, sandías, melones…. todas las frutas contienen en su interior semillas ¿Todas? No. ¿Ha visto alguna vez una semilla dentro de un plátano? Seguro que no. Y es que los plátanos (o bananas, como se les llama en la mayor parte del mundo [1]) son frutos virginales, es decir, se forman sin necesidad de fecundación sexual. Técnicamente decimos que proceden de partenogénesis, (del griego parthenos = virgen + génesis = generación), una forma de reproducción basada en el desarrollo de células sexuales femeninas no fecundadas.
Antes de meternos en faena, déjenme hacer un par de aclaraciones. Algunos lectores me preguntan por qué a veces digo “frutos” y otras “frutas”. Bueno, pues de la misma manera que decimos “peces” cuando están vivos y “pescados” cuando los encontramos en el mercado. Hablo de “fruto” desde el punto de vista biológico y de “fruta” cuando el fruto se ha comercializado o está listo para el consumo.
Una segunda y más importante aclaración se refiere al origen de los frutos y a su papel biológico. Permítanme que lo haga con una metáfora referida a nuestra propia reproducción como mamíferos. La formación de un embrión se origina cuando, en el interior de la hembra, un espermatozoide (gameto masculino) se une a un óvulo (gameto femenino), que se ha producido en el ovario de la madre. Como consecuencia de la fecundación y del desarrollo embrionario, la bioquímica hormonal de la futura madre cambia. Básicamente su cuerpo se prepara para proteger y alimentar al embrión hasta el momento del parto. Percibimos exteriormente el embarazo por la hinchazón del vientre materno.
Pasemos ahora al caso de las plantas. Las plantas tienen sus propios gametos masculinos, los cuales mediante diversos mecanismos que no vienen al caso y que se resumen en la palabra polinización, son transportados hasta el gameto femenino que se forma en el interior de un ovario. Producida la fecundación, la bioquímica hormonal del ovario cambia y su respuesta es muy parecida en la que ocurre en el vientre de las hembras de los mamíferos: se hincha. Forma una cubierta protectora y acumula sustancias de reserva y estas rodean a los embriones (en los ovarios de las plantas suele haber muchos óvulos y casi todos resultan fecundados). El ovario fecundado y maduro es el fruto. Así las cosas, cuando comemos fruta estamos devorando el ovario que una vez estuvo en una flor en cuyo interior están las semillas, que son los embriones.
Alguna vez en la historia de la humanidad, alguien descubrió que algunos ejemplares de bananeros producían frutos sin necesidad de fecundación. Ahí empezó todo. Generaciones y generaciones de agricultores, de agrónomos y de biólogos fueron, paso a paso, mediante injertos y selecciones artificiales consiguiendo diferentes variedades de bananas. Las modificaciones han sido muchas y las diferencias entre ellos no deben extrañarnos si tenemos en cuenta, por ejemplo, que los mastines y los chihuahuas proceden por selección artificial y cruces inducidos de una pareja original de lobos salvajes domesticados en los albores de la historia humana.
El primer botánico en poner nombre científico a los plátanos o bananas fue el gran Linneo, un naturalista del siglo XVIII que les puso uno precioso: Musa paradisiaca (Musa es el nombre que le daban los árabes a las bananas, y paradisiaca, ya se lo imaginan). Empecemos a decir algo sobre el género, Musa, en el que se incluyen todos los bananeros. El género Musa comprende varias decenas de especies de grandes herbáceas de confusa taxonomía, así como decenas de híbridos, entre los cuales se cuentan Musa acuminata, Musa balbisiana y Musa paradisiaca, las tres especies comprendidas bajo el epíteto común de bananeros.
Plantación de bananeros. Foto.
Los bananeros no son árboles, sino hierbas perennes de gran tamaño. Como las demás especies de Musa, carecen de verdadero tronco. En su lugar, poseen vainas foliares que se desarrollan formando estructuras llamadas pseudotallos, similares a fustes verticales de hasta 30 cm de diámetro basal que no son leñosos, y alcanzan los 7 m de altura. Las hojas del bananero se cuentan entre las más grandes del reino vegetal. Dispuestas en espiral, se despliegan hasta alcanzar 3 m de largo y 90 cm de ancho. Las hojas tienden a romperse espontáneamente a lo largo de las nervaduras, dándoles un aspecto desaliñado. Cada planta tiene normalmente entre 5 y 15 hojas, (10 es el mínimo para considerarla madura). Las hojas no viven más allá de dos meses, y en los trópicos se renuevan a razón de una por semana en la temporada de crecimiento.
El elemento perenne, es decir, el que garantiza la continuidad de la planta, es el rizoma, superficial o subterráneo, que posee meristemos a partir de los cuales nacen entre 200 y 500 raíces fibrosas, que pueden alcanzar una profundidad de 1,5 metros y cubrir cinco metros de superficie. Del rizoma también brotan vástagos ("chupones") que reemplazan al tallo principal después de florecer y morir este, lo que sucede después de florecer y fructificar. En los ejemplares cultivados sólo se deja normalmente uno para evitar debilitar la planta, pero en estado silvestre aparecen en gran cantidad; son la principal forma de difusión de las variedades estériles, que son la mayoría.
Inicio de una inflorescencia de bananero. Foto.
Unos diez a quince meses después del nacimiento del pseudotallo, cuando éste ya ha dado entre veinte y treinta hojas, nace directamente a partir del rizoma una inflorescencia que emerge del centro de los pseudotallos en posición vertical; parece un enorme capullo púrpura o violáceo que se afina hacia el extremo distal. Al abrirse, revela una estructura en forma de espiga, alrededor de cuyo grueso tallo se disponen en espiral hileras dobles de flores, agrupadas en racimos de diez a veinte que están protegidas por brácteas gruesas y carnosas de color purpúreo. A medida que las flores se desarrollan, las brácteas caen, un proceso que tarda entre diez días y un mes días para la primera hilera.
Grupo de flores femeninas.
Las primeras cinco a quince hileras son de flores femeninas, ricas en néctar; en ellas el tépalo compuesto alcanza los 5 cm de largo y los 1,2 cm de ancho; es blanco o más raramente violáceo por el interior, aunque el color trasluce a la vista desde fuera como una delicada tonalidad purpúrea. Su parte superior es amarilla a naranja, con los dientes de unos 5 mm de largo, los dos más exteriores dotados de un apéndice filiforme de hasta 2 mm de largo. El tépalo libre es aproximadamente de la mitad de tamaño, blanco o rosáceo, obtuso o truncado, con la apícula mucronada y corta. Las siguen unas pocas hileras de flores hermafroditas o neutras, y las masculinas en la zona apical.
Salvo en algunos pocos cultivares, las flores masculinas desaparecen inmediatamente después de abrirse, dejando el ápice de la espiga desnudo salvo por un capullo carnoso terminal que contiene capullos masculinos sin abrir. El enorme peso de las flores hace que el tallo floral se incline hacia el suelo en poco tiempo; a su vez, el fototropismo de las flores hace que se dirijan en su crecimiento hacia arriba. En las variedades híbridas cultivadas por su fruto, las flores masculinas son estériles. Los ovarios se desarrollan partenocárpicamente sin necesidad de polinización. Las motas oscuras en la pulpa indican restos de los óvulos sin desarrollar.
El fruto tarda entre 80 y 180 días en desarrollarse por completo. En condiciones ideales fructifican todas las flores femeninas, adoptando una apariencia de dedos gruesos que lleva a que se denomine mano a las hileras en las que se disponen. Puede haber entre 5 y 20 manos por espiga, aunque normalmente se trunca la misma parcialmente para evitar el desarrollo de frutos imperfectos y evitar que el capullo terminal consuma las energías de la planta. En total puede producir unos 300 a 400 frutos por espiga, que hacen que estas lleguen a pesar más de cincuenta kilos.


Tépalos (1,2), estambres estériles (3) y pistilo (4) de una flor hermafrodita de Musa paradisiaca. Foto.
El fruto es una falsa baya de 7 a 30 cm de largo y hasta 5 de diámetro. Está cubierta por un pericarpo coriáceo verde en el ejemplar inmaduro y amarillo intenso, rojo o bandeado verde y blanco al madurar. Es de forma lineal o falcada, entre cilíndrica y marcadamente angulosa según la variedad. El extremo basal se estrecha abruptamente hacia un pedicelo de 1 a 2 cm. La pulpa es blanca a amarilla, rica en almidón, dulce y carnosa, rica en fibras, carbohidratos, potasio, vitamina A, vitamina C y triptofano; además, es bajo en sodio y bajo en grasas. Es mucho más rico en calorías que la mayor parte de las frutas por su gran contenido en fécula; de los 125 gramos que pesa en promedio, el 25% es materia seca, que aporta unas 120 calorías que el el cuerpo puede quemar mucho más fácilmente que las que provienen de las grasas. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.



[1] En algunos países a veces se traza una diferencia entre las bananas, consumidas crudas como fruta de postre, y los plátanos, que por su superior contenido en fécula deben asarse o freírse antes de su ingesta.