Un ualabí (Macropus rufogriseus) junto a dos conejos europeos (Oryctolagus cuniculus) |
No sé por qué
me siento tan
incapaz de hablar.
No sé por qué
me siento tan
desollado vivo.
Mis
pensamientos están mal orientados
y son un poco
ingenuos.
Tiemblo y
babeo
como si
tuviera mixomatosis.
Thom Yorke, Myxomatosis. Del álbum Hail
to the Thief (2003).
De la
prensa (25/5/17): «Australia libera un virus letal para arrasar sus
poblaciones de conejos. Las autoridades australianas han liberado por todo su
territorio una cepa mortífera de un virus para arrasar sus poblaciones salvajes
de conejos. El patógeno, causante de la enfermedad hemorrágica, es tan letal
como el ébola y tan contagioso como la gripe. En solo un par de meses, el virus
ha eliminado el 42% de los ejemplares silvestres, según las cifras preliminares
del Gobierno de Nueva Gales del Sur, el estado más poblado de Australia.»
Década de 1950. Una plaga de
dimensiones bíblicas aniquila millones de conejos en los campos europeos.
Inglaterra no escapa a la infección. Impresionado por la muerte larga y
horrible que siembra la campiña inglesa de cadáveres, el gran poeta Philip Larkin escribió
su célebre poema Myxomatosis[1],
cuyo texto en inglés pueden leer
aquí; Años después, en 2002, el poema inspiraría a Thom Yorke, el líder del
grupo de rock alternativo Radiohead,
una canción cuyo texto original y su traducción al castellano pueden leer aquí.
El trampero, 1907. |
La historia comienza en 1859,
cuando un acaudalado colono inglés, Thomas Austin, decidió
convertir parte de su finca cercana a Melbourne en un rentable coto de caza. Para conseguirlo, introdujo
veinticuatro conejos europeos (Oryctolagus
cuniculus). No calculó bien, aunque –todo hay que decirlo- si Austin
quería conejos tuvo conejos, demasiados conejos. Los recién llegados lagomorfos,
sin apenas depredadores y con toda la hierba del mundo para comer, se sintieron
como un grupo de hooligans ingleses en Pollensa: se convirtieron en una peste. Austin
no calculó bien la capacidad reproductiva de sus inquilinos. La reproducción de
los conejos es un caso típico de crecimiento exponencial, cuya incomprensión –como
dejé escrito en un artículo anterior- es una de las causas fundamentales de
la insostenibilidad de nuestro modelo socioeconómico y demográfico. Les remito a
ese artículo para que profundicen en ello. Me limitaré ahora a recomendarles este sencillo vídeo que lo
explica con claridad.
Gracias al crecimiento
exponencial, los veinticuatro conejos de Austin se habían convertido entre 1859
y 1887 en unos veinte millones, sin tener en cuenta los que habían sido
cazados. Un hábitat favorable, la abundancia de alimentos, la falta de un
enemigo natural y la gran velocidad con la que se reproducen causaron la
difusión más rápida de un mamífero jamás observada en el mundo. A principios
del siglo XX la plaga era de tal magnitud que en amplias zonas del país la
vegetación herbácea había sido arrasada y numerosas especies de herbívoros nativos
estaban en grave peligro de extinción por falta de alimento.
Las autoridades
australianas adoptaron diferentes medidas: se incentivó la caza, se repartieron
miles de trampas y veneno, se construyeron cercas especiales para conejos; en
1900 decidieron levantar una valla de 1.700 kilómetros para impedir el paso de
los conejos a la parte occidental de la isla. No funcionó. Sobre la tumba de
Austin no crecían las flores: se las comían los descendientes de sus orejudos invitados.
Aunque se eliminaron millones de conejos, la plaga persistió.
Conejos
bebiendo en un pozo de agua. Wardang Island, Australia del Sur, 1938. Fuente. |
En la década de 1920, la
población de conejos alcanzó un pico de 10.000 millones de individuos, una
verdadera peste que empujó a las autoridades australianas a organizar
iniciativas de todo tipo para luchar contra la plaga bíblica. Empezaron con
importar a sus enemigos naturales: los zorros. Estos, sin embargo, descubrieron
que cazar a los lentos marsupiales nativos, como los ualabíes, era mucho más
cómodo y dejaron en paz a los rápidos conejos. Al igual que los gatos antes que
ellos, los zorros también se reprodujeron de forma espectacular, cazando
también a muchas especies de aves. La disminución progresiva de las aves hizo
aumentar el número de insectos dañinos para los árboles y los eucaliptos. Los
australianos entonces decidieron salvar a los eucaliptos disparando a los
koalas, responsables, en su opinión, de la desaparición gradual de los bosques.
Se arrepintieron a tiempo, justo antes de exterminarlos a todos. En esos
momentos dirigieron la mirada hacia los conejos suramericanos.
Sylvilagus
es un género que incluye trece especies distribuidas por amplias zonas de Norte
y Sudamérica, conocidas comúnmente como conejos de cola de algodón por la cola
de denso pelo blanco que algunas especies levantan cuando corren o caminan. La
especie más conocida y abundante es el conejo de Virginia (Sylvilagus floridanus), distribuido desde el sur de Canadá al norte
de Colombia y Venezuela e introducido en algunas zonas de Europa con fines
cinegéticos, aunque de forma tan escasa que no ha formado poblaciones estables
con la excepción de Italia donde se ha
establecido y sus poblaciones están en crecimiento.
Vayamos ahora hasta el Montevideo
de 1896. Por encargo del Gobierno uruguayo, el prestigioso bacteriólogo
italiano Giuseppe Sanarelli
había creado un instituto de higiene experimental en la Universidad de
Montevideo. Allí Sanarelli descubrió un virus que mataba conejos, pero sólo los
conejos europeos (Oryctolagus cuniculus),
pero que dejaba como si tal cosa a los sudamericanos del género Sylvilagus. S. floridanus era el portador original del virus de la mixomatosis,
al cual es inmune.
Sylvilagus floridanus. Fuente |
Como algunas noticias vuelan, por
más que por aquellas fechas nada se sabía de los hermanos Wright, el
dato del virus de los conejos viajó hacia el norte y llegó a Brasil. Allí, Henrique
de Beaurepaire Aragão, uno de los pioneros de la medicina tropical, juntó
esa información con otra que conocía muy bien: la de la existencia de una plaga
en Australia de conejos quienes, ya saben, se reproducían como conejos y habían
convertido los campos australianos en una especie de Armaggedon ecológico.
En 1919, Aragão llamó a Australia
y pasó el dato. En 1951 se aisló el virus y el veterinario y virólogo Frank
Fenner tuvo la brillante idea de usarlo para terminar con la plaga de conejos cimarrones
procedentes de Europa que estaban tan cómodamente instalados en las Antípodas. Los
conejos europeos, extraordinariamente vulnerables, se redujeron allí a razón de
miles de ejemplares muertos cada año. La población se redujo drásticamente: de 600
millones a 100 millones en dos años. Pero ojo, 100 millones de conejos son
muchos conejos y más si algunos estaban inmunizándose al virus que resultaba
letal para la mayoría de ellos.
Mientras tanto, en su tierra
natal a los conejos europeos les iba fenomenal. Durante décadas científicos de
Gran Bretaña, Alemania y Francia buscaron un remedio contra la plaga en que se
habían convertido los conejos como consecuencia de haber diezmado o extinguido
sus depredadores naturales y de haber promovido la cunicultura como una fuente
importante de carne y pelo. El médico y bacteriólogo francés Paul Felix Armand-Delille
creyó encontrar la solución. Dos años después del holocausto australiano,
Armand-Delille, ya jubilado, quiso hacer una prueba en su hacienda de
Eure-et-Loir. Con cierto candor y poniéndose la venda antes de la herida, decidió
inocular sólo a una pareja de conejos. Nunca debió hacerlo.
El efecto sobre la población de
conejos franceses fue fulminante. Un año después, la mitad de los conejos de
Francia había pasado a mejor vida, para su sorpresa, para contento de los
granjeros, y para la furia de los cazadores. En la temporada de caza previa a
la liberación del virus, 1952-53, el número total de conejos cazados en veinticinco
cotos superó los 55 millones. Durante la temporada 56-57, en esos mismos cotos,
los cazadores solamente abatieron 1,3 millones: una reducción del 98%. Mientras
tanto, el resto de Europa estaba infectada, Inglaterra incluida. Era el año
1954, y el espantado Philip Larkin pudo escribir Myxomatosis.
Superado el primer holocausto, los
conejos australianos y los europeos habían ido inmunizándose frente a la cepa
del virus original. Ahora vuelve la locura: las autoridades australianas han
propagado, en unos 600 lugares, la nueva cepa K5 del conocido virus de la
enfermedad hemorrágica del conejo. La cepa, denominada científicamente RHDV1
K5, se ha aislado en Corea del Sur y solo afecta a los conejos silvestres. Volverán
a fracasar, porque la naturaleza es impredecible e intentar controlarla es pura
utopía. En un ecosistema inalterado, los organismos tienen mecanismos internos
que limitan su población. Sin embargo, cuando se escapan de esos mecanismos y
están lejos de su hábitat, criaturas aparentemente inofensivas pueden
reproducirse tan rápidamente como para causar una verdadera devastación.
«Locura es hacer la misma cosa
una y otra vez esperando obtener diferentes resultados», escribió Albert Einstein.
Pues eso: el eterno retorno de lo mismo. ©Manuel Peinado Lorca
[1] Atrapado en el
centro de un campo sin sonido / mientras pasan las inexplicables horas
abrasadoras / ¿Qué trampa es esta? ¿Dónde estaban ocultos sus dientes? / parece
que estás preguntándote. / Yo contesto agudamente, / y limpio la estaca. Me
alegro por no poder explicar / exactamente bajo qué fauces ibas a supurar: /
puede que hayas pensado que las cosas iban a volver a estar bien / si sólo te
hubieras quedado bien quietito a esperar.