Jefes sioux. Fotografía de Edward S. Curtis. Librería del Congreso. |
Mediante tratados que nunca cumplieron y
órdenes ejecutivas de desahucio directo, entre 1776 y 1887 los Estados Unidos se
apropiaron de más de 600 millones de hectáreas (12 veces el tamaño de España
peninsular) pertenecientes a los pueblos indígenas de Norteamérica. Ese fue,
sin lugar a dudas, el mayor desahucio de la historia.
Como ha sucedido en todo el mundo, la
historia de Estados Unidos se ha escrito desde dos perspectivas diferentes: el
complaciente y el crítico. Entre los primeros se cuenta el clásico de Paul
Johnson Estados Unidos. La historia (Vergara,
2001); entre los segundos, los publicados por el historiador Howard Zinn, cuyo
epítome es La otra historia de Estados
Unidos. Desde 1492 hasta hoy (Argitaletxe Hiru, 2005). Al situar la centralidad
de su narración en los nativos americanos, West
of the Revolution: An uncommon history of 1776 (Al oeste de la Revolución: una
historia poco frecuente de 1776), el profesor de la Universidad de Georgia Claudio
Saunt se sitúa en el bando de los heterodoxos.
Eskadi, un indio apache en 1903. Foto Edward S. Curtis. Librería del Congreso. |
Según las narrativas estándar de la Revolución
Americana, que repiten una frase del Concord Hymn de Ralph Waldo
Emerson, el camino hacia la independencia comenzó con un «disparo que resonó en todo el mundo». Pero el libro
de Claudio Saunt viene a recordarnos que cuando las trece colonias se unieron
contra los británicos y declararon su independencia, la mayor parte del
continente apenas se enteró. De hecho, las colonias representaban menos del 4%
de la población total de América del Norte en ese momento y, sin embargo, la
mayoría de las narraciones del siglo XVIII se fijan en ese minúsculo porcentaje.
El foco de Saunt sobre el período revolucionario contempla
a los habitantes de la costa atlántica como una pieza más del abigarrado
tablero continental. Es una llamada de atención al extendido discurso histórico
popular que considera a los pueblos indígenas como insignificantes en la
historia americana hasta que los Estados Unidos los trajeron al redil. Saunt
nos recuerda que entre Alaska y los Apalaches había miles de pueblos y aldeas
cuyos millones de habitantes hablaban diversos idiomas y pertenecían a una
multitud de naciones.
La «mudanza de los indios», el eufemismo aplicado al despojo practicado sobre
los nativos, despejó el territorio entre los montes Apalaches y el Mississippi
para que fuera ocupado por los blancos. En su libro The Disinherited (Los
desheredados), Dale Van Every resumió lo que significaba la
"mudanza" para el indio: «El indio era
especialmente sensible a cada atributo sensorial de cada rasgo natural de su entorno.
Vivía al aire libre. Conocía cada marisma, claro de bosque, paso de montaña, roca,
manantial, cañón, como sólo los conoce el cazador. Nunca había acabado de
comprender el principio que guiaba la propiedad privada de la tierra, ni veía
que fuera más racional que la propiedad del aire. Pero quería la tierra con una
emoción más honda que ningún propietario. Se sentía tan parte de ella como las
rocas o los árboles, los animales y los pájaros. Su patria era tierra sagrada,
bendecida como la morada de los huesos de sus antepasados y el santuario natural
de su religión».
Se despejó el continente para sembrar algodón en el
Sur y cereales en el Norte, para la expansión, la inmigración, los canales, los
ferrocarriles, las nuevas ciudades, para reemplazar las gigantescas manadas de
bisontes por rebaños de ganado y para la construcción de un inmenso imperio anglosajón
a escala continental que se extendería desde los Apalaches hasta el Pacífico.
El coste en vidas humanas no puede calcularse con exactitud, y en sufrimientos,
ni siquiera de forma aproximada. La mayoría de los libros de historia que se
estudian en las escuelas norteamericanas pasan de puntillas sobre esta época.
Como Zinn y Van Every, Saunt pone su empeño en abrir las ventanas para airear
la historia.
Cuando Jefferson
llegó a la presidencia en 1800, había 700.000 colonos blancos al oeste de los Apalaches
y de las Alleghenies. Cuando, con la compra a Francia del territorio de
Luisiana en 1803, se dobló el tamaño de la nación -extendiendo de esta forma la
frontera occidental desde los montes Apalaches, cruzando el Mississippi, hasta
las montañas Rocosas- Jefferson propuso al Congreso que a los indios se les
debería de animar a establecerse en territorios más reducidos y dedicarse a la
agricultura. «Se consideraron dos medidas
urgentes. La primera era la de animarlos a que abandonaran la caza... En
segundo lugar, se fomentaron los puestos comerciales entre ellos, llevándoles
de esta forma hacia la agricultura, la industria y la civilización...»
(Zinn, 2005: 123). El vocabulario de Jefferson resulta revelador «agricultura…
industria... civilización». La "mudanza" de los indios era necesaria
para el desarrollo de la economía capitalista moderna. Para todo esto, la
tierra resultaba indispensable, así que después de la Revolución, los
especuladores ricos, incluidos George Washington y Patrick Henry, dos de los
patricios estadounidenses, compraron enormes áreas del territorio.
Todo el legado
espiritual indio hablaba en contra de marcharse de sus tierras. Un viejo jefe
choctaw había dicho, años atrás, en respuesta a las propuestas de marcha hechas
por el presidente Monroe «Lamento no
poder cumplir con el deseo de mi padre. Queremos quedarnos aquí, en la tierra
donde hemos crecido como las hierbas del bosque, no queremos que nos
trasplanten en otra tierra». Un jefe seminola dijo a John Quincy Adams «Aquí cortaron nuestros cordones umbilicales
y aquí nuestra sangre se hundió en la tierra, haciendo que este país nos sea
tan querido.»
Andrew Jackson |
Andrew Jackson,
séptimo Presidente, encontró la fórmula más adecuada para domesticar a los
indios. No se podía "obligar" a los indios a ir hacia el Oeste. Pero
si decidían quedarse, tendrían que acomodarse a las leyes estatales, que
destruían sus derechos tribales y personales, y los exponía a vejaciones interminables
y a la invasión de colonos blancos que deseaban sus tierras. Sin embargo, si se
marchaban, el Gobierno federal les daba apoyo económico y les prometía tierras
más allá del Mississippi. Las instrucciones de Jackson a un mayor del ejército
enviado para hablar con los choctaws y los cherokees, lo contemplaba así: «Decid a los jefes y a los guerreros que soy
su amigo, pero deben confiar en mí y marchar de los límites de los estados de
Mississippi y Alabama y establecerse en tierras que les ofrezco ahí, más allá
de los límites de ningún estado, en posesión de tierra suya, que poseerán
mientras crezca la hierba y corra el agua. Seré su amigo y su padre y les
protegeré.»
La frase
"mientras crezca la hierba y corra el agua" sería recordada con
amargura por generaciones de indios en el período que cubre el libro de Claudio
Saunt. Este mapa
interactivo, elaborado por Saunt para acompañar a su narración, muestra
imágenes cronológicas de cómo los nativos norteamericanos fueron perdiendo sus
tierras entre 1776 y 1887. Conforme las tierras indias (en azul en el mapa) van
desapareciendo, aparecen pequeñas zonas rojas, que significan el asentamiento
de nuevas reservas para alojar a los indios despojados de sus ancestrales
territorios de caza. En el mapa una pestaña muestra el tiempo transcurrido en
cada uno de los avances de los blancos en su imparable codicia por las tierras
de los amerindios.
Mientras que la función de lapso de tiempo es el
aspecto visual más impresionante de este mapa interactivo, la opción "Source
Map" ofrece detalles muy interesantes. Al seleccionar un mapa de origen y,
a continuación, hacer zoom en el estado que se haya seleccionado, se pueden ver
los detalles del mapa utilizado para generar esa sección del interactivo. Una ventana
emergente indica qué nación indígena residía en ese territorio y la fecha del
tratado u orden ejecutiva que transfirió el área al Gobierno, además de ofrecer
enlaces externos a las descripciones del tratado y del terreno anexionado.
En la pestaña "About" del sitio (accesible
haciendo clic en el signo de interrogación), Saunt aclara que las fronteras que
se desplazan hacia el oeste a veces pueden ser vagas. Por ejemplo, cuando se
firmó en 1791 el tratado con
los cherokees mediante el cual estos cedían “graciosamente” las
tierras donde actualmente está Knoxville (Tennessee), la descripción del
tratado cita topónimos como la “desembocadura del río Duck", lo que
constituye un enfoque amplio que permite una interpretación creativa. Cuando se
trata de tribus semi-nómadas, escribe Saunt, los negociadores a veces designaban
una pequeña reserva en lugar de describir los límites exactos de la cesión.
El propósito de tales vaguedades está claro: actuar
con mayor precisión cartográfica y ajustándose a la legalidad que requiere la
cesión de tierras mediante escrituras públicas, habrían hecho imposible incautarse
tantos territorios en tan poco tiempo. Como la historia, los tratados los
redactaban siempre los vencedores. ©Manuel Peinado
Lorca