domingo, 28 de mayo de 2017

A vuelta con los conejos o el eterno retorno de la locura

Un ualabí (Macropus rufogriseus) junto a dos conejos europeos (Oryctolagus cuniculus)

No sé por qué
me siento tan incapaz de hablar.
No sé por qué
me siento tan desollado vivo.
Mis pensamientos están mal orientados
y son un poco ingenuos.
Tiemblo y babeo
como si tuviera mixomatosis.
Thom Yorke, Myxomatosis. Del álbum Hail to the Thief (2003).

De la prensa (25/5/17): «Australia libera un virus letal para arrasar sus poblaciones de conejos. Las autoridades australianas han liberado por todo su territorio una cepa mortífera de un virus para arrasar sus poblaciones salvajes de conejos. El patógeno, causante de la enfermedad hemorrágica, es tan letal como el ébola y tan contagioso como la gripe. En solo un par de meses, el virus ha eliminado el 42% de los ejemplares silvestres, según las cifras preliminares del Gobierno de Nueva Gales del Sur, el estado más poblado de Australia.»

Década de 1950. Una plaga de dimensiones bíblicas aniquila millones de conejos en los campos europeos. Inglaterra no escapa a la infección. Impresionado por la muerte larga y horrible que siembra la campiña inglesa de cadáveres, el gran poeta Philip Larkin escribió su célebre poema Myxomatosis[1], cuyo texto en inglés pueden leer aquí; Años después, en 2002, el poema inspiraría a Thom Yorke, el líder del grupo de rock alternativo Radiohead, una canción cuyo texto original y su traducción al castellano pueden leer aquí.

El trampero, 1907.
La historia comienza en 1859, cuando un acaudalado colono inglés, Thomas Austin, decidió convertir parte de su finca cercana a Melbourne en un rentable coto de caza. Para conseguirlo, introdujo veinticuatro conejos europeos (Oryctolagus cuniculus). No calculó bien, aunque –todo hay que decirlo- si Austin quería conejos tuvo conejos, demasiados conejos. Los recién llegados lagomorfos, sin apenas depredadores y con toda la hierba del mundo para comer, se sintieron como un grupo de hooligans ingleses en Pollensa: se convirtieron en una peste. Austin no calculó bien la capacidad reproductiva de sus inquilinos. La reproducción de los conejos es un caso típico de crecimiento exponencial, cuya incomprensión –como dejé escrito en un artículo anterior- es una de las causas fundamentales de la insostenibilidad de nuestro modelo socioeconómico y demográfico. Les remito a ese artículo para que profundicen en ello. Me limitaré ahora a recomendarles este sencillo vídeo que lo explica con claridad.

Gracias al crecimiento exponencial, los veinticuatro conejos de Austin se habían convertido entre 1859 y 1887 en unos veinte millones, sin tener en cuenta los que habían sido cazados. Un hábitat favorable, la abundancia de alimentos, la falta de un enemigo natural y la gran velocidad con la que se reproducen causaron la difusión más rápida de un mamífero jamás observada en el mundo. A principios del siglo XX la plaga era de tal magnitud que en amplias zonas del país la vegetación herbácea había sido arrasada y numerosas especies de herbívoros nativos estaban en grave peligro de extinción por falta de alimento.

Las autoridades australianas adoptaron diferentes medidas: se incentivó la caza, se repartieron miles de trampas y veneno, se construyeron cercas especiales para conejos; en 1900 decidieron levantar una valla de 1.700 kilómetros para impedir el paso de los conejos a la parte occidental de la isla. No funcionó. Sobre la tumba de Austin no crecían las flores: se las comían los descendientes de sus orejudos invitados. Aunque se eliminaron millones de conejos, la plaga persistió.

Conejos bebiendo en un pozo de agua.
Wardang Island, Australia del Sur, 1938. Fuente.
En la década de 1920, la población de conejos alcanzó un pico de 10.000 millones de individuos, una verdadera peste que empujó a las autoridades australianas a organizar iniciativas de todo tipo para luchar contra la plaga bíblica. Empezaron con importar a sus enemigos naturales: los zorros. Estos, sin embargo, descubrieron que cazar a los lentos marsupiales nativos, como los ualabíes, era mucho más cómodo y dejaron en paz a los rápidos conejos. Al igual que los gatos antes que ellos, los zorros también se reprodujeron de forma espectacular, cazando también a muchas especies de aves. La disminución progresiva de las aves hizo aumentar el número de insectos dañinos para los árboles y los eucaliptos. Los australianos entonces decidieron salvar a los eucaliptos disparando a los koalas, responsables, en su opinión, de la desaparición gradual de los bosques. Se arrepintieron a tiempo, justo antes de exterminarlos a todos. En esos momentos dirigieron la mirada hacia los conejos suramericanos.

Sylvilagus es un género que incluye trece especies distribuidas por amplias zonas de Norte y Sudamérica, conocidas comúnmente como conejos de cola de algodón por la cola de denso pelo blanco que algunas especies levantan cuando corren o caminan. La especie más conocida y abundante es el conejo de Virginia (Sylvilagus floridanus), distribuido desde el sur de Canadá al norte de Colombia y Venezuela e introducido en algunas zonas de Europa con fines cinegéticos, aunque de forma tan escasa que no ha formado poblaciones estables con la excepción de Italia donde se ha establecido y sus poblaciones están en crecimiento.

Vayamos ahora hasta el Montevideo de 1896. Por encargo del Gobierno uruguayo, el prestigioso bacteriólogo italiano Giuseppe Sanarelli había creado un instituto de higiene experimental en la Universidad de Montevideo. Allí Sanarelli descubrió un virus que mataba conejos, pero sólo los conejos europeos (Oryctolagus cuniculus), pero que dejaba como si tal cosa a los sudamericanos del género Sylvilagus. S. floridanus era el portador original del virus de la mixomatosis, al cual es inmune.

Sylvilagus floridanus. Fuente
Como algunas noticias vuelan, por más que por aquellas fechas nada se sabía de los hermanos Wright, el dato del virus de los conejos viajó hacia el norte y llegó a Brasil. Allí, Henrique de Beaurepaire Aragão, uno de los pioneros de la medicina tropical, juntó esa información con otra que conocía muy bien: la de la existencia de una plaga en Australia de conejos quienes, ya saben, se reproducían como conejos y habían convertido los campos australianos en una especie de Armaggedon ecológico.

En 1919, Aragão llamó a Australia y pasó el dato. En 1951 se aisló el virus y el veterinario y virólogo Frank Fenner tuvo la brillante idea de usarlo para terminar con la plaga de conejos cimarrones procedentes de Europa que estaban tan cómodamente instalados en las Antípodas. Los conejos europeos, extraordinariamente vulnerables, se redujeron allí a razón de miles de ejemplares muertos cada año. La población se redujo drásticamente: de 600 millones a 100 millones en dos años. Pero ojo, 100 millones de conejos son muchos conejos y más si algunos estaban inmunizándose al virus que resultaba letal para la mayoría de ellos.

Mientras tanto, en su tierra natal a los conejos europeos les iba fenomenal. Durante décadas científicos de Gran Bretaña, Alemania y Francia buscaron un remedio contra la plaga en que se habían convertido los conejos como consecuencia de haber diezmado o extinguido sus depredadores naturales y de haber promovido la cunicultura como una fuente importante de carne y pelo. El médico y bacteriólogo francés Paul Felix Armand-Delille creyó encontrar la solución. Dos años después del holocausto australiano, Armand-Delille, ya jubilado, quiso hacer una prueba en su hacienda de Eure-et-Loir. Con cierto candor y poniéndose la venda antes de la herida, decidió inocular sólo a una pareja de conejos. Nunca debió hacerlo.

El efecto sobre la población de conejos franceses fue fulminante. Un año después, la mitad de los conejos de Francia había pasado a mejor vida, para su sorpresa, para contento de los granjeros, y para la furia de los cazadores. En la temporada de caza previa a la liberación del virus, 1952-53, el número total de conejos cazados en veinticinco cotos superó los 55 millones. Durante la temporada 56-57, en esos mismos cotos, los cazadores solamente abatieron 1,3 millones: una reducción del 98%. Mientras tanto, el resto de Europa estaba infectada, Inglaterra incluida. Era el año 1954, y el espantado Philip Larkin pudo escribir Myxomatosis.

Superado el primer holocausto, los conejos australianos y los europeos habían ido inmunizándose frente a la cepa del virus original. Ahora vuelve la locura: las autoridades australianas han propagado, en unos 600 lugares, la nueva cepa K5 del conocido virus de la enfermedad hemorrágica del conejo. La cepa, denominada científicamente RHDV1 K5, se ha aislado en Corea del Sur y solo afecta a los conejos silvestres. Volverán a fracasar, porque la naturaleza es impredecible e intentar controlarla es pura utopía. En un ecosistema inalterado, los organismos tienen mecanismos internos que limitan su población. Sin embargo, cuando se escapan de esos mecanismos y están lejos de su hábitat, criaturas aparentemente inofensivas pueden reproducirse tan rápidamente como para causar una verdadera devastación.

«Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados», escribió Albert Einstein. Pues eso: el eterno retorno de lo mismo. ©Manuel Peinado Lorca




[1] Atrapado en el centro de un campo sin sonido / mientras pasan las inexplicables horas abrasadoras / ¿Qué trampa es esta? ¿Dónde estaban ocultos sus dientes? / parece que estás preguntándote. / Yo contesto agudamente, / y limpio la estaca. Me alegro por no poder explicar / exactamente bajo qué fauces ibas a supurar: / puede que hayas pensado que las cosas iban a volver a estar bien / si sólo te hubieras quedado bien quietito a esperar.

sábado, 27 de mayo de 2017

1432: A cada año le llega su Ramadán

Para el millón y medio de fieles musulmanes que viven en España, el mes de Ramadán, que ha comenzado hoy, 27 de mayo, y terminará el próximo 25 de junio, será particularmente duro porque a los calores casi estivales que nos castigan se une que, desde el alba hasta el anochecer, los musulmanes tienen prohibido comer, beber y mantener relaciones sexuales (considerando que, como es sabido, sudar refresca, el efecto de la temperatura sobre el fornicio plantea serias dudas). Tal y como sucede con los cambios de fechas que afectan a las festividades religiosas cristianas de las que me ocupé el día de San Isidro, las del Islam dependen también de los movimientos del Sol y la Luna.
Para los musulmanes este es el año 1432 de su calendario religioso, porque para ellos todo comienza con la Hégira, que conmemora el viaje de Abu l-Qasim Muhammad ibn ‘Abd Allāh al-Hashimi al-Qurashi (vulgo Mahoma) desde La Meca a Medina y no al revés, como habitualmente se piensa. Ante las dudas de cuándo tuvo lugar exactamente tan trascendental evento, el califa Umar decidió por la cara y sin más fundamento que el que otorga el poder, que el viaje de marras había ocurrido el año equivalente al 622 de nuestra Era (Umar, claro está, no tenía ni idea del calendario Gregoriano, que fue inventado casi mil años después, en 1532, pero permítanme la licencia porque me viene al pelo para situarme yo y para intentar situar cronológicamente hablando a mis improbables lectores). Desde la decisión califal, los musulmanes toman el primer día del año lunar en el que se produjo la Hégira como el primero de la era musulmana. En consecuencia, el 622 de la Era Cristiana se convirtió en el primer año del almanaque musulmán.
La Luna ostenta dos récords: es el satélite más grande del Sistema Solar en relación al tamaño de su planeta (mis excusas a Caronte), y es el único cuerpo celeste en el que el hombre ha realizado un descenso tripulado (considerando los recortes presupuestarios propuestos por Trump y que los rusos están ocupados en otras cosas, es previsible que el segundo récord permanezca mucho tiempo). La Luna tarda el mismo tiempo en dar una vuelta sobre sí misma que en torno a la Tierra, por lo que presenta siempre la misma cara (lo que inspiró, como es sabido, a Pink Floyd), es decir 27 días, 7 horas y 43 minutos, por lo que los años lunares resultan ser aproximadamente de 354 días y pico (el pico de horas, minutos y segundos pueden buscarlo en Wikipedia) y no los 365 que corresponden al año solar. El año lunar es, pues, 11 días más corto que solar, por lo que las fechas del calendario musulmán no coinciden, obviamente, con las fechas del calendario gregoriano.
Ramadán es el nombre del noveno mes del calendario musulmán, un mes que presenta la caprichosa peculiaridad que los meses comienzan cuando es visible el primer cuarto creciente después de la luna nueva, es decir, un par de días después de ésta. Determinar con exactitud cuándo se considera visible el citado cuarto es una cuestión transcendental de cara al cumplimiento de las obligaciones religiosas asociadas al Ramadán. Teniendo en cuenta que el primer telescopio no se inventó hasta que se le ocurrió al gerundense Juan Roget en1590 (no caigan en la trampa de adjudicárselo a Galileo, a quien se le apunta todo), el califa Umar y sus asesores no se anduvieron por las ramas: el mes comenzaría cuando el susodicho cuarto creciente fuera visible a simple vista. Ahí es nada. A más de dejar a ciegos y miopes fuera de juego, resulta que el Ramadán no empieza nunca en el mismo momento en dos lugares diferentes ni para dos observadores diferentes. A Umar y su cofradía astronómica ni se les pasaba por la cabeza eso de los dos hemisferios, con sus antípodas, sus pingüinos y otras lindezas. Claro que Umar se ajustó a la profecía de Mahoma: «Ayunad a su visión y romped a su visión y si se os oculta [la Luna por causa atmosférica, esto lo digo yo] concluid el mes de Ramadán contando treinta días. Igualmente, al comienzo del mes de Ramadán se contarán treinta días de sha'ban si no es visible el nacimiento de la Luna». Más claro, agua.
Como siempre hay fieles hipercríticos (y un tanto impíos, según imanes, mulás y compañeros mártires) que cuestionan los fundamentos religiosos por preclaros que estos sean y se dedican, como si no hubiera otra cosa que hacer, a hurgar en asuntos que mejor seguirían estando quedos como han estado mil años, un astrónomo musulmán a rajatabla ha salido al quite y ofrece datos precisos acerca de cuándo fijar con exactitud el comienzo del Ramadán. Muy oportunamente, el número 333 de la muy prestigiosa y sesuda revista científica Science se ocupó del tema en su ecléctico apartado “Ciencia y religión” en el que, con poco éxito, intenta mezclar agua con aceite y churras con merinas. Science reprodujo un extracto de una entrevista con el astrónomo de origen argelino Guessoum Nidhal, un musulmán sunita, quien califica la fijación del comienzo del Ramadán como una datación «caótica y una vergüenza» para el Islam (tal calificación es suya, no mía; las reclamaciones al maestro armero). Muy acertadamente, el doctor Nidhal, profesor en la Universidad Americana de Sharjah en los Emiratos Árabes Unidos, comienza su meritísima disertación diciendo que el mundo es muy grande y la vista de los mortales variable (opinión apoyada unánimemente por ópticos y oftalmólogos, que de no ser así no venderían ni una escoba), factores ambos que hacen que las autoridades islámicas locales fijen el comienzo del ayuno cada una a su bola.
Nidhal, vicepresidente de una organización internacional conocida como Proyecto de Observación de la Media Luna Islámico (ICOP), cuyos socios caben sobradamente en un Fiat 500, y uno de los más prominentes defensores de un enfoque científico para la cuestión religiosa (eso de mezclar aceite y agua parece ser lo suyo), manifiesta que hay que poner fin a tamaña confusión porque le preocupa «saber si puede mantener una reunión el 30 de agosto», y porque «quiere poner al Islam en la vanguardia de la ciencia», para «poder integrar la ciencia en la vida social y cultural musulmana». Convencido de la tontuna de que la ciencia puede ayudar a resolver problemas prácticos en la fe musulmana, el astrónomo insiste en explicar allí donde le dejan perorar cómo las técnicas astronómicas pueden ayudar a determinar los tiempos de oración en países alejados del ecuador o establecer la dirección de La Meca, cuestión esta última fundamental, porque según una encuesta de Metroscopia, los musulmanes que viven en Lavapiés tienden a rezar mirando a El Corte Inglés. Como no podía ser menos, los beneméritos intentos de aplicar la ciencia a los rituales islámicos le han ganado a Nidhal el respeto de los cuatro gatos del Fiat 500, pero ha agitado a los fundamentalistas religiosos, los cuales, de momento, y afortunadamente para él, se limitan a ponerlo a parir por escrito.
Nidhal se dedica desde hace años en exclusiva, con gran entusiasmo de mulás y talibanes, a diseñar programas informáticos capaces de predecir, esté donde esté el atribulado fiel, el momento exacto en que la llamada “Media Luna Roja” se hace visible. Con esos modelos, el iluso Guessoum quiere proponer sendos calendarios islámicos, uno universal, en el que el inicio de cada mes esté vinculado a un determinado día en el calendario gregoriano internacional, y otro bizonal para el cálculo por separado en varios continentes. El tozudo (¿debería decir lunático?) Nidhal espera que los clérigos empiecen por probar homeopáticamente el calendario bizonal para luego comulgar con las ruedas de molino de la versión universal. Tarea difícil, se me antoja, porque a lo largo de la historia del Islam otros muchos científicos incautos han propuesto otras soluciones racionales, pero los jerarcas eclesiásticos musulmanes, siempre con sus tiquismiquis, se han mantenido atados a sus seculares observaciones a ojo de buen cubero.
Nidhal se autodefine como un racionalista y un pragmático, pero, en su vano intento de conjugar las creencias con la mera razón, pasa por alto que, a lo largo de la evolución humana, el córtex cerebral, donde radica la inteligencia, se sobrepuso a los bulbos límbicos, que gobiernan nuestras emociones. Desde ese momento la ciencia y las creencias han seguido caminos dispares, cada vez más discordantes que ni Nidhal ni nadie puede lograr hacer confluir por más empeño que pongan. 
En resumen, que Nidhal ha optado por lo que dijo san Juan: «la verdad libera», y no por lo que recomendaba san Francisco de Quevedo: «Esas cosas, aunque sean verdad, no se han decir». Con los tiempos que corren y tal y como se las gastan algunos, más le valiera optar por san Quevedo. ©Manuel Peinado Lorca

viernes, 26 de mayo de 2017

Guisantes al loro: El oído de las plantas

Flores del guisante, Pisum sativum. Fuente
Debido a que el agua es esencial para la vida, los organismos han desarrollado una amplia gama de estrategias para hacer frente a las limitaciones hídricas, incluyendo la búsqueda activa de los niveles de humedad requeridos para evitar la deshidratación. Las plantas usan gradientes de humedad para dirigir sus raíces a través del suelo una vez que se detecta una fuente de agua, pero la forma en que detectan la fuente es desconocida.
Un estudio publicado este mes en la revista Oecology sugiere que algunas plantas son capaces de usar el sonido para localizar el agua. Sí han leído bien: sonido. Aunque cuando se dice que a las plantas les gustan ciertos tipos de música se entra en el mundo de la seudociencia, la rigurosa investigación que apoya ese estudio, como otros que mencionaba en este artículo, sugiere que las plantas pueden ser capaces de detectar vibraciones e interpretarlas en su beneficio.
El equipo de la doctora Monica Gagliano, de la Universidad de Australia Occidental, hizo germinar semillas de guisante (Pisum sativum) en dispositivos especialmente diseñados. Cada dispositivo era como una Y invertida (Ver la figura adjunta). Ideó una serie de experimentos para forzar a las plántulas de guisantes a que “eligieran” la dirección de enraizamiento que les fuera más favorable utilizando el extremo de cada brazo. En unos experimentos utilizó agua estancada en uno de los brazos mientras que por el otro pasaba agua que fluía a través de una cañería. En otros experimentos simplemente colocaba pequeños altavoces que emitían sonidos de agua fluyente en uno de los extremos mientras que el otro permanecía en silencio.
Artilugio usado en el experimento. Fuente
Durante cinco días dejó que los guisantes crecieran y después comprobó en qué dirección habían crecido las raíces. Sorprendentemente, los guisantes parecían ser capaces de distinguir el sonido del agua fluyente: los que pudieron elegir entre el agua estancada o el agua fluyente, dirigieron sus raíces en dirección al brazo de esta última. Es decir, las raíces fueron capaces de localizar el agua mediante la detección de las vibraciones generadas por el agua fluyente dentro de las tuberías, incluso en ausencia de humedad del sustrato. Cuando la humedad y las señales acústicas estaban disponibles, las raíces preferentemente utilizaron la humedad en el suelo sobre las vibraciones acústicas, lo que sugiere que los gradientes acústicos permiten a las raíces detectar nítidamente una fuente de agua a distancia, mientras que los gradientes de humedad les ayudan a alcanzar su objetivo con mayor precisión.
Curiosamente, las plantas colocadas entre la alternativa de elegir entre el sonido del agua y el silencio, optaban por dirigir sus raíces hacia el brazo silencioso evitando el ruido. Aunque el objetivo de la investigación no era saber por qué los guisantes presentaban aversión hacia las grabaciones, la doctora Gagliano sospecha que podría tener algo que ver con las corrientes magnéticas de baja frecuencia emitidas por los altavoces. Investigaciones anteriores han demostrado que incluso campos magnéticos débiles son suficientes para frenar el crecimiento celular en las raíces.
Legumbres de guisante. Fuente
En conjunto, estas investigaciones dibujan un fascinante panorama de las capacidades sensoriales de las plantas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los tamaños de muestra utilizados en este experimento fueron bastante pequeños. Serán necesarios más y mejores experimentos para entender completamente los patrones y los mecanismos que subyacen en esta percepción sensorial. Sin embargo, estos hallazgos arrojan luz sobre el porqué las raíces de los árboles parecen ser tan aficionadas a introducirse en las tuberías del alcantarillado, incluso cuando no hay fugas. También servirían para explicar por qué las raíces de algunos árboles optan a menudo por buscar fuentes más estables y fiables de agua subterránea que depender de la incierta oscilación de los arroyos cercanos. Por último, algo querrá decir que compartamos con las plantas hasta diez de los cincuenta genes implicados en el oído humano.
Nuestra comprensión de las capacidades sensoriales de las plantas está empezando a aflorar. Las plantas no son organismos tan insensibles como creemos. Son organismos vivos que, como los animales, luchan por sobrevivir. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.

sábado, 20 de mayo de 2017

Indian removal: El mapa del gran desahucio indio


Jefes sioux. Fotografía de Edward S. Curtis. Librería del Congreso. 
Mediante tratados que nunca cumplieron y órdenes ejecutivas de desahucio directo, entre 1776 y 1887 los Estados Unidos se apropiaron de más de 600 millones de hectáreas (12 veces el tamaño de España peninsular) pertenecientes a los pueblos indígenas de Norteamérica. Ese fue, sin lugar a dudas, el mayor desahucio de la historia.
Como ha sucedido en todo el mundo, la historia de Estados Unidos se ha escrito desde dos perspectivas diferentes: el complaciente y el crítico. Entre los primeros se cuenta el clásico de Paul Johnson Estados Unidos. La historia (Vergara, 2001); entre los segundos, los publicados por el historiador Howard Zinn, cuyo epítome es La otra historia de Estados Unidos. Desde 1492 hasta hoy (Argitaletxe Hiru, 2005). Al situar la centralidad de su narración en los nativos americanos, West of the Revolution: An uncommon history of 1776 (Al oeste de la Revolución: una historia poco frecuente de 1776), el profesor de la Universidad de Georgia Claudio Saunt se sitúa en el bando de los heterodoxos.
Eskadi, un indio apache en 1903.
Foto Edward S. Curtis. Librería del Congreso. 
Según las narrativas estándar de la Revolución Americana, que repiten una frase del Concord Hymn de Ralph Waldo Emerson, el camino hacia la independencia comenzó con un «disparo que resonó en todo el mundo». Pero el libro de Claudio Saunt viene a recordarnos que cuando las trece colonias se unieron contra los británicos y declararon su independencia, la mayor parte del continente apenas se enteró. De hecho, las colonias representaban menos del 4% de la población total de América del Norte en ese momento y, sin embargo, la mayoría de las narraciones del siglo XVIII se fijan en ese minúsculo porcentaje.
El foco de Saunt sobre el período revolucionario contempla a los habitantes de la costa atlántica como una pieza más del abigarrado tablero continental. Es una llamada de atención al extendido discurso histórico popular que considera a los pueblos indígenas como insignificantes en la historia americana hasta que los Estados Unidos los trajeron al redil. Saunt nos recuerda que entre Alaska y los Apalaches había miles de pueblos y aldeas cuyos millones de habitantes hablaban diversos idiomas y pertenecían a una multitud de naciones.
La «mudanza de los indios», el eufemismo aplicado al despojo practicado sobre los nativos, despejó el territorio entre los montes Apalaches y el Mississippi para que fuera ocupado por los blancos. En su libro The Disinherited (Los desheredados), Dale Van Every resumió lo que significaba la "mudanza" para el indio: «El indio era especialmente sensible a cada atributo sensorial de cada rasgo natural de su entorno. Vivía al aire libre. Conocía cada marisma, claro de bosque, paso de montaña, roca, manantial, cañón, como sólo los conoce el cazador. Nunca había acabado de comprender el principio que guiaba la propiedad privada de la tierra, ni veía que fuera más racional que la propiedad del aire. Pero quería la tierra con una emoción más honda que ningún propietario. Se sentía tan parte de ella como las rocas o los árboles, los animales y los pájaros. Su patria era tierra sagrada, bendecida como la morada de los huesos de sus antepasados y el santuario natural de su religión».
Se despejó el continente para sembrar algodón en el Sur y cereales en el Norte, para la expansión, la inmigración, los canales, los ferrocarriles, las nuevas ciudades, para reemplazar las gigantescas manadas de bisontes por rebaños de ganado y para la construcción de un inmenso imperio anglosajón a escala continental que se extendería desde los Apalaches hasta el Pacífico. El coste en vidas humanas no puede calcularse con exactitud, y en sufrimientos, ni siquiera de forma aproximada. La mayoría de los libros de historia que se estudian en las escuelas norteamericanas pasan de puntillas sobre esta época. Como Zinn y Van Every, Saunt pone su empeño en abrir las ventanas para airear la historia.
Cuando Jefferson llegó a la presidencia en 1800, había 700.000 colonos blancos al oeste de los Apalaches y de las Alleghenies. Cuando, con la compra a Francia del territorio de Luisiana en 1803, se dobló el tamaño de la nación -extendiendo de esta forma la frontera occidental desde los montes Apalaches, cruzando el Mississippi, hasta las montañas Rocosas- Jefferson propuso al Congreso que a los indios se les debería de animar a establecerse en territorios más reducidos y dedicarse a la agricultura. «Se consideraron dos medidas urgentes. La primera era la de animarlos a que abandonaran la caza... En segundo lugar, se fomentaron los puestos comerciales entre ellos, llevándoles de esta forma hacia la agricultura, la industria y la civilización...» (Zinn, 2005: 123). El vocabulario de Jefferson resulta revelador «agricultura… industria... civilización». La "mudanza" de los indios era necesaria para el desarrollo de la economía capitalista moderna. Para todo esto, la tierra resultaba indispensable, así que después de la Revolución, los especuladores ricos, incluidos George Washington y Patrick Henry, dos de los patricios estadounidenses, compraron enormes áreas del territorio.
Todo el legado espiritual indio hablaba en contra de marcharse de sus tierras. Un viejo jefe choctaw había dicho, años atrás, en respuesta a las propuestas de marcha hechas por el presidente Monroe «Lamento no poder cumplir con el deseo de mi padre. Queremos quedarnos aquí, en la tierra donde hemos crecido como las hierbas del bosque, no queremos que nos trasplanten en otra tierra». Un jefe seminola dijo a John Quincy Adams «Aquí cortaron nuestros cordones umbilicales y aquí nuestra sangre se hundió en la tierra, haciendo que este país nos sea tan querido.»
Andrew Jackson
Andrew Jackson, séptimo Presidente, encontró la fórmula más adecuada para domesticar a los indios. No se podía "obligar" a los indios a ir hacia el Oeste. Pero si decidían quedarse, tendrían que acomodarse a las leyes estatales, que destruían sus derechos tribales y personales, y los exponía a vejaciones interminables y a la invasión de colonos blancos que deseaban sus tierras. Sin embargo, si se marchaban, el Gobierno federal les daba apoyo económico y les prometía tierras más allá del Mississippi. Las instrucciones de Jackson a un mayor del ejército enviado para hablar con los choctaws y los cherokees, lo contemplaba así: «Decid a los jefes y a los guerreros que soy su amigo, pero deben confiar en mí y marchar de los límites de los estados de Mississippi y Alabama y establecerse en tierras que les ofrezco ahí, más allá de los límites de ningún estado, en posesión de tierra suya, que poseerán mientras crezca la hierba y corra el agua. Seré su amigo y su padre y les protegeré.»
La frase "mientras crezca la hierba y corra el agua" sería recordada con amargura por generaciones de indios en el período que cubre el libro de Claudio Saunt. Este mapa interactivo, elaborado por Saunt para acompañar a su narración, muestra imágenes cronológicas de cómo los nativos norteamericanos fueron perdiendo sus tierras entre 1776 y 1887. Conforme las tierras indias (en azul en el mapa) van desapareciendo, aparecen pequeñas zonas rojas, que significan el asentamiento de nuevas reservas para alojar a los indios despojados de sus ancestrales territorios de caza. En el mapa una pestaña muestra el tiempo transcurrido en cada uno de los avances de los blancos en su imparable codicia por las tierras de los amerindios.
Mientras que la función de lapso de tiempo es el aspecto visual más impresionante de este mapa interactivo, la opción "Source Map" ofrece detalles muy interesantes. Al seleccionar un mapa de origen y, a continuación, hacer zoom en el estado que se haya seleccionado, se pueden ver los detalles del mapa utilizado para generar esa sección del interactivo. Una ventana emergente indica qué nación indígena residía en ese territorio y la fecha del tratado u orden ejecutiva que transfirió el área al Gobierno, además de ofrecer enlaces externos a las descripciones del tratado y del terreno anexionado.
En la pestaña "About" del sitio (accesible haciendo clic en el signo de interrogación), Saunt aclara que las fronteras que se desplazan hacia el oeste a veces pueden ser vagas. Por ejemplo, cuando se firmó en 1791 el tratado con los cherokees mediante el cual estos cedían “graciosamente” las tierras donde actualmente está Knoxville (Tennessee), la descripción del tratado cita topónimos como la “desembocadura del río Duck", lo que constituye un enfoque amplio que permite una interpretación creativa. Cuando se trata de tribus semi-nómadas, escribe Saunt, los negociadores a veces designaban una pequeña reserva en lugar de describir los límites exactos de la cesión.

El propósito de tales vaguedades está claro: actuar con mayor precisión cartográfica y ajustándose a la legalidad que requiere la cesión de tierras mediante escrituras públicas, habrían hecho imposible incautarse tantos territorios en tan poco tiempo. Como la historia, los tratados los redactaban siempre los vencedores. ©Manuel Peinado Lorca

La soga comienza a apretar a Trump


La aparición de nuevas noticias sobre las presiones de Trump para evitar las investigaciones del FBI sobre sus relaciones con Rusia, han provocado que cada vez más congresistas se sumen a la apertura de un proceso de destitución (impeachment) sobre el actual inquilino del 1600 de Penn Avenue.
El martes por la noche, el New York Times informó que, durante una reunión celebrada en febrero, el presidente Donald Trump le pidió al ex director del FBI James Comey que pusiera fin a la investigación federal sobre el ex asesor presidencial Michael Flynn. La Casa Blanca negó en un comunicado que Trump le hubiera pedido a Comey o "a cualquier otra persona que terminara cualquier investigación, incluyendo cualquier investigación que involucrara al General Flynn".
Conocida la noticia, congresistas y senadores han comenzado a preguntarse si el presidente ha cometido delito de obstrucción a la justicia-y un senador ha planteado, por primera vez, la posibilidad de la destitución mediante impeachment:
"Si se confirma esta información, estaríamos ante algo realmente grave: es urgente constituir un comité especial y una comisión independiente para investigar la conducta del Presidente en relación con este asunto y la posible coordinación de su campaña con Rusia. Se han planteado serias dudas sobre si el Presidente respeta la independencia del FBI y de las autoridades policiales. Es vital que el Congreso obtenga los memorandos de la entrevista y escuche los testimonios públicos del ex Director Comey. Nadie, ni siquiera el Presidente, está por encima de la ley y el pueblo estadounidense merece respuestas sobre la conducta del presidente Trump", ha dicho el senador Bob Casey (demócrata por Pensilvania).
En estos enlaces pueden verse declaraciones de varios legisladores demócratas y republicanos solicitando la apertura de una investigación oficial, y un documento registrado en el Congreso solicitando la creación de una Comisión de Investigación.
La soga comienza a apretar. ©Manuel Peinado Lorca