Para el millón y medio de fieles musulmanes que viven en España, el mes
de Ramadán, que ha comenzado hoy, 27 de mayo, y terminará el próximo 25 de
junio, será particularmente duro porque a los calores casi estivales que nos
castigan se une que, desde el alba hasta el anochecer, los musulmanes tienen
prohibido comer, beber y mantener relaciones sexuales (considerando que, como
es sabido, sudar refresca, el efecto de la temperatura sobre el fornicio
plantea serias dudas). Tal y como sucede con los cambios de fechas que afectan
a las festividades religiosas cristianas de las que me
ocupé el día de San Isidro, las del Islam dependen también de los
movimientos del Sol y la Luna.
Para los musulmanes este es el año 1432 de su calendario religioso, porque
para ellos todo comienza con la Hégira, que conmemora el viaje de Abu l-Qasim
Muhammad ibn ‘Abd Allāh al-Hashimi al-Qurashi (vulgo Mahoma) desde La Meca a
Medina y no al revés, como habitualmente se piensa. Ante las dudas de cuándo
tuvo lugar exactamente tan trascendental evento, el califa Umar decidió por la
cara y sin más fundamento que el que otorga el poder, que el viaje de marras
había ocurrido el año equivalente al 622 de nuestra Era (Umar, claro está, no
tenía ni idea del calendario Gregoriano, que fue inventado casi mil años
después, en 1532, pero permítanme la licencia porque me viene al pelo para
situarme yo y para intentar situar cronológicamente hablando a mis improbables
lectores). Desde la decisión califal, los musulmanes toman el primer día del
año lunar en el que se produjo la Hégira como el primero de la era musulmana.
En consecuencia, el 622 de la Era Cristiana se convirtió en el primer año del
almanaque musulmán.
La Luna ostenta dos récords: es el satélite más grande del Sistema
Solar en relación al tamaño de su planeta (mis excusas a Caronte), y es el
único cuerpo celeste en el que el hombre ha realizado un descenso tripulado (considerando
los recortes presupuestarios propuestos por Trump y que los rusos están
ocupados en otras cosas, es previsible que el segundo récord permanezca mucho
tiempo). La Luna tarda el mismo tiempo en dar una vuelta sobre sí misma que en
torno a la Tierra, por lo que presenta siempre
la misma cara (lo que inspiró, como es sabido, a Pink Floyd), es decir 27
días, 7 horas y 43 minutos, por lo que los años lunares resultan ser
aproximadamente de 354 días y pico (el pico de horas, minutos y segundos pueden
buscarlo en Wikipedia) y no los 365 que corresponden al año solar. El año lunar
es, pues, 11 días más corto que solar, por lo que las fechas
del calendario musulmán no coinciden, obviamente, con las fechas del calendario
gregoriano.
Ramadán es el nombre del noveno mes del calendario musulmán, un mes que
presenta la caprichosa peculiaridad que los meses comienzan cuando es visible
el primer cuarto creciente después de la luna nueva, es decir, un par de días
después de ésta. Determinar con exactitud cuándo se considera visible el citado
cuarto es una cuestión transcendental de cara al cumplimiento de las
obligaciones religiosas asociadas al Ramadán. Teniendo en cuenta que el primer
telescopio no se inventó hasta que se le ocurrió al gerundense Juan Roget en1590 (no caigan en la trampa de adjudicárselo a Galileo, a quien se le apunta
todo), el califa Umar y sus asesores no se anduvieron por las ramas: el mes
comenzaría cuando el susodicho cuarto creciente fuera visible a simple vista.
Ahí es nada. A más de dejar a ciegos y miopes fuera de juego, resulta que el Ramadán
no empieza nunca en el mismo momento en dos lugares diferentes ni para dos
observadores diferentes. A Umar y su cofradía astronómica ni se les pasaba por
la cabeza eso de los dos hemisferios, con sus antípodas, sus pingüinos y otras
lindezas. Claro que Umar se ajustó a la profecía de Mahoma: «Ayunad a su visión
y romped a su visión y si se os oculta [la Luna por causa atmosférica, esto lo
digo yo] concluid el mes de Ramadán contando treinta días. Igualmente, al
comienzo del mes de Ramadán se contarán treinta días de sha'ban si no es visible el nacimiento de la Luna». Más claro,
agua.
Como siempre hay fieles hipercríticos (y un tanto impíos, según imanes,
mulás y compañeros mártires) que cuestionan los fundamentos religiosos por
preclaros que estos sean y se dedican, como si no hubiera otra cosa que hacer,
a hurgar en asuntos que mejor seguirían estando quedos como han estado mil
años, un astrónomo musulmán a rajatabla ha salido al quite y ofrece datos
precisos acerca de cuándo fijar con exactitud el comienzo del Ramadán. Muy
oportunamente, el número 333 de la muy prestigiosa y sesuda revista científica Science se ocupó del tema en su
ecléctico apartado “Ciencia y religión” en el que, con poco éxito, intenta
mezclar agua con aceite y churras con merinas. Science reprodujo un extracto de una
entrevista con el astrónomo de origen argelino Guessoum Nidhal, un musulmán
sunita, quien califica la fijación del comienzo del Ramadán como una datación
«caótica y una vergüenza» para el Islam (tal calificación es suya, no mía; las
reclamaciones al maestro armero). Muy acertadamente, el doctor Nidhal, profesor
en la Universidad Americana de Sharjah en los Emiratos Árabes Unidos, comienza
su meritísima disertación diciendo que el mundo es muy grande y la vista de los
mortales variable (opinión apoyada unánimemente por ópticos y oftalmólogos, que
de no ser así no venderían ni una escoba), factores ambos que hacen que las
autoridades islámicas locales fijen el comienzo del ayuno cada una a su bola.
Nidhal, vicepresidente de una organización internacional conocida como
Proyecto de Observación de la Media Luna Islámico (ICOP), cuyos socios caben
sobradamente en un Fiat 500, y uno de los más prominentes defensores de un
enfoque científico para la cuestión religiosa (eso de mezclar aceite y agua
parece ser lo suyo), manifiesta que hay que poner fin a tamaña confusión porque
le preocupa «saber si puede mantener una reunión el 30 de agosto», y porque
«quiere poner al Islam en la vanguardia de la ciencia», para «poder integrar la
ciencia en la vida social y cultural musulmana». Convencido de la tontuna de que
la ciencia puede ayudar a resolver problemas prácticos en la fe musulmana, el
astrónomo insiste en explicar allí donde le dejan perorar cómo las técnicas
astronómicas pueden ayudar a determinar los tiempos de oración en países
alejados del ecuador o establecer la dirección de La Meca, cuestión esta última
fundamental, porque según una
encuesta de Metroscopia, los musulmanes que viven en Lavapiés tienden a
rezar mirando a El Corte Inglés. Como no podía ser menos, los beneméritos
intentos de aplicar la ciencia a los rituales islámicos le han ganado a Nidhal el
respeto de los cuatro gatos del Fiat 500, pero ha agitado a los
fundamentalistas religiosos, los cuales, de momento, y afortunadamente para él,
se limitan a ponerlo a parir por escrito.
Nidhal se dedica desde hace años en exclusiva, con gran entusiasmo de
mulás y talibanes, a diseñar programas informáticos capaces de predecir, esté
donde esté el atribulado fiel, el momento exacto en que la llamada “Media Luna
Roja” se hace visible. Con esos modelos, el iluso Guessoum quiere proponer
sendos calendarios islámicos, uno universal, en el que el inicio de cada mes
esté vinculado a un determinado día en el calendario gregoriano internacional,
y otro bizonal para el cálculo por separado en varios continentes. El tozudo
(¿debería decir lunático?) Nidhal espera que los clérigos empiecen por probar
homeopáticamente el calendario bizonal para luego comulgar con las ruedas de
molino de la versión universal. Tarea difícil, se me antoja, porque a lo largo
de la historia del Islam otros muchos científicos incautos han propuesto otras
soluciones racionales, pero los jerarcas eclesiásticos musulmanes, siempre con
sus tiquismiquis, se han mantenido atados a sus seculares observaciones a ojo
de buen cubero.
Nidhal se autodefine como un racionalista y un pragmático, pero, en su
vano intento de conjugar las creencias con la mera razón, pasa por alto que, a
lo largo de la evolución humana, el córtex cerebral, donde radica la
inteligencia, se sobrepuso a los bulbos límbicos, que gobiernan nuestras
emociones. Desde ese momento la ciencia y las creencias han seguido caminos
dispares, cada vez más discordantes que ni Nidhal ni nadie puede lograr hacer
confluir por más empeño que pongan.
En resumen, que Nidhal ha optado por lo que
dijo san Juan: «la verdad libera», y no por lo que recomendaba san Francisco de
Quevedo: «Esas cosas, aunque sean verdad, no se han decir». Con los tiempos
que corren y tal y como se las gastan algunos, más le valiera optar por san
Quevedo. ©Manuel
Peinado Lorca