Scoliopus bigelovii. Foto. |
Scoliopus, que es conocido en
Oregón y California como «fetid adderstongue» (la lengua de víbora maloliente), es
un género perteneciente a la familia Liliáceas que tiene
solo dos especies, Scoliopus
bigelovii (de flores verdosas) y S.
hallii, con flores grisáceo-amarillentas. Ambas son plantas nemorales que
viven en el sotobosque umbrío de los bosques húmedos e hiperhúmedos de la costa
del Pacífico desde el centro de California hasta el norte de Oregón. El nombre Scoliopus viene de las palabras griegas skolios and pous, que significan torcido y pie, aludiendo al pedicelo curvo de
sus escapos floridos.
El botánico John
Thomas Howell (1903-1994) describió a S.
bigelovii alzando sus «flores pestilentes» entre dos hojas que se pliegan tan
pronto como brotan. En el momento en que las hojas se desarrollan, «ya
están los frutos bien formados en los extremos de los pedicelos torcidos y
alargados».
Scoliopus tiene dos hojas moteadas en
su base y un largo pedicelo que, con el tiempo, se dobla y gira para que el
fruto toque el suelo. Las flores, que florecen a finales del invierno y
principios de primavera, son de color verde pálido o amarillo cuando están
frescas, forradas con estrechas vetas púrpuras o de color marrón oscuro, con tépalos
externos anchos y extendidos, y tépalos más estrechos, tres estambres y un
ovario tricarpelar con ángulos muy marcados.
Detalle floral de Scoliopus. Foto. |
Hace algunos me topé con S.
hallii en un bosque de piceas (Picea
sitchensis) de la bahía de Tillamook (donde por cierto se produce uno de
los quesos más grasientos e insípidos del mundo, que los americanos adoran y lo
compran por toneladas) y apunté dos cosas: el olor a moho de la planta y su
prodigiosa estrategia de polinización y dispersión. En el campo, durante el
rato que empleé observando la planta, anoté la llegada de dípteros
polinizadores de las familias Sciaridae y Mycetophilidae, bien
conocidas en aquellos pagos porque son una verdadera plaga de los cultivos de
champiñones. No cabe duda de que el olor mohoso convierte a las flores de Scoliopus en un atractivo irresistible
para los alados devoradores de setas.
Las flores crecen en el extremo de tallos alargados que, aunque parecen
separados, basta escarbar un poco para ver que nacen desde una umbela semienterrada.
La estrategia es simple; la planta eleva las flores para que emitan su
fragancia mohosa sobre la hojarasca. Una vez que se ha conseguido la
polinización, los tallos de la flor comienzan a doblarse para situar los frutos
cerca de la tierra y facilitar así la salida de las semillas. Cada semilla está
provista de una pequeña excrecencia carnosa, el eleosoma. Los eleosomas son reservas
de sustancias nutritivas (generalmente aceites, de ahí el nombre, del griego oleos, aceite, y soma, cuerpo) que las hormigas buscan ávidamente para alimentarse.
Se trata de un mecanismo de dispersión de las semillas por animales (zoocoria) que, cuando lo
ejecutan las hormigas, recibe el nombre de mirmecoria.
Semillas con eleosoma de Acacia dealbata. Foto. |
Las hormigas se llevan las semillas a los hormigueros, consumen el
eleosoma y dejan el resto intacto de la semilla en un lugar idóneo para
germinar porque están en oscuridad, rodeadas de un compost orgánico
suministrado por las propias hormigas y, como algunas investigaciones parecen
sugerir, protegidas de los ataques de los hongos dañinos. Que esta estrategia mutualista conviene a sus pares parece clara: alrededor
de un 10 por ciento de las plantas con flores son mirmécoras.
Aunque sean pequeñas, las lenguas de víbora malolientes (pero no tanto)
son unos liliáceas muy interesantes, unas de esas plantas aparentemente
modestas que son un prodigio de la evolución. Unas plantas que han logrado
domesticar a los mosquitos para que las polinicen y a las hormigas para que las
cultiven. Si alguna vez se tropieza con alguna, siéntese y observe; descubrirá
un trasiego de insectos trabajando en las interesantes interacciones ecológicas
que mantienen estos pequeños (¿e inteligentes?) lirios.