En una entrada anterior comparé a la Tierra con un vehículo que se mueve
a toda velocidad por una pista repleta de peatones insensatos que la cruzan por
cualquier sitio. Vehículo a toda velocidad ¿pero a qué velocidad?
Antes de empezar, hagamos un pequeño homenaje a Albert Einstein y a su
teoría de la relatividad. Las respuestas a las preguntas sobre a qué velocidad
se mueve cualquier cosa -la Tierra es una “cosa” grande, pero no deja de ser
una cosa- son inútiles a menos que se añada en relación con qué. Sin un sistema
de referencia, no se puede responder con precisión.
Empecemos con el movimiento de rotación, esto es, el que realiza la
superficie de la Tierra respecto del centro del planeta. La Tierra da una
vuelta compIeta sobre si misma cada 23 horas, 56 minutos y 4,0905 5 segundos, y
tiene una circunferencia de 40.075 kilómetros. Por tanto, la superficie de la
Tierra en el ecuador se mueve a una velocidad de 460 metros por segundo, unos 1700
kilómetros por hora, más del doble de la velocidad de crucero de un avión de
pasajeros.
En la infancia aprendimos que la Tierra gira alrededor del Sol en una
órbita casi circular. Lo que no quedaba tan claro es la velocidad con la que se
movía, que es unas 65 veces más rápida que la de rotación: la Tierra cubre ese
recorrido a una velocidad de casi 30 kilómetros por segundo, más de 100.000
kilómetros por hora. Además, el sistema solar (incluida la Tierra y todo lo que
contiene) orbita alrededor del centro de la Vía Láctea a unos 220 kilómetros por
segundo (800.000 kilómetros por hora). A medida que se consideran escalas
espaciales mayores, las velocidades –como la Ciencia- avanzan que es una barbaridad.
Las galaxias de nuestros alrededores también se precipitan a una
velocidad de casi 1000 kilómetros por segundo hacia una estructura llamada el Gran Atractor, una
anomalía gravitatoria, del espacio intergaláctico, en el centro del supercúmulo
de Virgo, que arrastra las galaxias a lo largo de una región de millones de
años luz. No puede decirse que el Gran Atractor esté precisamente a la vuelta
de la esquina: dista de nosotros unos 150 millones de años-luz (un año-luz
equivale a 10 billones de kilómetros). Este Gran Atractor, con una masa de 100.000
millones de veces la del Sol y una extensión de 500 millones de años-luz, está
compuesto tanto por materia visible que se puede observar como por la
denominada materia oscura, que no se ve.
Cada uno de los movimientos que acabo de citar están en relación con
alguna estructura. Nuestro movimiento de traslación está en relación con el
Sol, mientras que el desplazamiento de las galaxias se da en relación con el
Gran Atractor. Y este, ¿con respecto a quién lo hace? ¿Existe algún marco de
referencia que permita definir en relación con él el movimiento de todas las
cosas?
En este caso, como la respuesta no está en el viento (sideral), hubo
que buscarla con el método habitual: enviando un satélite a ver qué encontraba.
En 1989 la NASA (como no podía ser menos) puso en órbita el satélite COBE (Cosmic Background Explorer) o Explorador del Fondo Cósmico.
Fuente |
En 1989 se situó el satélite COBE en órbita alrededor de la Tierra (que
sería la referencia) para medir el debilitadísimo eco de radiación que dejó el
nacimiento del universo. Esta radiación, la que queda de aquella bola de fuego
primordial con una temperatura y densidad inmensas que fue el Big Bang, se
conoce como radiación
cósmica de fondo de microondas (RCF). Uno de los descubrimientos del COBE
fue que la Tierra se mueve con respecto a esta RCF a una velocidad y en una
dirección bien definidas. Como la RCF impregna todo el espacio, al fin podemos
responder por completo la pregunta inicial si se toma como referencia este
fondo de radiación.
La Tierra se mueve con respecto a la RCF a una velocidad de 390
kilómetros por segundo. ¿Y qué? Es más interesante alzar la mirada al firmamento nocturno y
buscar la constelación de Leo. La Tierra se desplaza hacia Leo a la vertiginosa
velocidad de 390 kilómetros por segundo. Pero no se preocupen, la estrella de
Leo más cercana, Denébola, está a 36 millones de años luz. ¡Afortunadamente no
chocaremos contra nada durante el intervalo temporal de nuestras
vidas! ©Manuel
Peinado Lorca