La editorial Pirámide acaba de publicar el libro ¿Cobraremos la pensión?: Cómo sostener el sistema público de pensiones,
una obra en la que el lector preocupado por el presente y de modo particular
por el futuro de las pensiones públicas encontrará reflexiones de utilidad para
fijar su posición ante las diferentes opciones existentes que pretenden
configurar el modelo de pensiones para los próximos años.
Contando con la colaboración de
expertos académicos y del mundo de las Administraciones Públicas en esta
materia, el libro trata de abordar buena parte de estas cuestiones, centrándose
en la óptica española y europea, analizando los comportamientos del sistema
actual, las reformas habidas y ofreciendo propuestas de reforma y modificación
de los mecanismos vigentes bajo determinados supuestos.
Pero mientras se deciden a comprar el más que recomendable libro, les
adelanto unas reflexiones que surgen a partir de su lectura y de la de un artículo
publicado el pasado 2 de febrero en las páginas de opinión de El País por un experto, David Reher,
catedrático de la Universidad Complutense, investigador principal del Grupo de
Estudios Población y Sociedad (GEPS) y promotor del Centro de Estudios del
Envejecimiento (CEE). A la liebre levantada por don David le salió al paso, en forma
de artículo respondón o tocapelotas, la escopeta de otro experto, Juan
Antonio Fernández Cordón, economista y demógrafo, investigador titular del
CSIC. En resumen, mientras don David nos conminaba a prepararnos para afrontar
una inevitable rebaja de las pensiones, don Juan Antonio no se tragaba el
anzuelo.
En su afán por arrimar el arroz a su lepórido, el primero se empeñaba
en explicar lo que parece evidente: la culpa está en la tozuda realidad de los
números, tan incuestionable que solo torpes, inanes y mentirosos se atreven a negarla.
Debo confesar que mientras que lo leía, con la cabeza caliente y los pies
fríos, me ocurría lo mismo que a Thomas Mann mientras escuchaba un discurso de Georg
Lukács: parecía que el orador tenía razón. Luego, en frío, la cosa cambia. ¿De
qué realidad hablaba Reher? Releyendo el artículo, mire usted por donde, la única
referencia medianamente algebraica sentenciaba: «el número de dependientes
mayores aumenta de forma imparable y los grupos en edad de trabajar apenas
crecen e incluso decrecen». De forma un tanto maniquea, don David daba por supuesto que
todos, sin más argumentos, comulgaremos con su doble rueda de molino: que esta
afirmación no tiene vuelta de hoja y que, por lo tanto, habrá un inevitable recorte
de todo tipo de prestaciones sociales.
Ocurre, sin embargo, que los números de hoy no son los de mañana y que
los demógrafos, como sus tocayos los economistas, fallan más en sus previsiones
que las escopetas de feria, lo que no impide que los políticos se queden engatusados
y acudan a su llamada como las moscas a la miel. Dejemos que el certero pasado
le ajuste las cuentas al incierto futuro, por más que el profesor Reher llame
“realidad” a lo que pronostica para dentro de medio siglo, que no es otra cosa
que, tal y como pronostica el INE, el índice de envejecimiento habrá aumentado
en 2060. No pierdan de vista eso: se trata de un pronóstico útil que permite
anticipar situaciones si se cumplen los escenarios previstos y puede ayudar a
tomar decisiones. Pero es una mera especulación similar a otras que la realidad
se encarga de desmontar.
Y la realidad es que lo que los demógrafos preveían hace treinta años
para 2015 no se parece en nada a lo que sucede hoy. Quizás por aquello que
decía CJC –que «en España se jode poco y mal»- llevamos más de treinta años
con una fecundidad por debajo de la del Vaticano sin que lo hayamos notado en la
población o en el mercado de trabajo: la inmigración ha compensado, casi
matemáticamente, el déficit de neonatos. Como escribía Fernández Cordón, «El
aumento de la población mayor es algo bastante más probable, aunque también con
incógnitas. Si es cierto que las generaciones numerosas de los años 50-70 llegarán
poco diezmadas a la edad de jubilación, la prolongación indefinida del aumento
de esperanza de vida a partir de 65 años puede, por ejemplo, verse interrumpida
por la degradación de la sanidad pública que los gobiernos neoliberales han
puesto en marcha. No, la realidad futura no tiene la rotundidad de lo
imparable, aunque es altamente probable que en el futuro aumente la población
mayor y disminuya la población en edad de trabajar. A ello debemos prepararnos».
La segunda píldora a tragar según la receta del doctor Reher es que ese
cambio hacia la senectud poblacional conduce necesariamente a un recorte del
Estado de Bienestar y, en particular, de las pensiones. Respondamos con más
postas. Según el INE, la población española será, en torno a 2050, de 44,3
millones, solo ligeramente inferior a la de ahora, 46,4. La gran diferencia es
que el número de mayores de 65 pasará de 8,7 a 15,6 millones, mientras que el
grupo de los que estarán en edad de trabajar (de 15 a 64 años), pasará de 30,7
a 23,4 millones. Admitamos estas cifras, aunque la inmigración podría ser
superior a la prevista y probablemente lo será. La cuestión que será entonces
relevante es: ¿cómo afecta la disminución de adultos jóvenes a nuestra
capacidad productiva? En otras palabras, ¿podría una población en edad de trabajar
más reducida que la actual producir igual o más que ahora? La respuesta es afirmativa.
Y como prueba del nueve esta: por demográficamente catastrófica que sea,
ninguna proyección económica pronostica a largo plazo una disminución del PIB. Para
conseguir tan mirífico resultado una de dos o las dos: por una parte, habrá que
aumentar la participación en el trabajo. La tasa de empleo (porcentaje de
ocupados en la población en edad de trabajar) es actualmente de 61% en España y
podría fácilmente alcanzar 73 o 75%. Por otra parte, como aventuraron acertadamente
Verne y Asimov, que para eso no eran economistas, se esperan aumentos
importantes de la productividad. De hecho, una de las amenazas para el futuro
sería la robotización extendida que permitiría producir cada vez más con menos
gente (¡Ay, si Ned Ludd levantara la cabeza!). A la vista de lo cual se nos
presentan dos problemas: a la vez faltan jóvenes (demografía) y sobran jóvenes
(robotización).
En todo caso, el problema real que presenta a la sociedad el
envejecimiento poblacional debe ser abordado desde la voluntad de mantener los
niveles de vida de todos y, si existe un coste, que este se reparta de la
manera más justa y no solo que sea soportado por los ancianos, que no tienen
culpa ni del momento en que nacieron ni de vivir más tiempo.
Voy a terminar apoyando la conclusión de Reher: La cuestión clave para la sociedad es ver cómo
se puede conservar lo más posible del Estado de bienestar, […] explicando a la
sociedad lo que realmente está en juego, sin engaños. La gente es mayor de edad
y capaz de entender las cosas. ©Manuel Peinado Lorca