domingo, 12 de marzo de 2017

Biodiversidad: Angiopteris evecta, un fósil viviente

Creo que el que yo me haya convertido en botánico profesional se debe en buena medida a la fascinación que sentía de niño por imágenes como las que encabezan este artículo: una imaginativa representación de un bosque del Carbonífero Superior (un período que se extendió entre hace 310 y 280 millones de años) que, más o menos modificada, aparecía en los libros de Ciencias Naturales de Bachillerato. Impera la tranquilidad, solo interrumpida por una libélula con alas de más de un metro de envergadura que se cierne como una cometa entre árboles fantásticos que parecen haber surgido de una ensoñación. No existían ni los dinosaurios, ni los mamíferos. Ni tan siquiera las aves ni las plantas con flores, que llegaron después.
En mi primer curso de Criptogamia, aprendí a reconocer a aquellos gigantes de troncos suculentos: unos eran colas de caballo (Equisetum), otros, los Lepidodendron, eran árboles que, como las mariposas, tenían los troncos cubiertos de escamas; otros, en fin, habían sido bautizados como Calamites, para hacer notar que aquello gigantes habían sufrido la peor de las calamidades: la extinción. Entre aquellos colosos se cernían como parasoles inútiles en aquel ambiente pantanoso y sombrío, las frondes de helechos arbóreos que, años más tarde, tocaría con mis manos en las selvas tropicales de Centroamérica.
Y es que, a pesar de que los bosques dominados por gigantescos helechos arbóreos que cubrieron la Tierra durante el Carbonífero desaparecieron hace unos trescientos de millones de años víctimas de su incapacidad para desligarse reproductivamente del agua, todavía sobreviven algunos gigantes. Algunos de los helechos vivos más grandes se incluyen en el género Angiopteris y son verdaderamente colosales. Colocarse al abrigo de sus enormes frondes es como viajar en la máquina del tiempo cientos de millones de años atrás.
Angiopteris evecta cultivado en el
Wilson Botanical Garden, Puntarenas, Costa Rica. 
Los helechos “pata de mula”, como se conocen en sus lugares de origen, pertenecen a un linaje muy antiguo. Se cree que la familia a la que pertenecen, la Marattiáceas, se separó muy pronto de otros linajes pteridofíticos y protagonizó su propia historia evolutiva. Su primitivismo las emparenta con otros grupos muy antiguos de helechos (Ophioglossales), pero también con otras estirpes de plantas vasculares con esporas como los Psilotales y las colas de caballo (Equisetales), tan alejados filogenéticamente que los taxónomos las sitúan en divisiones diferentes: Psilotófitos y Equisetófitos, respectivamente.
Una de las características más extrañas de Angiopteris es el mecanismo de dispersión de sus esporas. Como sucede en todos los helechos, las esporas se producen en el interior de esporangios, pero a diferencia de lo que ocurre en el resto, dentro del esporangio se crea una diferencia de presión que conduce a la cavitación. La cavitación, o aspiración en vacío, es un efecto hidrodinámico que se produce cuando se crean cavidades gaseosas dentro del agua o cualquier otro fluido en estado líquido en el que actúan fuerzas que responden a diferencias de presión. Las burbujas formadas viajan a zonas de mayor presión e implosionan (el gas regresa al estado líquido de manera súbita, aplastándose bruscamente las burbujas), lo que produce una onda expansiva de gran energía capaz de resquebrajar una superficie sólida, en este caso la pared del esporangio del que salen las esporas impulsadas a grandes velocidades.
Soros en el envés de las frondes de A. evecta. Foto.
La característica más obvia de los Angiopteris, es su tamaño que los convierte en unos de los helechos más grandes de los que hoy habitan el planeta. Cuando despliegan sus frondes en la típica rama con forma de extremo de báculo (lo que los botánicos llaman disposición circinada, un atributo común en los helechos), el lento espectáculo del despliegue adquiere proporciones épicas. El récord de tamaño de una fronde lo tiene Angiopteris evecta: un ejemplar de Java produjo frondes de nueve metros de longitud. Sorprendentemente, el helecho puede moverlas hacia arriba o hacia abajo dependiendo del clima: cuando hay tiempo húmedo las suben y cuando la insolación aprieta, las bajan.
Ese movimiento es toda una hazaña para una fronde de este tamaño. Angiopteris lo consigue gracias a una zona del peciolo conocida como pulvínulo. En botánica, los pulvínulos son engrosamientos o ensanchamientos de forma abultada situados en la base de la hoja o del pecíolo de ciertas especies y que, por variaciones en la turgencia de sus tejidos, puede provocar cambios de posición o movimientos de las hojas. El pulvínulo consiste en un acumulo de tejido parenquimático cortical. Las células responsables del movimiento (células motoras) son de dos tipos: extensoras, que aumentan de tamaño con la humedad por aumento de turgencia durante la apertura foliar, y flexoras, opuestas a las anteriores, que aumentan de tamaño durante el cierre foliar en tiempo seco. Los cambios de turgencia se producen por cambios en el potencial osmótico de las células, de un modo similar al de la apertura y cierre de estomas. Angiopteris evecta tiene los pulvínulos más grandes que cualquier otra planta conocida.
Fronde de A. evecta emergiendo
en disposición circinada. Foto
Angiopteris se puede encontrar en Madagascar y en todas las islas del Pacífico Sur. Es difícil precisar el número de especies, porque el estatus taxonómico de muchas poblaciones es todavía objeto de debate entre especialistas. Por dar una cifra redonda, se han descrito unas 200 especies, pero la mayoría de ellas son fósiles, lo que complica aún más su reconocimiento en detalle. Lamentablemente, muchas de las especies vivas están amenazadas por la pérdida de hábitats en sus lugares de origen. Pero como ocurre en muchos otros casos, “las gallinas que entran por las que salen”. Escapados de los jardines, algunos Angiopteris se han asilvestrado en Hawái y Jamaica donde, faltos de enemigos naturales, se han vuelto plantas invasoras. Y, claro, puestos a tener, es mejor sufrir una plaga de ratones que otra de elefantes.
Recientes investigaciones han demostrado que muchos de esos helechos cultivados y luego asilvestrados son mucho más tolerantes a las condiciones ambientales variables de lo que lo son en sus bosques nativos, que es más o menos lo mismo que les ocurre a los turistas con los cubatas de garrafón en los bares levantinos.©Manuel Peinado Lorca 
Bibliografía utilizada: [1] [2] [3] [4]