Austropotamobius italicus |
La ventaja de estar en la universidad es que siempre se aprende… si uno
tiene ganas. El conocimiento, como las liebres, salta donde menos te lo esperas,
y aunque mi labor es enseñar a los alumnos, no me duelen prendas en aprender de
ellos. A comienzos de este curso, Juan Pedro Ros, un alumno de primero de
Biología que tiene las dotes de observación y la capacidad de cuestionar que
poseen los buenos naturalistas, me dio la pista: el cangrejo ibérico, de
ibérico, nada. Disimulé mi ignorancia, asimilé la información y ahora, cuando
dispongo de un relajado fin de semana, me pongo a indagar y redacto esta
entrada que, si a él le dedico, a ustedes se la regalo.
Las especies invasoras son organismos que se desarrollan fuera de su
área de distribución natural, en hábitats que no le son propios o con una
abundancia inusual, produciendo alteraciones en la riqueza y diversidad de los
ecosistemas nativos. Cuando son transportados e introducidos por el ser humano
en lugares fuera de su área de distribución natural, consiguiendo establecerse
y dispersarse en la nueva región, se les denomina especies exóticas invasoras,
y normalmente resultan muy dañinas.
Las especies introducidas desde antiguo pueden confundirse con las
especies autóctonas, bien sea porque la introducción sea anterior a los primeros
censos oficiales de especies o por la pérdida de la memoria colectiva de las
introducciones. El término "especies
criptogénicas" alude precisamente a las especies cuyo origen es dudoso
(nativo versus no nativo) en un territorio dado.
Como el tiempo corre y la ciencia avanza que es una barbaridad, han
pasado ya un par de años desde que investigadores del CSIC publicaron
un artículo en la revista Biological
Reviews en el que presentaban los resultados de un trabajo de investigación
integrador y multidisciplinario que habían emprendido para resolver el estatus
de una especie criptogénica, Austropotamobius
italicus, el famoso y siempre elogiado cangrejo “ibérico”, cuyo epíteto
específico denunciaba un origen dudosamente ibérico, por más que algunos
avispados carcinólogos (que así debe denominarse a quienes, además de encantarle
los mariscos como al común de los mortales, se queman las pestañas y se
estrujan la sesera estudiando el proceloso mundo de los crustáceos) le hubieran
añadido astutamente el adjetivo lusitanicus.
La posibilidad de que el cangrejo de río no fuera nativo de España ya había
escamado a más de uno. A comienzos de esta década, los estudios
genéticos sobre cangrejos de río descubrieron que los peninsulares eran calcaditos
a los del noroeste de Italia y, en cambio, tenían muy poco en común con sus
parientes gabachos. Ese patrón espacial es muy extraño y en su momento se
interpretó como una prueba de que los cangrejos habían sido introducidos en
España. Cuando los primeros avances de la investigación vieron por primera vez la
luz en el número 334 (diciembre de 2013) en la revista Quercus, se armó la marimorena y no faltaron quienes, apoyándose en
un medio tan serio como una página web, los
corrieron (metafóricamente) a gorrazos, usando las páginas de la misma
revista.
Convertidos en émulos de Tomás, el desconfiado apóstol que metió el
dedo en la llaga por si se trataba de un camelo, los científicos del CSIC,
lejos de arrugarse, se pusieron manos a la obra recabando toda la información que
puedan imaginarse salvo el Marca, que
eso es competencia del presidente del Gobierno, incluyendo sesudos textos sobre
taxonomía, genética, fitogeografía, historia, arqueología, lingüística,
biogeografía, ecología, organismos simbióticos e incluso gastronomía y
farmacia. Así cualquiera, pensarán ustedes.
Ahítos de conocimientos suministrados por semejante cuerpo
bibliográfico que hubiera hecho las delicias del Cura y el Barbero, los meritados
investigadores, convertidos en iconoclastas (vulgo tocapelotas), llegaron a la
tan inevitable como indeseada conclusión de que el cangrejo ibérico era tan
ibérico como Caruso o Pavarotti. Puestos a incordiar, los documentos históricos
incluso identificaron el primer momento de la introducción: los cangrejos de
río fueron enviados de Italia a España en 1588 como un regalo diplomático de
Francesco I de Medici a Felipe II, al que importarlos no le resultó fácil,
porque la correspondencia oficial de la época demuestra sin lugar a duda las arduas
gestiones diplomáticas realizadas por la corte española para conseguir
cangrejos italianos. Tras al menos cinco años de ir y venir, en 1588 el Gran
Duque de la Toscana ordenó el envío de un cargamento de cangrejos con destino
Madrid.
A lo largo de los siglos XVII y XVIII, los cangrejos de río se
introdujeron en la Meseta Norte y el Valle del Ebro. Como ha ocurrido
en Irlanda, donde por parecidos motivos también campa a sus anchas, la especie
se expandió mediante numerosas introducciones durante el siglo XIX y continuó
durante el siglo XX, hasta ocupar prácticamente todas las zonas calizas de la
península Ibérica. Fue abundante y pescado en grandes cantidades en España
hasta los años 70 del pasado siglo (recuerdo de niño que los lugareños los sacaban
a sacos del río Cacín,
en Moraleda de Zafayona, poco antes de su desembocadura en el Genil), cuando su
población se desplomó como consecuencia, principalmente, de la rápida expansión
de dos especies de cangrejos de origen norteamericano y de las enfermedades
asociadas a ellas.
En la actualidad, el cangrejo transalpino es una de las principales
prioridades en la conservación de la biodiversidad en España. Se dedican muchos
recursos a su cría en cautividad, a la recuperación de poblaciones mediante
sueltas y al mantenimiento de las poblaciones (supuestamente) silvestres que
aún existen. Y ahora viene la pregunta que no hará feliz a algunos: En un
contexto de degradación de los medios acuáticos y declive generalizado de la
fauna fluvial, ¿tiene sentido centrar esfuerzos de conservación en una especie
introducida?
El trabajo de los científicos del CSIC debería llevar a un
replanteamiento de las estrategias españolas de conservación de la
biodiversidad, poniendo al cangrejo de río donde se merece y dejando de luchar
contra el cangrejo americano que, al fin y a la postre, solo está dando a su
pariente italiano un poco de su propia medicina.