Leccinum aurantiacum, un hongo ectomicorrízico. Foto. |
El pasado 17 de enero, la revista Science
publicó un
artículo en que se analiza la estrecha relación que existe entre los hongos
y la salud de los ecosistemas forestales.
No se puede hablar de plantas terrestres sin hablar de hongos. La gran
mayoría de las especies de plantas terrestres dependen de las interacciones
fúngicas para sobrevivir. Esta relación mutualista se conoce como micorriza. El
micelio de los hongos coloniza el sistema radicular de las plantas y las ayudan a
adquirir nutrientes como nitrógeno y fósforo. A cambio, la mayoría de las
plantas fotosintéticas pagan a sus simbiontes micorrízicos con carbohidratos.
Hay dos categorías principales de hongos micorrízicos: ectomicorrízicos
(ECT) y micorrízicos arbusculares (ARB). Aunque hay una variedad de especies de hongos en cualquiera de ambos grupos, sus estrategias son más o
menos las mismas. Los ECT representan aproximadamente el 10% de todos los
simbiontes micorrízicos conocidos. El prefijo "ecto" indica que estos
hongos se quedan en el exterior de las células de las raíces. Además de formar
una especie de vaina que envuelve el exterior de la raíz, elaboran la llamada “Red de Hartig", una
red de hifas que se extiende dentro de las raíces de las plantas, penetrando
entre las células epidérmicas y corticales. Por su parte, los ARB penetran dentro
de las células de las raíces y forman allí dos tipos diferentes de estructuras.
Una de estas se parece a la copa de un árbol, de ahí el término
"arbuscular". Es más, este tipo de micorrizas se considera como el tipo
más antiguo a partir del cual ha evolucionado el resto.
El tipo de hongos micorrízicos tiene mayores implicaciones que la
simple absorción de nutrientes. Cada vez hay más evidencias de que los hongos
dominantes de una región influyen, para bien y para mal, en el funcionamiento, la salud y la biodiversidad de los ecosistemas forestales. En cómo se
produce tal influencia tiene mucho que ver con las dos categorías de micorrizas.
Las hayas (Fagus sylvatica) son ectomicorrízicas. Foto. |
Los investigadores que han publicado en Science han descubierto que los árboles que se asocian con los
ARB experimentan efectos negativos en su crecimiento mientras que aquellos que
se asocian con ECT experimentan efectos positivos. Cuando se cultivan en
suelos que antes sostenían especies similares, los árboles que se
asociaban con los ARB crecen mal, mientras que los árboles que se asociaban con ECT crecen mucho mejor. Además, al ahcer experimentos con
plántulas, los investigadores encontraron que la supervivencia de plántulas se
reducía para los árboles con ARB, mientras que la supervivencia de plántulas aumentaba en los árboles con ECT.
La pregunta es obvia: si las micorrizas son simbiontes, ¿por qué
aparecen efectos perjudiciales? La respuesta tiene que ver con los patógenos del suelo. Más arriba les indicaba que la principal diferencia entre ECT y ARB es la forma en que forman las asociaciones radiculares. Los primeros forman una envoltura protectora alrededor de las raíces, mientras
que los segundos penetran en el citoplasma celular. El resultado es que hay importantes implicaciones para la resistencia frente a los patógenos. Debido a que forman una envoltura
alrededor de la raíz, los ECT ayudan muy eficientemente a mantener a los patógenos
lejos de los tejidos sensibles de la raíz. Lo mismo no puede decirse de los ARB.
Los investigadores han encontrado que los árboles asociados con ARB experimentaron más daños patogénicos en las raíces cuando se cultivaban en suelos que
anteriormente contenían árboles con ARB.
El caobo (Swietenia macrophylla) tiene micorrizas arbusculares. Foto. |
Las diferencias experimentadas por los
árboles micorrizados por uno u otro tipo de hongos pueden traer consecuencias importantes para la diversidad de los bosques. Debido a que los árboles ECT son más sanos y experimentan un mayor
establecimiento de plántulas en los suelos que contienen otras especies con ECT, es
lógico pensar que esto conduzca a un predominio de las especies con ECT,
reduciendo así la variedad de especies capaces de establecerse en ese área. A
la inversa, las áreas dominadas por los árboles ARB pueden ser más
diversas debido a que este tipo de árboles no llegaría nunca dominar permitiendo el establecimiento de otras especies.
Aunque resulten perjudiciales a corto plazo, las reacciones negativas
experimentadas por los árboles con ARB pueden conducir a bosques más
saludables y más diversos a largo plazo.
En definitiva, que no hay mal que por bien no venga.