Stephen Bannon. Foto. |
¿Se imaginan a Federico Jiménez Losantos como primer asesor presidencial, con despacho en La Moncloa y voz y voto en el Departamento de Seguridad Nacional ¿Se lo imaginan teniendo bajo su dependencia jerárquica al ministro de Defensa y a la Junta de Jefes de Estado Mayor? Inimaginable, ¿verdad? Pues eso es precisamente lo que está ocurriendo en Washington.
Con el título “President Bannon?”, el pasado 30 de enero The New York Times dedicó su editorial a Stephen Bannon, el polémico hombre de confianza y ahora asesor de Donald Trump al que acusan de racismo y antisemitismo. Esta es la traducción al español.
«Muchos
presidentes han tenido a asesores políticos famosos y algunos de esos asesores
también han despertado sospechas de que, entre bambalinas, son los que
realmente establecen una agenda. Recordemos, por ejemplo, a Karl Rove durante
el primer mandato de George W. Bush o a Dick Morris con Bill Clinton. Pero
nunca hemos visto a un asesor moverse de manera tan descarada para consolidar
su poder como lo hace Stephen Bannon, ni hemos sido testigos de un asesor que
hace tanto daño de manera tan rápida a la popularidad –o a la apariencia de ser
competente– de su supuesto jefe.
Bannon impulsó Breitbart News como
una plataforma para agitar a la extrema derecha, hizo lo mismo durante la
campaña de Trump y ahora hace lo propio en la Casa Blanca. Quizá era de
esperarse, aunque es impresionante la rapidez con la que el presidente Trump ha
trabajado por enemistarse con los mexicanos –al declarar que ellos pagarán el
supuesto muro fronterizo–, con los judíos –al emitir un comunicado el día de
conmemoración de las víctimas del Holocausto sin siquiera mencionarlos– y con
los musulmanes –por el veto–.
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Trump nunca se mostró muy dispuesto a acercarse a los votantes más allá
de la base minoritaria que le dio la victoria en el Colegio Electoral, y
Bannon, cuyas huellas son notorias en cada una de las iniciativas recientes, se
está asegurando de que no lo haga.
Pero una nueva orden ejecutiva que politiza el proceso para tomar
decisiones de seguridad nacional sugiere que Bannon se quiere posicionar no
solo como el titiritero sino como un presidente de facto.
Con ese decreto, emitido el sábado, Trump dio un paso sin precedentes
al nombrar a Bannon como parte del Consejo de Seguridad Nacional (CSN) junto
con los secretarios de Estado y Defensa y otros funcionarios especializados de
alto rango. El último jefe de Gabinete de George W. Bush, Joshua Bolten, estaba
tan preocupado por separar la política de la seguridad nacional que prohibió
que Rove estuviera en las reuniones del consejo. Varios asesores en política
exterior se enfurecieron cuando David Axelrod, el asesor político de Barack Obama,
llegó a sentarse en la mesa, pero nunca fue un miembro permanente del CSN.
Es todavía más revelador que Trump haya nombrado a Bannon miembro del
comité “principal” del CSN, que incluye a los funcionarios de más alto rango y
se reúne de manera más frecuente. Al mismo tiempo, el presidente sacó del
comité a dos oficiales de seguridad nacional: el jefe del Estado Mayor,
actualmente el general Joseph Dunford Jr., y el director de inteligencia
nacional, puesto para el que está nominado Dan Coats, exintegrante del comité
de inteligencia del senado y exembajador en Alemania.
Parece ser un juego de sillas burocrático, pero quiénes estén sentados
en el CSN cuando se discuten temas de guerra o paz puede marcar toda la
diferencia a la hora de tomar decisiones. Al darle un papel oficial a Bannon
para hacer política en materia de seguridad nacional, Trump no solo rompió con
las tradiciones sino que podría politizar las decisiones respectivas, o al
menos dar la impresión de que están siendo politizadas.
La orden de Trump dice que el jefe del Estado Mayor y el director de
Inteligencia nacional acudirán a las reuniones del comité principal solamente «cuando
se discutan temas pertinentes a sus responsabilidades y experiencia».
¿Acaso hay discusiones de seguridad nacional para las que las agencias de
inteligencia y las fuerzas armadas son prescindibles? Las personas en esos
trabajos son generalmente los que les dicen las verdades difíciles a los
presidentes, especialmente cuando no son agradables.
Como demostró su primera semana en el cargo, Trump no tiene
conocimientos básicos de la toma de decisiones de seguridad nacional, no tiene preparación
alguna para la gobernanza y aparentemente poca comprensión de lo que se
necesita para liderar a una nación grande y diversa. Necesita escuchar a
funcionarios experimentados, como el general Dunford. Pero Bannon se ha
posicionado –al igual que el yerno de Trump, Jared Kushner– como el asesor de
mayor confianza, ahogando otras voces con puntos de vista alternativos. Ahora
aparentemente está por encima del asesor de seguridad nacional, el teniente
general retirado Michael Flynn.
Trump ha sido receptivo desde hace mucho a las políticas de Bannon,
pero sería buena idea que reconsidere dejar que este dirija toda la Casa
Blanca, sobre todo después del fiasco de este fin de semana por el veto
musulmán. Bannon ayudó a impulsar la orden sin consultar a los expertos en el
Departamento de Seguridad Nacional –nombrados por el mismo Trump– o ni siquiera
a discutirlo con el mismo CSN. Las modificaciones subsecuentes hechas por el Gobierno,
los reveses en los juzgados y el rechazo internacional han hecho que el
presidente no se vea como decisivo y atrevido, sino como incompetente.
Cuando era candidato, a Trump le encantaba recibir aplausos en sus
mítines usando el patrioterismo de Bannon. Pero ese jingoísmo, vuelto arma
vía decretos, ahora están enemistando a aliados y dañando a la presidencia.
Los presidentes tienen todo el derecho de escoger a sus asesores. Pero
los espasmos iniciales de Trump al hacer política han dejado bastante claro que
necesita asesores que piensen de manera estratégica y tomen en consideración
las consecuencias más allá del efecto doméstico. Imagínense que mañana Trump
está involucrado en una crisis en el mar de China meridional o con Rusia en
Ucrania. ¿Se apoyará en su provocador político en jefe, Bannon, con toda su
tendencia a hacer estallar las cosas? O ¿buscará el consejo de aquellos más
experimentados y reflexivos del Gobierno, como el secretario de Defensa Jim
Mattis o el general Dunford?»