Foto al microscopio electrónico de la flor de Lacandonia schismatica. Fuente |
El próximo mes
de febrero se cumplen treinta años desde que dos botánicos de la Universidad
Autónoma de México enviaran a la revista Annals
of the Missouri Botanical Gardens la descripción de una nueva planta con
flores que presentaba unas características nunca vistas. La principal es la
inversión del androceo y el gineceo, única entre aproximadamente 250.000
plantas con flores.
El viajero parece
uno más de miles de turistas que cada año atraviesan la Sierra Norte de Chiapas
para llegar desde San Cristóbal de las Casas hasta Palenque. Allí, se sube a una
destartalada combi Wolkswagen y se dirige hacia el sureste por la estatal 307, la
carretera que, entre retazos de junglas y malezas desmochadas a golpe de machete,
corre paralela al sagrado Usumacinta, el río que serpentea
encajado entre la Sierra Norte de Chiapas por la izquierda y la Sierra del Lacandón,
ya en Guatemala, por su margen derecha. La carretera, en la que parece que los topógrafos
tuvieron el acierto de evitar las curvas, une Palenque con La Trinitaria, un punto
perdido en el mapa que sirvió de justificante para trazar un viejo camino decimonónico
que tuvo el objetivo militar de custodiar la frontera.
Dos horas y media
después de ver amanecer en Palenque y tras recorrer casi doscientos kilómetros,
el viajero recompone la posición de sus ajetreadas vísceras desayunando chilaquiles
en las orillas del Usumacinta en Frontera Corozal, un pueblo con calles trazadas a escuadra cuyos habitantes son en su mayoría
indígenas choles. Los escasos turistas
que llegan hasta allí se dirigen a las barcazas por las que remontan el río hasta
la zona arqueológica de Yaxchilán, otra de las ciudades mayas que duermen el sueño eterno
del olvido sepultadas por la selva. Pocos visitantes, muy pocos – apenas una docena
al año, me dicen en el Centro Ecoturístico
Nueva Alianza-, quieren alejarse del río para internarse en la Reserva de la Biósfera
de Montes Azules. Sea cual sea su destino, unos y otros necesitan los servicios de un guía chol.
Por un puñado de
pesos que no puede recordar a estas alturas, el viajero contrata a Tomás Mejía, un
chol que conoce bien la trocha que conduce al humedal donde habita la enigmática flor de Chiapas. Para llegar
hasta allí, guía y viajero tienen que recorrer media docena de kilómetros en el
corazón de Montes Azules. Situada en el corazón de la Selva Lacandona, la Reserva está dividida
en dos zonas: la primera es la zona noroeste, compuesta por una región montañosa
cárstica que incluye barrancos y valles separados por sierras de altitud media,
así como una meseta con lagos calcáreos. La segunda zona está compuesta por tierras
bajas (80 a 200 metros sobre el nivel del mar), de relieve suave y parcialmente
inundables por las aguas del río Lacantún y de su tributarios.
Hace cinco millones
de años, todo este territorio era un lago que hoy se reduce a un complejo lagunar
en el que destaca la laguna Lacanjá, en cuya vecindad se encuentra la trocha por
la que camina el viajero. Por aquel entonces, la vegetación en estas zonas
bajas era similar a la que ahora cubre las alturas medias de la Reserva: un bosque
tropical perennifolio favorecido por las temperaturas más frescas, las lluvias orográficas
y las nieblas constantes. En las tierras bajas por las que culebrea la trocha, la
ausencia de nieblas, la caída de las precipitaciones y la mayor evapotranspiración
causada por una temperatura más elevada que en la media montaña, provocan que algunos
árboles pierdan la hoja y el bosque adopte una apariencia estacional en la que se
mezclan los perennifolios de hojas lustrosas y los caducifolios por sequía. Es el
bosque tropical subperennifolio que tiene su límite septentrional en México para
descender en latitud hasta alcanzar la cuenca amazónica brasileña.
El viajero, con
Tomás Mejía a su vera y otra guía, esta de papel, en la mano, es capaz de identificar
los tres árboles dominantes que ya había visto en el Caribe colombiano. Aquí, en
Montes Azules, el bosque subperennifolio es una selva inundable de guanandí (Calophyllum brasiliense) con tepesuchil (Terminalia amazonia) y palma de escoba (Cryosophila stauracantha). El bosque está muy castigado por la mano del
hombre. Sus reservas de madera de caoba (Swietenia macrophylla) y cedro (Cedrela odorata) fueron explotadas por
aserraderos extranjeros desde la mitad del siglo XIX hasta la década de 1940.
Los aserraderos, muchos de los cuales se han transformado en poblados choles,
se colocaban a lo largo de la parte media del Usumacinta para que los árboles
talados fueran transportados por la corriente del río hasta los barcos anclados
en la costa tabasqueña del Golfo. Después, la devastación de la selva ha sido
descomunal debido principalmente a la inmigración de pobladores de otras
regiones con el aumento del cambio de uso suelo para actividades de
agricultura, ganadería y explotación maderera.
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Sin titubear entre
el laberinto de acahuales, huertos, lagunazos, maizales y potreros, Mejía conduce
al viajero hasta un claro de unas dos hectáreas protegido por una rudimentaria
alambrada. La atraviesan y penetran en un lagunazo cárstico. El viajero sabe lo
que busca y camina atento al suelo. Mejías no necesita escudriñar: sabe dónde
se encuentran todos y cada uno de los ejemplares de la joya botánica que
descubrió el biólogo de la UNAM Esteban Martínez Salas: Lacandonia schismatica. En latín “schisma” significa “cisma” un
epíteto muy conveniente habida cuenta de que su estructura floral es la
excepción que confirma la regla en el variopinto mundo de las plantas con
flores o Angiospermas, en el que milita un cuarto de millón de especies.
En 1985, mientras
trabajaba como colector del proyecto Flora Mesoamericana en una campaña en la zona lacandona, Martínez Salas encontró una planta que
por sus características (tipo de flores, falta de hojas y de clorofila, hábito), era difícil de determinar. En septiembre de ese año un colega le
sugirió que podría tratarse de un miembro de la familia Triuridaceae, en particular del género Sciaphila, que agrupa unas
ochenta especies. La planta presentaba características comunes a esta
familia como el gineceo apocárpico, óvulos anátropos, polen inaperturado,
flores trímeras, tépalos con apéndices y endomicorrizas. De esta familia, de la
que se sabe muy poco, no se conocía hasta entonces ninguna especie mexicana.
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En febrero de
1987, Esteban y la bióloga Clara H. Ramos, de la Facultad de Ciencias de la
UNAM, decidieron proponer la nueva especie y la sometieron para su publicación
a los Annals of the Missouri Botanical
Gardens, la prestigiosa revista de taxonomía vegetal que publica el
Missouri Botanical Garden. Tras no pocas vicisitudes motivadas por el celo de
los revisores científicos, la nueva especie, a esa alturas convertida ya en una
propuesta de nuevo género único representante de una nueva familia
(Lacandoniaceae), apareció publicada en 1989 en el volumen 76 de
los Annals. Para hacernos una idea de la importancia de proponer una nueva
familia de plantas con flores, baste decir que cuando se publicó Lacandionaceae
habían pasado más de cuarenta años desde que I. W. Bailey y A.C. Smith hubieran descrito Degeneriaceae, la última familia propuesta
hasta ese momento durante el siglo pasado.
¿Qué tiene de
particular esta planta? Empecemos por su porte. Lacandonia es una hierba muy pequeña (como mucho alcanza 10 cm de talla)
que en su hábitat pasa desapercibida al ojo no entrenado. Carece totalmente de
clorofila por lo que su color es blanquecino y transparente. Es micorricica, lo
que significa que, a diferencia de la inmensa mayoría de las plantas con
flores, se alimenta con la ayuda de un hongo mediante la descomposición de materia orgánica, como hacen muchas
bacterias y hongos. Sus finas raíces filamentosas están asociadas a hongos para
facilitar la asimilación de nutrientes. Carece de hojas verdaderas. Su tallo es
filamentoso y delgado (unos 0,5 mm de diámetro). Sus flores son diminutas,
crecen en una rama en forma de zigzag de unos cuantos cm de largo. Esta
inflorescencia puede contener hasta trece flores distribuidas en espiral.
Cada flor es
una diminuta estrella casi perfecta de cuatro milímetros. Carece de cáliz y
corola diferenciados, por lo que su envuelta floral tiene seis piezas
indiferenciadas o tépalos transparentes. Para reproducirse, la diminuta flor se
basta por si sola porque posee los dos sexos, es decir, es hermafrodita. Y
ahora llega la maravillosa excepción que distingue a Lacandonia. Su flor rompe completamente con el patrón general de
las plantas con flor. Este patrón consiste en órganos del perianto estériles
(sépalos y pétalos o tépalos) rodeando a los órganos reproductivos masculinos y
estos a su vez rodeando los órganos femeninos, los ovarios, situados en el
centro de la flor.
En Lacandonia ocurre un cambio de posición
entre los órganos masculinos y los femeninos. Hacia el interior de la flor, en
el centro, se encuentran de 60 a 80 carpelos (los órganos femeninos) papilosos,
cada uno de los cuales posee un solo primordio seminal. Los órganos masculinos
son tres estambres que crecen en el centro de la flor. Los estambres se
adhieren al disco por filamentos muy cortos. Las anteras tienen dos lóculos y
se abren por líneas longitudinales hacia el centro de la flor.
Observando el
diferente grado de madurez de las flores (las más maduras en la base de la
inflorescencia, las más jóvenes en su ápice), el viajero, cuentahílos en mano,
es capaz de observar proceso de formación de la flor. Primero se desarrollan
los tépalos que, antes de desplegarse en forma de estrella, actúan como
protectores de los meristemos interiores que rellenan el centro de la flor. El
meristemo central comienza a formar lóbulos. El lóbulo central es el primordio
del que se originan las anteras sésiles en el centro de la flor. Los lóbulos
que lo rodean son más pequeños y formarán los carpelos.
Viene ahora
otro proceso muy raro entre las angiospermas, la llamada cleistogamia
preántesis (la fecundación se produce cuando la flor aún no ha abierto). Las
anteras no se abren, no hay dehiscencia y los granos de polen germinan en el
saco polínico. Producen un tubo que crece hasta alcanzar a los primordios
seminales para que los gametos masculinos lleguen hasta los óvulos, situados en
el interior de los primordios, para fecundarlos. Este tipo de autofecundación
interna ocurre en tan solo 56 de las 415 familias que, según el Sistema de clasificación APG III, forman parte de las
angiospermas. Los frutos son aquenios ovoides que no alcanzan el milímetro de
longitud. Son papilosos, con estilo persistente y ligeramente esponjosos. La
semilla mide 0,5 mm de largo por 0,25 mm de ancho y es pardo-oscura. Germina perfectamente
en el campo, pero no se ha conseguido cultivar en laboratorio debido a que aún
no se ha conseguido aislar el hongo que la micorriza.
Está claro que
en Lacandonia ocurre un cambio de
posición entre los órganos masculinos y los femeninos. Este fenómeno es
conocido como homeosis, un proceso de desarrollo mediante el cual los atributos
de una estructura orgánica se transfieren a la posición ocupada por una
estructura diferente.
La homeosis es un proceso tan esencial en Biología del Desarrollo que merece un tratamiento aparte. Para no dejarles con la mosca detrás de la oreja, en la próxima entrada me ocuparé de eso, de una mosca.
Bibliografía utilizada
Ambrose, B.A., S. Espinosa-Matías, S. Vázquez-Santana, F. Vergara-Silva, E. Martínez, J. Márquez-Guzmán y E. R. Álvarez-Buylla. 2006. Comparative developmental series of the Mexican triurids support a euanthial interpretartion for the unusual reproductive axes of Lacandonia schismatica (Triuridaceae). American Journal of Botany 93(1): 15-35.
Martínez, E. y C. Hilda R., 1989. Lacandoniaceae (Triuridales): Una nueva familia de México. Annals of the Missouri Botanical Garden 76(1): 128-135.
Márquez-Guzman, J. S. Vázquez-Santana, E. M, Engleman, A. Martínez-Mena y E. Martínez. 1993. Pollen development and fertilization in Lacandonia schismatica (Lacandoniaceae). Annals of the Missouri Botanical Garden 80(4): 891-897.