Mientras que escribo esta entrada la madrugada del domingo 29 de enero, los acontecimientos se suceden
en Estados Unidos, donde la actividad de su nuevo presidente está provocando
todo tipo de reacciones a favor y en contra.
Quienes quieran conocer las
opiniones a favor que vean la Fox o, en España, que sigan los programas de 13
TV cuya empresa editora afirma
«que
su programación se basa en la difusión de los valores y credo de la Iglesia
Católica»,
varios de cuyos tertulianos encuentran, según veo, muy cristiano aplaudir las
medidas xenófobas y misóginas, por citar dos de ellas, de Donald Trump, quien la
primera semana de su mandato ha decretado el cierre de las fronteras a las
personas que huyen de la miseria económica, la persecución política o las
guerras civiles, y ha abierto una crisis diplomática con el vecino del sur, México.
En su primera semana Trump ha firmado documentos legales equiparables a
los Reales Decretos. Algunos son más simbólicos que inmediatamente efectivos,
como, por ejemplo; cuándo comenzará la construcción del muro. Pero casi todos
están diseñados para desmontar el legado de su antecesor, el demócrata Barack
Obama, y dinamitar consensos sobre la buena vecindad con México o el cuidado a
la hora de discriminar a religiones u hostigar a las minorías, hasta ahora
dominantes en Washington.
La primera semana de Trump, en la que ha rubricado 15
órdenes ejecutivas y memorándums presidenciales, ha sido un shock and awe, el
equivalente político de la doctrina militar de golpear e intimidar aplicada en
la invasión de Irak en 2003. Desde que, en el discurso inaugural del 20 de
enero, Trump proclamara que aquel día terminaba «la carnicería americana»,
quedó claro que el discurso apocalíptico que empleó en la campaña impregnaría
su acción política. El cierre temporal de la frontera a los refugiados e
inmigrantes de varios países de mayoría musulmana, o el acoso a los inmigrantes
sin papeles, no responden, en contra de lo que afirma el presidente, a una
crisis migratoria o de refugiados inminente, ni a un ambiente de inseguridad
causado general por estas personas.
Entre gritos de «Déjenles entrar» y «No al muro, no al veto»,
decenas de personas protestan desde mediodía de este sábado (madrugada del
domingo en Madrid) varios aeropuertos de Estados Unidos contra la orden del Presidente
que veta la entrada a refugiados e inmigrantes de siete países musulmanes. La
aplicación automática de ese decreto ha provocado, en apenas unas horas, la
detención de decenas de personas y ha desatado una crisis tanto en Estados
Unidos como en los diferentes lugares desde donde viajaban.
La concentración en la Terminal 4 del JFK, en Nueva York, se ha
repetido en otros como los de Washington, Boston, Denver, Chicago, Seattle y San
Francisco. Mientras que la Casa Blanca sostiene que el veto incide en «un
universo muy limitado» de personas, en realidad afecta a residentes legales que
cuentan con un permiso conocido como la Green
Card y a todos aquellos que no posean un visado diplomático o del Gobierno.
La terminal neoyorquina acabó siendo desalojada y las fuerzas de seguridad
prohibieron la entrada a cualquiera que no portara un billete de avión. Paradójicamente,
el cordón policial estaba compuesto por agentes en cuyas placas aparecían
apellidos árabes, latinos, irlandeses o italianos.
Mientras aumentaban las protestas, el presidente negó este sábado que
lo que él ha firmado sea «un veto a los musulmanes», en declaraciones desde el
Despacho Oval. «[Aunque] ya lo ven en los aeropuertos, en todas partes.
Está funcionando muy bien». Trump sigue negando que su decreto señale exclusivamente
a los musulmanes y defiende que se trata de un sistema de «veto
extremo».
«Estamos
totalmente preparados», declaró. «Vamos a tener una prohibición extrema
que deberíamos haber tenido en este país desde hace muchos años».
Afortunadamente, Trump está chocando contra el sistema judicial y
contra la capacidad legislativa y política de algunos estados como California.
Por un lado, mientras miles de manifestantes tomaban las terminales de los
grandes aeropuertos del país, la jueza Ann Donnelly del Tribunal Federal en
Brooklyn, Nueva York, bloqueó la noche del sábado las deportaciones del decreto
de Trump: según el auto de la jueza, ninguna persona que entre en Estados
Unidos con un visado en regla podrá ser deportada por la orden ejecutiva presidencial
firmada el día anterior (viernes 26), al menos temporalmente. Así lo decidió una
jueza del tribunal del Distrito Sur de Nueva York, en Brooklyn, -de Chicago a
Nueva York, San Francisco o Dallas- para condenar la medida.
Pero lo más significativo desde el punto de vista político es que pocas
horas antes de que Trump procediera a firma la orden de levantar el muro fronterizo
con México, California le advirtió que defenderá a los mexicanos y lo hizo en
un encendido discurso de su gobernador, el demócrata Jerry Brown, que anunció
la posición del estado en contra de las políticas de Donald Trump (lea aquí el discurso
completo, en español).
Mientras desde Washington Donald Trump publicaba el martes pasado
martes en Twitter que iba a dar detalles sobre el muro (tuiteó: «Big
day planned on national security tomorrow. Among many other things, we will
build the wall!»), desde el otro lado del país Jerry Brown se posicionó a
favor de los inmigrantes. El gobernador de California dijo que los inmigrantes «han
venido de México y otros países» para hacer de su estado «un
vibrante faro de esperanza». «No daremos un paso atrás, ni ahora ni nunca», ante
los eventuales cambios de dirección que dicte el gobierno de Trump en temas de
inmigración, medio ambiente y salud.
«California
defenderá a todos –siguió diciendo el gobernador Brown- incluyendo al 27 por
ciento de su población, casi 11 millones de personas que nacieron en una tierra
extranjera. Los inmigrantes son parte integral de quienes somos y han ayudado a
crear nuestra prosperidad desde el principio. Entiendo que la ley federal se
superpone a las estatales y que Washington se encarga de política migratoria,
pero en California hemos aprobado medidas protectoras como el Trust Act, las licencias, derechos
laborales y acceso a educación superior para indocumentados, y si tenemos que
defender esas leyes, lo haremos».
El mapa combina la producción económica (PIB) en cada estado de Estados Unidos
(y el Distrito de Columbia) en 2015 con la de países extranjeros con un PIB nominal comparable. Fuente. |
Las palabras de Brown son importantes por varias razones políticas,
pero básicamente porque se trata del primer mandatario de la que sería la sexta
potencia económica mundial si fuera un país. Con 2,46 billones de dólares de PIB,
California superó en 2015 a Francia, India, Italia y Brasil, y se sitúa sólo
por debajo de Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Reino Unido en potencia
económica. La razón, además de los impresionantes números de las grandes compañías
tecnológicas (en California es la cuna de las más grandes IT del planeta como
Facebook, Apple y Alphabet), y de la financiera Wells Fargo, se encuentra en compañías industriales y agrícolas californianas que son líderes en los Estados Unidos.
La economía de California compara con las de diferentes países. Datos del FMI en miles de millones de dólares. Téngase en cuenta que las comas en las cifras son puntos, y los puntos comas. |
Téngase también en cuenta que California tiene una fuerza de trabajo de
unos 19 millones en comparación Francia que tiene poco más de 25 millones.
Es decir, se requieren seis millones más de trabajadores en Francia
para generar la misma producción económica que. California, lo que dice mucho
de la capacidad productiva de los californianos. Los datos, que se basan en
información del FMI, muestran que California creció 4,1% en 2015, comparado con
el aumento del 2,4% en promedio de los Estados Unidos; y de apenas el 1,1% de
Francia. Por seguir con más ejemplos, en 2015, California creó más puestos de
trabajo que Florida y Texas juntos. Esos dos estados son el segundo y el
tercero más poblados.
California es, pues, un mal enemigo para Trump.