El pasado 16 de septiembre, se publicaron dos noticias que
reflejan la esquizofrenia con la que los seres humanos nos enfrentamos a la
naturaleza. Por un lado, destruimos, por el otro, conservamos.
La revista Science publicó ese día un artículo
en el que un equipo de investigadores estadounidenses presentó los resultados
de un trabajo realizado para predecir mejor los efectos ecológicos y evolutivos
de la creciente crisis de biodiversidad en los océanos modernos. Las
conclusiones eran claras: la eliminación selectiva de los animales más
grandes en los océanos modernos, sin precedentes en la historia de la vida
animal, puede alterar los ecosistemas durante millones de años.
El mismo día, el presidente Obama anunció la
creación de la primera área protegida en el Atlántico estadounidense, el
Monumento Nacional Cañones del Noreste, una muestra más de
su compromiso permanente con la
conservación. Obama pasará a la historia por muchas actuaciones y decisiones
políticas, pero en la recta final de su segundo mandato parece decidido a
marcar perfil en temas ambientales. A finales de agosto, el presidente ratificó
la creación de la mayor reserva marina del planeta, en Hawái, y el primer fin
de semana de septiembre presentó junto al presidente de China la adhesión de
Estados Unidos al Acuerdo de París sobre cambio climático.
La principal cadena montañosa de Nueva Inglaterra no
se ve desde el avión. A centenares de metros por debajo del nivel del mar se
encuentra la cadena
montañosa más larga del Atlántico Norte. Abarca más de 30 grandes picos
volcánicos que se encuentran alineados a lo largo de 1.100 kilómetros entre
Georges Bank, la elevada plataforma marina que se extiende entre Cape Cod,
Massachusetts, y Cape Sable Island, en Nueva Escocia, en dirección sureste hasta
el extremo oriental de la meseta submarina de las Bermudas, que termina
abruptamente en la montaña submarina Nashville en el noreste de esas islas.
La sección de esa colosal cadena submarina
correspondiente a Nueva Inglaterra, la New England
Seamount Chain, constituye uno de los territorios oceánicos más
sorprendentes de Norteamérica. La cadena incluye cuatro montañas volcánicas
submarinas que se formaron hace más de 100 millones de años, cuando la placa de
América del Norte migró hasta un "punto caliente", una zona en la
que, como ocurre en Hawái, el calor ascendente del núcleo terrestre emerge en
forma de magma que se derrite sobre el lecho marino creando enormes volcanes.
Esas enormes montañas submarinas son unos oasis
pletóricos de vida que emergen sobre el desierto submarino que las circunda. En
las escarpadas laderas rocosas, frágiles corales de aguas profundas únicos en
el mundo se alimentan en las aguas ricas en nutrientes que fluyen por gargantas
y cañones más profundos que el Gran Cañón. La protección de estos hábitats
únicos es fundamental para la supervivencia no sólo de esos bellos jardines de
coral, sino también de tortugas y ballenas, de los pequeños peces y de las
innumerables criaturas que habitan esos mágicos arrecifes coralinos, que son un
elemento fundamental en la cadena alimenticia de las aguas de Nueva Inglaterra.
El pasado 16 de septiembre, en la inauguración de
la Conferencia Nuestro Océano, una iniciativa internacional promovida por John
Kerry para proteger el medioambiente marino mundial, el presidente Obama trató
de dar ejemplo: anunció la creación de la primera área protegida en el
Atlántico estadounidense, que ha sido elegida precisamente en la New England
Seamount Chain. Los Cañones del Noreste, un área de 12.690 kilómetros
cuadrados, más grande que el estado de Massachusetts, han sido declarados Monumento
Nacional, el primero establecido en el Atlántico, una figura legal que limita
la sobreexplotación pesquera y asegura la protección, la conservación y la
recuperación de unos ecosistemas únicos que habían sido objeto de exploraciones
científicas desde 1970.
Entre las especies que se beneficiarán del nuevo Monumento
Nacional de los Cañones y Montes Submarinos del Nordeste (Northeast Canyons and
Seamounts Marine National Monument) se encuentran el frailecillo común (Fratercula arctica),
que utiliza esta zona en invierno, o el tiburón de Groenlandia (Somniosus microcephalus), recientemente
reconocido como el vertebrado
más longevo. Las expediciones de la Administración Nacional Oceánica y
Atmosférica (NOAA)
con robots marinos han permitido descubrir casi un centenar de nuevas especies
en la zona del Atlántico que ahora estará protegida de la pesca comercial, las
prospecciones petrolíferas y las explotaciones de minería submarina.
Claramente comprometido en la lucha contra el cambio
global, Barack Obama ha protegido más tierra y agua que cualquier otro
presidente en la historia de Estados Unidos. Y es que la designación del
santuario marino en el Atlántico llega dos semanas después de que anunciase en
Hawái la creación de la mayor área protegida del planeta, el Monumento
Nacional de Papahānaumokuākea, en el Pacífico, cuyo tamaño casi se
quintuplicó hasta alcanzar los 1,5 millones de kilómetros cuadrados, tres veces
la superficie peninsular española.
Vivimos en pleno Antropoceno, un término
ampliamente utilizado desde su acuñación por el premio Nobel Paul Crutzen en 2000
para acotar el intervalo de tiempo en el que muchas de las condiciones ambientales
han sido profundamente alteradas por las actividades humanas. Los procesos
directamente inducidos o acelerados por el hombre incluyen el calentamiento
global; la acidificación del océano y la profusión de "zonas
muertas oceánicas”; los cambios en la composición química de la atmósfera,
los océanos y los suelos, con perturbaciones antropogénicas significativas de
los ciclos de los elementos como el carbono, el nitrógeno, el fósforo y
diversos metales; la deforestación la pérdida de hábitats, tanto en tierra como
en el mar, o las invasiones de especies que están alterando el equilibrio
ecológico a escala local, regional y global.
En todos esos procesos, mares y océanos han jugado
un papel regulador fundamental. Se calcula que los océanos han absorbido el 30%
del dióxido de carbono emitido a la atmósfera desde el inicio de la Revolución
Industrial en el siglo XVIII. Eso ha ayudado a atenuar el impacto del cambio
climático, pero con una contrapartida negativa: las aguas oceánicas son un 26%
más ácidas que antes de la era industrial. Lo mismo ha sucedido con la
temperatura: los océanos han absorbido el 90% del incremento de las
temperaturas desde 1970 pero provocando efectos perjudiciales en su propia
regulación y sin que hayan podido detener nuestro imparable camino hacia la
insostenibilidad térmica: agosto
ha sido el año más caluroso jamás registrado.
Una veintena de países anunciaron en la Conferencia
la designación de 40 nuevos santuarios marinos. Se espera que en la conferencia
se acuerde proteger nuevas zonas equivalentes a una extensión de 1,19 millones
de kilómetros cuadrados, similar al tamaño de Sudáfrica. En su discurso, Obama se mostró esperanzado: «En una competición entre nosotros y los
océanos, los océanos acabarán venciendo de una manera u otra. Somos nosotros
los que nos tenemos que adaptar. La naturaleza es resistente. Ciertamente, los
océanos pueden volver». Ojalá sea así.