Por San Juan brevas y por San Pedro las más buenas. Por San
Miguel, los higos son miel.
¡Si no te importa engordar, ponte de higos a reventar!
Del refranero español.
En la entrada anterior se me quedó en el
tintero ni más ni menos lo que quería contar en relación con el veganismo, postura
vital con relación a la cual uno, con alguna cautela, no puede sino estar de
acuerdo. Sentada la premisa, el que uno juzgue como benemérito el ideario veganista
no quiere decir que, en dicho movimiento, como en todas partes, no se
desenvuelvan algunos incautos y no pocos mentecatos que encuentran cómodo
asiento en el a veces confuso magma que separa a animales y plantas, y más aún
cuando entran en juego los complejos mecanismos que, como la simbiosis gobiernan
la actividad biológica.
Veamos como ejemplo el caso de los
champiñones, que tomados por plantas con algún apresuramiento y no poco
atrevimiento, forman parte habitual de la dieta de los veganos. Lo que separa a
los animales de las plantas es su forma de adquirir energía, lo que, en
definitiva, se refleja en su metabolismo. Decimos de las plantas que son
autótrofas, palabreja que viene a significar que se autoalimentan (trophos significa eso, alimento) y, por
lo tanto, carecen metabólicamente del proceso fisiológico de la digestión. Por
el contrario, los animales son heterótrofos, lo que quiere decir que, si no
comen lo que ha producido otro, palman.
La pared celular de las plantas está cubierta
de celulosa, que es el polímero más abundante de la naturaleza, algo que no debe
sorprendernos si tenemos en cuenta que sobre el planeta el 99,6% de la biomasa es una planta. El segundo polímero más abundante sobre la faz de
la Tierra es la quitina, un carbohidrato que forma parte del resistente
exoesqueleto de los artrópodos (arácnidos, crustáceos e insectos) y de algunas
estructurasde otros animales como las quetas de los anélidos o los perisarcos de los
cnidarios y, ahí quería yo llegar, de las paredes celulares
de los hongos. Ergo, los veganos comen como si tal cosa champiñones o trufas
(estas carísimas, así que no forman parte de la dieta habitual ni de los
veganos ni de nadie), organismos que digieren y tienen su caparazón constituido
a base de la misma sustancia que recubre las prohibidas gambas de Garrucha (para
los veganos por razones obvias, para otros por el precio). Un poco incoherente
¿verdad?
Y vamos de una vez con los
higos. Este verano he escuchado y leído que los
vegetarianos no deberían comer higos o que estos no son un producto vegano porque
hay avispas en su interior. Además de estas informaciones, que
regresan cada cierto tiempo a los medios, hay otro supuesto motivo por
el que los veganos no deberían alimentarse de esta fruta: que su consumo
provoca el sufrimiento innecesario de muchas avispas. En cuanto he escrito en el navegador
las palabras clave “higo”, "avispas muertas”, han aparecido 41.200 entradas,
algunas de las cuales se remontan a la década pasada.
Muchas de las entradas comienzan explicando que los higos son flores invertidas [sic] que contienen el polen en su interior. Las avispas entran
dentro de este fruto para depositar sus larvas y, a su vez, lo polinizan. «La
avispa entra en el higo macho (este no se come) y deja las larvas dentro. Sin
embargo, al entrar, se rompen sus alas y sus antenas, por lo que no puede
escapar y está condenada a morir dentro».
Según muchos de los argumentos, el consumo de
higos «fomenta que se cultiven más y, por tanto, que este proceso tan doloroso
se repita más y más veces», matizando que «aunque las avispas no sean obligadas
directamente por el ser humano [...] si se cultivan higueras es inevitable que
lo hagan». Inciso: si algún insecto es tiranizado por el ser humano, las abejas
ocuparían uno de los lugares de cabeza, lo que no impide que los veganos (y yo)
adoremos la miel.
La reproducción de las higueras (Ficus carica) como las de los cientos de
especies que constituyen el género Ficus,
es entomófila, lo que quiere decir que depende de los insectos, los encargados de llevar los gametos masculinos de una planta a otra, actuando, por así decirlo, de
celestinas de las plantas. Naturalmente, esa labor de mediación en la que los
insectos laboran activamente y sin la cual las plantas no tendrían
descendencia, requiere que el trabajador sea remunerado con alguna recompensa.
La abeja, cuando acude a una flor, se lleva el polen y con él los gametos
masculinos, pero lo que el insecto busca es el nutritivo néctar, un combustible
altamente energético con el cual, además de alimentarse, elabora la miel, que
no es otra cosa que el néctar ensalivado por las abejas. Por tanto, plantas y
abejas salen ganando: unas se reproducen, las otras se alimentan. A eso se le
llama simbiosis (del griego: syn,
'juntos'; y biosis, ‘vivir’), lo que define a la interacción
biológica, a la relación estrecha y persistente entre organismos de diferentes
especies (los denominados simbiontes).
Veamos ahora qué pasa con los higos y con sus avispas
simbiontes polinizadoras. Empecemos por la organización floral, que en las
higueras es sumamente original y bastante compleja. En los albores de la
clasificación botánica se pensaba que las higueras no tenían flores, pero en
cuanto aparecieron las primeras lentes de aumento en el siglo XVII se hizo
patente que las minúsculas flores están encerradas en el interior de un
receptáculo en forma de pera. Ese receptáculo es lo que los botánicos denominan
“inflorescencia” (conjunto de flores) y en los Ficus es tan característica que ha merecido un nombre especial:
sicono. Vamos a examinar el sicono en un higo ya maduro, lo que quiere decir
que las flores ya fecundadas se habrán transformado en frutos.
Coja un higo agarrándolo por su parte más
estrecha, el rabillo. Si el higo está fresco, los dedos se le quedarán
manchados de una emulsión lechosa. Nada preocupante: es el látex, popularmente conocido como «leche de higo», que se usó antiguamente para
combatir caries dentales, curar las verrugas de la piel y para cuajar la leche [1].
En farmacopea popular se han descrito otras muchas “virtudes”, que tienen más
interés folclórico que real.
Mire ahora en el extremo opuesto al rabillo,
en la panza del higo. Verá una pequeña depresión en el centro de la cual hay un
pequeño ombligo. En los higos inmaduros allí estuvo el ostiolo, una perforación
minúscula que funcionaba como apertura de la cavidad cerrada que, a modo de
cueva, encerraba a las flores femeninas de tamaño liliputiense. Por esa puerta
es por donde, en los higos silvestres, penetran unas minúsculas avispillas para
fecundar a las flores que aguardan en el interior. Volveré sobre estas avispas
más adelante.
Rompa ahora el fruto y observe el interior. Aparece
una pulpa carnosa formada por las paredes jugosas de las llamadas pepitas, que
son los verdaderos frutos de las higueras. Son drupas como las cerezas, es
decir, carnosas por fuera y con un hueso en el interior, pero minúsculas y por
eso se les llama drupeolas o drupillas. Al conjunto se le da el nombre de
sicono y constituye el higo que es una infrutescencia o, si se quiere, un falso
fruto.
Pero si se ha dado cuenta, aquí falta algo.
Si todas las flores de una higuera que produce higos comestibles son hembras
¿quién las fecunda? o, dicho de otra forma, ¿qué pasa con los machos? La
respuesta es doble: en primer lugar, en la naturaleza hay higueras machos o cabrahígos, que en realidad son hermafroditas, e higueras hembras. En segundo lugar, para producir
los higos para consumo humano masivo, los que usted encuentra en el
supermercado, las higueras femeninas se las pintan solas.
Empecemos por el primer punto. La reproducción original de las higueras silvestres (o
cultivadas para consumo humano a pequeña escala tal y como se hace en el norte
de África con algunas variedades de higos), requiere de dos tipos de árboles
diferentes: unos, llamados cabrahígos, que contienen flores masculinas y
femeninas y que producen higos que no se comercializan, y árboles hembras,
cuyos siconos contienen únicamente flores femeninas y dan higos comestibles.
En los cabrahígos las flores masculinas se
distribuyen alrededor del ostiolo. Las flores femeninas, que tapizan
mayoritariamente la cavidad del sicono, maduran antes que las flores
masculinas. Por tanto, no puede haber autofecundación. Tampoco puede haber
polinización por el viento porque, el ostiolo, además de minúsculo, está
protegido por una empalizada de placas (brácteas especializadas). Las higueras
son, pues, obligadamente entomófilas, es decir son polinizadas por insectos.
Para penetrar en el interior del sicono, cualquier polinizador ha de pasar,
necesariamente, por el ostiolo. En cuando lo haga, se llevará consigo el polen
producido por las flores masculinas.
En los siconos de las higueras hembras, la
cavidad central está rodeada por centenares de flores femeninas las cuales, una
vez fecundadas, se transformarán en frutitos carnosos y pulposos, cada uno de
ellos formado a partir de una flor femenina. Un dato importante a tener en
cuenta es que estas flores femeninas tienen un estilo largo, de unos 3 mm de
longitud. ¿Qué es el estilo? Imagine una botella con cuello. Las flores
femeninas son como minúsculas botellas cuyo cuello es el estilo y en cuyo
vientre está el óvulo que, una vez fecundado, dará la semilla. Las flores femeninas
de los cabrahígos, por el contrario, son de estilo corto: apenas sobrepasa 1 mm
de longitud. Imagine ahora que quiere llegar hasta el óvulo, situado, como
queda dicho, en el fondo del vientre de la “botella”. En las flores de estilo
largo, necesitará una “herramienta que mida, por lo menos, 3 mm; en las de
estilo corto bastará con que mida poco más de 1 mm.
Recapitulemos. Tenemos unas higueras, los
cabrahígos, con flores masculinas y femeninas. Otras higueras tienen únicamente
femeninas, las cuales, para ser fecundadas, necesitan que llegue hasta ellas el
polen (con los gametos masculinos que contiene) producido en las flores
masculinas, que insisto, se encuentran en otros árboles situados a cierta
distancia. Se necesita un vector que lleve el polen de unas a otras. Ahí es
donde entran en juego unas avispas liliputienses que actuarán como
polinizadoras.
Vespa crabro |
Conviene insistir en que se trata de avispillas
minúsculas, porque si se dice que a los higos los fecundan las avispas,
inmediatamente vienen a la cabeza las especies del género Vespa que muestro en la foto adjunta, cuyos representantes pueden
alcanzar 2,5-4 centímetros de tamaño. El tamaño de la avispa (Blastophaga psenes) de los higos
mediterráneos apenas supera los 4 milímetros, lo que, si se compara con las avispas
comunes, es una diferencia de tamaño tan notable como la que existe entre un
gran danés y un chihuahua. Mal contadas, existen más o menos entre 800-900
especies de Ficus y cada una de ellas
necesita que una avispa de la familia Agaonidae (una distinta para cada especie
de Ficus) penetre en la
inflorescencia y polinice las flores femeninas, cuya maduración posterior dará
lugar a un higo.
Blastophaga psenes |
Vamos con las avispillas de marras. Si la fertilización de las flores femeninas
de la higuera depende de Blastophaga,
el ciclo de vida de esta última depende de la presencia de los higos del cabrahígo.
La simbiosis es perfecta. Excepto cuando vuela desde un sicono del cabrahígo
hasta otro sicono de otro cabrahígo o de una higuera hembra, todo el ciclo de
vida de Blastophaga se desarrolla en
el interior de los siconos. El hecho de que los cabrahígos produzcan higos
durante todo el año permite a Blastophaga,
cuyo único hábitat para desarrollarse son los siconos, encontrar siempre una higuera
acogedora. Otro dato importante con respecto a estas avispillas es que mientras
que las hembras son voladoras y poseen dos pares de alas, los machos carecen de
ellas y jamás ven la luz porque toda su corta vida se desarrolla en el interior
del sicono en el que hayan nacido.
Podríamos empezar por otra fase del ciclo
cerrado de Blastophaga, pero empezaremos
a partir de una hembra que, cargada de huevos tras haber sido fecundada en el
interior de un cabrahígo donde ha convivido con las flores masculinas, penetra en
el sicono de otra higuera. Recuerde que en los cabrahígos había flores
masculinas; por tanto, además de huevos, la avispa irá cargada con el polen
producido en ellas. Tanto si quiere penetrar en el sicono de una higuera hembra
o en el de un cabrahígo, deberá penetrar por el ostiolo e irá a inocular sus
huevos en las flores femeninas.
La hembra inocula los huevos a través de un
tubo, el ovopositor u oviscapto, que mide unos dos milímetros. Si la avispa ha
entrado en una higuera hembra, cuyas flores tiene estilos largos, no alcanzará con
su ovopositor a poner el huevo en el óvulo, por lo que sólo podrá polinizarla. La
fertilización de las flores induce el desarrollo del higo carnoso listo para el
consumo. Terminado su trabajo, la desdichada avispa intenta salir por donde
había entrado, pero le resulta imposible porque se lo impide una empalizada de
brácteas en forma de placa que actúan como una válvula anti retorno. Su destino
es la condena a muerte en el interior de su recién estrenada prisión.
En el caso de una (o varias) avispillas que
hayan penetrado en un sicono de cabrahígo, como las flores son de estilo corto, la longitud del ovopositor excede la longitud del estilo y los insectos no sólo
polinizan, sino que inyectan los huevos en los óvulos florales. Después de
inoculado el huevo, la larva se alimenta de la semilla en desarrollo, crece y
se convierte en adulto dentro de la semilla. Cuando las crías eclosionan, unas
son machos y otras hembras. En los siconos de los cabrahígos, las hembras, una
vez fecundadas por los machos, recolectan polen guardándolo en unos sacos que
poseen en el tórax. Antes de morir y usando sus potentes mandíbulas, los machos abren un nuevo orificio por el que saldrán las avispillas hembras a la búsqueda de
un nuevo sicono. En uno y otro caso, el ciclo de vida de las avispillas está
cerrado.
Hembra inmadura de Blastophaga psenes en el interior de una drupéola |
Repase ahora y tomará nota de que en los
higos maduros siempre debería haber avispillas muertas. Sin embargo, si rebusca en
el interior de los higos comerciales no encontrará ninguna. De la misma forma que los plátanos y muchas otras
frutas carecen de semillas, las higueras femeninas que producen higos en grandes
cantidades para el consumo humano producen los sabrosos higos por
partenogénesis, lo que literalmente significa que producen descendencia sin
necesidad de ser polinizadas. La selección realizada por la experiencia de
los agricultores ha logrado estas variedades partenogenéticas de higueras que
aseguran la producción sin los albures de la visita de los insectos. Estas
higueras se cultivan de forma asexual en los viveros utilizando injertos o
enraizados.
Lamento defraudarlos, pero no, al engullir higos no tragamos avispas. Pero
como noto que usted desconfía, sepa que aun en el caso de que una avispa entrara en un
fruto hembra y muriera dentro de él, no nos comeríamos al desdichado insecto. Si una
avispa despistada entrara en el fruto se descompondría por completo y el higo en desarrollo incorporaría sus restos como nutrientes, los cuales serían absorbidos tal y como hacen las plantas con los nutrientes del suelo. Sería como decir que, si un conejo
muere, se descompone en el suelo y una planta lo absorbe en forma de nutrientes,
estaríamos comiendo conejo cuando nos comemos la planta.
Ahora bien, en determinadas variedades de
higos autóctonos como las de tipo Esmirna, cultivadas en el norte de África,
para favorecer la polinización de las higueras hembras se lleva a cabo un
procedimiento muy antiguo, la caprificación, que consiste en situar sobre las
higueras cultivadas ramitas fructíferas de cabrahígos silvestres cargadas de
blastófagas, las cuales, introduciéndose en los higos, llevan a cabo la polinización y
aseguran la madurez de estas variedades que, sin esa práctica, dejarían caer
los frutos prematuramente.
Y ahora un datos de propina. Todos los años cuando empezamos a comer higos
surge la misma cuestión: ¿Cuál es la diferencia entre las brevas y los higos?
¿Todas las higueras dan brevas? Los brevales son higueras que tienen la
capacidad de dar dos floraciones (bíferas o reflorecientes) Las brevas proceden
de flores tardías de otoño que quedan en el árbol durante el invierno y
producen las brevas en primavera. Mientras tanto, en las ramas del año se producen,
paralelamente, las flores del año que darán lugar a los higos en pleno verano.
[1] Este látex es la causa de que en las culturas árabes el higo sea
un símbolo de la masculinidad, porque equivocadamente relacionan el lechoso
fluido con el semen. En cambio, para la cultura cristiana el higo es símbolo
del sexo femenino por motivos que mi natural candor me impide poner por escrito.