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sábado, 27 de agosto de 2016

Una de dobles

Javier Bardem y Jeffrey Dean Morgan
Existen determinados temas que, con algunas variantes, se van repitiendo en las culturas más dispares. Desde el que la mitología nórdica nos regalara el Doppelgänger, los dobles actúan como mal augurio y mensajeros de la muerte. Crucen los dedos, toquen madera y vamos con ello.

La palabra alemana Doppelganger proviene de los vocablos doppel (que significa «doble»), y ganger («andante») y se refiere a los dobles fantasmagóricos de una persona viva. Los doppelganger, conocidos también como gemelos malvados, son considerados como duplicados paranormales de algunas personas, que pueden manifestarse junto al sujeto original o lejos de él.  Por lo general, son tomados como señal de mal fario o de muerte inminente. Según escribió el dramaturgo sueco Strindberg: «El que ve a su doble es que va a morir».

Aunque uno los tenga por camelos, no son pocos los casos históricos más o menos documentados de doppelganger. Quizás el más conocido sea el del Abraham Lincoln, quien relató que en noviembre de 1860, en la noche de su primera elección como presidente de Estados Unidos, mientras se disponía a recostarse en un sofá, miró al espejo de la sala y, aparte de su imagen, vio un segundo rostro de sí mismo, pálido y fantasmal. «Me vi reflejado casi en toda mi longitud, pero mi cara tenía dos imágenes separadas y distintas. La punta de la nariz de una de ellas estaba cerca de tres pulgadas de la punta de la otra. Yo estaba un poco molesto, quizás sorprendido, y me levanté y miré en el espejo, pero la ilusión se desvaneció. Cuando me acosté de nuevo vi la segunda cara por segunda vez, más clara, si cabe, que antes; y luego me di cuenta de que una de las caras era un poco más pálida –digamos cinco tonos– que la otra. Me levanté y la cosa se desvaneció de nuevo». 

Según Carl Sandburg, biógrafo de Lincoln, éste «creía que esta extraña visión fue una señal de que sería elegido para un segundo mandato, y la palidez de la muerte de una de las caras significaba que no iba a vivir a través de su segundo mandato, cosa que efectivamente ocurrió con su trágico asesinato en 1865, mientras veía una obra de teatro».

La emperatriz rusa Catalina La Grande también vivió una escalofriante experiencia con una doppelganger de sí misma. En 1796 la reina estaba descansando en sus aposentos cuando sus alarmados guardias la llamaron con urgencia y le dijeron que la habían visto entrar a la sala del trono. Cuando entró a la sala real se vio a sí misma sentada en el trono. Catalina, pensando que se trataba de una impostora, ordenó a los soldados que le dispararan, pero la visión desapareció de inmediato. Días más tarde Catalina fallecería de un ataque de apoplejía mientras tomaba un baño.

En junio de 1893 el almirante inglés George Tryon viviría su día más aciago. Al mando de dos columnas de barcos que navegaban en la costa de Siria, dio una orden equivocada que significó que los barcos comenzaran a chocar unos contra otros. Casi cuatrocientos marinos perecieron ahogados. Las últimas palabras de Tryon, antes de hundirse con su barco, fueron: «La culpa es totalmente mía». Sin embargo, en el mismo minuto de este incidente y a miles de kilómetros de distancia, el mismo almirante Tryon fue visto en su mansión de Londres, en la que en ese momento sus esposa ofrecía una fiesta a sus amigos. Varios invitados juraron y perjuraron que vieron a Tryon vestido con traje de gala caminando por una escalera antes de entrar a una sala y esfumarse.

En el siglo XVI, mientras se encontraba en París, el poeta inglés John Donne recibió la intempestiva visita de su esposa, que apareció con un bebé recién nacido en sus brazos, antes de desaparecer misteriosamente en el umbral de la alcoba. El problema es que la esposa real de Donne no se encontraba en París, sino en Inglaterra, donde acababa de dar a luz a un bebé muerto. El famoso literato alemán Johan Wolfgang Von Goethe, autor de Fausto, se encontraba un día muy deprimido a causa de un mal de amores, por lo que, romántico como era, decidió salir a caminar por el campo. A poco de caminar vio a un jinete dirigirse hacia él. Cuando lo tuvo al frente, el poeta no podía dar crédito a sus ojos. Era él mismo, pero vestido con otras ropas. Ocho años mas tarde, el propio Goethe salió un día a dar un paseo a caballo por el mismo camino que había recorrido aquella vez y, recordando ese incidente, se dio cuenta que llevaba puestas las mismas ropas que vestía su doppelganger años atrás.

El caso de la profesora francesa Emile Sageé es redundante. En 1845 se encontraba dando clases en una escuela cuando su doppelganger apareció a su lado, repitiendo todos sus movimientos delante de trece asustados niños. En otra ocasión sus alumnos la vieron sentada en el aula mientras que por la ventana pudieron ver a su doble caminando por el patio. Las pocas personas que se atrevieron a acercarse al doppelganger descubrieron que podían pasar a través de ella, aunque aseguraron que tenía una textura que les recordó una tela gruesa. El director del colegio, ante el espanto de los padres por estos insólitos hechos, puso a la maestra (y a su doble) de patitas en la calle. Emile Sageé ya tenía hecho el cuerpo:  confesó que no era la primera vez que perdía su trabajo por culpa de su maldita doble. De hecho, había trabajado en 19 colegios en un lapso de 16 años.

El escritor francés Guy de Maupassant  relató que al final de su vida su doble se metió en su cuarto de trabajo y comenzó a dictarle un cuento que trataba, como no podía ser menos, de un espíritu maligno que se iba a apoderando de su protagonista. Después de escribir el cuento dictado por el presunto doppelganger, Maupassant comenzó a experimentar severos problemas de salud física y mental que le mandaron al frenopático, en donde moriría un año después.

Muchos escritores han desarrollado el mito del doble. Stevenson, Hawthorne, Dostoievski, Rossetti, Musset o Yeats, por mencionar algunos. Ha inspirado obras tan conocidas como El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde o El hombre duplicado de Saramago. Además, es un tema fundamental dentro de la obra de Borges, que lo recoge en su relato El otro de El libro de arena y que explica el terror y el rechazo que el escritor argentino, como el conde Drácula, sentía hacia los espejos a los que, por otra parte, no veía.

Sin embargo, lo cierto es que más que rechazo el ser humano siempre ha sentido fascinación hacia el doble. Hoy en día, gracias a herramientas como Internet o Facebook, no es extraño ver páginas dedicadas exclusivamente a la búsqueda de dobles por todos los rincones del planeta. Que uno sepa, con poco éxito.

Y es que son muy escasos los encuentros documentados entre un hombre y su doble, pero haberlos haylos. En el libro The case for Astrology (En defensa de la astrología) de John Anthony West y Jan Gerhard Tooner, se citan dos casos de “gemelos cronológicos” que merece la pena destacar.

El rey Jorge III de Inglaterra y el chatarrero Samuel Hemming nacieron el 4 de Junio de 1738 más o menos a la misma hora. Además de que entre ambos había un parecido físico notable, sus destinos presentaron grandes semejanzas: Jorge III accedió al trono el mismo día en el que Hemming adquirió su chatarrería, ambos se casaron el 8 de septiembre de 1761, tuvieron el mismo número de hijos del mismo sexo, sufrieron las mismas enfermedades al mismo tiempo, y ambos se fueron al otro mundo el 29 de enero de 1820 con pocas horas de intervalo .

El 28 de julio de 1900 el rey Humberto I de Italia estaba cenando en un restaurante de la localidad de Monza, donde se había dirigido para presidir una competición deportiva. El dueño del establecimiento salió a presentarle sus respetos y allí fue Troya: todos los presentes se quedaron estupefactos al ver que el restaurador y el rey eran como dos gotas de agua. Intrigado por el encuentro, el rey comenzó a preguntarle detalles sobre su vida. Las coincidencias iban más allá del parecido físico: los dos se llamaban Humberto, habían nacido el mismo día en la misma ciudad (Turín), se habían casado el mismo día con una mujer que tenía el mismo nombre (Margherita) y el hombre había abierto su restaurante el mismo día que Humberto I había sido coronado rey.

La amistad duró poco. Al día siguiente, Su Majestad iba a entregar los premios en un concurso de tiro en el que iba a participar su nuevo amigo. El dueño del restaurante murió durante el concurso cuando se le disparó accidentalmente la escopeta. Pocas horas después, cuando Humberto I abandonaba el estadio y se dirigía a su carruaje, fue asesinado a tiros por el anarquista italo-americano Gaetano Bresci.


Así que si en alguna ocasión cree ver a alguien que se parece a usted más le vale cruzar los dedos, tocar madera y poner pies en polvorosa. Nada bueno puede esperarse de un encuentro con un doble … salvo que sea de cerveza. Ahí lo dejo.