domingo, 28 de agosto de 2016

Los mares atarjeas, los océanos cloacas

En una entrada de hace cuatro años me ocupé del enorme problema que representa el vertido de los plásticos a las aguas continentales y, sobre todo, su acumulación en cantidades colosales en océanos y mares. Escribí entonces que en el Pacífico Norte se había formado un basurero apocalíptico de plásticos, una especie de continente cloaca cuyo tamaño real puede alcanzar unos veinte millones de kilómetros cuadrados: cuarenta veces el tamaño de España.

El informe Basura Marina: Un Desafío Global, del Programa de las Naciones para el Medio Ambiente (PNUMA), destaca al plástico como uno de los principales contaminantes de nuestros océanos. De hecho, algunas fuentes estiman que constituye entre el 60 y el 80% de toda la contaminación marina y en algunos lugares la concentración de las minúsculas partículas de plástico supera en seis veces la del plancton. Volví sobre el asunto dos años después, en septiembre de 2014, con otra entrada, Polos de plástico, en la que recordaba que en el mundo se consumen cada año entre 500 billones y un trillón de bolsas de plástico y que menos del 1% de ellas se recicla: resulta más caro reciclar una bolsa de plástico que producir una nueva. Procesar y reciclar una tonelada de bolsas plásticas cuesta más de 3.500 euros: la misma cantidad se vende en el mercado de materias primas por 30.

Más de 13.000 piezas de desperdicios plásticos están flotando en este momento en cada kilómetro cuadrado de nuestros océanos; se estima que cada día acaban en el mar unos 8 millones de piezas de basura (equivalente al peso de 800 torres Eiffel de 14.285 aviones Airbus A380; bastarían para cubrir 34 veces la isla de Manhattan o el peso), de las que un 63% (5 millones) son residuos sólidos que han sido arrojados por la borda de algún buque; 100.000 tortugas y mamíferos marinos, como delfines, ballenas y focas mueren cada año como consecuencia de los restos de plástico con los que se «topan» en la oscuridad del océano; más de 2.000 millones de toneladas de aguas residuales -un cóctel mortífero de metales pesados, fertilizantes, pesticidas y otros contaminantes- se descargan en ríos, estuarios y aguas costeras cada año. Desde los mares, que funcionan como atarjeas, las corrientes trasladan nuestras inmundicias a los océanos, convertidos en cloacas.

Y así una interminable serie de datos que están «ahogando» nuestros mares. Se considera que en los mares de todo el mundo hay ya más de 200 zonas muertas, que son aquellas en las que falta el oxígeno hasta el punto de que la vida se hace imposible. Si a comienzos del siglo XX sólo había cuatro zonas de «mar muerto» en el mundo, a mediados de los años sesenta ya había 49, que se habían convertido en 87 en los años 70 y en 162 en los 80. Desde entonces la progresión no ha decrecido. En 1995 ya había 305 zonas inertes en las aguas cercanas a las costas en todo el mundo. En 2010 se estimaba que había 405, y que entre todas suman 245.000 kilómetros cuadrados, más de la mitad de la superficie de España.  

Mientras que la falta de medidas políticas es alarmante, la presencia de plásticos en los océanos es un problema que crece a gran velocidad a la vez que aumenta vertiginosamente su producción global. Se estima que en 2020 esta producción superará los 500 millones de toneladas anuales, lo que supondría un 900% la producción de 1980. Los principales datos sobre la contaminación de las aguas con materiales plásticos puede obtenerse en este enlace.

Un nuevo informe de la organización Greenpeace, Plásticos en el pescado y el marisco, hecho público el pasado 25 de agosto, coincidiendo con el último fin de semana del verano,  el momento en el que más residuos se generan en playas, ríos y embalses, expone las evidencias científicas del impacto de los microplásticos en los océanos y en los pescados y mariscos. El informe es una recopilación de las últimas investigaciones científicas que identifican los riesgos de los microplásticos (fragmentos < 5 mm) de desprender tóxicos y de ser ingeridos por animales marinos para viajar por la cadena trófica hasta nuestros platos de pescado o marisco.

Son bien conocidos y mejor documentados los impactos que las piezas de plástico tienen en la vida marina: animales atrapados, asfixia, estrangulación o la desnutrición que provoca su ingestión y el consiguiente bloqueo del aparato digestivo del desdichado animal que las haya digerido. Pero si usted cree que comer plástico es un problema de tortugas y delfines, está muy equivocado. Sí, ya sé que ni usted ni yo nos vamos a zampar la bolsa del supermercado, pero nos estamos comiendo, literalmente y sin saberlo, cantidades respetable de microplásticos.

Los microplásticos pueden proceder de objetos de mayor tamaño que al degradarse producen fragmentos cada vez menores, o ser directamente fabricados a tamaño microscópico, como sucede, por ejemplo, con las microesferas empleadas en productos cosméticos. El informe elaborado en la Universidad de Exeter, donde reside el laboratorio de investigación científica de Greenpeace, revela que las consecuencias potenciales de ambos tipos de residuos plásticos para la salud humana están, en buena medida, poco investigadas.

Una vez en el océano, los microplásticos pueden tanto atraer como desprender químicos tóxicos y ser ingeridos por la vida marina. Se ha demostrado que, en algunos casos, los peces jóvenes prefieren estos plásticos como su fuente natural de alimento. Aunque los efectos en la salud humana aún no están claros y se requiere más investigación, es fundamental optar por la precaución.


El actual sistema de gestión de residuos ya no es capaz de dar respuesta al creciente abandono de plásticos. Simples medidas como prohibir las bolsas de un solo uso o volver a vender con depósitos los envases de bebidas tendría efectos positivos inmediatos tanto para el entorno como para la economía. Así las cosas, urge demandar al Gobierno que actúe para eliminar el abandono de envases y garantizar su correcto reciclado mediante la implementación de sistemas de retorno de envases; prohibir el uso de microesferas de plástico; establecer las medidas necesarias para implantar la Directiva Europea sobre las bolsas de plástico de un solo uso para noviembre de 2016; fomentar medidas basadas en la economía circular, que apuesten la reutilización de la materia prima y nuevos materiales con menor impacto ambiental. 

Hay que cambiar también algunos hábitos personales. Las bolsas de plástico son solo la punta del iceberg, aunque marcan claramente la sociedad del “usar y tirar” en la que vivimos. Su sustitución debería ser un primero paso hacia un cambio que tiene y debe ser mucho mayor. Existen muchos envases y productos superfluos que llenan cada día nuestra bolsa de basura. Eliminar las bolsas de plástico es un pequeño cambio de hábitos y una gran mejora para el medio ambiente y que no sólo queda en decir: ¡No me des la bolsa! (de plástico), gracias.