«Marchemos, hijos de la Patria, / ha llegado el día de gloria! / Contra nosotros, la tiranía alza su sangriento estandarte. (bis) / ¿Oís en los campos el bramido de aquellos feroces soldados? / ¡Vienen hasta vuestros mismos brazos a degollar a vuestros hijos y esposas!».
Y
viene luego el estribillo que se repite después de cada una de sus siete
estrofas:
«¡A las armas, ciudadanos! / ¡Formad vuestros batallones! / ¡Marchemos, marchemos! / ¡Que una sangre impura inunde nuestros surcos!».
Hasta
ahí todo perfecto, pero de ahí el personal no pasa. La Marsellesa tiene siete estrofas, pero los franceses no pasan de
la primera. En su autobiografía la actriz Simone Signoret decía que hay un
contenido revolucionario en la primera estrofa de la canción, pero que es un
hecho sabido que «nadie conoce la
segunda estrofa».
Como
en los acontecimientos multitudinarios generalmente sólo se canta la primera
estrofa, la ignorancia del pueblo francés sobre la letra de su himno es
bastante comprensible. En abril de 1982 un curioso decidió conseguir el dato en
la parisina biblioteca del Centro Georges Pompidou, que se supone constituye el
depósito general de la cultura francesa. Le remitieron a la sección 78 del segundo piso, donde está
la sección de Música. En la consulta de un índice general de autores, no
apareció Rouget de Lisle (ni por la R, la D o la L). Afortunadamente, un diligente
funcionario de esa sección tenía idea de haber visto el himno francés por
alguna parte. Rebuscó durante un buen rato entre los anaqueles y finalmente logró
localizar la segunda estrofa de La
Marsellesa, que transcribo por si me lee algún francés:
«Que veut cette horde d'esclaves / De traîtres, de rois conjurés? / Pour qui ces ignobles entraves /Ces fers dès longtemps préparés ? (bis) / Français, pour nous, ah ! quel outrage ! / Quels transports il doit exciter ! / C'est nous qu'on ose méditer / De rendre à l'antique esclavage !».
«¿Qué pretende esa horda de esclavos / de traidores, de reyes conjurados? / ¿Para quién esas viles cadenas / esos grilletes de hace tiempo preparados? (bis) / Para nosotros, franceses, ¡ah, qué ultraje! / ¡Qué emociones debe suscitar! / ¡A nosotros osan intentar / reducirnos a la antigua servidumbre!».
No
fue fácil hacer un himno nacional para Francia. En El genio de una noche. ‘La Marsellesa’, 25 de abril de 1792, uno de
los capítulos de ese prodigio de síntesis histórica homeopática que es Momentos estelares de la Humanidad. Catorce
miniaturas históricas, Stefan Zweig da a conocer algunos pormenores de la
vida de su autor, así como el entorno en que se inspiró. El quinto momento
estelar escogido por Zweig es el origen del himno nacional francés. Esa
deliciosa crónica del escritor austriaco, publicada en 1927, sobre los hechos
relacionados con el himno compuesto por Rouget de Lisle, que en rigor no era ni
poeta ni compositor. Era un oficial de Ingenieros del ejército francés y
prestaba servicio en Estrasburgo. Empecemos con la gestación de la obra.
Situémonos
en Estrasburgo, año 1792, en la efervescencia de la Revolución Francesa. El 24
de abril llegó la noticia que todos esperaban: Francia había declarado la
guerra a los reyes europeos en nombre de la libertad. Durante los días previos
toda la ciudad bullía de entusiasmo. En los clubs y en los cafés se
pronunciaban discursos enardecidos. Se gritaban fogosas proclamas: «Aux armes,
citoyens! L’etendard de la guerre est deployé! Le signal est donné! Aux armes,
citoyens! Qu’ils tremblent donc, les des potes couronnées! Marchons, enfants de
la liberté!», y una y otra vez la multitud se
exalta.
Por
la tarde de ese mismo día, el burgomaestre ofreció un banquete a los oficiales de
la guarnición. Por pura casualidad, se enteró de que el capitán del Cuerpo de
Ingenieros Rouget de Lisle se las apañaba muy bien para componer ripios fáciles
de repetir. Le propuso que compusiera lo antes posible una marcha militar para
las tropas que tenían que partir, un canto de guerra para el ejército del Rhin
que al día siguiente marchará contra el enemigo.
Abrumado,
de Lisle prometió hacerlo lo mejor que pudiera. El banquete duró hasta muy
pasada la medianoche y sólo entonces el capitán volvió a su aposento. En su
cabeza revoloteaban los gritos que había escuchado por las calles y muchas
frases de las arengas y discursos bélicos que se habían pronunciado en la cena,
frases aisladas tales como «Le tour de gloire est arrivé» o «Allons, marchons!». Apenas hubo
llegado a su casa, se puso manos a la obra y esbozó unas cuantas estrofas.
Luego sacó su violín del armario y ensayó una melodía para acompañarlas. A las
dos horas, todo estaba listo.
Rouget
de Lisle se acostó a dormir. A la mañana siguiente le llevó al burgomaestre la
canción. Recibió el título de Chant de guerre de l’armée du Rhin, pero
poco después la popularizaron quinientos voluntarios que marchaban desde
Marsella a París. Miles de parisinos aguardan en las calles para recibirles
solemnemente. Y cuando los marselleses se acercaban, quinientos hombres
cantando el himno como si lo hicieran con una sola garganta y marcando el paso,
la multitud escuchaba con atención. ¿Qué himno espléndido e irresistible es ése
que cantan los marselleses?, se pregunta la gente. La primera gran victoria de La Marsellesa –que así se llama pronto
el himno de Rouget- acaba de conquistar París.
Se
extiende como un torrente desbordado. En uno o dos meses, se había convertido
en la canción del pueblo y de todo el ejército. Los generales enemigos, que
sólo pueden alentar a sus soldados con la vieja receta de la doble ración de
aguardiente, ven con horror que no tienen con qué enfrentarse a la fuerza
explosiva de ese himno aterrador. Lo sabía muy bien Napoleón cuando dijo «Esta
música nos ahorrará muchos cañones». La Convención Revolucionaria procedió
después a ungir la canción como himno nacional (1795).
Pero
antes de que el himno fuera definitivamente adoptado por Francia, debió
atravesar por situaciones difíciles. Su letra, uno de los primeros himnos que
no nombra a Dios, está repleta de amenazas explícitas («Temblad, tiranos, y vosotros, pérfidos, oprobio de todos los partidos,
¡temblad! ¡Vuestros planes parricidas recibirán por fin su merecido!»)
contra los enemigos del país, así como de referencias antimonárquicas. El
contenido revolucionario de la letra motivó que Napoleón se olvidara de aquello
del “ahorro de cañones” y una vez ungido Emperador la prohibiera hacia 1804 y
que la prohibición fuera después ratificada por el nuevo rey Luis XVIII (1815).
Luego, volvió a ser rehabilitada por la revolución siguiente durante la III
República (hacia 1830); otro emperador, Luis Napoleón III, volvió a prohibirla en
1852. La situación se mantuvo hasta 1879, cuando el Gobierno francés de la III
República volvió a rehabilitarla como himno nacional. Durante 1940-1945 fue
nuevamente prohibida, y su canto era considerado como un elemento de
resistencia a la ocupación alemana y al gobierno colaboracionista de Vichy.
La
prohibición durante la Francia ocupada es el telón de fondo de una de las
mejores escenas de Casablanca (1942),
la película de Michael Curtiz, que narra un drama romántico en la ciudad
marroquí bajo el control del gobierno de Vichy. En el local nocturno de Rick Blaine (Humphrey
Bogart) se vive un duelo de himnos entre un pequeño grupo de alemanes que canta
Die Wacht am Rhein (El guardia sobre
el río Rhin), acompañados de un piano, y un numeroso grupo de franceses que
termina imponiendo su melodía nacional, por entonces prohibida en Francia.
«Toquen la Marsellesa», reclama uno de los personajes a la orquesta, antes de
que las voces francesas se coman por completo a las alemanas.
Y
es que resulta difícil vencer al peso histórico de una canción que nació en
tiempos bélicos.
Aquí
les dejo un enlace con la canción completa cantada por Edith Piaf y subtitulada
en castellano.