Ground Control to Major Tom / Your circuit's dead, there's something wrong / Can you hear me, Major Tom? / Can you hear me, Major Tom? /Can you hear me, Major Tom? / Can you "Here am I floating 'round my tin can / Far above the moon / Planet Earth is blue / And there's nothing I can do.
David Bowie, Space Oddity
El 24 de abril de 1967 se vivió uno de los momentos más trágicos y secretos de la conquista del espacio. El cosmonauta Vladimir Komarov sabía que solamente tenía billete de ida. Era una misión suicida: el KGB, el Politburó, su amigo Gagarin y casi todo el mundo en Baikonur, el cosmódromo kazako, sabían que era más que probable que la Soyuz 1 fallaría. Ese día comenzó la primera tragedia en vuelo de la Carrera Espacial.
Durante el mes de abril la actividad en Baikonur había sido frenética. Por primera vez, una misión espacial formada por dos naves, Soyuz 1 y Soyuz 2, iba llevar al espacio a varios tripulantes, dos de los cuales, además, iban realizar el primer paseo fuera de la cápsula. El 15 de abril, a las 23:00, comenzó la carga de combustible de la Soyuz 1, cuyo comandante y único tripulante era Komarov. La Soyuz 2, en la que iban a viajar tres cosmonautas, recibió su carga dos días después. El lanzamiento de la Soyuz 1 tendría lugar el 23 de abril a las 03:55 hora de Moscú. La Soyuz 2 debía despegar el 24 de abril a las 03:10.
Llegó el día clave y Komarov se levantó poco después de la medianoche. Después de pasar una revisión médica de rutina, se puso su traje de vuelo, un simple mono naranja de algodón, y partió hacia la rampa de lanzamiento a las 03:00. Gagarin, demudado como su camarada, lo acompañó hasta la escotilla de entrada de la cápsula.
A la hora planeada, el comandante Komarov pronunció el grito de rigor «¡Ignición!» (los rusos nunca hacían la cuenta atrás) y el cohete lanzadera inició el que sería un vuelo a ninguna parte. En ese momento, cuando la Soyuz 1 despegó, el afligido Komarov se había convertido en el primer cosmonauta que realizaba un segundo vuelo espacial. En un primer momento todo fue bien. El despegue se realizó sin problemas aparentes y entró en órbita tal y como estaba previsto.
Una vez en órbita todo fue de mal en peor y la pesadilla comenzó. El panel solar izquierdo de la Soyuz no se desplegó; una antena de telemetría falló y el sistema de comunicaciones de onda corta y el sensor solar 45K, el encargado de mantener la nave constantemente orientada hacia el Sol, dejaron de funcionar. Sin una orientación adecuada y con un panel solar fuera de servicio lo que además de reducir la capacidad energética de la nave, crear un problema de simetría en la nave, desestabilizar los radares, y dificultar su control térmico, hizo disminuir la corriente eléctrica hasta 14 amperios, aproximadamente la mitad de la de un automóvil convencional.
Komarov intentó mantener la cabeza fría y hacer cualquier cosa por solucionar el problema. Probó a darle patadas al panel solar para que se desplegara. No funcionó. Desesperado, gritó a sus compañeros en Tierra: «Maldita máquina. ¡Nada de lo que hago funciona!». Luego intentó orientar la nave durante la quinta órbita usando el control manual y el sistema de sensores de iones, pero no lo consiguió. Trató de orientarse como si la cápsula fuera un avión, pero comprobó que en pleno espacio era muy complicado determinar la orientación de la nave con respecto al horizonte.
El plan de vuelo establecía que entre la séptima y la decimotercera órbita, cuando la cápsula estaba fuera del alcance de las estaciones soviéticas de onda corta, el tripulante debía aprovechar para dormir. Komarov no estaba para siestas. En cuanto recuperó el contacto, anunció que el sistema de orientación por iones había fallado otra vez y sin ningún sistema de orientación operativo era imposible regresar a la Tierra.
Mientras tanto, los ingenieros del cosmódromo veían dos cosas: un futuro muy negro para la misión y unas más que probables vacaciones en Siberia para algunos. Intentaron buscar alguna solución para el problema; alguno sugirió duplicarlo por el sencillo procedimiento de enviar a la Soyuz 2 para que sus tripulantes repararan la primera nave. La idea fue desestimada porque era muy difícil de realizar: se había desatado una tormenta que complicaba mucho el lanzamiento, las posibilidades de que llegara a tiempo eran escasas y, ¡qué demonios!, -debió decir alguien sensato- ¿acaso no era suficiente con tener a un cosmonauta en la picota?
Aunque los tres tripulantes de la Soyuz 2 se quejaron amargamente del "exceso de prudencia" de los responsables, lo que da una idea de la madera de que estaban hechos aquellos tipos, finalmente se decidió no lanzar la segunda nave y se optó por lo más sensato: hacer que la Soyuz 1 regresara lo antes posible. La batería proporcionaba a la nave la energía suficiente para lograr dos órbitas más y la reserva especial que se activaba en caso de que la primera se agotara permitía otras tres. Las maniobras de parada de la nave se iniciaron mientras orbitaba en el lado nocturno de la Tierra: usando un periscopio y tomando a la Luna como referencia, la pericia de Komarov hizo que la cápsula girara sobre sí misma para estabilizarse y comenzar el frenado.
Entonces, cuando la nave estaba frenándose, el combustible se acabó bruscamente y el sistema de navegación ordenó el apagado de los motores. En esas circunstancias, la nave entraría en la Tierra en modo balístico, es decir, a plomo, lo que suponía que Komarov debería soportar una deceleración mayor de lo normal, nada que no pudiera soportar un cosmonauta experimentado…. si funcionaban los paracaídas, lo que estaba por ver.
La cápsula inició la reentrada aproximadamente a las 06:00. Las comunicaciones se interrumpieron por culpa de la capa de plasma que se formó alrededor de la nave mientras el escudo térmico alcanzaba más de 2.000º C. Gracias a la antena VHF situada en la escotilla principal pocos minutos más tarde los controles en Tierra escuchaban la voz de Komarov dictando tranquilamente los parámetros del descenso. La Soyuz 1 estaba rumbo a casa.
En el momento preciso, Komarov cruzó los dedos y tiró de la palanca que abría los paracaídas. El proceso era secuencial: primero debía desplegarse un pequeño paracaídas guía cuya función era estabilizar la cápsula y tirar del paracaídas principal. Aliviado, Komarov notó que, tal y como estaba previsto (lo cual era toda una novedad en aquel vuelo maldito), la cubierta del contenedor del paracaídas salió disparada y a continuación emergió el paracaídas guía. Poco duró la alegría: contra todo pronóstico, el paracaídas principal permaneció dentro del contenedor. El ordenador de la nave detectó que la velocidad de caída no disminuía, síntoma de que había ocurrido algún problema con el paracaídas principal. El paracaídas de reserva se activó automáticamente pero, cumpliendo a rajatabla con la Ley de Murphy, se enredó con el paracaídas guía que ya estaba desplegado y no se abrió correctamente. La nave se precipitó sin posibilidad de frenar su descenso. Entonces sí, con toda certeza Komarov supo que iba a morir.
Vladímir falleció poco después, cuando la cápsula se estrelló a casi 1.200 km/h. El impacto era de por sí mortal de necesidad pero, por si quedaba algún resquicio para la esperanza, peores aún fueron la explosión y el incendio que siguieron al brutal impacto. Debido a la alta velocidad de descenso, el escudo térmico no había podido separarse a los tres kilómetros de altura como estaba previsto. A pocos metros del suelo, los cohetes de combustible sólido de la cápsula funcionaron perfectamente: se activaron para frenar la caída, una tarea inútil en esa ocasión. De haberse desprendido el escudo térmico, la actuación de los cohetes hubiera sido inútil pero inocua; pero al permanecer en su lugar, provocaron una explosión dentro del vehículo que, por si el infierno desatado no era suficiente, se avivó por los 30 kilos de peróxido de hidrógeno del sistema de maniobra de la cápsula.
La misión Soyuz 1 fue un fracaso y el infierno que acabó con Komarov supuso la paralización de los programas lunares N1-L3 y L1. Si no ocurría un milagro, la URSS podía dar la carrera lunar por perdida; el milagro no se produjo, como se encargarían de demostrar dos años después Armstrong, Aldrin y Collins.