Aún conservo
la «intuitiva, sintética y práctica» Enciclopedia Álvarez con la que preparé mi
examen de ingreso en el Bachillerato. Su autor, el maestro vallisoletano don
Antonio Álvarez, dedicó dos páginas a Aníbal (247-182 AEC), el gran general
cartaginés que en el siglo III AEC se atrevió a desafiar el poder de Roma. El
espacio les parecerá poco a algunos, pero es todo un universo de papel si se
tiene en cuenta que aquella enciclopedia de 635 páginas tamaño cuartilla
incluía más de cien lecciones dedicadas ni más ni menos que a Lengua Española,
Geografía, Ciencias Naturales, Historia, Historia Sagrada, Aritmética y
Geometría, y, de postre, más de cincuenta dedicadas a la Formación del
Espíritu Nacional.
En la estampa
que acompaña al texto, el imaginativo autor mostraba a Aníbal, espada en mano y
subido a una biga de guerra, entrando a sangre y fuego en
una incendiada Sagunto dos de cuyos habitantes, heridos de muerte, yacen a los
pies del conquistador que acaba de destruir la ciudad ibera aliada de Roma.
¡Menudo tipo!, pensaba yo, ignorante de la mejor hazaña ejecutada por uno de
los genios militares más grandes de la historia.
Estampa de la Enciclopedia Álvarez |
Lo mejor
vendría después, en la Historia Universal de Primero de Bachillerato, cuando
supe que Aníbal había atravesado los Alpes ¡montado en un elefante! La estampa
que acompañaba al texto era fascinante: el mismo tipo que había visto entrar en
Sagunto aparecía ahora a lomos de un paquidermo con el telón de fondo de unas
montañas nevadas.
Luego, Aníbal
pasó a ocupar durante muchos años el rincón de mi mente en el que impera el
olvido; hace unos veinte años volví sobre el asunto cuando leí (y releí varias
veces) Aníbal, el libro de Gisbert Haefs, una de las novelas históricas más
célebres de las últimas décadas, en la que el narrador, Antígono, un supuesto heleno asentado en Cartago, cuenta la historia del gran comandante africano.
Sobre Aníbal
se han escrito miles de ensayos y centenares de libros (teclear su nombre en
Google produce casi 12 millones de entradas; si se escribe en inglés “Hannibal”
son casi 35 millones), pero nadie ha sido capaz hasta ahora de encontrar el
camino que siguió el cartaginés para atravesar los Alpes y sorprender a los
romanos –que lo esperaban desembarcando desde África- con un audaz ataque por
su retaguardia que aniquiló a las curtidas legiones de Publio Cornelio
Escipión, cónsul que dirigía las fuerzas romanas destinadas a interceptar al
caudillo cartaginés. Roma era una potencia continental y Cartago una potencia
marítima. Parecía obvio que la flota cartaginesa podría atacar mediante un desembarco en cualquier punto del sur de la península itálica o de Sicilia, evitando así el terrorífico cruce por los Alpes. Sin embargo,
Aníbal atacó por tierra en abierto desafío y sorpresa para las tropas romanas.
Su repentina aparición en el valle del Po después de la travesía de la Galia y
el paso de los Alpes, le permitió romper la forzada paz de alguna de las tribus
locales con Roma, antes de que ésta pudiera reaccionar contra la rebelión.
Recapitulemos.
Después de que
los cartagineses asediaran y destruyeran Sagunto, los romanos decidieron
contraatacar en dos frentes: África del Norte e Hispania, partiendo desde
Sicilia, isla que les sirvió de base de operaciones. No obstante, Aníbal
trastocó los planes de los romanos con una estrategia inesperada: quería llevar
la guerra al corazón de Italia, marchando rápidamente a través de Hispania y
del sur de la Galia. Consciente de que su flota era muy inferior a la de los
romanos, Aníbal decidió no atacar por mar, sino que eligió una ruta terrestre
mucho más dura y larga pero más interesante tácticamente, pues le permitió
reclutar a muchos soldados mercenarios o aliados procedentes de los pueblos
celtas dispuestos a combatir a los romanos.
Aníbal partió
de Cartagena a finales de la primavera del 218 AEC. Puso en marcha al ejército
y envió representantes para negociar su paso a través de los Pirineos y trabar
alianzas con los pueblos que se asentaban a lo largo de su trayecto. Según Tito
Livio, atravesó el Ebro con 90.000 infantes y 12.000 jinetes. Tras su
paso por los Pirineos, disponía de 70.000 infantes y 10.000 jinetes. Según
otras fuentes, llegó a la Galia a la cabeza de 40.000 infantes y 12.000
jinetes. Por otro lado, en varias ocasiones, o como mínimo, al principio de la
guerra, Cartago envió refuerzos a Aníbal. Además, a su ejército se sumaron
muchos soldados procedentes de tribus. Cerca de 40.000 galos se unieron al
ejército cartaginés durante la guerra.
Aníbal cruzando los Alpes en un elefante, de Nicolas Poussin |
Aníbal penetró
en la Galia evitando cuidadosamente atacar las ciudades griegas erigidas en lo
que hoy es Cataluña. Se piensa que, tras franquear los Pirineos a través del
Puerto de Perthus y establecer su campamento cerca de Perpiñán, siguió
avanzando sin mayores incidentes hasta llegar al Ródano, donde apareció en septiembre
antes de que los romanos pudieran impedirle el paso. Tras evitar
las poblaciones locales, que trataron de detener su avance, los cartagineses y
sus aliados remontaron el Valle del Ródano. El hecho de que los romanos
vinieran de conquistar la Galia Cisalpina dio esperanzas a Aníbal de que sería
capaz de encontrar aliados entre los galos del norte de Italia. Luego, para
llegar hasta la llanura del Po, en el corazón de los dominios de Roma, Aníbal tenía
que atravesar los Alpes.
Fuera cual
fuese el paso elegido, la travesía de los Alpes ha sido la opción táctica más
destacada en la Antigüedad. Aníbal logró atravesar las montañas a pesar de los
obstáculos que planteaban el clima, el terreno, los ataques de las poblaciones
locales, y la dificultad de dirigir a un ejército compuesto por soldados de
distintas etnias y que hablaban en diversas lenguas.
Aníbal vencedor contemplando por primera vez Italia desde los Alpes de Francisco Goya |
Hay dos textos
antiguos que dan una descripción de la ruta de Aníbal. El más antiguo está en
el tercer libro de la Historia de la Humanidad del historiador griego Polibio
de Megalópolis (ca. 200-118 AEC). Del texto parece deducirse una ruta
septentrional, porque menciona una tribu celta, los alóbroges, que vivía en las
orillas del río Isère, en el siglo II AEC. La otra fuente es el vigésimo primer
libro de la Historia de Roma desde su fundación, escrito por el historiador
romano Tito Livio de Padua (59 AEC-17 DEC), que sugiere una ruta más al sur.
Livio y
Polibio utilizan indirectamente la misma versión escrita por un testigo de la
hazaña, que supone que fue uno de los compañeros de Aníbal, Sosylus de
Lacedemonia, que es conocido por haber escrito una historia de la Segunda
Guerra Púnica en siete libros. Polibio, contemporáneo de Sosylus, utilizó el
texto original; Livio lo conocía indirectamente. Su verdadera fuente no puede
ser identificada, pero podemos estar seguros de que ese intermediario fue un
autor meticuloso que copió todas las indicaciones cronológicas que encontró en
el informe de testigos. También añadió explicaciones; que no puede saberse si
son correctas, pero la cronología de Tito Livio es muy precisa cuando relata
los acontecimientos que surgieron en los 16 días de marcha que tardaron los
cartagineses en atravesar los Alpes.
A pesar de que
la cronología de Livio es muy detallada, siguen existiendo ciertos aspectos
oscuros en su narrativa. Polibio entiende la estrategia militar mejor que Tito
Livio. Por ejemplo, explica al principio de su historia por qué las tribus
celtas no habían atacado a Aníbal antes de iniciar su travesía de los Alpes:
«Mientras que los cartagineses habían permanecido en las llanuras, los
diversos jefes de los Allobroges les habían dejado solo debido a su miedo,
tanto a la caballería cartaginesa, como a las tropas bárbaras que los
escoltaban».
Explicaciones
como éstas están ausentes de la historia de Tito Livio. Además, escribe Polibio
que:
«He preguntado a hombres que estaban presentes en esas ocasiones acerca
de las circunstancias, he explorado personalmente el país, y he cruzado los
Alpes para conseguir evidencias e información de primera mano».
Por lo tanto,
es tentador considerar a Polibio como más fiable que a Tito Livio. Tiene
conocimientos de primera mano de los Alpes, ha leído el relato de un testigo
presencial, y entiende las maniobras del ejército. Por otra parte, Tito Livio
tampoco se queda atrás, porque copió cuidadosamente lo que había sido
meticulosamente anotado por otro. Como consecuencia de ello, nadie fue capaz de
decidir cuál de esos dos textos históricos es el más fiable.
El paso de la Traversette. Imagen de Google Maps. |
1.- El paso
tiene que ofrecer espacio suficiente para construir una acampada de por lo
menos 20.000 soldados, 6.000 jinetes y 27 elefantes.
2.- El
desfiladero debe comenzar a una distancia máxima de entre 15 a 30 kilómetros de
la cumbre, porque los soldados de Aníbal empezaron a bajar en el día que
dejaron el campamento en la cima.
3.- El camino
a Italia debía ser en dirección norte, porque los soldados encontraron nieves
del año anterior, cuando estaban descendiendo. Hay que tener en cuenta que la
línea de nieve en el aquel tiempo estaba a unos 2.000 metros.
4.- La primera
parte del descenso tiene que ser estrecha y empinada.
5.- Después de
esa primera parte, el descenso tiene que ser menos pronunciada durante unos 50
kilómetros, ya que los hombres de Aníbal tardaron tres días en llegar a la
llanura.
6.- Italia
debería ser visible desde la cumbre (según Polibio) o desde un punto en el
comienzo mismo del descenso (de acuerdo con Livio), porque Aníbal fue capaz de
mostrar sus hombres la llanura durante una arenga que supuestamente pronunció
antes de caer sobre territorio romano.
Como aval de
este último punto, cito un pasaje de Polibio:
«Los soldados, consternados por el recuerdo del dolor que habían
sufrido, y sin saber a qué deberían enfrentarse cuando siguieran avanzando,
parecieron perder el coraje. Aníbal los reunió, y, como desde la cima de los
Alpes, que parecían ser la entrada a la ciudadela de Italia, se divisaban las
vastas llanuras que regaba el Po con sus aguas, Aníbal se sirvió de este bello
espectáculo, único recurso que le quedaba, para quitar el miedo a los soldados.
Al mismo tiempo, les señaló con el dedo el punto donde estaba situada Roma, y
les recordó que gozaban de la buena voluntad de los pueblos que habitaban el
país que tenían ante sus ojos».
El sexto
condicionante es el menos importante, porque la arenga de Aníbal fue
probablemente inventada. Esta era una práctica muy común en la historiografía
antigua: el lector espera breves discursos en los que los actores explican lo
que estaban haciendo y por qué. Estos discursos explicativos se incluyen
normalmente antes de una acción particularmente importante.
El único paso
que se adapta a las cinco condiciones principales es también el más bajo, el
Col du Montgenèvre entre Briançon, Francia, y Susa, Italia. Hay un argumento
adicional para apoyar que este fue el paso tomado por Aníbal: son las
distancias que mejor se adaptan a las mencionadas por Polibio (252 km desde el
Ródano hasta el comienzo de la subida, y 216 desde allí a la llanura del Po. Ni
que decir tiene que el Montgenèvre se puso al frente de las quinielas, por más
que el mismísimo Napoleón Bonaparte –maestro en el movimiento de tropas-
abogase por el Mont Cenis y que algunos profesionales de la cosa, como Patrick
Hunt, profesor de Arqueología de la Universidad de Stanford, que había pasado
toda su vida como un friki consagrado a la búsqueda del puerto, lo pusiesen en
duda en beneficio del Petit Saint Bernard, cuyos partidarios sostienen que las
constantes nieblas que se elevan a menudo en la llanura del Po impiden verla desde el Montgenèvre.
Los fans de este último contraatacaban con numerosas fotografías con el cielo
despejado.
A los partidarios del puerto de Clapier, el siguiente pasaje de Polibio les daba alas: «Aníbal llegó a Italia con el ejército
citado antes, acampó a los pies de los Alpes, para que descansaran sus tropas
[...] procuró, en primer lugar, contratar a los pueblos del territorio de
Turín, pueblos situados al pie de los Alpes». En los Alpes Septentrionales,
sólo el Clapier satisfaría estas dos condiciones: vista panorámica sobre la
planicie del Po y del territorio de los turineses. Desde que el coronel Perrin
lo afirmó en 1883, un tropel de fieles elucubradores se sumó a esta doctrina.
Claro que
siempre hay heterodoxos. La única excepción notable a la hipótesis de Perrin
fue la de Sir Gavin de Beer quien, a la vista de su currículo, parece que aquí
pintaba poco. Sir Gavin Rylands de Beer (1899-1972) fue un embriólogo evolutivo
británico, director del Museo británico de Historia Natural y presidente de la
Sociedad linneana de Londres, cuya carrera científica estuvo centrada en la
embriología experimental, la embriología comparada, paleornitología y la
embriología evolutiva. No cabe duda de sus impresionantes resultados
científicos: de Beer escribió 382 artículos, 16 libros de zoología, evolución,
embriología y crecimiento. Sin embargo, le sobraba tiempo para sus aficiones
literarias e históricas: cinco libros sobre historia de la ciencia, nueve
biográficos (especialmente de Charles Darwin), nueve sobre Suiza y los Alpes y
otros seis sobre la industria militar y otros asuntos avalan su trayectoria
divulgativa en esos campos, lo que mereció el Premio Kalinga de la Unesco. En
1955, Alps and elephants. Hannibal's march, en el que desmontaba la hipótesis
Perrin y proponía el puerto de la Traversette en los Alpes meridionales, cerca
del Monte Viso (Alpes Cocios). La ruta no atravesaba el territorio de los
alóbroges, lo que sirvió a sus numerosos detractores para atacarla con
vehemencia, porque, al fin y al cabo, ¿qué hacía un biólogo diletante metido en
los sesudos debates de arqueólogos, historiadores y estrategas militares?
Y en esas
estábamos cuando la ciencia, tan amada por de Beer, acaba de salir en su ayuda.
De ello me ocuparé en una próxima entrada.