sábado, 8 de agosto de 2015

Un ejército con diarrea

El Food & Water Watch de California presentó entre 2011 y 2013 los primeros informes sobre los efectos socioeconómicos y laborales a corto y largo plazo que podría provocar el fracking en las comunidades rurales de Pensilvania (1, 2, 3). Lo que demuestran esos análisis es que la fractura hidráulica puede provocar ciclos acelerados de “expansión y recesión” en las economías locales en detrimento de otras economías más sostenibles basadas en la agricultura, la ganadería y el turismo. Además, lo que ocurre en los pueblos afectados se parece mucho a lo que sucedía en los momentos álgidos de la fiebre del oro satirizada por Chaplin en La quimera del oro o a los efectos que desata una compañía bananera sobre los pequeños núcleos rurales que describe Gabriel García Márquez en La hojarasca.


El síndrome que rodea el desarrollo explosivo de las ciudades es tan antiguo como la minería. Un buen ejemplo del frenesí desatado por la especulación petrolera es la fulgurante carrera de la ciudad de Pithole, surgida de la nada en Pithole Creek, a unos veinticinco kilómetros de Titusville, Pensilvania. En enero de 1865 se abrió allí un primer pozo en un hermoso terreno forestal; para junio ya había cuatro pozos que producían dos mil barriles al día, una tercera parte de la producción total de las llamadas “Regiones Petrolíferas”. La gente se afanaba por llegar hasta allí atravesando los caminos saturados de pringosos carromatos cargados de barriles. «Todo el lugar, dijo un testigo, huele como un cuerpo de ejército cuando todos tienen diarrea». La especulación con las tierras parecía no tener límite. Una granja que prácticamente no tenía valor unos meses antes se vendió por 1,3 millones de dólares en julio de 1865 y se revendió por 2 millones de dólares en septiembre.

Holdem Street, Pithole, en 1866.
En ese mismo mes, la producción de la cuenca de Pithole Creek alcanzó los seis mil barriles diarios, dos terceras partes de la producción de las que Daniel Yergin llamó las "Regiones Petrolíferas". Y en ese mismo mes de septiembre, lo que en tiempos había sido un punto insignificante y salvaje en el mapa de Pensilvania, se convirtió en una ciudad de quince mil habitantes. The New York Herald informó que el principal negocio en Pithole eran el licor y los alquileres; The Nation añadió: «Se puede afirmar con toda seguridad que en esa ciudad se bebe más licor de garrafón que en cualquier otra de su tamaño situada en cualquier parte del mundo».

Pithole ya estaba en el camino de la respetabilidad, con dos bancos, dos oficinas de telégrafos, un periódico, una central depuradora, un cuerpo de bomberos, montones de pensiones y oficinas, más de cincuenta hoteles -tres de ellos, por lo menos, eran todo lo elegantes que pudieran exigir las normas de las grandes ciudades- y una estafeta de correos que despachaba más de cinco mil cartas cada día. Los garitos y prostíbulos no se registraban en las pudorosas estadísticas de la época. 

Hito que señala hoy día el lugar en donde estuvo Pithole.
Pero luego, un par de meses después, la producción de petróleo descendió de golpe, tan de prisa como había comenzado. Para la gente de Pithole eso fue una calamidad, algo así como una plaga bíblica que apareció como un fatídico regalo de Navidad. En enero de 1866, tan sólo un año después del primer descubrimiento, miles de personas desesperanzadas abandonaron la ciudad en busca de nuevas oportunidades. 

La ciudad, que había surgido de la nada y de la noche a la mañana, quedó totalmente desierta. El fuego arrasó los edificios y los armazones de madera que quedaron en pie se desmontaron para construir casas en otros lugares o los quemaron como leña los granjeros de los alrededores. Pithole volvió a hundirse en el silencio y en la naturaleza. Una parcela de tierra en Pithole, que en 1865 se había vendido por dos millones de dólares, fue subastada en 1878 por 4,37 dólares. Pithole es ahora un pueblo fantasma que visitan los turistas que no tienen nada mejor que hacer.

Hoy, como la propiedad de la tierra ya está en manos públicas o privadas, el petróleo ya no atrae a personajes como los viejos buscadores que se acercaron a Pithole, pero los operadores, los medios y los políticos crean alrededor de la explotación de los hidrocarburos unas falsas expectativas de creación de empleo que acaban por frustrar a los ya de por sí desesperados trabajadores en paro y a los agricultores que han perdido sus tierras por la crisis de las hipotecas subprimeEl periódico El País se ha hecho eco estos días de sendos casos de ciudades surgidas del boom del petróleo que constituyen un buen ejemplo de modernos "Pitholes" (1, 2), que bien pudiera servir de ejemplo a quienes buscan en el fracking la redención de todos sus males.