El Food & Water Watch de California
presentó entre 2011 y 2013 los primeros informes sobre los efectos
socioeconómicos y laborales a corto y largo plazo que podría provocar el fracking en las comunidades rurales de
Pensilvania (1, 2, 3). Lo que demuestran
esos análisis es que la fractura hidráulica puede provocar ciclos acelerados de
“expansión y recesión” en las economías locales en detrimento de otras
economías más sostenibles basadas en la agricultura, la ganadería y el turismo.
Además, lo que ocurre en los pueblos afectados se parece mucho a lo que sucedía
en los momentos álgidos de la fiebre del oro satirizada por Chaplin en La quimera del oro o a los efectos que
desata una compañía bananera sobre los pequeños núcleos rurales que describe
Gabriel García Márquez en La hojarasca.
El síndrome que rodea el desarrollo explosivo
de las ciudades es tan antiguo como la minería. Un buen ejemplo del frenesí desatado
por la especulación petrolera es la fulgurante carrera de la ciudad de Pithole,
surgida de la nada en Pithole Creek, a unos veinticinco kilómetros de
Titusville, Pensilvania. En enero de 1865 se abrió allí un primer pozo en un
hermoso terreno forestal; para junio ya había cuatro pozos que producían dos
mil barriles al día, una tercera parte de la producción total de las llamadas
“Regiones Petrolíferas”. La gente se afanaba por llegar hasta allí
atravesando los caminos saturados de pringosos carromatos cargados de barriles.
«Todo el lugar, dijo un testigo, huele como un cuerpo de ejército cuando todos
tienen diarrea». La especulación con las tierras parecía no tener límite. Una
granja que prácticamente no tenía valor unos meses antes se vendió por 1,3
millones de dólares en julio de 1865 y se revendió por 2 millones de dólares en
septiembre.
Holdem Street, Pithole, en 1866. |
En ese mismo mes, la producción de la cuenca
de Pithole Creek alcanzó los seis mil barriles diarios, dos terceras partes de
la producción de las que Daniel Yergin llamó las "Regiones Petrolíferas". Y en ese mismo mes de septiembre, lo
que en tiempos había sido un punto insignificante y salvaje en el mapa de
Pensilvania, se convirtió en una ciudad de quince mil habitantes. The New York Herald informó que el
principal negocio en Pithole eran el licor y los alquileres; The Nation añadió: «Se puede afirmar con
toda seguridad que en esa ciudad se bebe más licor de garrafón que en cualquier
otra de su tamaño situada en cualquier parte del mundo».
Pithole ya estaba en el camino de la
respetabilidad, con dos bancos, dos oficinas de telégrafos, un periódico, una
central depuradora, un cuerpo de bomberos, montones de pensiones y oficinas,
más de cincuenta hoteles -tres de ellos, por lo menos, eran todo lo elegantes
que pudieran exigir las normas de las grandes ciudades- y una estafeta de
correos que despachaba más de cinco mil cartas cada día. Los garitos y
prostíbulos no se registraban en las pudorosas estadísticas de la época.
Hito que señala hoy día el lugar en donde estuvo Pithole. |
Pero luego, un par de meses después, la
producción de petróleo descendió de golpe, tan de prisa como había comenzado.
Para la gente de Pithole eso fue una calamidad, algo así como una plaga bíblica
que apareció como un fatídico regalo de Navidad. En enero de 1866, tan sólo un
año después del primer descubrimiento, miles de personas desesperanzadas
abandonaron la ciudad en busca de nuevas oportunidades.
La ciudad, que había surgido de la nada y de la noche a la mañana, quedó totalmente desierta. El fuego arrasó los edificios y los armazones de madera que quedaron en pie se desmontaron para construir casas en otros lugares o los quemaron como leña los granjeros de los alrededores. Pithole volvió a hundirse en el silencio y en la naturaleza. Una parcela de tierra en Pithole, que en 1865 se había vendido por dos millones de dólares, fue subastada en 1878 por 4,37 dólares. Pithole es ahora un pueblo fantasma que visitan los turistas que no tienen nada mejor que hacer.
La ciudad, que había surgido de la nada y de la noche a la mañana, quedó totalmente desierta. El fuego arrasó los edificios y los armazones de madera que quedaron en pie se desmontaron para construir casas en otros lugares o los quemaron como leña los granjeros de los alrededores. Pithole volvió a hundirse en el silencio y en la naturaleza. Una parcela de tierra en Pithole, que en 1865 se había vendido por dos millones de dólares, fue subastada en 1878 por 4,37 dólares. Pithole es ahora un pueblo fantasma que visitan los turistas que no tienen nada mejor que hacer.
Hoy, como la propiedad de la tierra ya está
en manos públicas o privadas, el petróleo ya no atrae a personajes como los
viejos buscadores que se acercaron a Pithole, pero los operadores, los medios y
los políticos crean alrededor de la explotación de los hidrocarburos unas falsas
expectativas de creación de empleo que acaban por frustrar a los ya de por sí
desesperados trabajadores en paro y a los agricultores que han perdido sus tierras
por la crisis de las hipotecas subprime. El periódico El País se ha hecho eco estos días de sendos casos de ciudades surgidas del boom del petróleo que constituyen un buen ejemplo de modernos "Pitholes" (1, 2), que bien pudiera servir de ejemplo a quienes buscan en el fracking la redención de todos sus males.