Esconder la suciedad debajo de la
alfombra mientras se barre no es una buena idea: la porquería acaba siempre por
aparecer. La idea de que las actividades humanas pueden causar terremotos ha
existido durante décadas, pero ahora se sabe con certeza que la conexión entre
las prácticas asociadas al fracking y los movimientos sísmicos es real. Dos
estudios, publicados la semana pasada en Science
Advances y Science,
concluyen que los terremotos están siendo inducidos por la inyección en el
subsuelo del fluido salado y contaminado que se extrae de los pozos de fracking
después de que haya sido inyectado a alta presión para forzar la salida del
petróleo o del gas natural.
Las relaciones entre los cambios
volumétricos del agua subterránea y la inducción de seísmos se conocen desde la
década de 1960, cuando los geólogos se dieron cuenta de que las minas de oro en
Sudáfrica provocaban pequeños terremotos, aunque en algún caso la
magnitud superó los cinco puntos en la escala Richter. Desde entonces, los
científicos han encontrado que incluso bombear agua fuera de las minas
subterráneas para evitar las inundaciones de las galerías modifica lo
suficiente la dinámica de la tensión en las formaciones rocosas como para
desencadenar un terremoto. Algunas rocas están saturadas de agua, lo que quiere
decir que el agua rellena los poros entre las partículas de roca. Se forma así
lo que se llama «presión de poro», lo suficientemente poderosa como para
mantener a la formación rocosa en una especie de equilibrio de turgencia. Si se
aspira el agua, las partículas tienden a colapsar sobre sí mismas y la roca se
comprime. Si se añade un fluido sea agua o sea gas, el efecto es el contrario:
las partículas se separan y la roca se expande. De manera que el agua
moviéndose bajo tierra puede afectar a las tensiones en las formaciones
rocosas. Ahora supongamos que hay una falla cercana. Si se modifica el
contenido de agua alrededor de la falla, esta podría deslizarse. Si el agua
penetra en la falla en sí, puede lubricarla y provocar un terremoto de cierta
magnitud.
Las operaciones de bombeo en el
fracking inyectan grandes cantidades de agua a presión para fracturar la roca y
liberar el hidrocarburo. Desde que comenzaron a multiplicarse las operaciones
de fractura a mediados de la pasada década, se sospechaba que podían inducir
movimientos sísmicos. En 2013, las pruebas comenzaron a aflorar con nitidez. El
aumento de la actividad sísmica en Oklahoma, Ohio y Arkansas se
relacionó inmediatamente con la práctica del fracking. Aunque provocar
microseísmos para obtener imágenes de los estratos rocosos es una práctica
común en la exploración de los depósitos de hidrocarburos y las explosiones
provocadas para fracturar pueden inducir movimientos telúricos, la causa
principal de los seísmos parece estar estrechamente relacionada con la
inyección de aguas residuales en el subsuelo, una de las prácticas que usan los
operadores del fracking para deshacerse de los contaminados fluidos de retorno.
El agua que se utiliza para fracturar la roca se recupera y se bombea en esos
pozos de agua residuales, que inyectan mucha agua. A varios kilómetros de
profundidad, hasta nueve en muchos pozos, el agua a alta presión puede
acumularse durante meses o años. Es esa presión la que en realidad puede crear
terremotos.
Las primeras relaciones sobre
seísmos y fracking se establecieron en Texas en 2013 (Figura 1). No era nada nuevo: se
piensa que un pozo de aguas residuales en el yacimiento Arsenal de las Montañas
Rocosas en Colorado fue el detonante de un terremoto de grado 4,8 que tuvo
lugar en
la década de 1960. También en 2013, en otro estudio también
publicado en la revista Science
se relacionó a los terremotos con la inyección de aguas residuales procedentes
del fracking. Los investigadores, de la Universidad de Columbia, aseguraban que
seísmos ocurridos en lugares lejanos habían desencadenado terremotos en zonas
de Estados Unidos donde se elimina el líquido sobrante de las explotaciones
inyectándolo en el subsuelo a gran profundidad (Figura 2).
El estudio hablaba,
por ejemplo, de un terremoto en Chile que provocó actividad sísmica en Oklahoma
y de otro en Japón que generó seísmos en Tejas. Otro estudio, esta vez publicado
en la revista Geology
relacionó un seísmo de magnitud 5,6 (seis décimas superior al registrado en
Lorca en 2011) ocurrido en Oklahoma en 2011, que dejó dos heridos, catorce
casas destruidas y carreteras dañadas, con la inyección del fluido de retorno
del fracking en el subsuelo. Ese terremoto, el más
potente registrado jamás en Oklahoma, provocó posteriormente varios planos
de falla al sur del epicentro, causando más de mil réplicas. Las mismas
prácticas produjeron durante 2010 y 2011 unos 800 terremotos leves (menos de 3
grados en la escala Richter) en
Arkansas. Los más de 600 terremotos registrados en ese estado en 2010
superaban en número a los registrados durante los últimos cien años. La
Arkansas Oil and Gas Commission relacionó
inequívocamente esos seísmos con la habitual práctica de los operadores de
fracking de inyectar las aguas residuales en el subsuelo y prohibió tales
prácticas.
Terremotos similares han ocurrido
en los estados de Texas, Oklahoma, Nuevo México, Nueva York y Virginia
Occidental, todos ellos relacionados con la inyección de agua residual (1;
2; 3).
Tan segura era la estrecha relación entre la inyección de fluidos en el
subsuelo y los terremotos, que Arthur McGarr, geólogo del Servicio Geológico
estadounidense en Menlo Park, California, decía en 2011 que era
capaz de predecir la magnitud de los terremotos en la escala Richter en
función del volumen de líquido que se inyecte.
También hay registrados
incidentes sísmicos en Europa. En junio de 2011, dos terremotos ocurridos en
Reino Unido obligaron a parar las actividades de exploración que se habían
iniciado en Lancashire. El Servicio Geológico Británico informó que el momento
de las operaciones y la proximidad de los terremotos al yacimiento indicaban
que tales seísmos eran consecuencia
del proceso de fracking.
Cuadrilla Resources, una empresa energética del Reino Unido, admitió que su
proyecto de fracking era el causante de la inducción de esos terremotos. Con el
habitual comportamiento de las empresas del sector, el informe de Cuadrilla
(que la empresa ha retirado de su web), llegaba a la conclusión de que no había
impedimento para continuar con las operaciones de fracking en la zona.
En los Países Bajos, entre 2000 y
2013, el número de terremotos aumentó más de cinco veces respecto al decenio
precedente, mientras la producción de gas se duplicó. A través de un comunicado
emitido en abril de 2013, la compañía petrolífera holandesa Nederlandse
Asrdolie Maatschappij (NAM) admitió implícitamente ser la causa desencadenante
de estos seísmos, asignando una cantidad de 100 millones de euros en
compensaciones para todos los ciudadanos que habían comunicado daños tras las
últimas sacudidas sísmicas (Peinado, M. Fracking: El espectro que sobrevuela Europa. Icaria, 2015).
Dos estudios, publicados el
pasado 18 de junio en Science
Advances y Science,
llegan a la conclusión de que los terremotos están siendo inducidos por la
inyección en el subsuelo del fluido salado y contaminado que se extrae de los
pozos de fracking después de que haya sido inyectado a alta presión para
extracción petróleo. Los operadores han dado con el viejo truco de esconder la
suciedad debajo de las alfombras: lo inyectan en el subsuelo. Los estudios
científicos han concluido que la inyección del fluido de alta concentración producido
en la extracción de petróleo o gas viene inmediatamente seguida de movimientos
sísmicos. El aumento de esa práctica de eliminación está directamente
relacionada con el aumento de los terremotos en Oklahoma y en todo Estados
Unidos.
Las evidencias científicas están
fuertemente apoyadas por las estadísticas: en los últimos años han aparecido
datos suficientes que correlacionan en lugar y tiempo a los terremotos y la eliminación
de fluidos. La práctica de bombear los fluidos en depósitos subterráneos no es
nueva, pero se ha incrementado exponencialmente en los últimos años. Hoy, algunos
pozos bombean más de 300.000 barriles de agua al mes (cada barril son 159
litros). Ese cambio en la práctica se correlaciona perfectamente con el aumento
de los terremotos (Figura 3). Cabe
destacar que desde que Kansas pidiera en marzo de este año una moratoria para
la eliminación subterránea de fluidos, la tasa de los terremotos se ha reducido,
aunque aún es demasiado pronto para saber con certeza si esta tendencia
continuará.
La mayor parte del aumento de la
actividad sísmica consiste en terremotos relativamente pequeños, pero como
desde 1974 los geólogos son capaces de registrar terremotos de magnitud 3, han
podido observar que mientras que durante el período 1974-2008 en Oklahoma se
registraba solamente un terremoto de magnitud 3 una vez al año, entre 2013 y
2014 el registro se disparó hasta más de un centenar.
El aumento en la actividad
sísmica es aún más notable cuando se consideran los terremotos de magnitud 4 o superior,
ya que los antiguos métodos de registro de datos (los anteriores a 1974) también
pueden rastrearlos. Entre 1882 y 2009 en Oklahoma se había registrado solamente
un terremoto de al menos esa magnitud cada diez años aproximadamente; a partir de
2009 la tasa se incrementó hasta multiplicarse casi 200 veces: en 2014 se
registraron 24 seísmos de magnitud 4 o superior. (La escala de magnitud moderna
sustituye a la antigua escala de Richter; la moderna escala es logarítmica: un
terremoto de magnitud 4 libera 101,5 veces más energía que un terremoto de
magnitud 3). Otros estados han visto incrementos similares, aunque menos
dramáticos en términos de números absolutos.
Para analizar las causas de
dichos aumentos, los autores de los estudios publicados la semana pasada examinaron
varias posibilidades. Si bien es probable algunos terremotos se deban directamente
al fracking, la investigación demuestra claramente que se deben a la
eliminación del fluido extraído después de la fractura mediante su bombeo a alta
presión en el subsuelo. Es ahí donde radica el problema: si el líquido se añade
a un lugar donde los fallas son un poco inestables, la presión adicional es
suficiente para causar sacudidas sísmicas. Las rocas del subsuelo de Oklahoma
están repletas de pequeñas fallas o grietas sometidas a una cierta tensión. La
inyección presurizada de líquido es suficiente para que esas fallas liberen la
energía acumulada. Cuando la inyección era relativamente pequeña, era difícil
vincular los terremotos con la actividad humana; cuando la tasa de inyección
aumentó en los últimos años, la actividad sísmica se disparó hasta el punto que
la conexión resulta estadísticamente significativa.