Para derrotar al
malvado Putin, nada mejor que inundar el mercado europeo con gas natural
estadounidense procedente del fracking. Eso es lo que la industria gasística a
uno y otro lado del Atlántico nos quiere hacer creer. Aprovechando la histeria
provocada por el conflicto Rusia-Ucrania que comenté en este entrada,
en Estados Unidos se han presentado sendos proyectos de ley que intentan que se
abran (y se aceleren) las exportaciones de gas natural, prohibidas expresamente
por la Sección 3ª de la Natural Gas Act
de 1938. En ambos casos, los proyectos han sido presentados por sendos
representantes de Colorado, uno de los estados más proclives al fracking y
también uno de los que más se ha significado por las protestas sociales en
contra de la fractura hidráulica.
El 5 de marzo abrió
la veda el senador demócrata Mark Udall
(proyecto S.2083),
al que siguió el proyecto H.R. 6, presentado el
pasado 19 de junio en la ventanilla del Congreso por el republicano Cory
Gardner, en una demostración
palpable de que las diferencias partidistas no impiden que ambos se pongan de
acuerdo en nombre de una supuesta ayuda a Europa para que dejemos de depender energéticamente
de Putin (lo que, hoy por hoy, es sencillamente imposible), y para la mejora de
la seguridad nacional de Estados Unidos.
Cory Gardner, congresista por Colorado |
En una jeremiacas
declaraciones que moverían a la comprensión (e incluso a la compasión) si uno
se hubiera caído de un guindo, el congresista Gardner declaró al presentar el
proyecto en la Cámara Baja que «oponerse a su proyecto de ley sería como
desatender una llamada de nuestros amigos y aliados al 911». (El teléfono de
emergencias en Estados Unidos es el 911). Como ha señalado la conocida periodista
y escritora Naomi Klein en un artículo
reciente publicado en The Guardian,
tal cosa sería cierta si nuestros amigos y aliados trabajaran en la industria
petrolera y la emergencia fuera que a los especuladores del fracking cada vez les cuesta más
sostener sus ruinosas explotaciones.
Por lo demás,
aunque las declaraciones de ambos próceres pongan énfasis en las ayudas a “nuestros
amigos y aliados de Europa”, sus proyectos de ley (léanlos: apenas suman cuatro
páginas) piden que se abran las exportaciones los países miembros de
Organización Mundial del Comercio, de la que forman parte 159
países de los 194
oficialmente reconocidos en el mundo.
Es decir, que lo que lo que realmente pretenden los honorables miembros de ambas
cámaras es poner gas en el mercado internacional para que lo compre el mejor
postor. La retórica es un disfraz.
Como es también es
retórica falaz el discurso patriótico («Patriotismo, el último refugio de los
sinvergüenzas», decía Oscar Wilde) que desde hace años la industria ha estado
vendiendo: que los estadounidenses deben soportar las agresiones a su medio
ambiente y a su salud que provocan las explotaciones de fracking con el patriótico fin de que su amado país alcance la “independencia
energética”. Y ahora, de repente y aprovechando la coyuntura, el objetivo se ha
cambiado desde la seguridad energética a vender un exceso temporal de gas en
el mercado mundial.
¿Pero a qué vienen
estas prisas por vender gas natural? Antes de entrar en materia, lo expondré brevemente: En estos momentos, la industria estadounidense (que está
en manos de la banca de Wall Street) tiene al gas por castigo. Como ocurre en
La Mancha con los precios de la uva los años de buenas cosechas, los Estados
Unidos llevan varios años consecutivos de “vendimias” gasísticas desmesuradas,
lo que –en virtud de la ley de la oferta y la demanda, y de la imposibilidad legal de
exportar gas- ha tirado los precios domésticos por los suelos para deleite de los consumidores (que no tardarán en pagar con intereses el timo
del fracking) y desesperación de los operadores, que están
perdiendo dinero a espuertas, tal y como escribí en esta entrada. Y ahora apoyemos la historia con algunos
datos.
La situación
energética de Estados Unidos pintaba muy mal cuando transcurría la primera
década del actual milenio. Según las estadísticas energéticas mundiales (BP,2012), durante las tres últimas décadas la producción de energía procedente de
todas las fuentes se había incrementado en un 16% mientras que el consumo lo había
hecho en un 29% (Figura 1). Como consecuencia, el 20% del consumo energético
estadounidense tuvo que importarse en 2011 mientras que en 1981 se había
importado solo el 11%. La producción energética global se incrementó en un
15,6% en ese período, pero el consumo subió un 29%. Más del 86% del consumo
energético procedió de combustibles fósiles frente al 8,3% (nuclear), 3,3%
hidroeléctrico y 2% (renovables).
Figura 1. Producción y consumo de energía
por combustible estadounidense (1981-2011.
Fuente: Figura 9.
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Los
datos de diciembre de la oficialista Agencia de Información de la Energía eran
deprimentes (EIA, 2012). La mayoría de las regiones petrolíferas
estadounidenses estaban de capa caída (Figura 2). Excepción hecha de Texas y
Dakota del Norte, donde estaban comenzando a explotarse unos nuevos tipos de
yacimientos no convencionales de los que todo el mundillo energético hablaba y
no paraba, la producción disminuía sin cesar o permanecía estable. La
producción en 2012 había caído 31 puntos porcentuales con respecto a 1985 y 36
puntos si la referencia eran los días de vino y rosas de los 70 cuando se
alcanzó el récord histórico de la producción doméstica.
Cuando
la producción estaba en su punto álgido en 1970, Estados Unidos tenía 531.000
pozos operativos que producían poco menos de unos 18 barriles diarios (bl/d) cada uno. Cuarenta
años después, el país tenía aproximadamente el mismo número de pozos operativos
(530.000) pero la productividad media había caído a 10,4 bl/d (EIA, 2011: Tabla 3c). Era
el vivo retrato de la Ley de los Rendimientos Decrecientes: la productividad
media por pozo había caído en el 44% en las últimas cuatro décadas (Figura 3).
Figura 3. Pozos operativos y
productividad por pozo en EEUU
(1970-2010)
Fuente: Fig. 14.
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A pesar de que
cuando apareció ese informe de 2011 se había instalado en el país el relato de
la “independencia energética” del que luego me ocuparé, el 42% del consumo de
petróleo en 2012 procedía de importaciones. Solamente el 34% del petróleo consumido
en 2012 procedía del subsuelo estadounidense o de sus plataformas litorales.
Así estaban las
cosas en 2007, con el barril de petróleo en máximos históricos (cien dólares,
el récord hasta entonces) y en pleno declive de la producción petrolera, cuando la industria energética estadounidense
echó las campanas al vuelo y anunció que los tiempos habían cambiado. Aún sin
admitir, o admitiendo a regañadientes como ya comenzaban a hacer, que la era
del petróleo líquido tenía los días contados, habían encontrado la forma de
extraer hidrocarburos (sobre todo gas natural en cantidades astronómicas, pero
también algo de petróleo) no ya debajo de las piedras, sino dentro de las
piedras y en unas cantidades tan extraordinarias que el problema del petróleo
había dejado de existir. El mensaje volvió a
ser: Quemad, chicos, quemad. Carpe diem.
John Hofmeister, ex
jefe de operaciones para Estados Unidos de Shell, lo vio claro cuando en
septiembre de 2012 declaró al Wall Street Journal:
A menos que algo cambie en serio en los próximos cinco años, vamos a depender del gas porque no habrá suficiente petróleo para todos.
Puede que no
hubiera bastante petróleo, pero gas iba a sobrar y como del gas podían
obtenerse líquidos, el problema del oro negro iba a pasar a la historia. Nadie
completó el relato diciendo que la producción de líquidos a partir del gas era
más cara y su rendimiento energético mucho menor. Para qué preocuparse. Carpe diem.
Figura 4. Suministros estadounidenses de
gas natural por orígenes (1998-2012).
Fuente: Fig. 16.
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La “shale revolution”, la extracción de gas y petróleo de yacimientos inaccesibles hasta ese momento fue saludada como “el nuevo tesoro nacional”, “Eldorado en forma de gas” o “el nuevo maná” y proclamada la herramienta clave para un cambio de paradigma energético. Un lema “la independencia energética” se adueñó del país más adicto al petróleo del mundo. La disminución de la producción de gas y petróleo convencionales se compensaría con la explotación de unas rocas, las shales, mediante una tecnología innovadora, el fracking horizontal. Algo había de cierto: el gas estadounidense no daba las señales de declive que mostraba el petróleo. No sólo no lo hacía, sino que la producción crecía, lo que no evitaba que en plena retórica de la independencia energética y a pesar del incremento de la producción doméstica, el país tuviera que seguir importando en 2012 un 8,6% de sus suministros de gas natural (Figura 4).
En realidad, el gas natural convencional presentaba claros síntomas de
declive en la mayoría de los estados productores tradicionales como Alaska,
Nuevo México, Oklahoma, Wyoming o en las plataformas marinas del Golfo de
México. El crecimiento sustancial en gas natural provenía de yacimientos no
convencionales de Luisiana, Texas, Pensilvania y de un puñado de otros estados.
En Dakota del Norte había también una notable producción de gas natural
asociado al petróleo, pero como no existían infraestructuras para
transportarlo, se quemaba en unos gigantescos mecheros que han transformado el
vuelo sobre la despoblada Dakota en un espectáculo de luz y color (Foto).
Al poner en el
mercado una enorme cantidad de gas natural, los precios domésticos se
desplomaron, a pesar de que Estados Unidos sigue importando gas. El precio del
gas natural en Estados Unidos disminuyó abruptamente de los 10,4 dólares por cada millón de pies cúbicos (Mpc) en 2008 hasta un mínimo de 1,89 dólares por Mpc en abril de 2012, a causa
de la saturación del suministro procedente de las operaciones con gas de
lutitas (Figura 5).
Figura 5. Evolución de la producción y
el precio de gas de lutitas en Estados Unidos, 2000-2012.
Fuente: Heinberg (2014).
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Como el umbral de
rentabilidad estimado sería que un precio comercial de 8-9 dólares por Mpc, los
precios anormalmente bajos hacen que el negocio del gas de lutitas basado
exclusivamente en el consumo doméstico sea una ruina y la industria lo sabe.
Así hablaba Rex W Tillerson, presidente de Exxon Mobil Corporation en una conferencia
que pronunció el 27 de junio de 2012 en el Council on Foreign Relations:
Lo que puedo decirle es que el coste del suministro no es de 2,50$. Estamos perdiendo hasta la botas, no ganamos dinero. Está todo en números rojos.
Su colega Aubrey
McClendon, de Chesapeake Energy, tampoco es que fuera muy optimista:
El sector entero no es rentable hoy en día.
Aunque de creer a
sus exégetas la industria del gas de lutitas ha bajado voluntariamente los
precios y está promocionando las exportaciones de gas natural como una manera
altruista de mejorar la balanza comercial de Estados Unidos y de “ayudar a sus
amigos y aliados”, la realidad es otra: las compañías, que están para hacer
negocio, además de hacer jugosos cambalaches financieros en Wall Street, se
esfuerzan en abrir los mercados y ejercen un fuerte lobby para que se les
apruebe (y subvencione) la construcción de terminales marítimas para exportar
el exceso de gas a los mercados de Europa y Asia Oriental, donde se pagan
precios mucho más altos.
El buque metanero Golar Spirit |
Por eso, a pesar
del hecho de que Estados Unidos sigue siendo un importador neto de gas natural,
los esfuerzos de exportación de gas están en marcha: Dominio Corporation
comenzará la construcción de un proyecto de exportación de GNL en su terminal
Cove Point en Maryland en 2014, con contratos para la entrega a Japón y India;
Cheniere Energy convertirá su instalaciones de importación de GNL en Sabine,
Luisiana, en una terminal de exportación, y United LNG ha firmado acuerdos con
la India para el suministro a largo plazo de GNL a través de su plataforma
litoral principal Hub Energy Pass, también en Luisiana.
Así que los motivos
reales de la industria no tienen nada que ver con la mejora de la balanza
comercial de Estados Unidos ni con ayudar a los europeos. Los importadores
potenciales de GNL en Japón, India, China o Europa tendrán que pagar más de 15 dólares
por millón de Btu de gas natural, mientras que los estadounidenses pagan unos 4 dólares.
Con ese diferencial tan amplio, la industria del gas natural lo que quiere es
exportar su producto por una exclusiva razón: para obtener un mejor precio y un
mayor beneficio.
Si los usuarios
estadounidenses quieren el mismo gas, tendrán que pagar más. No hay otra. Las
exportaciones de GNL harán subir el precio del gas natural en Estados Unidos:
por poco que se sepa de economía, cuando el mercado doméstico deje de estar
saturado, los precios subirán. En una política “tartufiana”, la industria del
gas natural está haciendo todo lo posible para aumentar sustancialmente los
precios de gas natural de Estados Unidos, aunque al mismo tiempo afirma que los
bajos precios del gas son el mirífico resultado de sus prácticas. Los políticos
dan cumplida respuesta a los lobbistas que pagan sus campañas electorales, pero
como no pueden hablar claramente de que defienden los intereses de la industria, aprovechan cualquier coyuntura para arrimar el ascua la sardina de la mano que
les da de comer.
* Las unidades de medida y la definición de los términos técnicos contenidos es esta entrada pueden descargarse aquí.