Parafraseo la cabecera de este artículo a partir del título de un libro desternillante y preclaro, El catolicismo explicado a las ovejas, del también profesor Juan Eslava Galán, que sabrá perdonarme el pequeño hurto literario. Para compensar modestamente a mi colega, les recomiendo que se gasten unos euros en la compra del libro, porque por el mismo precio el doctor Eslava Galán desvela, tras dos mil años de controversias matemáticas y lógicas, el misterio de la Santísima Trinidad.
Formo parte de un grupo de docentes que, como hijos que somos (algo descarriados, pero hijos) de la tradición católica, apostólica y romana, observamos con creciente desasosiego como los católicos, faltos como están de los instrumentos oportunos, desconocen la interpretación de los más profundos misterios de su religión y eso los lleva a practicar un catolicismo tibio que, de no ponerle remedio, acabará por apartarlos para siempre jamás de la recta doctrina de nuestra Santa Madre Iglesia, conduciéndolos, de propina, a las calderas de Pedro Botero, si es que el infierno sigue donde ha estado siempre que ya ni de eso se está seguro.
Para salir de esa desdichada situación en la que toda ignorancia tiene su asiento, queremos traspasar los muros de las escuelas, los institutos y las universidades para llevar la cultura y la educación a ámbitos en los que hasta ahora hemos estado ausentes y en los que nuestra dejadez de funcionarios vagos por definición ha privado a muchos ciudadanos del derecho universal a la cultura. Estamos seguros que monseñor Rouco Varela y su peña, tan acostumbrados como están a alejarse del poder terrenal, a rehuir la pompa y la púrpura y a palpar el mundo real, se adherirán como un solo hombre a lo que nos traemos entre manos.
Como primer paso, queremos llegar a un acuerdo con las autoridades eclesiásticas (los pastores) para que nos cedan un diez por ciento del tiempo de las misas con el fin de que profesores especialistas en las distintas disciplinas puedan llegar más fácilmente a las ovejas (los creyentes) mediante breves disertaciones académicas en las que nunca faltarían los "powerpointes" y otras innovaciones didácticas. Estamos estudiando cuál sería el momento idóneo para insertar en las misas contenidos científicos y culturales y, aunque poco duchos en cuestiones litúrgicas, se nos ocurre que tal vez podríamos colocar nuestro producto científico y cultural inmediatamente después de la consagración o justo antes del Padre Nuestro.
Está claro que algunos feligreses podrían, con razón, objetar que ellos no tienen por qué aumentar sus conocimientos ni su cultura, habida cuenta que acuden a misa con el único fin de orar y escuchar la palabra de Dios para que ello, además y como quien no quiere la cosa, les perdone otras faltas terrenales y los lleve directamente al cielo. Para solucionar el problema de quienes deseen permanecer en la inopia, y aunque pudiera parecer inconstitucional, a la entrada a la iglesia les haríamos rellenar un formulario para que manifestaran su preferencia por la religión o la cultura. Una vez identificados unos y otros, los que no estuvieran interesados en la campaña de extensión cultural abandonarían en el momento adecuado la nave principal de la iglesia para reunirse en las capillas laterales, la cripta o el salón parroquial. Con el fin de evitar agravios, esas ovejas recibirían durante ese rato charlas ad hoc. Por ejemplo, los feligreses que no quieran repasar la tabla periódica estudiarán los efectos perniciosos de los colorantes alimentarios; los que no quieran hacer gimnasia podrán ver un documental sobre la obesidad, y los que no quieran repasar los verbos irregulares ingleses podrían estudiar estadísticas sobre la importancia de hablar idiomas en el mundo moderno.
Algunos negociadores enviados por la Conferencia Episcopal nos han adelantado que no habría problema en computar el tiempo de cualquiera de estas actividades como tiempo equiparable al dedicado a escuchar la palabra de Dios, a la oración, a la contemplación o a la penitencia y que en ningún caso podrá discriminarse el acceso a la salvación eterna a los fieles en razón de sus preferencias religiosas o educativas.
Tampoco han puesto la más mínima objeción a la aparente contradicción derivada de que el contenido de las misas esté basado en la fe del carbonero, el dogma y creencias tan disparatadas que dejan en mantillas la historia de Superman, en contraste con la naturaleza científica y académica de los contenidos que habitualmente impartimos en las aulas. Pero las ganancias para las ovejas interesadas no serían pocas porque la asistencia a las clases les permitiría responder a muchas cuestiones que atormentan hoy el alma del creyente.
¿De dónde saldría el dinero para pagar al profesorado que trabaje los domingos? Sin duda alguna de los donativos que los fieles depositan en los cepillos, del porcentaje de impuestos destinados al sostenimiento de la Iglesia Católica o, en general, de los presupuestos de la Iglesia. Claro, que también podríamos acudir a la publicidad. La religión católica, con sus templos y sus procesiones, es uno de nuestros grandes atractivos turísticos que permitiría obtener jugosos ingresos a costa de los turistas, tan crédulos y de tan buen conformar. Como según la Conferencia Episcopal con la pasta que obtienen del Estado no tiene ni para empezar, podrían ayudarse con publicidad. Un compañero de profesión, Rafael Reig, ha dado algunas interesantes ideas al respecto: «Vodafone debería patrocinar los confesionarios, eso salta a la vista: 800-GOD, tu línea directa con el Altísimo. O la Gran Vigilia de la Inmaculada-Woman Secret, que proporcionaría un atractivo imprevisto a una de las actividades nocturnas más peregrinas y aburridas que puedan concebirse; seguro que entusiasmaba a las feministas norteamericanas. Las custodias, es decir, las piezas de metal en las que se expone la hostia consagrada a la adoración de los fieles, ¿no ganarían mucho bajo la advocación de Samsonite? ¿Y qué decir de las propias hostias? Deberían distribuirse hostias consagradas y envasadas al vacío, en pequeños tetrabriks o en packs familiares. ¿Cuánto dinero podríamos recaudar dejando la promoción eucarística en manos de Kellogs? El problema de la fecha de caducidad (puesto que, según pretenden, Dios es eterno), se resolvería con un sencillo “consumir preferentemente antes de”. Seamos imaginativos: ¿no podría Zara actualizar la rancia imagen del manto de la Virgen del Pilar? ¿Qué no haría Benetton con el Cristo de Medinaceli? ¿Cuánto nos daría la editorial de Las sombras de Grey por poder patrocinar las procesiones de Semana Santa, con sus penitentes azotándose?»
Solucionado el engorroso problema de las nóminas, para garantizar la calidad de las enseñanzas impartidas nuestra asociación gestionaría directamente el dinero aportado por la Iglesia y con él contrataría a profesores de sólida formación pedagógica y científica que se encargarían de impartir las clases durante las misas. Naturalmente, dado el carácter eminentemente laico de las clases, no dudaríamos en despedir fulminantemente a aquellos profesores que no mantuvieran una coherencia laica entre su vida profesional y personal haciendo cosas como casarse por la iglesia, llevar medallitas y escapularios, acudir a misa semanalmente o participar en cualquier tipo de actos religiosos.
Finalmente, llevaremos nuestras negociaciones hasta el mismísimo Vaticano, con cuyas humildes y desprendidas autoridades firmaríamos un concordato que garantizara la continuidad de nuestra noble tarea docente en las iglesias durante los años venideros.
Entre tanto cuaja la idea, amable lector, puedes hacer llegar nuestra propuesta educativa a docentes, padres, alumnos, políticos, sindicalistas, medios de comunicación e incluso a las autoridades eclesiásticas, incluido nuestro muy amado pastor complutense, el obseso monseñor Reig Pla. Tal vez así contribuyamos a que se entienda mejor lo que está ocurriendo en relación con la enseñanza de la religión en los centros sostenidos con dinero público.