martes, 6 de noviembre de 2012

Thomas Jefferson vs. Aaron Burr. Y si empatan, ¿qué?



Cuando escribo este artículo, la tarde del seis de noviembre, todo indica que la elección del presidente de los Estados Unidos se dilucidará por un margen muy estrecho, apenas por un puñado de votos. Pero, ¿qué ocurriría si Barack Obama y Mitt Romney obtuvieran finalmente el mismo número de votos electorales? Aunque es difícil, tal posibilidad no es en absoluto descartable y pondría al país en la tesitura de resolver un empate para la elección presidencial que tiene un sólo antecedente en la historia estadounidense.

El Tratado de París de 1783 puso fin la guerra que en 1775 habían iniciado las trece colonias británicas originales en América del Norte contra el Reino de Gran Bretaña. El Tratado reconocía la independencia de Estados Unidos. Cincuenta y cinco representantes de las colonias se reunieron en Filadelfia en 1787 con el fin de redactar una Constitución. Se instituyó un único Gobierno federal, con un presidente de la República y un Congreso legislativo bicameral (Cámara de Representantes y Senado), cuya estructura básica continúa funcionando en la actualidad. 

Que el nuevo presidente de la recién estrenada República iba a ser el general George Washington estaba fuera de toda duda, pero el método para elegirlo fue todo un encaje de bolillos. Entre los delegados coloniales los había presidencialistas, que abogaban por la elección popular, para que hubiera un presidente fuerte e independiente del Congreso. Otros, desconfiando del pueblo y recelando de un ejecutivo fuerte, querían que fuese nombrado por el Congreso. Finalmente se decidió que votaría el pueblo, pero sólo para elegir electores. Estos electores luego elegirían al presidente. De esta manera, la influencia del pueblo tendría peso, pero el voto final reposaría en el juicio de los electores, quienes, se suponía, serían más sabios que la población en general. Se constituyó así el Colegio Electoral que ha existido desde entonces como parte del sistema político americano y que tanto despista al resto del mundo.

En 1788 el Congreso constituyente dispuso la elección del primer presidente de los Estados Unidos según la Constitución y fijó su mandato en cuatro años a partir del 4 de marzo de 1789. Los sesenta y nueve electores se reunieron el 4 de febrero de 1789. De acuerdo con la Constitución, cada uno debía votar por dos hombres. El que obtuviera más votos sería presidente,  y el segundo vicepresidente. Washington fue elegido presidente por unanimidad, mientras que treinta y cuatro de los electores votaron también por John Adams. Puesto que ningún otro obtuvo tantos votos, Adams se convirtió en el primer vicepresidente de los Estados Unidos. Desde el inicio, el Gabinete de Washington estuvo dividido en dos facciones que con el paso del tiempo evolucionaron a los dos primeros grandes partidos estadounidenses; los federalistas, liderados por Alexander Hamilton, y los demócratas-republicanos, cuyo líder indiscutible era Thomas Jefferson.

Cuando, en septiembre de 1796, Washington decidió no volverse a presentar como candidato a un tercer período presidencial, federalistas y jeffersonianos se aprestaron para la batalla electoral.  Thomas Jefferson y Aaron Burr se presentaron para presidente y vicepresidente, respectivamente, en nombre de los republicanos, mientras que John Adams y Thomas Pinckney hacían lo propio por los federalistas. El margen de la victoria federalista fue insignificante: Adams obtuvo 71 votos electorales y Jefferson 68. Como Jefferson obtuvo más votos que Pinckney (59), fue nombrado vicepresidente.

Además de su ajustada elección, Adams partía de una posición de debilidad dentro de sus propias filas, dado que el candidato natural hubiera sido Hamilton, el hombre que manejaba las riendas y para el que estaba destinada la Presidencia desde el mismo momento de la redacción de la Constitución. Sin embargo, Hamilton estaba políticamente quemado, había sido acusado de irregularidades financieras y de relaciones ilícitas con mujeres. Era impensable pensar en presentarlo como candidato. Se resignó a permanecer en la sombra. Se convertiría en una sombra alargada para Adams, de quien desconfiaba porque no lo juzgaba lo suficientemente federalista y, lo que le resultaba peor, pensaba que no era lo suficientemente hamiltoniano. De hecho, durante el período electoral maniobró para que los electores se pronunciasen a favor de Pinckney y no de Adams. El tiro le salió por la culata: sus adversarios se movilizaron en contra de Pinckney, Adams ganó la Presidencia y Jefferson resultó elegido vicepresidente.

La muerte de Washington, en diciembre de 1799, simbolizó el final de la hegemonía federalista. El partido que había dirigido Washington se hallaba en una situación deplorable, dividido en facciones irreconciliables. Sin otro candidato mejor que postular para las elecciones de 1800, volvieron a nominar a Adams con Charles C. Pinckney como candidato a la vicepresidencia. Los republicanos escogieron a Jefferson y a Aaron Burr una vez más, con la esperanza de unir las dos poderosas facciones del partido: la de Virginia y la de Nueva York. La campaña fue una de las más enconadas en la historia norteamericana, y los republicanos, que ganaron los estados del Atlántico central y del sur, obtuvieron una ventaja significativa en votos electorales.

El 3 de diciembre de 1800, 138 electores se reunieron para votar. La mayoría de los electores (73), eran demócrata-republicanos, por lo que la elección de Jefferson parecía asegurada. Pero en medio del júbilo, se pasaron de frenada. Según la Constitución, el candidato que ganara mayor número de votos sería el presidente, y el que le seguía, sería el vicepresidente. Por eso, cuando todos los electores demócrata-republicanos votaron a favor de Jefferson y de Burr (73 votos para cada uno) se dispararon en el pie: crearon un empate, el único de la historia americana en la elección de un presidente.

Era un empate de facto, pero todos los electores tenían claramente la intención de votar a Jefferson para la Presidencia y a Burr para la Vicepresidencia. Pero el texto de la Constitución no hacía distinciones subjetivas. En caso de que ningún candidato obtuviese la  mayoría, la elección tenía que ser decidida «inmediatamente» en la Cámara de Representantes, donde cada estado tenía un voto.

Los demócrata-republicanos estaban en un brete y más aún cuando el taimado Burr, un maniobrero político de primera, nunca dijo que se negaría a aceptar la Presidencia (algo que Jefferson no le perdonaría nunca). Así las cosas, el empate tenía que ser resuelto por la Cámara saliente, lo que era un nuevo problema dado que, aunque los jeffersonianos tenían mayoría sobrada en la Cámara entrante, los federalistas dominaban la saliente y se mostraron muy dispuestos a votar a Burr con tal de fastidiar a sus adversarios políticos. Finalmente, se impuso la cordura gracias a Hamilton, que logró que varios federalistas votaran por Jefferson no sin antes tensar la cuerda durante treinta y cinco votaciones. Finalmente, el 17 de febrero de 1801, en la trigésimo sexta votación, se rompió el empate y Jefferson fue elegido por el voto de diez estados contra cuatro. Comenzó así la era jeffersoniana, que vería la mayor expansión territorial de Estados Unidos que bajo su presidencia se extenderían de costa a costa.

Pero eso es ya historia. ¿Qué ocurriría ahora si los dos candidatos de 2012 obtuvieran el mismo número de votos electorales? La Duodécima Enmienda, propuesta al Congreso en 1803 para evitar la indeseada jugada de 1800, establece que será la Cámara de Representantes entrante la que elija al nuevo Presidente. Como se espera que los republicanos mantengan su mayoría actual, Romney será el nuevo Presidente. En el mismo escenario de tablas, correspondería al Senado elegir al vicepresidente y como en el Senado los demócratas tienen mayoría, los senadores podrían elegir al actual vicepresidente Joe Biden. La cohabitación estaría servida.