J.B.S. Haldane |
Cuentan que un
teólogo victoriano preguntó al gran biólogo Haldane si podía deducir algo sobre
Dios a partir de su huella en el Universo. Teniendo en cuenta, que los coleópteros son con gran diferencia los animales con mayor número de especies, la respuesta fue: «no sé, quizás una
desmedida afición por los escarabajos». Puede que Dios ame a los escarabajos,
pero lo que es seguro es que algunos escarabajos han sido adorados como dioses.
El escarabajo pelotero (Scarabaeus sacer)
se pasa el día entero recogiendo mierda y amasándola en forma de pelotitas. Tan atareado coprófilo es común en Egipto, de modo que también en la antigüedad
resultaba habitual la observación de los esfuerzos del animalito arrastrando y
haciendo girar pelotas de estiércol. Los egipcios encontraron en la ardua faena
cotidiana del acorazado coleóptero una metáfora sencilla y efectiva que
permitía vincular el animal con la sagrada misión de Ra, el gran dios encargado
de mover el Sol a través del firmamento y añadieron al bicho a su interminable catálogo
de dioses, diosecillos y otros seres espirituales.
Las teorías
marxistas tradicionales atribuyen el poder económico a la propiedad de los
medios de producción, de los que el capitalista extrae su beneficio. El
capitalista lleva a cabo el ciclo capital-dinero: invierte dinero en personal y
equipos para crear un bien o servicio que lleva al mercado, donde se vende y se
vuelve a convertir en un dinero en el que está comprendida su ganancia: la
plusvalía. Era la economía real o productiva sostenida por el dinero real,
contante y sonante. Pero esta imagen tradicional del oro respaldando los
billetes en circulación, vigente cuando Marx escribía, ya no es válida. En 1971
el dólar dejó de estar anclado al oro y dos años después el resto de monedas
mundiales dejaron de estar ligadas al dólar. Desde ese momento, la creación de
dinero ha vuelto (como sucedía antes de la II Guerra Mundial, en los tiempos de la Gran Depresión del
29) a no tener ningún límite físico. Ya no hay lingotes de oro en las arcas de
los bancos centrales que respalden el dinero en circulación. Tal cosa ha tenido
múltiples consecuencias y una de ellas ha sido la creación de dinero de la nada
de forma acelerada.
La nueva realidad
financiera, la posibilidad de crear dinero de la nada, ha provocado cambios
importantes en esta forma de ejercer el poder económico. Las nuevas condiciones
del sistema monetario y financiero han creado una fuente de financiación
abundante que permite crecer al capital a velocidades supersónicas, acceder a
más mercados, obtener economías de escala y conseguir una rentabilidad astronómica.
Y la llave de todo esto la tiene el poder financiero. De este modo, si el
capitalista propietario de los medios de producción tiene la capacidad de
extraer la plusvalía, el capitalista financiero tiene la capacidad de
multiplicar esa plusvalía en un nuevo y colosal milagro de los panes y los
peces.
En una crisis
sistémica como la actual no deja de ser sorprendente que todas las soluciones
que se están planteando reclamen el crecimiento económico sin plantearse,
siquiera sea teóricamente, que el ciclo bajista de esta crisis responde a la
misma lógica que la fase alcista anterior y que la necesidad de crecimiento
responde a la deuda insostenible que genera el tipo de interés, elemento clave
de los mercados financieros.
¿Cómo se crea el
dinero en un momento como el actual caracterizado por ser el período histórico
de su mayor existencia y crecimiento? De la nada. El dinero se crea de la nada,
algo de lo que ya me ocupé en una entrada anterior. El Banco Central Europeo
(BCE), el más grande de los entes creadores de billetes en la UE , crea dinero mediante
subastas de euros periódicas en las que pone una cantidad en circulación. Obtenido
el dinero en las ubres del BCE, la banca privada produce a su vez dinero cuando
lo presta por encima de los depósitos que mantienen, algo de lo que me ocupé en
otra ocasión.
Perfecto, ¿no? Todo
el mundo dándole a la manivela y el dinero fluyendo sin cesar. ¿Dónde está el
problema? Pues en que hasta ahora no he dicho nada de la deuda, que aparece
justo después de crear el dinero, al ponerlo en circulación. Cuando el BCE
emite euros no se los da a los bancos de balde, sino que fija un tipo de
interés. Cuando un banco toma dinero del BCE tendrá que devolverle algo más de
lo que pidió, generando inevitablemente una deuda mayor que el préstamo.
Por tanto, es evidente que
siempre habrá una deuda mayor que el dinero en circulación. En el
sistema hay un déficit irresoluble de dinero: por más dinero que se cree,
siempre habrá una deuda superior. Además, para obtener liquidez, los Estados,
la banca y las empresas necesitan recurrir, masiva y habitualmente, a la petición
de préstamos para su funcionamiento cotidiano. Como esto se realiza con un
interés creciente (el BCE pone un tipo de interés del 1% al Santander, por
poner un ejemplo, pero este se lo presta al Estado al 6-7%), el trasiego del
flujo de préstamos hace que el monto total de deuda se incremente más y más. Una
vez que vencen los plazos de devolución de la deuda, es habitual que no se devuelva,
sino que las entidades pidan nuevos préstamos con los que devolver capital e
intereses de deudas pasadas, incrementando el conjunto de la deuda total aún
más.
La creación de
dinero de la nada se ha multiplicado de forma acelerada hasta provocar que en
la actualidad, el 90% de la masa monetaria sea digital. Pero como esto no es
Jauja y la máquina del movimiento continuo está todavía por inventar, nos
encontramos en dos situaciones paradójicas: cuanto más dinero se pone en
circulación, más crece la deuda y más escaso es el dinero; y cuanto más escaso
es el dinero, más tiende a ponerse en circulación.
Así las cosas,
¿cómo demonios se mantiene este sistema que produce deudas crecientes que no
pueden ser restituidas? Pues con la estrategia del escarabajo pelotero: caminar
incesantemente con la bola de mierda entre las patas. El sistema toma prestado
contra el futuro sobre la base del crecimiento continuo de un pelotón que nunca
puede pararse porque, como les ocurre a los ciclistas, si se paran se caen.
Quienes han recibido los préstamos prometen que devolverán las deudas con el
único fundamento de la esperanza en la riqueza generada por el crecimiento
futuro. Y así va el mundo, dándole a los pedales sin parar.
Este crecimiento,
como muestran todos los indicadores y nos enseña la economista Susana Belmonte
en un brillante ensayo (Nada está
perdido. Un sistema monetario y financiero alternativo y sano; Icaria
Editorial, 2012) -un libro que debiera repartirse en colegios, institutos y
universidades-, solo es posible con un consumo creciente de materia y energía,
que es imposible en un planeta con unos recursos cada vez más escasos, como sucede
con los combustibles fósiles.
En esto se traduce
la solución de volver a crecer: en una escalada de deuda que ha llegado a unos
volúmenes intolerables que el sistema resuelve con la estrategia de las crisis
periódicas como las que ahora estamos sufriendo. Es la lógica del crecimiento
infinito del sistema económico, que –apoyado en el interés compuesto- nos
empuja a un crecimiento continuo imposible, tan imposible como que un simple
escarabajo pueda mover el Sol.