Os dejo los enlaces a tres artículos de Javier Marías referidos al Gobierno que nos asola.
domingo, 23 de septiembre de 2012
¡Habemus papam! o el truco del BCE
El largo y cálido verano que se
despidió anteayer para dar paso a un lóbrego otoño del que lo mejor que podemos
esperar es la vuelta de la lluvia a un país reseco, estuvo marcado por tres
noticias económicas. Una de ellas fue el anuncio de las medidas de estímulo
adoptadas por la Reserva Federal estadounidense (el equivalente al Banco Central
Europeo: BCE) para aumentar la demanda interna mediante la puesta en
circulación de dinero encaminado a financiar inversiones creadoras de empleo y
a fomentar el crédito para empresas y familias. Se trata de una medida que
camina en dirección opuesta a la política de recortes y austeridad que ha
demostrado su rotundo fracaso en Irlanda, Grecia Portugal y España.
Las otras dos noticias nos atañen
más de cerca y, contra toda razón, han sido saludadas con alborozo por la
mayoría de los analistas de los medios de comunicación. La primera medida tuvo
lugar el 28 de junio en Bruselas, cuando las autoridades de la Eurozona
adoptaron como prioridad política salvar a la banca europea. Léanme bien:
escribo que los prioritario es salvar a la banca, no a los ciudadanos
empobrecidos o desempleados, lo que indica bien a las claras las intenciones de
los líderes de la Eurozona, más preocupados de que los banqueros alemanes y
franceses recuperen el dinero prestado para financiar nuestra burbuja inmobiliaria
que de solucionar los problemas sociales que asolan el sur de Europa.
Para lograr tal fin se anunció
que el BCE asumiría las tareas supervisoras que hasta ahora detentan los bancos
centrales de los países miembros, lo que implica que estos deberán ceder la
mayor parte de sus competencias a los “hombres de negro” del BCE. Además, éste,
que tenía como mandato principal el control de la inflación, será a partir de
ahora el responsable de proveer de liquidez a los bancos en dificultades.
En realidad, aunque lo haga con
las narices tapadas para evitar el hedor que proviene de las sentinas bancarias
infestadas de ladrillos, activos tóxicos y provisiones infladas, el BCE lleva un
año inyectando dinero a la banca privada en una costosa estrategia que el Nobel
Joseph Stiglitz (El precio de la
desigualdad; Taurus, 2012) ha llamado del “castillo de naipes” que,
combinada con la austeridad y los recortes, ha demostrado ser infructuosa para
sacarnos del atolladero. En resumidas cuentas, tal estrategia consiste en
aportar más dinero a los bancos para comprar más deuda pública y sostener a
ésta; y aportar más dinero a las deudas soberanas para apoyar a los bancos. En
palabras de Stiglitz, la estrategia, de la que me ocupé en una entrada
anterior, “no es más que economía vudú, un regalo oculto a los bancos por
valor de decenas de miles de millones de dólares”.
Desde diciembre de 2011 hasta hoy
el BCE ha practicado con afán el círculo vicioso de la economía vudú, prestando
a la banca privada europea un billón de euros en números redondos, la mitad de
los cuales ha ido a parar a los bancos italianos y españoles. De modo que cuando
le aturdan las voces que gritan (interesadamente) que los bancos no tienen
dinero, haga oídos sordos: no les falta el dinero, más bien les sobra, pero lo
guardan debajo del colchón. ¿Cuál es ese colchón?, se preguntará quien haya
tenido la paciencia de llegar hasta este renglón. Pues el propio BCE y los
Estados en dificultades. Veámoslo.
El gran argumento político utilizado
para transferir fondos públicos (el BCE es una institución pública, téngalo en
cuenta) a la banca privada es que tales ayudas son necesarias para salvar a los
bancos con el objetivo de que estos presten dinero a empresas y familias. Tal
argumento es una falacia. Con el dinero que reciben a tasas de interés muy
bajas (menos del 1%) los bancos hacen lo mejor que saben hacer, que es ganar
dinero corriendo el menor riesgo posible: invierten los euros públicos
recibidos comprando deuda soberana en el mercado
secundario en forma de bonos emitidos a intereses muy altos (6 a 7% en
Italia y España). ¡Así cualquiera!, dirán ustedes ante esta nueva versión del ancestral
“comprar duros a peseta”.
Ocurre, sin embargo, que la
avaricia puede romper el saco y los intereses superiores al 6% suponen un
límite rayano en lo insostenible. Pero como se trata de apurar al máximo sin
derrapar, cuando las primas de riesgo arden y la motocicleta especulativa amenaza
con estamparse, aparece el BCE y compra deuda pública de los países amenazados
(siempre en el mercado secundario,
recuerde este dato), lo que inmediatamente refresca el recalentado motor
haciendo bajar los intereses de los bonos públicos que, pasado un tiempo,
retornarán a las andadas alcistas, volviendo a dejar indefensos a los Estados
frente a los especuladores financieros.
Lo que el BCE debería hacer si de
verdad quisiera ayudar son dos cosas. La primera, a la que podríamos llamar
“función de termostato”, es anunciar que no tolerará en ningún caso que las
primas se recalienten impidiendo automáticamente que los intereses de los bonos
públicos sobrepasen un determinado nivel. No lo ha hecho ni lo hará, porque el
BCE está controlado por el Bundesbank (algo de lo que me ocuparé en una próxima
entrada) y por la banca privada que no permitirán que Mario Draghi (uno de los hombres de Goldman Sachs reconvertido en responsable del BCE) mate a la gallina de los
huevos de oro que les da duros a peseta.
A la vista de las disparatadas
alzas de las primas de riesgo, la segunda medida que podría adoptar el BCE sería
anunciar que compraría deuda soberana en el mercado primario. El primer jueves de septiembre, Draghi anunció por
fin que, a partir de ahora, el BCE compraría bonos públicos de los Estados que
lo solicitaran en las cantidades que fueran necesarias para evitar que las
arcas públicas colapsen como consecuencia del aumento de los intereses de la
deuda soberana. ¡Habemus papam!,
exclamaron algunos. Por fin había fumata blanca. Las campanas se lanzaron al
vuelo y se proclamó (bastante insensatamente) que el problema de la deuda
pública se había resuelto de una vez por todas: el primo Zumosol (BCE) iba a favorecer
que los Estados pudieran conseguir dinero prestado a intereses más bajos,
permitiendo que su deuda pública disminuyera hasta porcentajes razonables de su
PIB. ¿Fácil, no?
Pues no. Cualquiera que se tome
la molestia de leer la letra pequeña del anuncio, podrá tomar cumplida nota de
que lo que va a hacer el BCE es mantener el status
quo que conviene a las élites financieras: no va a matar al enfermo, pero
tampoco lo va a curar del todo. Digamos que lo que va a hacer es mantenerlo con
respiración asistida para que de sus ubres (las arcas públicas) siga manando
leche sin que se muera la vaca (el Estado). Pongamos la lupa sobre la letra
pequeña.
En primer lugar, la compra de los
bonos se hará en el mercado secundario, el lugar donde la banca privada (la cual,
no lo olvide, ha obtenido financiación pública del BCE a intereses
liliputienses) compra bonos públicos por los que obtiene réditos varias veces superiores.
Lo que va a hacer el BCE es, por un lado, seguir prestando dinero a la banca
para que compre bonos públicos y siga forrándose, pero limitando, por otro
lado, las posibilidades de que su avaricia rompa el saco. Es decir, no se
erradica al parásito pero se limita su capacidad de succión. Si en realidad lo
que quiere el BCE es ayudar a los Estados, lo que debería hacer es comprar
deuda estatal en el mercado primario en lugar de hacerlo con la intermediación de
la banca privada en el parqué secundario.
En segundo lugar, la tan
celebrada compra de bonos públicos se limita a los de corto plazo (máximo de
vencimiento en tres años), lo que significa pan para hoy y hambre para mañana
porque las inversiones sólidas de los Estados son siempre a medio (diez años) y
largo plazo (veinte años). Que haya que retornar el préstamo en tres años
limita enormemente las posibilidades de financiación de proyectos públicos de
infraestructuras y de inversión social.
Y en tercer lugar, para que unos
se forren otros tendrán que pasar frío. Quienes van a pasar frío somos todos
nosotros, porque la compra de deuda pública sólo será posible si el Estado pide
ayuda a los fondos de estabilidad financiera europea (EFSF/ESM, por sus siglas
en inglés) que, mire usted por donde, si podrán comprar bonos a diez-veinte
años en el mercado primario.
Naturalmente, para que tan
mirífica solución (léase rescate) se ponga en práctica las células (es decir,
nosotros) del enfermo (el Estado) tendrán que sufrir la acostumbrada dieta de
caballo en forma de recortes sociales, educativos y sanitarios, disminución de pensiones
(que llegará, no les quepa duda) y de salarios, reducción drástica de
inversiones públicas, estrangulamiento del crédito para empresas y familias; en
definitiva, más y más austeridad, una política que acabará por arruinar la
economía y hundir el Estado de Bienestar.
martes, 4 de septiembre de 2012
Parábola del escarabajo pelotero
J.B.S. Haldane |
Cuentan que un
teólogo victoriano preguntó al gran biólogo Haldane si podía deducir algo sobre
Dios a partir de su huella en el Universo. Teniendo en cuenta, que los coleópteros son con gran diferencia los animales con mayor número de especies, la respuesta fue: «no sé, quizás una
desmedida afición por los escarabajos». Puede que Dios ame a los escarabajos,
pero lo que es seguro es que algunos escarabajos han sido adorados como dioses.
El escarabajo pelotero (Scarabaeus sacer)
se pasa el día entero recogiendo mierda y amasándola en forma de pelotitas. Tan atareado coprófilo es común en Egipto, de modo que también en la antigüedad
resultaba habitual la observación de los esfuerzos del animalito arrastrando y
haciendo girar pelotas de estiércol. Los egipcios encontraron en la ardua faena
cotidiana del acorazado coleóptero una metáfora sencilla y efectiva que
permitía vincular el animal con la sagrada misión de Ra, el gran dios encargado
de mover el Sol a través del firmamento y añadieron al bicho a su interminable catálogo
de dioses, diosecillos y otros seres espirituales.
Las teorías
marxistas tradicionales atribuyen el poder económico a la propiedad de los
medios de producción, de los que el capitalista extrae su beneficio. El
capitalista lleva a cabo el ciclo capital-dinero: invierte dinero en personal y
equipos para crear un bien o servicio que lleva al mercado, donde se vende y se
vuelve a convertir en un dinero en el que está comprendida su ganancia: la
plusvalía. Era la economía real o productiva sostenida por el dinero real,
contante y sonante. Pero esta imagen tradicional del oro respaldando los
billetes en circulación, vigente cuando Marx escribía, ya no es válida. En 1971
el dólar dejó de estar anclado al oro y dos años después el resto de monedas
mundiales dejaron de estar ligadas al dólar. Desde ese momento, la creación de
dinero ha vuelto (como sucedía antes de la II Guerra Mundial, en los tiempos de la Gran Depresión del
29) a no tener ningún límite físico. Ya no hay lingotes de oro en las arcas de
los bancos centrales que respalden el dinero en circulación. Tal cosa ha tenido
múltiples consecuencias y una de ellas ha sido la creación de dinero de la nada
de forma acelerada.
La nueva realidad
financiera, la posibilidad de crear dinero de la nada, ha provocado cambios
importantes en esta forma de ejercer el poder económico. Las nuevas condiciones
del sistema monetario y financiero han creado una fuente de financiación
abundante que permite crecer al capital a velocidades supersónicas, acceder a
más mercados, obtener economías de escala y conseguir una rentabilidad astronómica.
Y la llave de todo esto la tiene el poder financiero. De este modo, si el
capitalista propietario de los medios de producción tiene la capacidad de
extraer la plusvalía, el capitalista financiero tiene la capacidad de
multiplicar esa plusvalía en un nuevo y colosal milagro de los panes y los
peces.
En una crisis
sistémica como la actual no deja de ser sorprendente que todas las soluciones
que se están planteando reclamen el crecimiento económico sin plantearse,
siquiera sea teóricamente, que el ciclo bajista de esta crisis responde a la
misma lógica que la fase alcista anterior y que la necesidad de crecimiento
responde a la deuda insostenible que genera el tipo de interés, elemento clave
de los mercados financieros.
¿Cómo se crea el
dinero en un momento como el actual caracterizado por ser el período histórico
de su mayor existencia y crecimiento? De la nada. El dinero se crea de la nada,
algo de lo que ya me ocupé en una entrada anterior. El Banco Central Europeo
(BCE), el más grande de los entes creadores de billetes en la UE , crea dinero mediante
subastas de euros periódicas en las que pone una cantidad en circulación. Obtenido
el dinero en las ubres del BCE, la banca privada produce a su vez dinero cuando
lo presta por encima de los depósitos que mantienen, algo de lo que me ocupé en
otra ocasión.
Perfecto, ¿no? Todo
el mundo dándole a la manivela y el dinero fluyendo sin cesar. ¿Dónde está el
problema? Pues en que hasta ahora no he dicho nada de la deuda, que aparece
justo después de crear el dinero, al ponerlo en circulación. Cuando el BCE
emite euros no se los da a los bancos de balde, sino que fija un tipo de
interés. Cuando un banco toma dinero del BCE tendrá que devolverle algo más de
lo que pidió, generando inevitablemente una deuda mayor que el préstamo.
Por tanto, es evidente que
siempre habrá una deuda mayor que el dinero en circulación. En el
sistema hay un déficit irresoluble de dinero: por más dinero que se cree,
siempre habrá una deuda superior. Además, para obtener liquidez, los Estados,
la banca y las empresas necesitan recurrir, masiva y habitualmente, a la petición
de préstamos para su funcionamiento cotidiano. Como esto se realiza con un
interés creciente (el BCE pone un tipo de interés del 1% al Santander, por
poner un ejemplo, pero este se lo presta al Estado al 6-7%), el trasiego del
flujo de préstamos hace que el monto total de deuda se incremente más y más. Una
vez que vencen los plazos de devolución de la deuda, es habitual que no se devuelva,
sino que las entidades pidan nuevos préstamos con los que devolver capital e
intereses de deudas pasadas, incrementando el conjunto de la deuda total aún
más.
La creación de
dinero de la nada se ha multiplicado de forma acelerada hasta provocar que en
la actualidad, el 90% de la masa monetaria sea digital. Pero como esto no es
Jauja y la máquina del movimiento continuo está todavía por inventar, nos
encontramos en dos situaciones paradójicas: cuanto más dinero se pone en
circulación, más crece la deuda y más escaso es el dinero; y cuanto más escaso
es el dinero, más tiende a ponerse en circulación.
Así las cosas,
¿cómo demonios se mantiene este sistema que produce deudas crecientes que no
pueden ser restituidas? Pues con la estrategia del escarabajo pelotero: caminar
incesantemente con la bola de mierda entre las patas. El sistema toma prestado
contra el futuro sobre la base del crecimiento continuo de un pelotón que nunca
puede pararse porque, como les ocurre a los ciclistas, si se paran se caen.
Quienes han recibido los préstamos prometen que devolverán las deudas con el
único fundamento de la esperanza en la riqueza generada por el crecimiento
futuro. Y así va el mundo, dándole a los pedales sin parar.
Este crecimiento,
como muestran todos los indicadores y nos enseña la economista Susana Belmonte
en un brillante ensayo (Nada está
perdido. Un sistema monetario y financiero alternativo y sano; Icaria
Editorial, 2012) -un libro que debiera repartirse en colegios, institutos y
universidades-, solo es posible con un consumo creciente de materia y energía,
que es imposible en un planeta con unos recursos cada vez más escasos, como sucede
con los combustibles fósiles.
En esto se traduce
la solución de volver a crecer: en una escalada de deuda que ha llegado a unos
volúmenes intolerables que el sistema resuelve con la estrategia de las crisis
periódicas como las que ahora estamos sufriendo. Es la lógica del crecimiento
infinito del sistema económico, que –apoyado en el interés compuesto- nos
empuja a un crecimiento continuo imposible, tan imposible como que un simple
escarabajo pueda mover el Sol.