Exaltado, entre
gritos, exabruptos y aspavientos, un conocido mío, españolista de pro, se
desgañita espetándome su anti-europeísmo por vía del reproche monetario. A
voces, se pregunta retóricamente cómo es posible que, siendo todos europeos, a
Alemania los préstamos en forma de bonos le salgan casi gratis mientras que a nosotros
nos cuestan un pico. “¡Inexplicable!”, exclama “¡Europa es una filfa!, brama. Le
parece una injusticia que nuestra prima de riesgo ronde los 500 puntos básicos.
“¿De dónde sale eso? –pregunta. “Si todo somos europeos, ¿a qué se debe la
diferencia?”
Tras recomendarle
una taza de tila, intento en vano hacerle reflexionar hasta que encuentro la
clave. Le pregunto qué coche tiene y me contesta “un Audi”. “¿Por qué un Audi?”,
pregunto. Se queda estupefacto ante una pregunta cuya respuesta es obvia:
“Porque los coches alemanes son muy fiables”. Fiabilidad: el coche de la señora
Merkel es al menos tan fiable como el mejor del mundo. Me parece una buena
metáfora para explicar en qué se fundamenta la maldita prima de riesgo que, en
el momento en que escribo estas líneas, superaba los 450 puntos.
Vayamos a comprar
un automóvil. Limitemos la realidad a España y Alemania, que es con quien nos
comparan para calcular la prima, y supongamos que los bonos son coches. Mariano,
el concesionario de los coches españoles, me ofrece el modelo Hispania que, además de su motor genuinamente
español, lleva todo de serie: asientos de cuero, climatizador, equipo audio con
MP3, navegador, faros, manos libres, llantas de aleación, alarma y no sé
cuántas cosas más. En el concesionario alemán me ofrecen el modelo Germania, peor equipado pero dotado de
un robusto, potente y fiable motor alemán, como astutamente repite Ángela, la vendedora
“Sale un poco más caro que otros modelos de su categoría, pero le durará toda
la vida”, remacha.
Unos conductores
elegirán el Hispania y otros el Germania, da igual. El hecho es que la
mayoría de los conductores se inclinan por comprar un infalible vehículo
alemán. No se fían tanto del motor español. No está tan probado como el germano.
No está claro que acelere igual en los adelantamientos, que sea igual de
seguro, que consuma lo mismo… Así que el Germania
se impone, aunque tenga menos accesorios y sea un poco más caro.
Traslademos la
compra del coche al mercado de bonos. Aunque el tema de los bonos merece mayor
atención, basta con recordar ahora que un bono no es más que un pagaré, un
pedazo de papel mediante el cual un Gobierno se compromete a pagar una deuda. Supongamos
ahora que yo soy el Gobierno y usted es el inversor.
Necesito 1.000
euros. Creo un bono por ese valor para que alguien me preste el dinero. Usted
tiene dinero fresco y parece dispuesto a prestarlo. Le ofrezco mi bono. “Dentro
de un año le devolveré sus 1.000 euros”. “Sí, pero ¿a cambio de qué?”, me
preguntará usted. “No se preocupe, le pagaré intereses”.
Primera cuestión
¿cuántos intereses? Si quien solicita el préstamo es de fiar y el prestamista
tiene la certeza de que va a recupera su dinero, el interés será bajo. Si su
reputación no es la mejor o si corre el rumor de que su solvencia es dudosa, el
inversor corre el riesgo de no recuperar su dinero y, en consecuencia,
solicitará mayores intereses. Primera lección ligada a la fiabilidad: a mayor
riesgo, mayores intereses; dicho de otra forma, cuánto más riesgo se asume, más
rentabilidad se exige.
Supongamos que me
presta los 1.000 euros con la condición de que se los devuelva dentro de un año
al 5% de interés. Yo le entrego un bono en el que se establecen esas
condiciones. Dentro de un año, si todo va bien, usted cobrará 1.050 euros
gracias a que ha recibido un bono con una rentabilidad del 0,05 (la
rentabilidad resulta de dividir el interés por cien; por tanto: 0,05).
Como decía mi
conocido, los bonos españoles y los alemanes se parecen mucho. Son pedazos de
papel, cuya única diferencia material es que unos se imprimen en Madrid y otros
en Berlín, pero ambos se emiten en euros y fijan los mismos plazos de
vencimiento. Pero hay una diferencia esencial: su rentabilidad. Pongamos un
ejemplo. En la subasta de bonos celebrada la primera semana de junio, España
logró colocar deuda con un interés medio del 4,46%, mientras que Alemania
concedió a los prestamistas una ridícula rentabilidad media del 0,0007 (interés
0,07%). Por simplificar, supongamos que en ambos casos los bonos fueran por
valor de 2.000 millones y que vencieran a un año. Eso quiere decir que en junio
de 2013 España tendrá que devolver 2.092 millones (2000 x 0,046), mientras que
Alemania devolverá 2.001,4 millones (2000 x 0,0007). El coche (bono) alemán le
sale a un hipotético inversor 90,6 millones de euros más caro (2.092-2011,4),
pero no importa: el Germania es un
automóvil más fiable.
Conozcamos ahora a nuestra prima de riesgo. Entre los bonos del ejemplo anterior había una diferencia en el interés del 4,39% (4,46-0,07), que traducidos a los puntos básicos de la jerga financiera son 439
puntos: esa es la prima de riesgo media en el momento de la subasta. La prima de
riesgo es aparentemente muy caprichosa porque responde a expectativas que los
prestamistas leen en las señales que se emiten aquí y allá. Pondré un par de
ejemplos.
28 de mayo. Las
palabras del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, minimizando la crisis
financiera -«Bankia no tiene absolutamente nada que ver con el riesgo país» o «no
va a haber ningún rescate para la banca española»- provocaron tal desconfianza que
los inversores optaron por vender a espuertas bonos españoles, lo que disparó
la prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos.
6 de junio. Tras
ocho jornadas consecutivas con el lastre de los 500 puntos, la prima de riesgo
consiguió despedirse de ese nivel tras cerrar la sesión en los 495 puntos
básicos. ¿Qué había pasado en esos ocho días para explicar la caída? La palabra
clave es expectativa. Durante esos días, la Comisión Europea que, tras defender
siempre que el Fondo de Rescate no estaba para rescatar bancos, empezó a hablar
de la posibilidad de dar dinero directamente a la banca española, lo que
aumentaba nuestra fiabilidad como deudores.
Aunque las
oscilaciones de nuestra traviesa prima brincan sin cesar en función de las
expectativas, su valor real se fija en un momento determinado. La forma más
sencilla de explicar cuándo se produce tal momento es pensar en la prima de
riesgo como si fuera el Euribor, el tipo de interés que se utiliza para las
hipotecas. La mayoría entiende perfectamente qué pasa cuando cambia el Euribor:
se paga menos al mes o viceversa. Pues con la prima de riesgo pasa lo mismo: si
baja, al Estado se le rebaja la hipoteca. Si sube, lo contrario.
Pero, ¿cuándo se
hace efectiva esa subida? Si usted, como es bastante probable, ha pedido un
préstamo sabrá que aunque se hable de máximos o mínimos del Euribor desde una
fecha determinada eso no significa que, automáticamente, a usted le toque pagar
más o menos. Dependerá del mes en el que te toque la revisión, lo que está fijado
en su hipoteca.
¿Cuándo le toca al
Estado revisar su “hipoteca”? Cuando vuelve a emitir bonos, es decir, cuando
vuelve a pedir que alguien le compre deuda. Y como el precio de esta depende de
nuestra fiabilidad, no debe sorprendernos que en un entorno como el actual, con
una tasa de paro del 24%, con un gobierno que ha estrangulado la inversión
pública, con una banca zombi incapaz de cumplir sus obligaciones crediticias y una
economía doméstica que se ha contraído más de un 16% desde el inicio de la crisis,
los potenciales prestamistas duden seriamente de nuestra solvencia, lo que
aumenta el riesgo de impago y, en consecuencia, que exijan mayor rentabilidad
en forma de mayores intereses.
La prima de riesgo
es una magnitud comparativa con respecto a alemana, lo que quiere decir que
cuando la germana baja la nuestra sube, algo que resulta fundamental si se
tiene en cuenta que los alemanes han llegado a cobrar por pedir dinero. En la
primera subasta de deuda de este año, Alemania colocó 3.900 millones en bonos a
seis meses con rentabilidad negativa (-0,0122%). ¿Qué había ocurrido? Pues que
alarmados por la crisis de la deuda soberana europea, los inversores acudieron
a refugiarse en la seguridad que proyectan los bonos alemanes, sin que les
importara que, llegada la fecha de vencimiento, no sólo no recibirán un extra
de rentabilidad, sino un descuento, un bocado sobre el principal.
Son las ventajas de
conducir un automóvil fiable como el de la señora Merkel.