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martes, 29 de mayo de 2012

Bankia: Europa ya está aquí



En la última semana ha comenzado a fraguarse el asalto final de un combate cuyo resultado estaba cantado: el rescate de España que no se parecerá al de Grecia sino al de Irlanda. De los dos modelos de intervención europea (Grecia por su deuda pública e Irlanda por su deuda bancaria), España se asemeja más a la segunda, aunque durante los primeros meses del Gobierno Rajoy hay una relación cada vez mayor entre nuestro riesgo bancario y nuestro riesgo soberano. Pero el final se parecerá mucho: aunque el rescate se hará para salvar a la banca y no al Estado, las consecuencias serán muy similares porque Europa podría condicionar aspectos como la política fiscal o los servicios públicos y exigir duros planes de reestructuración interna.
España está sumida en una profunda crisis económica de naturaleza sistémica: el sector privado, especialmente el sector financiero, es insolvente y no podrá pagar las deudas asumidas. Como la banca no puede atender sus obligaciones, la deuda pública se ha convertido en el mecanismo más efectivo de socialización de pérdidas y privatización de ganancias, es decir, de transferencia de dinero público a manos privadas. Son los mercados financieros los que prestan el dinero necesario para que el Estado pueda seguir operando, pero a su vez exigen condiciones de ajuste que hacen cada vez más difícil devolver esos mismos préstamos. Es decir, los planes de ajuste recortan servicios públicos pero a la vez deterioran el crecimiento económico que posibilita que haya ingresos suficientes.
El asunto se agrava porque las actuales autoridades políticas y económicas hacen un diagnóstico erróneo sobre las razones que han provocado la crisis económica, porque a diferencia de lo mantienen Rajoy y su camarilla, España no presenta un problema de competitividad o de ineficiencia del sector público. El problema real es otro: España presenta un problema de insolvencia del sector privado altamente endeudado alrededor de unos activos inflados cuyo precio se ha hundido y que además continuará cayendo. El sector financiero, que de manera irresponsable permitió esa deuda con una insensata política de préstamos, es insolvente. Como consecuencia de esa insolvencia y del error de diagnóstico, las recetas ofrecidas no hacen sino ahondar aún más el empobrecimiento de nuestro país, sumido en una economía en recesión, con un consumo y una inversión muy débiles por la falta de crédito, que reducen la recaudación de impuestos, un nivel de paro cada vez más insostenible, que detrae cada vez más el consumo, aumenta el déficit público e incrementa la deuda del Estado, mientras las reformas económicas están sin terminar, especialmente la reforma financiera, cuyo alcance todavía presenta suficientes dudas hasta que sea completamente diagnosticado.
Echemos cuentas. Empecemos por la de los derechos recortados, los impuestos subidos y el dinero público regalado en millones de euros (M€). Recortes: Sanidad y Educación, 10.000; congelación de las pensiones, 1.800; salarios de funcionarios, 4.000; recorte en los presupuestos 2012, 27.300. Subidas de impuestos: IVA al 18%, 6.500; IRPF, 4.100 millones; impuestos al tabaco, 150; tasas judiciales, 214 millones; cambio impositivo para grandes empresas, 5.350; amnistía de defraudadores fiscales, 2.500. En total, se han recortado 43.100 millones de dinero público principalmente de las partidas que garantizan el Estado del Bienestar y se han subido impuestos por valor de 16.314 millones de euros. En cualquier caso, pura calderilla comparada con la colosal trampa del sistema bancario.
Continuemos por el candente tema de BFA-Bankia a la luz del último informe del Banco de España de abril de 2012. Antes de hacerlo, debo aclarar lo que en la jerga financiera se conoce con el acrónimo LTRO (Long-Term Refinancing Operation, operación de refinanciamiento a largo plazo), un mecanismo que instituyó el Banco Central Europeo (BCE) en 2011 con objeto de evitar que una caída del estilo Lehman Brothers colapsara a la banca privada europea, que estaba teniendo serias dificultades para obtener dinero en los mercados. Gracias al LTRO, el BCE prestaba a los bancos europeos que lo solicitaran dinero a devolver en tres años a una tasa de interés del 1%. A finales de febrero del 2012, el BCE había prestado a la banca europea cerca de un billón de euros.
El problema es que en los últimos meses nos hemos entrampado hasta las cejas con la deuda avalada para BFA-Bankia y el resto del programa de la LTRO. A finales de 2011 la financiación oficial neta del BCE para la economía española en el balance del Banco de España era de 175.000 M€. Cuatro meses después, a 30 de abril de 2012, la deuda era de 304.000 M€, es decir que desde que gobierna Rajoy el balance casi se ha duplicado.
Echemos ahora las cuentas sobre los activos inflados que soportaban la ficción del sistema. La banca española en su conjunto tiene 800.000 M€ de activos comprendidos en la categoría de bonos basura según la calificación de las agencias de riesgos. Seamos benévolos y consideremos que solamente 400.000 de ellos son activos tóxicos directos e indirectos derivados de la burbuja financiera e inmobiliaria. Las dos reformas financieras llevadas a cabo por el Gobierno Rajoy han puesto sobre la mesa un aprovisionamiento de 80.000 M€ para toda la banca española. El agujero de Bankia que ha salido a la luz es de 23.000 M€. Ya tenemos 103.000 M€. El suelo se compraba a base de préstamos que la banca española promovía y alentaba a 5.000 o 6.000 euros el metro cuadrado y se calcula que hay unos 40 billones (sí, billones, con B de Bankia) de metros cuadrados en toda España sin construir que no valen nada.
Conclusión: faltan por "aflorar" cerca de 300.000 M€ principalmente del suelo que la banca española tiene en sus activos y que no valen ni un 10% de lo que figura en sus balances. Y esto lo saben Bruselas y el FMI que han ofrecido a España 500.000 M€ para que sanee la banca española, porque son conscientes de que el problema de nuestra banca es un atracón de ladrillo y suelo demasiado grande para ser digerido en solitario por España. Sumen los 300.000 M€ que encabezan este párrafo, añádanles los 103.000 de marras y el rescate de 19.000 para Bankia de la última semana, y nos acercaremos al medio billón de euros que Europa nos ofrece desde hace meses.

Y ya llego al asunto de BFA-Bankia, que tiene unos activos totales (valor de libros contables que, no lo olviden incluyen suelo, ladrillos y otros activos tóxicos) de 325.000 M€. Con ellos, BFA-Bankia debe garantizar 173.000 M€ de los depósitos de los ahorradores (cuya devolución se supone que está garantizada) más la ayuda concedida hasta ahora: avales del Estado, 28.500 M€; créditos LTRO, 40.000 M€; 4.465 M€ del Fondo de Reestructuración Organizada Bancaria (FROB); y 19.000 M€ en deuda pública de la última semana de mayo. Es decir, que el Estado y el FROB garantizan unos 265.000 M€ del balance de la entidad. Por tanto, la rueda de molino con la que quieren hacernos comulgar es que los activos de Bankia valen más de 265.000 M€. Y eso, francamente, no se lo tragan ni los cocodrilos.
España está en pleno ojo del huracán: debe convencer a los mercados y a sus socios de sus planes para Bankia y para los activos tóxicos del sistema bancario. Nuestros socios, que se han hartado de escuchar explicaciones sobre el sistema financiero más sólido del mundo, están hartos de improvisaciones y sorpresas, incluyendo los braceos incoherentes del ministro de Guindos, convertido en una especie de Chiquito de la Calzada, pero sin gracia. Con un horizonte económico que se complica y en medio de la depresión social que suponen los casi seis millones de parados, la Comisión ha señalado ya que una parte de esa presión podría aliviarse con la concesión de un año más para cumplir con el déficit y con la reiterada oferta de conceder 500.000 M€ para que sanee nuestra renqueante banca. 

No es de extrañar que la declaración solemne de Rajoy en Bruselas, al acudir a la cumbre con sus homólogos europeos -«España no tiene interés ni intención, a fecha de hoy, de acudir a un rescate europeo para los bancos españoles»- goce de la incredulidad general y subraye por enésima vez más la sistemática improvisación del Gobierno, siempre por detrás de la realidad en este asunto. 
En solo tres meses todos los mitos de competencia económica del PP se han derrumbado. Rajoy se resiste a aceptar la intervención europea porque esa es la prueba del nueve de sus falacias. Pero la suerte está echada. Mientras tanto, no se preocupen por la vida: siempre termina mal.


sábado, 26 de mayo de 2012

Soy rico o bienvenido al club de los pringaos



Es llamativo lo poco conocidos que son los datos del IRPF, el impuesto directo por excelencia, que en teoría recoge todas las rentas percibidas y que supuestamente es el paradigma de la progresividad y la gran herramienta fiscal para la redistribución de la renta. Interesarse por el régimen tributario es un saludable ejercicio que permite comprobar que los resultados propios no se apartan casi nada de lo que dicen las estadísticas oficiales, según las cuales cada español trabaja al año 146 días laborables para abonar sus impuestos, de donde se deduce que, si uno se jubila con cuarenta años cotizados, veinte de ellos habrán servido para pagar impuestos. Ese es el precio que se paga por ser ciudadano, por vivir en sociedad, por tener servicios como la educación, la sanidad o la justicia, y por usar infraestructuras comunes como calles, puertos o carreteras.
Según los Presupuestos Generales del Estado, España gasta cada año unos 400.000 millones de euros (M€), que sirven para mantener los servicios de 41 millones de habitantes, incluyendo las pensiones mensuales que cobran 5,5 millones de jubilados. Casi la mitad de ese gasto (190.000 M€) se financia con los impuestos recaudados de los veinte millones de asalariados y de 1,3 millones de empresas. Excluyendo las tasas (7.000 M€), la mayor parte del resto proviene de los impuestos indirectos, esos que incrementan el precio de cualquier producto de consumo.
El artículo 31 de la Constitución establece que todos los ciudadanos están obligados al «sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad [...]». No es exactamente así, como trataré de demostrar en este artículo que redacto inmediatamente después de haber realizado mi declaración de la renta, que no tengo empacho en desvelar en números redondos: Gané 61.000 euros y pagué 18.000 de IRPF, o lo que es lo mismo, el 29% de mis ingresos se fueron directamente y pagando por anticipado, a la Agencia Tributaria. Sumando al IRPF los impuestos indirectos -los españoles con mis ingresos tributan en realidad un 47%-, resulta que el año pasado mi contribución a la caja común fue de 29.000 euros, casi la mitad de mis ingresos. No protesto, todo lo contrario, pero constato.
Preparando esta entrada me entero de que pertenezco al club de los ricos y certifico que sobre las espaldas de los asalariados recae el pago de la mayor parte de la factura del Estado. Me entero también de que soy socio de El club de los pringaos como se intitula el último e imprescindible libro de Daniel Montero (Esfera, 2012), al que pertenecemos casi veinte millones de españoles. Me desahogo con este artículo porque uno puede que pertenezca al club, pero no es idiota.
Nuestro sistema fiscal no es progresivo porque no es cierto que paguen en mayor proporción los que más ganan. De hecho, es proporcional o ligeramente regresivo. La proporcionalidad significa que se paga la misma proporción de la renta, independientemente de lo que gana cada uno. Además de la elevada proporción de los impuestos regresivos, el asunto se agrava porque los impuestos teóricamente progresivos, además de no serlo, presentan fuertes distorsiones que hacen que resulten finalmente menos progresivos de lo previsto.
Tomemos como ejemplo el caso del IRPF, el impuesto directo por excelencia, que en teoría recoge todas las rentas percibidas (no sólo las salariales) y que se supone es el paradigma de la progresividad y al que se le asigna el papel de gran herramienta fiscal para la redistribución de la renta. Según las estadísticas del ministerio de Hacienda, son los veinte millones de asalariados, con sus nóminas medias de 23.0000 euros brutos al año, los que recaudan casi 80.000 M€, que es el 72% de los 110.000 M€ que se recaudan vía impuestos directos. Por el contrario, todas las empresas españolas juntas –incluyendo las gigantescas como Iberdrola, Telefónica, ACS o Ferrovial- recaudan menos de la mitad: 30.000 M€.
El 10% de españoles que declaran recibir las rentas más elevadas, es decir, los "ricos" de nuestra sociedad, se sitúan a partir de una renta de 39.000 euros anuales brutos. Es decir, que según las declaraciones de IRPF, el que gane más de 3.250 euros brutos al mes puede considerarse "un rico de pleno derecho", porque sólo el 10% de nuestro país declara recibir una renta igual o superior a esa.
El escalón más alto está definido a partir de unos ingresos de 99.000 euros anuales brutos, es decir, 8.250 euros brutos al mes. Si alguno de los lectores de este artículo gana esa cantidad o una superior, debe saber que pertenece al exclusivo club de los "riquísimos". En España hay cien mil personas que declaran situarse en ese tramo de la renta. Conozco a algunos de ellos y les puedo asegurar que ninguno vive en la opulencia. En cambio, sabemos también que hay miles de españoles que hacen ostentación de opulencia y que, lamentablemente, no declaran estar en ese tramo del IRPF. El problema, por tanto, es que la cúspide de la distribución de nuestro IRPF está casi vacía. Sólo los asalariados muy cualificados pertenecientes a la clase media-alta y que están sujetos al control de Hacienda, figuran en el escalón donde estaría el mismísimo Epulón.
Los impuestos indirectos suponen unos 77.000 M€, lo que representa el 41,5% de la recaudación total, lo que hace muy difícil mantener la ilusión de que “hacienda somos todos”, porque resulta que casi la mitad del dinero necesario para mantener el Estado se recauda de forma indiscriminada entre todos los españoles, con independencia de sus ingresos. Esto supone que cuando ponen gasolina o compran un litro de leche, los diez millones de españoles que perciben rentas medias de 1.400 euros brutos al mes contribuyen en la misma proporción que los 466 consejeros de las 35 empresas del IBEX que declaran percibir casi 200.000 euros mensuales.
Al injusto desequilibrio fiscal contribuye no poco la existencia de multitud de lagunas en el sistema tributario que da lugar a lo que el economista Vito Tanzi, durante años director del departamento de Estudios Fiscales del FMI, ha denominado “termitas fiscales”: las personas físicas y jurídicas que a través de exacciones, exenciones e intersticios, no pagan legalmente los impuestos que les corresponderían.
La farragosa trama legal explica que en los últimos tres años las compañías españolas han pasado de aportar el 22% del dinero que necesita el Estado a sólo un 10%. En la actualidad, solo uno cada diez euros que se gasta en educación, sanidad o justicia o cualquier otro servicio que dependa del Estado procede de las empresas.  En 2007 el Estado ingresaba 45.000 M€ por el Impuesto de Sociedades, un tributo que tienen que satisfacer todas las empresas españolas. Cuatro años después, sólo ingresa la mitad. Y como veo venir a algunos que me dirán que con la crisis las empresas entraron en pérdidas, les dejaré un botón de muestra: en 2010, los beneficios de las empresas del IBEX 35 crecieron un 20%; juntas ganaron 60.000 M€.
Los impuestos no son un fin en sí mismos, pero todos los derechos legalmente exigibles cuestan dinero. Debemos celebrar el hecho de que los impuestos existan aunque también sirvan para que cobren su sueldo público los catedráticos de Economía y los políticos que exigen su reducción o desaparición. Lejos de ser una obstrucción a la libertad, los impuestos son una condición necesaria de su existencia.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Una pizca de inflación

La inflación vuelve a estar de moda... si es que alguna vez dejó de estarlo. La nueva tendencia que empieza a despuntar es justamente la contraria al obsesivo modelo antiinflacionista de la austeridad compulsiva que nos está machacando, porque, entre otras cosas, aboga por un moderado incremento de la inflación para impulsar la recuperación económica en la Zona Euro.

Tanto el premio Nobel Paul Krugman en ¡Acabad ya con esta crisis! (Crítica, 2012), como el coreano Ha-Joon Chang, profesor de Economía en Cambridge, en 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo (Debate, 2012), sostienen lo mismo que sostenía hace dos años Oliver Blanchard, el economista jefe del ultra ortodoxo FMI, en un documento titulado Replanteamiento de la política macroeconómica, en el que aseguraba que una inflación del 4% no tendría ninguno de los efectos nocivos que genera un incremento excesivo de los precios. Blanchard recibió su merecido: un torrente de descalificaciones e insultos provenientes de la hinchada neoliberal.
Algo está cambiando en Alemania, un país obsesionado por la inflación desde que en la república de Weimar se alcanzaran tasas de hiperinflación jamás repetidas. El todopoderoso Bundesbank, el «alma mater» del Banco Central Europeo y el mayor guardián de la ortodoxia de la estabilidad, se ha mostrado dispuesto a aceptar que los precios en Alemania crucen la línea roja de la inflación máxima del 2% anual que marca el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, aplicado por el Banco Central Europeo con la fiereza de un rottweiler. Las cosas están cambiando tanto que el propio ministro alemán de Finanzas, el halcón antiinflacionista Wolfgang Schäubel, ha pedido hace unos días una subida de los salarios alemanes, algo sin precedentes dada la ortodoxia histórica en esta materia en ese país. Ambos datos suponen que los alemanes podrían empezar a consumir y a gastar dinero, lo que beneficiaría al aumento de la actividad económica en los países del sur de Europa y contribuiría a acelerar la salida de la crisis.
Si aumentar la inflación es tolerable, ¿a qué se debe la obsesión antiinflacionista que hemos sufrido hasta ahora? Sus defensores la justifican en la estabilidad macroeconómica porque, según su conocido mantra, un incremento elevado y fluctuante en la inflación conduce inevitablemente a una inestabilidad económica tal que desanima las inversiones hasta reducir el crecimiento. La tozuda realidad se opone a la ficción.
De la lectura de Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera (Fondo de Cultura Económica, 2011), de los profesores Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff (antiguo economista jefe del FMI y ahora docente en Harvard) se concluye que el control de la inflación no es más que una profecía autoconfirmada, puesto que el mundo sólo se ha vuelto más estable en el supuesto de que el único indicador de la estabilidad económica fuese la inflación baja, pero no se ha vuelto más estable para el día a día de la mayoría de las personas según otros indicadores.
De que el mundo se ha vuelto más inestable en los últimos treinta años durante los cuales los economistas neoliberales han estado empeñados en embridar la inflación, da cumplido testimonio la frecuencia de las crisis financieras. Entre finales de la Segunda Guerra Mundial y mediados de la década de los 70, época en la que la inflación campaba por sus respetos sin merecer la atención que tuvo a partir de entonces, no hubo ningún país que sufriese una crisis bancaria. Entre mediados de la década de 1970 y finales de la siguiente, período durante el cual la inflación se desbocó en muchos países, el porcentaje de los que sufrieron crisis bancarias se situó entre el 5 y el 10%, dato que parecería confirmar la relación de la inflación con la génesis de las crisis. Pero hete aquí que a mediados de la década de 1990, momento en que supuestamente se había domesticado al Leviatán inflacionista, el porcentaje de países con crisis bancarias se disparó hasta el 20%. Después, a mediados de la década de 2000, el porcentaje se redujo a cero durante pocos años, pero a partir de la crisis financiera mundial de 2008, con las tasas de inflación más bajas de la historia, ha vuelto a escalar hasta el 35% y todo apunta a que continuará subiendo... si alguien no pone remedio.
La inestabilidad de las últimas tres décadas la han sufrido también en sus carnes los millones de asalariados que han visto incrementada la inseguridad del puesto de trabajo en términos de aumento de temporalidad, precariedad, inestabilidad, inseguridad y carga laboral. Además, en todos los países desarrollados se ha reducido la inversión productiva y se ha abierto la brecha que separa a ricos y pobres: incluso en los países ricos, donde la inflación se ha contenido por completo a partir de los 90, el crecimiento de la renta per cápita ha pasado del 3,2% del PIB en las décadas de los 60 y 70, al 1,4% entre 1990 y 2009.
¿A qué se debe la obsesión por controlar la inflación que desde los tiempos de Thatcher y Reagan se ha impuesto como una plaga bíblica sobre cualquier otro instrumento de la política económica? La cosa está bien clara desde hace mucho tiempo. Reginald McKenna, banquero y político liberal que fue ministro de Economía británico, escribió hace cien años que «los bancos pueden, y así lo hacen, crear dinero mediante el crédito [...] Y quienes controlan el crédito de la Nación dirigen la política de los gobiernos y sostienen en las palmas de sus manos el destino de la población». Dicho de otra forma: la banca siempre gana y, en el tablero del Monopoly mundial, impone sus reglas.
Gracias a Irving Fisher sabemos que los tipos de interés se modulan en función de la tasa de inflación. El tipo de interés nominal incluye el crecimiento de los precios (tasa de inflación) y el tipo de interés real (con el que el prestamista gana dinero). Cuando el tipo de interés nominal es igual a la tasa de inflación, el prestamista no obtiene ni beneficio ni pérdida, porque el reembolso futuro es igual al valor del dinero que presta. Una tasa de inflación superior al tipo de interés nominal implica un tipo de interés real negativo y, como consecuencia, una rentabilidad negativa para el inversor.
He ahí el quid de la cuestión: a los grandes tenedores de deuda pública y privada les convienen tasas de inflación bajas porque muchos activos financieros tienen intereses nominales, razón por la cual su rentabilidad real se ve perjudicada por el aumento de la inflación. De ahí que los grandes inversores en deuda soberana y privada (que en Europa son los banqueros franceses y alemanes) presionen a sus respectivos gobiernos para que apliquen políticas basadas en el control de la inflación, habida cuenta de que cuánto más baja sea esta más favorecidos resultan sus intereses.
Y termino con otra cita, esta vez de Napoleón Bonaparte, derrotado en Waterloo por las potencias europeas financiadas por la familia Rothschild cuando intentó que Francia hiciese una quita de su deuda bancaria: «Cuando un gobierno depende de los banqueros por el dinero, son ellos y no los líderes del gobierno quienes controlan la situación, ya que la mano que da está por encima de la mano que recibe […] El dinero no tiene patria; los financieros no saben de patriotismo ni de decencia; su único objetivo es el beneficio».
El dinero, que al principio se usaba para hacer más fácil el intercambio de objetos, ahora se usa para esclavizar a las masas.

sábado, 12 de mayo de 2012

Amor y sexo: activos y provisiones




Sabido es que quien determina el lenguaje logra el poder, de donde podemos derivar que de la misma forma que lo llaman amor cuando quieren decir sexo, la proliferación de eufemismos en el lenguaje económico busca despistar al auditorio y orientar al común de los mortales en una determinada dirección. El ministro de Economía, un hombre que mientras habla parece tener razón, es maestro en la creatividad semántica y en la manipulación del lenguaje hiperbólico, sobre cuyas peligrosas perífrasis ya advertía el maestro Juan de Mairena. 
Convenientemente agitados en la coctelera verborreica y trufados con algún epíteto apocalíptico, tales eufemismos pueden dar lugar a lucidos jeroglíficos tales como “el feroz ataque depredador de los mercados a la deuda soberana lastrada por los activos tóxicos incorrectamente provisionados provoca el disparo acelerado de la prima de riesgo de los países periféricos”. A este empobrecido neoculteranismo hiperbólico cuya lectura deja sin aliento, se añade el metalenguaje críptico e intencionadamente equívoco de la contabilidad, que no es el croquis más adecuado para transitar por el campo minado del discurso financiero. Entre las minas de racimo sembradas por doquier trataré de separar dos clásicas que están de plena actualidad: activos y provisiones.


Un activo es un bien tangible o intangible que alguien posee porque espera obtener beneficios o rendimientos futuros de ellos. Una definición sencilla de activo financiero es asimilarlo a un pedazo de papel que otorga a su poseedor el derecho a recibir un ingreso futuro. Entre las principales categorías de activos financieros se encuentran los préstamos, las acciones, los bonos y los depósitos bancarios. Ceñiré mi ejemplo a los primeros.
Acudo a una entidad financiera y solicito un préstamo para emprender un negocio o para adquirir cualquier cosa, da lo mismo. La entidad se fía de mí (más bien de mi aval) y me entrega una cantidad X. Me comprometo con un papel firmado (automáticamente convertido en activo) a devolverle al banco X más sus intereses. Tomo el dinero X y lo introduzco en el círculo virtuoso de la economía productiva, al tiempo que dejo en la entidad un agujero real por valor de X, la cual en buena práctica contable lo anota en el capítulo de activos de sus libros. Es decir, no tiene X pero lo anota como activo porque espera cobrarlo en el futuro. Pasado un tiempo, si todo va bien, cobrará capital e intereses, pero de momento, recuerde, no tiene nada salvo mi promesa de devolver el préstamo. Cuando lo haga, el activo desaparecerá de la contabilidad de la entidad. 

Si no devuelvo el préstamo, mi activo sigue figurando apuntado hasta que la entidad emprenda una acción legal (por lo general un embargo o la ejecución del aval) que le permita recuperarlo. Por ejemplo, se queda con la vivienda o con el solar que yo hubiera dejado como garantía. Fácil, ¿no? El problema es que la entidad había tasado mi vivienda por un determinado valor que, para no complicar mi explicación, supongamos que es el capital X; pero si resulta que como consecuencia de las oscilaciones del mercado su valor se ha reducido a la mitad (X/2) y en la contabilidad de la entidad sigue figurando con el valor X, estamos ante un artificio contable. Si eso se repite para miles de préstamos impagados o de dudoso cobro, está claro que los activos de la entidad valen la mitad de lo que indican sus cuentas, convertidas merced a la contabilidad en sepulcros blanqueados.
Los activos son la garantía a que están obligadas las entidades para respaldar sus operaciones de caja. Recuerde lo que he escrito en alguna entrada anterior: los bancos crean dinero de la nada. Cuando usted deposita en caja diez euros, la entidad guarda uno y presta nueve a otros clientes. Como usted quiere que le devuelvan sus diez euros en el momento que los necesite, los activos garantizan que la entidad posee los fondos necesarios para devolver el dinero que han depositado sus clientes.

Imagine ahora que en una entidad se han depositado mil euros, de los cuales ha prestado novecientos y guarda cien. Como ha prestado novecientos, en teoría debería tener activos que los respaldasen suficientemente. Pongamos que tiene como activo un solar cuyo precio de mercado era de novecientos euros en el momento del préstamo. Si la actividad económica ha evolucionado positivamente y hay demanda de suelo, el activo se habrá revalorizado y sería incluso posible que estuviera deseosa de que usted no devolviera el préstamo para ejecutar el aval y ganar algún dinerillo.
Pero, si como ocurre ahora, el precio del solar ha visto reducido su valor, pongamos que a la mitad (estoy siendo muy optimista), el activo se habrá depreciado hasta los 450 euros. ¿Qué ocurriría entonces si los depositantes quieren recuperar sus novecientos euros? Pues que el banco no podría devolverles más que cien. 

Pasemos ahora a ver cómo intenta minorarse el riesgo de los activos. La palabra clave es “provisión”, término contable que se entiende mejor si se piensa en “previsión”, porque lo que realmente se hace es prevenir lo que podría pasar en el futuro. Como este es incierto, en los libros contables hay que prevenir pérdidas, por lo que en el capítulo de gastos se anotan provisiones racionales sobre las pérdidas que pueda sufrir la entidad en operaciones que siempre entrañan riesgos.
En una situación ideal pero que me sirve perfectamente como ejemplo, para cualquier entidad el importe de sus activos (A) debería ser igual al de las provisiones (P) realizadas, es decir A = P. Pero las cosas no son tan fáciles porque la entidad sólo está obligada legalmente a provisionar un porcentaje de lo que pudiera perder en el futuro como consecuencia de los impagados. Pero por simplificar con esa situación ideal, si los activos se hubieran depreciado a la mitad (A/2), las provisiones deberían duplicarse (P x 2), para que se cumpliera la utópica ecuación A/2 = P x 2.
En este momento las entidades financieras españolas tienen parte de sus activos en bienes cuyo valor se desconoce, aunque nadie ignora que una buena parte son “activos tóxicos” (léase solares, viviendas a medio construir y viviendas terminadas), cuyo valor de mercado es muy inferior a aquel con el que fueron tasados. Lo que quieren los inversores de los eufemísticos “mercados” es que se aclare cuánto valen realmente los activos y que en función de ese valor se hagan nuevas provisiones en capital real. Cuando el equilibrio entre unos y otras sea sólido, no tendrán ningún temor en invertir su dinero.
En una situación de normalidad económica las entidades financieras podrían provisionar con cargo a su propio capital o con ampliaciones de este, pero como no estamos precisamente inmersos en la normalidad, el capital de los bancos va a ser absolutamente insuficiente y habrá que acudir a su “rescate” (léase a la “asunción de impagos”). Todo indica que las provisiones son de tal magnitud que el Estado no podrá hacerlo con sus propios recursos y menos aún en una situación de recesión, con decrecimiento económico, descenso de la recaudación tributaria y aumento de los subsidios de desempleo.
Por eso, tarde o temprano, habrá que dejar la actual terapia de paños calientes, porque el enfermo lo que necesita es un enérgico tratamiento de quimioterapia que esta tercera reforma de la reforma vuelve a rehuir prolongando la agonía de parte de la banca española.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Rajoy y Herrera: Las gallinas que entran por las que salen



Buena la ha liado Carlos Herrera con su entrevista a Rajoy en Onda Cero porque para una vez que dice algo –sobre Bankia y el sistema financiero-, a los pocos minutos dimite Rato, se abre la caja de los truenos en el banco madrileño y aparece en la escena Goirigolzarri, “víctima” que fue del sultán Francisco González en el BBVA, el de “la pasión turca” y la presidencia vitalicia, quien descargó con furia y por celos sobre el cuello de su ex Consejero Delegado el alfanje de plomo con el que le cortaron la cabeza en Estambul al eunuco Al-Lubiya, el guardián del harén, cuando se descubrió que tenía intactos y muy desarrollados sus atributos de varón para el contento y disfrute de las concubinas.


Rajoy no es humano, es un autómata que al señor Herrera le llama “Herrera” a palo seco, con exceso confianza, y tiene entre pecho y espalda una grabación que repite como un loro sabelotodo: “no se puede gastar mas de lo que se ingresa, porque en ese caso los mercados no nos prestan y entonces no habrá dinero para nada, incluido el gasto social”. Bueno, don Mariano, eso ya lo hemos oído cientos de veces, pero usted sigue sin dar una rueda de prensa universal, abierta y televisada desde que llegó al poder tras las elecciones del 20-N, y eso le tortura y no se puede aguantar.


Además ¿cómo se le ocurre al Presidente abrir el lunes el melón de Bankia y dejarlo a la intemperie y a la merced de las moscas hasta el viernes?, o hasta que el Gobierno le inyecte los 7.000 milloncitos del ala, y el Gori, Gori de Goirigolzarri desembarque a caballo en las torres inclinadas de la Plaza de Castilla, que están a punto de caerse por el peso de los ladrillos. Dentro de nada el único cliente de Bankia será Rubalcaba. Y por eso andaba ayer el ministro De Guindos vestido de bombero e implorando a impositores  y accionistas que no se lleven la pasta.


Hay que ver la de veces que Carlos Herrera le metió la muleta al manso de Pontevedra en el hocico para que dijera algo sobre todo lo que pasa en España y en el mundo, empezando por Francia. Pero nada, don Mariano se acula en tablas y aprieta el botón del casete que le han colocado en el bolsillo de la chaqueta sus tertulianas de la secretaría de Estado, doña Carmencita y doña Consuelito, y vuelve a repetir una y otra vez: “no se puede gastar más de lo que….”. O sea, como dice Mota “las gallinas que entran por las que salen”, y de ahí no hay quien lo mueva.


Menudo ¡liderazgo! el de Rajoy. El CIS lo colocaba ayer en sexto lugar con un 3,8 de nota en medio de un Gobierno donde nadie ha aprobado los exámenes de mayo y sus ministros y altos cargos del PP viven en un sin vivir por el tancredismo de su líder, del que se dice que lo sacará a punta de capote el campeón Arenas cuando desembarque en Madrid –en septiembre- porque el sevillano quiere volver al Gobierno de ¡España! dado que no es profeta en Andalucía donde  reina pero no gobierna. Y este si que es un gallo de corral y de pelea que sí entra y ya veremos cuales son las gallinas que salen por la misma puerta.


Señor ¡qué cruz! lo de Rajoy, pero si parece alemán. Y mira que es sencillo, porque un día de estos nos lo vamos a llevar Carlos y yo a “echar unas gordas”, o tomar unos albariños con zamburiñas y se le va a pasar el susto que tiene encima desde el 10 de abril cuando los mercados atacaron España y salió huyendo por el garaje del Senado como alma que lleva el diablo. A Rajoy sólo le relaja, como al Sultan turco Abdulmecit, la soledad de su palacio de Topkapi y las sonrisas de sus Tres Gracias, Soraya, Aguirre y Cospedal, ambiciosas y celosas entre ellas, como siempre ocurrió entre las favoritas del Edén.


La cabeza del negro Al-Libiya, separada del cuerpo por el alfanje de plomo, iba moviendo los ojos y sacando la lengua mientras daba botes por la escalera de Topkapi que lleva al embarcadero donde la goleta imperial esperaba a la corte del Sultán para la travesía que los llevaba desde el “Cuerno de oro” hacia el mar de Marmara, las dulces aguas del Bósforo por donde navegaba, alegremente en su popa, el capitán pirata diciendo: “Asia a un lado, al otro Europa y allá en su frente Estambul”. Pues eso, Mariano, tranquilidad que no pasa nada, que nadie nos va a rescatar (no hay dinero para eso) ni a intervenir desde la UE y que la Merkel bastante tiene con Hollande. Y un poco mas de lírica y de épica y deja de una vez por todas ese negro miserere del todo va mal y nada tiene arreglo –“España no tiene dinero para pagar los servicios públicos”, decía sollozando el angelito- porque hace falta otra música, una sonrisa y un ideal. No seas gafe, Mariano, y déjate llevar.


Marcello, en República de las Ideas

Sacar el dinero no es la mejor idea



Alertados por El ocaso del euro, el artículo publicado por el Nobel Paul Krugman el pasado 13 de mayo en The New York Times, en el que alerta acerca de que en España se restrinja el acceso de los impositores a sus cuentas de ahorro, algunos amigos, escamados por el asunto de Bankia, me plantean la misma pregunta: ¿Qué pasa con mi dinero si quiebra mi banco? Trataré de contestar a la pregunta de la forma más simple posible. Pero antes de hacerlo me permitirán adelantar dos cosas. Primero, que no hay motivos para el nerviosismo y que sacar el dinero no es la mejor idea. 


Para ilustrar mejor mi explicación, citaré de Reginald McKenna, banquero y político liberal que fue ministro de Economía de Gran Bretaña entre 1915-1916. McKenna sabía lo que se traía entre manos cuando escribió que «los bancos pueden, y así lo hacen, crear dinero mediante el crédito [...] Y quienes controlan el crédito de la Nación dirigen la política de los gobiernos y sostienen en las palmas de sus manos el destino de la población».


En una entrada de este mismo blog me ocupé de la forma en que los bancos –emulando el milagro de los panes y los peces- multiplican el dinero. El sistema, que todos asumimos porque nos conviene cada vez que solicitamos un préstamo, es un sistema fiduciario basado en la fe y en el crédito, término que, como “credo”, viene de creer. Para creer hay que tener confianza en el sistema; si la confianza falla, el sistema se deploma y, como decía uno de los protagonistas de The company men: “al día siguiente no hay comida en los supermercados”. 


El dinero no vale nada, ni siquiera el papel y la tinta con los que se imprime. Lo que realmente tiene valor son las cosas que se adquieren con él.  Por eso, esté pensando usted lo que esté pensando en estos momentos, no confunda lo importante con lo superfluo: el dinero es un sistema de trueque y sólo las cosas tienen un valor real. 


El dinero se crea de la nada a través de un proceso de elaboración de créditos que no se diferencia en mucho de las pirámides de tipo Ponzi como las de Nueva Rumasa o Forum Filatélico, artificios embaucadores que están legalmente proscritos y sus creadores acaban (o deberían acabar) en prisión. Aunque el sistema bancario no es muy diferente, la clave esta en su aceptación universal: los gobiernos lo sostienen y lo apoyan porque hasta ahora ha demostrado ser el único capaz de garantizar la actividad económica. 


Permítanme que insista en este punto: el dinero es humo. Un banco presta varias veces el importe de lo que tiene depositado. Supongamos que usted abre una cuenta con diez euros; el banco, siendo optimistas, guardará en su caja un euro y prestará nueve. Eso lo repite con todos sus clientes. Supongamos ahora que estos son un millar y todos ingresan diez euros. El banco tendrá un depósito de 10.000 euros, pero como en realidad prestará 9.000, en su caja quedarán mil euros, el equivalente a los depósitos de cien de sus impositores. 


Si usted va al banco y retira sus diez euros, no encontrará ningún inconveniente: el banco se los reintegrará y en la caja quedarán 990. Suponga ahora que corre el rumor de que el banco está en problemas y los impositores corren a retirar sus fondos. Los 99 primeros (después de usted) podrán retirar sus respectivos depósitos, pero para el que llegue después (que será el 101 contándole usted) no quedará nada salvo el apunte contable, porque la caja estará vacía y el banco tendrá que echar el cierre ante la imposibilidad de devolver el dinero prestado. 


Si eso se hace extensible al conjunto del sistema bancario y se intenta una retirada masiva de depósitos, se generará una situación de pánico bancario, la antesala de una crisis financiera sistémica a la que los gobiernos de cualquier país sólo pueden responder prohibiendo temporalmente la retirada de fondos de los impositores, como sucedió en el famoso “corralito” decretado en Argentina en 2001. Esa es la más terrible de las situaciones posibles para un impositor y todavía más para los ahorradores modestos. Lo mejor, pues, es confiar y mantener la fe en el sistema esperando a que escampe.


Veamos ahora cómo le garantiza el sistema los depósitos que usted, modesto impositor, confía a su banco. La quiebra de Banesto que provocó el delincuente Mario Conde en 1993 sirvió para para aprender la lección. Ahora bien, como trataré de explicar, la lección es teórica pero de imposible aplicación práctica cuando se produce la quiebra de un banco grande. Desde que Conde cometió la felonía que arruinó a miles de accionistas, se crearon en España los fondos de garantía de depósitos. Hasta el año 2011 existían tres fondos de garantía diferentes, cuyo fundamento era el siguiente: las cajas, los bancos y las cooperativas de crédito realizaban una serie de aportaciones periódicas que servían para ir alimentando el depósito. Si una entidad financiera concreta quebraba, cada particular podía recuperar hasta 20.000 euros del fondo correspondiente.


En el año 2011 una Directiva europea creó una figura homóloga, el Fondo de Garantía de Depósitos de Entidades de Crédito (FGD), que no alteró el mecanismo de alimentación, pero elevó la cantidad de dinero asegurado. Este depósito permite a cada titular recuperar hasta 100.000 euros de su cuenta bancaria si la entidad entra en números rojos. 


Pero, ¿qué ocurre si un particular tiene más dinero ahorrado? Temporalmente no podrá recuperarlo y se convertirá en acreedor de entidad quebrada. Por eso, los expertos aconsejan repartir los ahorros y no acumular más de 100.000 euros por titular y entidad bancaria. Según esto, la mejor alternativa sería, por tanto, abrir cuentas en distintos bancos o tener varios titulares en una misma cuenta. Eso dicen los expertos. También podrían decir misa, pero no valdría para los domingos. La realidad es más cruda. 


El problema es que el FGD, que sirve para rescatar a los depositantes, está seco debido a que fue utilizado para cubrir las intervenciones del Fondo de Reestructuración Bancaria (FROB) en los rescates de otras entidades menores que han venido produciéndose en los últimos años. Además, aunque estuviera boyante no sería suficientemente grande para cubrir una quiebra como la de Bankia. Nuestros ahorros seguirán estando garantizados aunque el FGD no tenga actualmente un solo euro, porque el fondo sirve para garantizar quiebras de entidades menores, pero es imposible que atienda el caso de quiebra de una entidad financiera mediana o grande. Es decir, de manera independiente al saldo del FGD, si una entidad española del tamaño de Bankia quiebra, el FGD nunca podrá atender las necesidades de capital de sus impositores. La única garantía que tienen nuestros ahorros es la confianza en el sistema financiero, no hay otra. 


Pondré otro ejemplo. Supongamos una entidad cualquiera que tenga aproximadamente un 10% de los depósitos en España, es decir, unos 110.000 millones de euros (M€). El saldo global del FGD rondaba antes de su descapitalización los 6.000 M€. Supongamos que la entidad quebrase. Si suponemos que sólo el 50% de los depósitos son inferiores a 100.000 euros, tendríamos que hacer una cobertura de 55.000 M€. Con las coberturas previstas, realmente da lo mismo que el FGD tenga cero euros o 6.000 M€, dado que cualquier entidad financiera mediana supera con creces las provisiones del FGD aunque estuviera a tope, que no lo está. Dicho de otra forma, cuando aparece una crisis sistémica no hay fondo que pueda aguantarlo. Ni aquí ni en ninguna parte. 


En resumen, la cobertura real de los depósitos la otorga la confianza en el sistema, y no otra cosa. Ya pueden existir FGD con miles de M€ de reserva, que una quiebra de una entidad mediana provocará la pérdida segura de buena parte del dinero de los impositores.


Por eso, correr a sacar dinero es una mala, muy mala idea.



martes, 8 de mayo de 2012

¿Cuántas "bankias" hay en España?



Cuando en 2009 se creó el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), se abrió la posibilidad de un saneamiento estructural del sistema bancario español (SBE). Unos meses después se habían producido fusiones de entidades pequeñas mientras que las grandes miraban para otro lado silbando distraídamente. Para cualquiera que siguiera con algún interés el via crucis de las cajas era difícil entender que fusionar tejidos enfermos pudiera obrar el milagro de engendrar un organismo vigoroso y fuerte. Tres años después, Bankia, monstruo de Frankestein creado con sus propias miserias y las adherencias enfermas de otras cajas menores, confirma los peores temores de una historia que comenzó mal y terminado aún peor.


Con su característica actitud de pollo que corre sin cabeza cacareando anacolutos y eufemismos, el ministro de Guindos  anunció el pasado febrero la cuadratura del círculo en forma de una nueva regulación del SBE que iba a dejar el solar financiero patrio limpio como una patena. Su terapia ha dado el resultado que cabía esperar de quien estando a la cabeza no olió la bancarrota de Lehman Brothers: la noticia del día es el colapso de Bankia y la dimisión de su hasta ayer presidente, Rodrigo Rato, al que lo ha matado aquello a lo que tantos años sirvió y tanto daño ha causado en este país: el ladrillo. 


Las ratas abandonan el barco que se hunde, pero si son roedores financieros se tiran por la borda provistos de salvavidas. Un organismo repleto de seres supuestamente inteligentes, el Banco de España, dirigido por Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el hombre que aplaude cada vez que se recortan derechos sociales y laborales, autorizó el pasado mes de abril a Bankia a abonar la retribución variable, también conocida como bonus, unos millones de euros (M€) que se repartirán sus eficaces directivos. A ver si lo he explicado bien: a los ingenieros si se les cae un puente los meten en la cárcel. Es seguro que el ingeniero en ningún momento quería que se le cayera el puente, pero es todavía más seguro que los ejecutivos de los bancos arruinados saben de sobra lo que están haciendo: jugar con el dinero de los demás para desplumar a los clientes. Pues eso, hunden Bankia con sus decisiones equivocadas y el Banco de España autoriza la recompensa por el desaguisado que han montado. 


¿Saben ustedes cuántos años tiene que trabajar un español con el salario mínimo interprofesional para ganar lo que Rato en un año? Más de 240 años. Ahora, el que fue uno de los arquitectos de la burbuja inmobiliaria y el hombre que dejó en ridículo a España huyendo del FMI, acaba de hundir la cuarta entidad financiera de España y, en lugar de ir a los tribunales, se retira con un botín en forma de indemnización de 1,2 M€. Así siguen las cosas por estos pagos: llegas a una caja enferma, le aplicas una terapia pésima que la aboca a una situación aún peor, y cuando está a punto de expirar, en lugar de tomar el Último Viático, tomas las de Villadiego, dejas a 400.000 accionistas con un 37% de pérdidas y el peor banco en Bolsale cuestas a los españoles el importe de los recortes en sanidad y educación, y encima te llevas una bonificación que equivale al subsidio con el que tienen que sobrevivir mensualmente tres mil parados. 


Para cualquiera que pusiera algún interés más del que habitualmente ponemos en el trofeo Pichichi, lo de Bankia se veía venir desde su salida a Bolsa en julio de 2011. Cuando entonces hizo una ampliación de capital de 3.100 M€, el precio de salida de cada acción (sospechosamente rebajada dos veces antes de salir al parqué) era de 3,75 euros, lo que suponía que la entidad estaba valorada en unos 6.500 M€, una cotización ridícula que suponía que el valor real del nuevo banco era un cuarto (0,256 veces) de su valor contable. 


A buen entendedor pocas palabras bastan: la única conclusión posible era suponer que el valor contable estaba inflado por unos activos que no valían nada. Ahora sabemos que Bankia y su particular “banco malo”, el Banco Financiero y de Ahorro (BFA), se habían convertido en la mayor inmobiliaria de España con unos activos problemáticos vinculados al ladrillo por valor de 31.800 M€. A día de hoy, Bankia, a través de su matriz BFA ya ha consumido 4.465 M€ del FROB. Los intereses de estas ayudas provocaron pérdidas a BFA de 439 M€ en 2011, lo que no impidió que sus jerifaltes pidiesen cobrar bonus. Ahora, si se hace otra inyección de entre 7.000 a 10.000 M€ al 8%, como al parecer quiere hacer el Gobierno, es materialmente imposible que la entidad pueda afrontar los intereses de la ayuda. La nacionalización está cantada y más valdría hacerla cuanto antes porque está en la mente de todos que Bankia no es un caso aislado y el miedo puede cundir fácilmente entre depositantes y ciudadanos. ¿Cuántas “bankias hay en España”? A perro flaco todo son pulgas. Habrá más casos peligrosos en los próximos días, no lo duden.


Malo vendrá que bueno te hará. El sucesor de Rato al frente de BFA-Bankia no viene desnudo. José Ignacio Goirigolzarri fue despedido del BBVA hace ahora dos años y ocho meses con una cuantiosa indemnización y una pensión vitalicia por jubilación (a pesar de tener 55 años) de 68,7 M€ (oiga: que son 12.000 millones de pesetas) a los que ahora no tendrá que renunciar y a los que sumará su sueldo en BFA-Bankia. [Antes de seguir, una digresión. Si era tan bueno, ¿por qué lo despidieron?]


Uno pensaba que el gran objetivo de la reforma bancaria era abrir el grifo del crédito y a las palabra de las más altas autoridades económicas me remito. El pasado 5 de marzo, el verbalmente incontenido, metafórico y eufemístico ministro de Economía, intervino en el "Encuentro Financiero Internacional Bankia 2012" (¡qué casualidad!), en el que afirmó que las restricciones de crédito que están imponiendo los bancos y las cajas españolas a las familias y las empresas, «sin las cuales no hay crecimiento ni creación de empleo», se deben a «problemas estructurales, que serían resueltos con la reforma financiera aprobada por el Gobierno». 


Pues muy bien don Luis, pero no parece de la misma opinión el caballero que vuecencia ha elegido para regir los destinos de BFA-Bankia, Además de su educación jesuítica (a estos efectos léase la Araña Negra, de Blasco Ibáñez y A.M.D.G., de Pérez de Ayala) y su afición al Athletic Club de Bilbao (que no causará mayores dolencias a los contribuyentes), el señor Goirigolzarri -“Goiri” para los amigos- mantiene un blog de su puño y letra en el que escribió el pasado 16 de febrero un artículo titulado Qué le pediría a la reforma financiera en el que afirmaba justamente lo contrario que de Guindos al escribir que la reforma financiera puesta en marcha por el Gobierno del PP «no conllevará un aumento del crédito por mucho que se proclame desde todas las instancias». Para no dar puntada sin hilo, el señor Goirigolzarri libraba al sector financiero de toda responsabilidad en el desarrollo de la crisis y cargaba la suerte en el sector público, opinión que sólo puede sostener un hooligan enfebrecido de la doctrina neoliberal. 


Con estos mimbres tenemos que construir el cesto del destino de nuestro país. ¡Que Dios (y San Ignacio de Loyola) nos pillen confesados!

La generación de los sueños rotos





El síntoma más evidente de la enfermedad que está consumiendo el sistema bancario español (SBE) afloró hace ahora tres años, cuando se intervino Caja Castilla-La Mancha. Realizada la oportuna disección, los forenses del Banco de España levantaron acta: los niveles de morosidad de la entidad manchega superaban el 17%. Mientras tanto, el resto del sector declaraba una morosidad de tan sólo el 5% (que no es poco). Tamaña diferencia no era creíble. Como el tiempo se está encargando de demostrar, la caja intervenida no era un ejemplo aislado sino el único cadáver diseccionado de una pandemia que amenazaba a todo el SBE cuyos síntomas se enmascaraban con la manipulación contable. El canje de deuda impagada por activos inmobiliarios a precios ficticios permitía a las entidades ocultar sus niveles de morosidad.


Debilitado por la enfermedad que lo corroía a la vez que se oponía tercamente a una terapia efectiva, el renqueante SBE llegó hasta finales de 2011, cuando el anunciado ascenso del PP al poder debía restablecer al enfermo por vía de la aparición en escena de un taumaturgo llamado Mariano Rajoy. No hubo tal. El nuevo Gobierno adoptó en febrero unas medidas que han fracasado en su principal objetivo: “recuperar la credibilidad y la confianza en el sistema financiero español”. La prueba más palpable del fracaso es que la cotización bursátil de los bancos continúa cayendo y que la morosidad crece sin cesar y seguirá creciendo por la recesión y el paro.


¿Por qué falla la confianza? Sencillamente, porque a estas alturas de la crisis los inversores no confían más que una terapia de choque que sanee por completo la exposición inmobiliaria, lo que habrá que hacer anotando el suelo en los balances a valor prácticamente cero, porque todo el mundo está de acuerdo en que van a pasar muchos años antes de que se vuelva a construir en España. Asunto bien diferente es el de las viviendas, que deberían contabilizarse a su precio de mercado, que es menos de la mitad del tasado. Nadie se puede creer que con más de un millón de viviendas vacías los precios hayan caído tan solo un 13%, cuando en otros países el estallido de la burbuja inmobiliaria provocó caídas de los precios de hasta el 60% con respecto a su precio de tasación. Ni que decir tiene que la adquisición por particulares de este colosal parque de viviendas actuaría como locomotora dinamizadora de otros sectores productivos ahora paralizados por la falta de demanda. 


El saneamiento exigirá ampliaciones de capital generalizadas que los bancos españoles no están dispuestos a hacer ahora porque consideran que sus acciones se cotizan demasiado a la baja. Pero eso también lo decían hace un año y desde entonces han seguido bajando. Para hacerlos entrar en razón está el Gobierno, porque la estrategia bancaria de provisionar sus balances con activos inflados, no recortar los dividendos ni entrar en pérdidas, es la misma estrategia del avestruz que se siguió en Japón hace más de veinte años y el mejor ejemplo de que echar balones fuera no es la táctica más adecuada si se quiere ganar el partido. 


Japón atraviesa desde hace 20 años una crisis económica y social cuyo origen fue muy similar a la actual crisis española. A principios de los ochenta la economía japonesa iba como un misil, sus exportaciones crecían y sus compañías multinacionales invadían los mercados. En 1990 se produjo una explosión de la burbuja inmobiliaria y bursátil que hizo perder a los japoneses la mitad de sus ahorros y la riqueza acumulada. Tras innumerables medidas de política económica que nunca tomaron el toro por los cuernos, la economía japonesa sigue estancada, su población más joven está sumida en la deseperanza y considera con resignación que la austeridad es el valor predominante del tiempo que les ha tocado vivir.  


A partir de 1985, cuando el Gobierno japonés cedió ante la presión estadounidense para apreciar el yen con objeto de reducir el enorme déficit comercial de Estados Unidos, la economía japonesa, que crecía a una media aproximada del 6%, intentó afrontar el nuevo escenario bajando los tipos de interés con una política monetaria expansiva para incrementar la inversión interna. Es la misma estrategia que siguió el Banco Central Europeo cuando bajó los tipos de interés a principios de la década de los 2000. Los japoneses, como hicimos los españoles, compraron viviendas, cuyos precios empezaron a subir muy rápidamente, y canalizaron sus elevados ahorros hacia la compra de activos financieros, impulsando una fuerte subida de la Bolsa. Una vez que el precio de la vivienda y de los activos financieros fue subiendo, pidieron préstamos a los bajos tipos de interés existentes para aprovechar estas subidas especulativas. La doble burbuja, inmobiliaria y bursátil, empezó a inflarse. 


En 1990 estallaron las burbujas y se desplomaron el precio de la vivienda y la cotización de los activos financieros. Las familias y las empresas japonesas no pudieran devolver las deudas contraídas y el sistema financiero se tambaleó. La economía entró en crisis, aumentó el paro y se produjeron numerosos cambios de Gobierno con políticas muy expansivas que llevaron la deuda pública emitida del 3% del PIB en 1990 al 180% del PIB que tiene en la actualidad, casi tres veces la deuda pública española, y la deuda más alta de todos los países industrializados. 


La política monetaria siguió siendo muy expansiva con tipos de interés casi nulos. A pesar de ello, el pueblo japonés optó por ahorrar y no consumir. Los márgenes empresariales cayeron y las empresas no hicieron inversiones productivas. La Bolsa y el precio de las viviendas nunca se recuperaron. El Gobierno, presionado por la banca, fue aplazando afrontar la crisis del sistema bancario y el país entró en deflación, con bajas tasas de crecimiento y estancamiento de su PIB por habitante. Según los datos más recientes, mientras el PIB japonés en 1985 era la mitad del norteamericano, ahora es menos de la tercera parte. El resultado de los diversos intentos de recuperación ha dado lugar a la aparición de la generación de los sueños rotos, integrada por quienes piensan que consumir es de idiotas. 


¿Qué debemos aprender de la gestión de la crisis japonesa? En primer lugar, que es mejor afrontar la crisis con rapidez que intentar salir lentamente de ella por más que presionen los bancos. Un largo periodo de tiempo en crisis sin ofrecer un horizonte de futuro termina generando un cambio de expectativas y de comportamientos: se abandona el consumo y se fomenta el ahorro excesivo. En segundo lugar, que ocultar la crisis financiera hace que se pierda la eficacia de la política monetaria: por mucho dinero que se ponga en circulación, los bancos lo absorben ilimitadamente para mantener su propia liquidez y el crédito al consumo y a la inversión productiva no se restablecen. 


En tercer lugar, y por obtener una moraleja que deberíamos aprender de una vez por todas, es que debemos diferenciar tres tipos de inversión: en activos financieros, en vivienda e infraestructura, y en equipamientos, formación y tecnología. La política es muy libre de decidir en qué lo hace, pero debemos ser conscientes de que los efectos que producen cada una de ellas en la economía y en el empleo son distintos. Incentivar la inversión productiva de un país genera empleo sostenible, lo que no ocurre con la vivienda o la infraestructura. Las autoridades monetarias, al igual que vigilan que la moderación de los precios, deberían hacer lo mismo con los precios de las viviendas y de los activos financieros.