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jueves, 19 de abril de 2012

Moby Duck y el continente cloaca

Una preciosa goleta de dos mástiles, L’Elan, zarpará bajo bandera francesa el próximo 2 de mayo desde el puerto de San Diego, California, con la misión de explorar y de hacer un mapa preciso del que se ha dado en llamar el “séptimo continente”, un basurero de dimensiones colosales que flota en el Pacífico y una especie de agujero negro marino que atrae cada vez más basura a su alrededor.


Hace algún tiempo, la prestigiosa revista científica Science alertaba de la contaminación por vertido de fertilizantes que está provocando un incremento exponencial del número de “zonas muertas” en los litorales de todo el mundo que aumentó en más de un tercio entre los años 1995 y 2007. Según los científicos de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y del Instituto de Ciencias Marinas de la Universidad William y Mary de Virginia (Estados Unidos) que suscribían el artículo, el número de zonas desprovistas de vida en el mundo a comienzos del siglo pasado era de sólo cuatro y ha ido aumentando hasta superar las 400 en la década de 2000, lo que supone una extensión de más de 26.500 kilómetros cuadrados, es decir, una superficie equivalente a unas tres veces el tamaño de la Comunidad de Madrid. 


El incremento de las zonas muertas litorales se ha convertido en uno de los principales problemas medioambientales para los ecosistemas marinos. Es un problema importante, sin duda, pero de dimensiones liliputienses cuando se compara con lo que está ocurriendo en el Pacífico Norte, donde se ha formado una gran "sopa de plástico", un basurero apocalíptico cuyo tamaño real es desconocido, pero que algunos evalúan al alza llevando su superficie hasta el doble del territorio de Estados Unidos (serían entonces unos veinte millones de kilómetros cuadrados: cuarenta veces el tamaño de España), mientras que otros lo hacen a la baja, como los oceanógrafos franceses que viajan en la L’Elan, en cuyo caso estamos hablando de un territorio de porquería humana cuyo tamaño equivaldría a siete veces el tamaño de Francia, es decir, unos diez millones de kilómetros cuadrados: veinte veces el tamaño de España. 


¿Por qué se ha acumulado tanta basura allí? En realidad, no es el único lugar de los océanos donde se produce el fenómeno de acumulación de residuos plásticos, aunque si es el mayor y el que se conoce relativamente mejor. Las investigaciones oceanográficas señalan que hay otros cuatro vertederos de dimensiones ciclópeas distribuidos por los mares del todo el mundo. Como ocurre con el del Pacífico Norte, todos ellos están localizados en lugares donde los vientos y las corrientes marinas se concitan para formar zonas en las que las aguas oceánicas giran en espiral sobre sí mismas. Como ocurre con un barco que se hunde, la fuerza centrípeta conduce lenta pero inexorablemente las basuras flotantes hacia el centro de esta espiral. 


¿Qué cuánta basura plástica hay acumulada? Pues alrededor de cien millones de toneladas. ¿Le parece mucho o poco? Unas cifras domésticas le permitirán situarse. En España se producen alrededor de veinticinco millones de toneladas de residuos sólidos urbanos al año, de modo que en esa zona del Pacífico se acumula la basura acumulada por todos los vertederos españoles durante cuatro años. Juntando la basura que usted, lector, produce durante un año, se tardarían unos trescientos millones de años en acumular lo que hoy se acumula en el Pacífico septentrional.


¿De qué sustrato está formado este nuevo continente? Pues de todo lo que arrojamos a los contenedores amarillos y de otras menos frecuentes en ambientes urbanos como boyas, redes de pesca, restos de naufragios….y patitos de goma. El pasado mes de febrero la editorial Aguilar ha puesto en las librerías la edición en española de Moby Duck, del periodista norteamericano Donovan Hohn, uno de los cien mejores libros de 2011 según The New York Times


Es un libro con una divertida portada cuya lectura deslumbra de la primera a la última página, en las que Hohn realiza un viaje transoceánico a través de un mundo amenazado por su propia adicción al plástico. Se trata del relato mordaz, divertido y curioso, con moraleja ecologista, de un viaje trepidante de unos treinta mil animalitos de goma: patos amarillos, ranas verdes, castores rojos y tortugas azules de plástico que, después de naufragar en el Pacífico, siguen dando vueltas por el globo veinte años después. Un recorrido científico, mítico y conmovedor que se lee como una novela que merece la pena tener como libro de cabecera como testimonio de nuestra propia estupidez.


En enero de 1992 una de las terribles tormentas que azotan el sur de las islas Aleutianas sorprendió a un carguero que cruzaba el océano Pacífico de Hong Kong a Seattle. Doce contenedores cayeron por la borda, uno de ellos se abrió y llenó el mar de miles de juguetes fabricados en China. Aunque estaban preparados para nadar en bañeras, los animalitos navegaron con soltura por el mar, impulsados por las corrientes oceánicas. Un divertido naufragio que un avispado publicista aprovechó para aprovechó para el vídeo de promoción del Seat Toledo


Varios oceanógrafos se dieron cuenta de que los patos que tocaban tierra no lo hacían al azar, sino que solían desembarcar en determinadas zonas. Hasta llegaron a realizar un mapa que se basaba en las corrientes y reconstruía los trayectos de navegación de los patitos. El oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer encontró el punto exacto en el que el contenedor se había caído. Aprovechó los movimientos de los juguetes para estudiar el giro oceánico del Pacífico Norte y descubrió por primera vez que un objeto tarda tres años en completar el ciclo.


En 2005 Donovan Hohn leyó la noticia y, fascinado por el naufragio y la aventura náutica de los juguetes, decidió seguir su rastro. Tirar del hilo se convirtió en una odisea accidentada que lo llevó hasta lugares de China, Alaska, Hawai, Escocia y el Ártico, en los que fue testigo del complejo entramado de las compañías marítimas, de la minuciosidad del trabajo de los oceanógrafos, de los riesgos de los marineros mercantes embarcados en cargueros infectos y del turbio mundo de las fábricas de juguetes chinas. 


Pero más allá de la conmovedora historia de los patitos flotantes en la inmensa bañera oceánica, lo cierto es que los plásticos son letales para la fauna marina. Su efecto es directo, cuando son engullidos directamente por los grandes depredadores acuáticos, e indirecto, cuando degradados a nivel molecular, se incorporan a la cadena trófica de los ecosistemas marinos.


Según Naciones Unidas, la contaminación del océano provoca la muerte de más de un millón de pájaros marinos cada año y de cien mil mamíferos acuáticos. Jeringuillas, botes de plástico, botellas, restos de aparejos, teléfonos móviles, zapatos y todo tipo de artilugios se encuentran frecuentemente en los estómagos de muchos animales muertos. Pero más peligrosa es la acumulación de los plásticos como toxinas en las cadenas alimenticias. Los plásticos no son biodegradables, pero si son fotodegradables, es decir se descomponen hasta nivel molecular por efecto de la luz sin perder su condición de polímeros tóxicos que se van incorporando a la pirámide trófica marina hasta llegar al gran consumidor final, el hombre, en forma de deliciosos pescados que llevan en su interior el testimonio de cómo nuestra soberbia y nuestra indiferencia están convirtiendo en una gigantesca cloaca y en un Armagedón plástico nuestro Planeta Azul.