viernes, 27 de abril de 2012

Un sindiós



Desde que los ministros de Rajoy, en especial Montoro y Ana Mato, decidieron explicar didácticamente los porqués de la demolición del Estado, entendemos las cosas mucho mejor. He aquí un resumen, claro como el agua, de sus argumentos: Se pone precio a la sanidad para que continúe siendo gratuita y se expulsa de ella a determinados colectivos para que siga siendo universal. Se liquidan las leyes laborales para salvaguardar los derechos de los trabajadores y se penaliza al jubilado y al enfermo para proteger a los colectivos más vulnerables. En cuanto a la educación, ponemos las tasas universitarias por las nubes para defender la igualdad de oportunidades y estimulamos su privatización para que continúe siendo pública. No es todo, ya que al objeto de mantener el orden público amnistiamos a los delincuentes grandes, ofrecemos salidas fiscales a los defraudadores ambiciosos y metemos cuatro años en la cárcel al que rompa una farola. Todo este programa reformador de gran calado no puede ponerse en marcha sin mentir, de modo que mentimos, sí, pero al modo de los novelistas: para que la verdad resplandezca. Dentro de esta lógica implacable, huimos de los periodistas para dar la cara y convocamos ruedas de prensa sin turno de preguntas para responder a todo. Nadie que tenga un poco de buena voluntad pondrá en duda por tanto que hemos autorizado la subida del gas y de la luz a fin de que resulten más baratos y que obedecemos sin rechistar a Merkel para no perder soberanía. A no tardar mucho, quizá dispongamos que los aviones salgan con más retraso para que lleguen puntuales. Convencidos de que el derecho a la información es sagrado en toda democracia que se precie, vamos a tomar RTVE al asalto para mantener la pluralidad informativa. A nadie extrañe que para garantizar la libertad, tengamos que suprimir las libertades.


Juan José Millás. El País, 27-IV-2012

sábado, 21 de abril de 2012

Johnny cogió su fusil




Escribo estas líneas mientras una delegación de la Comisión Europea revisa en Madrid las cuentas españolas. En Bruselas no quieren ningún nuevo susto como el de la ingeniería financiera a la griega, inicio de la crisis de la deuda soberana que amenaza con derrocar al rey Euro. Es una prueba más de la desconfianza internacional hacia el estado económico y financiero español. 


En la entrada anterior (Una de zombis) me ocupé de la influencia del sector privado en nuestra falta de credibilidad ante el altar de los mercados. Aunque el porcentaje de la deuda pública española al cierre de marzo pasado (68,5%) se aleja del 60% de endeudamiento máximo que exige la Unión Europea, conviene reconocer que es muy inferior al de Alemania, Francia o el Reino Unido y afecta poco a nuestra credibilidad como deudores. El gran problema de nuestras cuentas públicas es que nadie se cree los ilusorios números del Gobierno. 


Antes de que se presentanse los Presupuestos Generales del Estado (PGE), el Gobierno adoptó unas medidas terapéuticas que no inspiraron precisamente confianza en los mercados, porque, lejos de aliviar al enfermo, lo empeoraban. La terapia de incrementar el IRPF supone, siendo benevolentes, un aumento del 0,4% del PIB, mientras que la resucitada deducción por compra de vivienda representa un coste anual del 0,6%, lo que para cualquiera que se moleste en restar quiere decir que la política tributaria aprobada incrementa el déficit estructural, es decir, consigue lo contrario de lo que los mercados esperaban. 


El gobierno ha confeccionado unos PGE esclavos de la demagógica y ventajista oposición que hizo a las difíciles decisiones de mayo del 2010 adoptadas por el malvado ZP: recortar pensiones, subir el IVA y congelar los salarios de los funcionarios. El ventajismo político de favorecer los intereses partidistas tendiendo una alfombra roja bajo los pies de Arenas resultó letal para los intereses del país. El retraso en la presentación de los presupuestos, junto con las medidas iniciales de subir pensiones y reintroducir deducción de vivienda, ha sido una cornada en la femoral por dos razones: ha malgastado el periodo de gracia de cien días que nos daba el mercado y que le dieron los ciudadanos al Gobierno, y ha mandado la señal de que se supeditaban decisiones urgentes a intereses políticos. Lo de la amnistía fiscal no hizo más que empeorar la percepción de país fiscalmente poco serio que tienen de nosotros en el extranjero.


Desde que se conocieron las líneas básicas de los PGE, la opinión unánime entre los analistas fue que eran de imposible cumplimiento y que, en el improbable caso de que un milagro acercara la realidad a la ficción, tal aproximación hubiera representado un lastre añadido a nuestra credibilidad. Existen, al menos, dos razones de peso para opinar así: la política de recortes no reduce el problema de disminuir el déficit sino que lo aumenta; y a los inversores les trae sin cuidado los artificios contables del ministro Montoro traducidos en unas cuentas tan voluntariosas como fantásticas cuya inanidad el capital inversor da por descontada. 


Vaya por delante que los PGE y el tijeretazo posterior de otros 10.000 millones de euros (M€), prueba del nueve de que las cuentas del ministro Montoro son tan creativas y no menos disparatadas que la Alicia de Lewis Carroll, satisfacen de momento las exigencias de los políticos y burócratas del Eurogrupo y organizaciones afines, cuyas únicas y obsesivas aspiraciones son que las medidas de contención del gasto logren el tan ansiado 5,3% de déficit público sobre PIB en 2012 y, luego, “sólo” quedará rebajarlo hasta el 3% para 2013. Así salvan su cara partiendo la nuestra.


Puede que en los cuadros macroeconómicos de Bruselas nuestros números terminen por cuadrar (que lamentablemente no cuadrarán) y hasta que produzca un burocrático orgasmo entre la tropa funcionarial, pero el verdadero problema de la sociedad española son el paro y la ausencia de crédito a empresas, familias y particulares. Como ha dicho nuestro presidente en otra involuntaria prueba de que la hoja de ruta gubernamental nos conduce al desastre, ni la reforma laboral, ni la reforma financiera, ni los ajustes van a solucionar los problemas. De ahí se derivarán, lamentablemente, el estancamiento económico, el incremento hasta porcentajes apocalípticos del paro (que alcanzará finales de año los seis millones), el empobrecimiento de las clases medias, la reducción de los salarios más bajos y la caída en picado de dos pilares básicos de la movilidad social en España: la educación y la sanidad. 


La política del recorte por el recorte es equivocada por más que uno comprenda que satisfaga ideológicamente al Gobierno y a su presidente, convertido en una especie de cirujano de hierro empecinado en convertir al país en un cuerpo amputado al estilo del inolvidable protagonista de Johnny cogió su fusil. Pasemos, pues, al quirófano e imaginemos que nuestro cirujano amputa un dedo de una mano en forma de una reducción de 10.000 M€, un 1% del PIB en números redondos. 


Como cualquier estudiante de Económicas sabe, reducir el gasto en un punto básico disminuye el PIB entre un 0,6% y un 0,8%, que no sale de balde, porque reduce la recaudación impositiva en medio punto (0,5%), lo que significa que el Estado perderá entre 3.000 y 4.000 M€. Pero por si no quieres caldo, toma dos tazas: para los que se pasan el día haciendo de entusiastas palmeros de los recortes al gasto público que afectan a hospitales, colegios, universidades e institutos, instituciones que, por lo visto, son las responsables de la crisis, una caída del PIB tiene un inmediato efecto bumerang, que hace subir automáticamente las prestaciones de desempleo y otras prestaciones sociales. Seamos generosos y asumamos que una caída mínima del PIB del 1% solo sube el gasto en un 0,1%, unos 1000 M€.


Reunamos, pues, los números con el telón de fondo de un recorte del 1% y una subida del gasto del 0,1%. Si la caída del PIB es la del escenario menor (0,6%), el efecto sobre el déficit del recorte será 10.000 (-3.000)-1.000 = 6.000 M€. Si el escenario es el del 0,8%, tendremos 10.000 (-4.000)-1.000 = 5.000 M€. Por tanto, si queremos reducir el déficit del 8,51% de finales de 2011 al 5,3% en 2012, no hay que reducir el gasto en 32.000 M€ como se pretende, sino entre unos 53.000 y 64.000 M€, lo cual no puede ser y además es imposible, como el tiempo se encargará de demostrar cuando el daño social sea irreparable.


Durante estos días el ministro de Guindos da la vuelta al ruedo mundial cortando orejas y rabos en plazas repletas de representantes de foros subvencionados a cargo del denostado erario público, de políticos afines y de burócratas de organismos internacionales, tan entusiastas ahora como incapaces fueron de detectar la crisis que nos está crujiendo. Mientras tanto, el modesto respetable público de sol (nosotros) se une al del tendido cero (los mercados internacionales) y agita los pañuelos del tongo ante el matador. 


Nosotros ya sabemos la cruz que nos toca, pero ¿qué demonios quieren los ricachones del tendido cero? Los muy taimados, actuando dentro del marco legal y lógico de la maximización del beneficio, quieren cobrar lo prestado con sus correspondientes intereses. Les traen sin cuidado los muletazos presupuestarios y los floridos recortes al capote del maestro Rajoy y su vistosa cuadrilla. 


Ajenos a la lidia, miran con temor cómo el cuadro macroeconómico empeora a corto plazo y no se vislumbra crecimiento económico alguno, y cómo, con la austeridad por bandera, el presupuesto arrasa con todo lo que sea inversión en capital físico o humano. Si no hay crecimiento económico vía consumo, disminuirán las ventas de las empresas, caerán sus beneficios, se despedirán trabajadores y tendran serias dificultades para pagar sus deudas. El Estado recaudará menos impuestos y deberá recortar gastos para no generar más déficit público, metiéndose en una negra espiral dentro de la cual habrá (como ya las hay) serias dificultades para justificar cómo se va a poder pagar la deuda y más, si como se teme, nos vemos en el trance de asumir parte de la deuda privada por el conocido via crucis de la refinanciación bancaria. 


Al tiempo.

viernes, 20 de abril de 2012

Una de zombis




De uno a otro confín, los analistas financieros hacen un diagnóstico unánime: nadie se fía de nosotros. Descartada la hipótesis de una conspiración internacional y sin otro mérito como economista que mi curiosidad, me parece que hay algunas razones de peso para desconfiar. En esta primera entrega me ocuparé de los problemas derivados de nuestro sistema financiero y dejaré para una próxima los que se derivan de las cuentas del Reino.


Aunque el porcentaje de la deuda pública española con respecto al PIB no debería ser preocupante, el problema es que la financiamos a muy corto plazo. Alrededor del 70% de la deuda soberana desde 2010 ha sido emitida a menos de un año, lo que nos coloca en un problema muy serio porque es el mismo que mató a Lehman Brothers: si de repente no te prestan, te encuentras de un día para otro con los bolsillos vacíos y con la bancarrota. Conocida nuestra inevitable adicción a los préstamos, los especuladores se dedican con ahínco a que nuestra prima de riesgo esté por las nubes con el loable propósito de que el interés de sus préstamos sea el más alto posible. 


De ahí que a muchos economistas, sin que deje de preocuparles la subida de la prima, les preocupe más la caída de la Bolsa, un indicador más fiable de la situación económica del país. La prima es un juego de especuladores de renta fija, de tenedores de cobertura de operaciones financieras de riesgo y de agencias de rating. Se mueve mecida por las olas del déficit y de la deuda, cuyo primer responsable es el Gobierno. En cambio la Bolsa, aunque especulativa en sus operaciones, es un retrato de la economía real. Sirve para que las empresas obtengan recursos de os inversores. Lo que se evalúa a diario es su solvencia y sus beneficios futuros. Este indicador, además, se anticipa a los acontecimientos, a la marcha real de la economía.


Pagar en su totalidad la deuda española supone que los españoles deberíamos dejar de comer durante tres años y ocho meses. De ese ayuno, ocho meses corresponden a la deuda pública, un año a la deuda de las familias y dos años a la de las empresas. La deuda pública española significa un coste de 2.000 euros al año para cada español: El coste de la deuda privada equivale a más de 9.000 euros por español y año. Pero el verdadero riesgo es que la deuda privada se transforme finalmente en deuda pública por impago de aquella. 


Los bancos y cajas españoles han prestado a familias y empresas unos dos billones de euros, aproximadamente el doble de nuestro PIB. Aproximadamente 325.000 millones son créditos al promotor, en cuya devolución hay una morosidad del 20% y un riesgo de impago cercano al 30% (ambos porcentajes son una barbaridad). Para el resto, la morosidad es menor, aunque en absoluto despreciable: la morosidad de los créditos concedidos a particulares y empresas alcanzó en febrero el 8,15%, con lo que rozó la cota máxima de octubre de 1994, cuando marcó el 8,2%. Añadiendo a estos riesgos bancarios los derivados de los activos tóxicos heredados de la crisis global y del exceso de ladrillo en las provisiones de bancas y cajas, algunos analistas (tildados de optimistas por sus colegas) cifran en 250.000 millones de euros la pérdida final de todo el sistema bancario español. 


Particularmente grave es la morosidad en el sector hipotecario cuyo volumen, más de 600.000 millones de euros, hace que un incremento de la morosidad del 5% tenga el doble de efecto sobre el balance que el mismo incremento en la cartera de préstamos a los promotores. La cartera hipotecaria es, además, el centro de muchos debate políticos. Las ayudas a los hogares híper endeudados pueden venir a través del alivio hipotecario, pero debemos ser conscientes de que será a costa de la salud de los balances bancarios. La dación de la vivienda en pago de la hipoteca tiene dos costes. El primero es que abre nuevos agujeros en los bancos en el peor de los momentos (¿los hubo buenos alguna vez?), y el segundo es que deteriora la estabilidad contractual. Cambiar las condiciones establecidas en los contratos mediante una acción legal a posteriori, esto es, después de que hayan sido firmados, es una victoria pírrica que pasará factura en el futuro. Es otra forma de “pan para hoy y hambre para mañana”, pues la incertidumbre cada vez que en el futuro se firme un contrato será enorme y la certidumbre sólo podrá lograrse a costa de un mayor tipo de interés para el consumidor.


Las cuentas del sector financiero siguen siendo un problema. Cada vez que hay una fusión o una intervención, descubrimos que las pérdidas son muchísimo peores que los que la inspección del Banco de España nos contaba: CCM, CAM, Caja Sur, y ahora Cívica con la entrada de la Caixa, que ha dejado con un susto considerable al mercado porque confirma que lo que desde hace años que es vox populi: que los números contables del sector financiero no inspiran confianza. El canje de deuda impagada por activos inmobiliarios a precios ficticios ha permitido a muchas entidades maquillar sus balances y enmascarar sus niveles de morosidad. Se trata de un puro artificio contable para no reconocer las pérdidas e inscribir en su balance números completamente alejados de la realidad. Dadas las numerosas manipulaciones, no es extraño que muchos analistas estimen que la morosidad es la mitad de la que sería si la contabilidad fuera más transparente. 


Por supuesto, gran parte de las predecibles pérdidas bancarias serán absorbidas por los propios bancos, que tienen un capital de alrededor de 300.000 millones. Pero el capital no está repartido por igual: algunas entidades como el Santander o la Caixa no van a sufrir casi nada, pero otros van a tener problemas muy serios porque carecen de liquidez para afrontarlos. Si el impago es de unos 250.000 millones, el contribuyente tendría que poner en el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) unos 150.000 millones. Esto aumentaría la deuda pública y las necesidades de financiación en otro 15%, lo que elevaría el ratio actual de la deuda hasta un 80-90% del PIB a finales de año.


Así las cosas, está claro que el Gobierno y el Banco de España han fracasado en el principal objetivo de la reforma financiera, que según el Real Decreto de saneamiento del sector era “recuperar la credibilidad y la confianza en el sistema español”. Los inversores no se fijan en los beneficios, que sólo vienen de las operaciones realizadas con el dinero del Banco Central Europeo (BCE), en las que los bancos toman al 1% y prestan al 3%, sino en el balance (todavía excesivamente enladrillado) y en la caja. Y lo que ven es que cada trimestre bajan los depósitos y sube la morosidad. Por eso, yendo al grano, los inversores internacionales consideran que hace falta una limpieza radical de los balances bancarios con las consiguientes ampliaciones de capital o con el rescate a través del BCE y del FMI.


Si los balances son peores de lo que parece, si las instituciones financieras saben que los activos en su balance son ficticios, que en realidad las hipotecas no se van a pagar, que el suelo por el que han canjeado la deuda es invendible y que si bajan el precio de las viviendas que poseen hasta su precio real sus balances se desplomarán, no debe sorprender que destinen sus recursos a generar colchones para afrontar futuras pérdidas y no a financiar a familias y empresas, lo que supone un lastre enorme para la economía, porque lejos de contribuir a la recuperación detraen recursos productivos para mantenerse en activo aunque carezcan de viabilidad.


Se convierten así en entidades zombis, ni vivas ni muertas, pero que siembran el terror entre los siempre temerosos inversores.

jueves, 19 de abril de 2012

Moby Duck y el continente cloaca

Una preciosa goleta de dos mástiles, L’Elan, zarpará bajo bandera francesa el próximo 2 de mayo desde el puerto de San Diego, California, con la misión de explorar y de hacer un mapa preciso del que se ha dado en llamar el “séptimo continente”, un basurero de dimensiones colosales que flota en el Pacífico y una especie de agujero negro marino que atrae cada vez más basura a su alrededor.


Hace algún tiempo, la prestigiosa revista científica Science alertaba de la contaminación por vertido de fertilizantes que está provocando un incremento exponencial del número de “zonas muertas” en los litorales de todo el mundo que aumentó en más de un tercio entre los años 1995 y 2007. Según los científicos de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y del Instituto de Ciencias Marinas de la Universidad William y Mary de Virginia (Estados Unidos) que suscribían el artículo, el número de zonas desprovistas de vida en el mundo a comienzos del siglo pasado era de sólo cuatro y ha ido aumentando hasta superar las 400 en la década de 2000, lo que supone una extensión de más de 26.500 kilómetros cuadrados, es decir, una superficie equivalente a unas tres veces el tamaño de la Comunidad de Madrid. 


El incremento de las zonas muertas litorales se ha convertido en uno de los principales problemas medioambientales para los ecosistemas marinos. Es un problema importante, sin duda, pero de dimensiones liliputienses cuando se compara con lo que está ocurriendo en el Pacífico Norte, donde se ha formado una gran "sopa de plástico", un basurero apocalíptico cuyo tamaño real es desconocido, pero que algunos evalúan al alza llevando su superficie hasta el doble del territorio de Estados Unidos (serían entonces unos veinte millones de kilómetros cuadrados: cuarenta veces el tamaño de España), mientras que otros lo hacen a la baja, como los oceanógrafos franceses que viajan en la L’Elan, en cuyo caso estamos hablando de un territorio de porquería humana cuyo tamaño equivaldría a siete veces el tamaño de Francia, es decir, unos diez millones de kilómetros cuadrados: veinte veces el tamaño de España. 


¿Por qué se ha acumulado tanta basura allí? En realidad, no es el único lugar de los océanos donde se produce el fenómeno de acumulación de residuos plásticos, aunque si es el mayor y el que se conoce relativamente mejor. Las investigaciones oceanográficas señalan que hay otros cuatro vertederos de dimensiones ciclópeas distribuidos por los mares del todo el mundo. Como ocurre con el del Pacífico Norte, todos ellos están localizados en lugares donde los vientos y las corrientes marinas se concitan para formar zonas en las que las aguas oceánicas giran en espiral sobre sí mismas. Como ocurre con un barco que se hunde, la fuerza centrípeta conduce lenta pero inexorablemente las basuras flotantes hacia el centro de esta espiral. 


¿Qué cuánta basura plástica hay acumulada? Pues alrededor de cien millones de toneladas. ¿Le parece mucho o poco? Unas cifras domésticas le permitirán situarse. En España se producen alrededor de veinticinco millones de toneladas de residuos sólidos urbanos al año, de modo que en esa zona del Pacífico se acumula la basura acumulada por todos los vertederos españoles durante cuatro años. Juntando la basura que usted, lector, produce durante un año, se tardarían unos trescientos millones de años en acumular lo que hoy se acumula en el Pacífico septentrional.


¿De qué sustrato está formado este nuevo continente? Pues de todo lo que arrojamos a los contenedores amarillos y de otras menos frecuentes en ambientes urbanos como boyas, redes de pesca, restos de naufragios….y patitos de goma. El pasado mes de febrero la editorial Aguilar ha puesto en las librerías la edición en española de Moby Duck, del periodista norteamericano Donovan Hohn, uno de los cien mejores libros de 2011 según The New York Times


Es un libro con una divertida portada cuya lectura deslumbra de la primera a la última página, en las que Hohn realiza un viaje transoceánico a través de un mundo amenazado por su propia adicción al plástico. Se trata del relato mordaz, divertido y curioso, con moraleja ecologista, de un viaje trepidante de unos treinta mil animalitos de goma: patos amarillos, ranas verdes, castores rojos y tortugas azules de plástico que, después de naufragar en el Pacífico, siguen dando vueltas por el globo veinte años después. Un recorrido científico, mítico y conmovedor que se lee como una novela que merece la pena tener como libro de cabecera como testimonio de nuestra propia estupidez.


En enero de 1992 una de las terribles tormentas que azotan el sur de las islas Aleutianas sorprendió a un carguero que cruzaba el océano Pacífico de Hong Kong a Seattle. Doce contenedores cayeron por la borda, uno de ellos se abrió y llenó el mar de miles de juguetes fabricados en China. Aunque estaban preparados para nadar en bañeras, los animalitos navegaron con soltura por el mar, impulsados por las corrientes oceánicas. Un divertido naufragio que un avispado publicista aprovechó para aprovechó para el vídeo de promoción del Seat Toledo


Varios oceanógrafos se dieron cuenta de que los patos que tocaban tierra no lo hacían al azar, sino que solían desembarcar en determinadas zonas. Hasta llegaron a realizar un mapa que se basaba en las corrientes y reconstruía los trayectos de navegación de los patitos. El oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer encontró el punto exacto en el que el contenedor se había caído. Aprovechó los movimientos de los juguetes para estudiar el giro oceánico del Pacífico Norte y descubrió por primera vez que un objeto tarda tres años en completar el ciclo.


En 2005 Donovan Hohn leyó la noticia y, fascinado por el naufragio y la aventura náutica de los juguetes, decidió seguir su rastro. Tirar del hilo se convirtió en una odisea accidentada que lo llevó hasta lugares de China, Alaska, Hawai, Escocia y el Ártico, en los que fue testigo del complejo entramado de las compañías marítimas, de la minuciosidad del trabajo de los oceanógrafos, de los riesgos de los marineros mercantes embarcados en cargueros infectos y del turbio mundo de las fábricas de juguetes chinas. 


Pero más allá de la conmovedora historia de los patitos flotantes en la inmensa bañera oceánica, lo cierto es que los plásticos son letales para la fauna marina. Su efecto es directo, cuando son engullidos directamente por los grandes depredadores acuáticos, e indirecto, cuando degradados a nivel molecular, se incorporan a la cadena trófica de los ecosistemas marinos.


Según Naciones Unidas, la contaminación del océano provoca la muerte de más de un millón de pájaros marinos cada año y de cien mil mamíferos acuáticos. Jeringuillas, botes de plástico, botellas, restos de aparejos, teléfonos móviles, zapatos y todo tipo de artilugios se encuentran frecuentemente en los estómagos de muchos animales muertos. Pero más peligrosa es la acumulación de los plásticos como toxinas en las cadenas alimenticias. Los plásticos no son biodegradables, pero si son fotodegradables, es decir se descomponen hasta nivel molecular por efecto de la luz sin perder su condición de polímeros tóxicos que se van incorporando a la pirámide trófica marina hasta llegar al gran consumidor final, el hombre, en forma de deliciosos pescados que llevan en su interior el testimonio de cómo nuestra soberbia y nuestra indiferencia están convirtiendo en una gigantesca cloaca y en un Armagedón plástico nuestro Planeta Azul. 

domingo, 15 de abril de 2012

Las fechas las carga el demonio

Catorce de abril. Aniversario de la proclamación de la II República Española. Dos miembros de la familia real se han accidentado en la misma semana cuando practicaban actividades con armas de fuego. Las fechas las carga el diablo. Creíamos que se iba a intervenir el Reino y el intervenido ha sido el Rey. ¡Qué semana para la familia real! Nunca tan pocos hicieron tanto por la República en un año en el que se cumplía también el aniversario de la salida de Alfonso XIII, otro Borbón aficionado a las mujeres, a la caza y a la buena vida. Desde que se estrenó Dumbo no veíamos tanto elefante en las portadas.


Austeridad y ejemplaridad, dos términos profusamente utilizados por Juan Carlos I en su discurso de Navidad. Palabras que se mandan a donde habita el olvido en cuanto la llamada primigenia y salvaje del cazador y de las feromonas reclaman su presencia en Botsuana, a ocho mil kilómetros de distancia de un reino en crisis, para abatir un hermoso animal por un precio simbólico: el equivalente al subsidio de desempleo de un centenar de españoles. 


En el peor momento económico de nuestra historia contemporánea, con la soberanía que él se debería encargar de salvaguardar amenazada directamente por la evolución de los mercados -la Bolsa o la Prima-, nos enteramos de que su prioridad ha sido irse a cazar elefantes  y que no han sido los acontecimientos nacionales sino una caída inoportuna la que le ha traído de vuelta a donde se encuentra su nieto mayor hospitalizado (¿dónde queda su corazón?) y una soberanía nacional, como los elefantes, en peligro de extinción (¿ya no ejerce la razón?). 


¿De dónde sale el presupuesto para el viaje del rey y de su séquito a uno de los pocos países del mundo en donde se permite la caza de elefantes, a cambio de sumas que oscilan entre veinte mil y cuarenta y cinco mil euros por escopeta? ¿Cuánto ha pagado Juan Carlos y a cargo de qué partida presupuestaria por la aventura? ¿Cómo ha viajado hasta allí y a quien corresponden los costes de su excursión? ¿Cuántas personas componían su séquito (que se sepa, al menos eran tres: un médico y tres escoltas) y qué dietas percibían por acompañarle? ¿Quién es esa hermosa dama que se presenta como su embajadora? Un portavoz oficial de la Casa Real se ha apresurado a asegurar que la cacería fue “una invitación” al jefe del Estado que “no tuvo coste alguno”. Mensaje necio que confunde valor y precio.


En su Diario de Viaje a España (1799-1800), Wilhem von Humboldt visitó la corte instalada en la Granja de San Ildefonso; la familia real y sus costumbres le parecieron patéticas y el rey, Carlos IV, «un guardabosques». El genial Goya los retrató en todo su patetismo. Algo ha cambiado para que todo siga igual. En unos momentos de clara incertidumbre sobre el futuro de España, la foto de Juan Carlos I disfrazado de guardabosques junto a un paquidermo asesinado es lo que nos faltaba para acabar de presentarnos como una reedición de la corte de los milagros. Que nadie se sorprenda. España siempre fue así. Siempre batiéndose hasta la extenuación -garrote en mano, barro hasta las corvas- por los viejos lemas: ¡Dios, Patria y Rey! Y siempre perdiendo. Algunos no, claro está.


Que el Rey, quien hace poco decía “perder el sueño por el paro juvenil”, ofrezca el poco edificante espectáculo de su comportamiento y emplee decenas de miles de euros (si es dinero público, malo, si es regalo de otros, peor) en asesinar elefantes africanos –un animal en peligro de extinción a escala continental según WWF-ADENA, asociación ecologista de la que don Juan Carlos es presidente de honor y a la que acaba de cubrir de gloria- supone una rueda de molino que la España de los cinco millones y medio de parados no se tragará con facilidad. Abochorna, además, conocer la falta de sensibilidad del Jefe del Estado al cazar unos animales cuyos colmillos son mercancía de valor en las transacciones negras de marfil, en detrimento de países como Botsuana que están siendo esquilmados por cazadores desaprensivos.


Junto a otras del entorno real que es preferible no comentar, la noticia llega en momentos que el periodista Juan Antonio Zarzalejos –ex director del muy monárquico diario ABC- ha calificado como de “entrada en barrena de la Corona española”. En octubre pasado, las encuestas de opinión suspendían por primera vez a la Monarquía, a la que calificaban con una nota de 4,8 sobre 10, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas. Para Zarzalejos, nada sospechoso de republicanismo, el rey «ha de elegir entre las obligaciones y servidumbre de la Jefatura del Estado y una abdicación que le permita disfrutar de una vida diferente».


El barómetro del CIS es un indicador de que a España la monarquía empieza a no resultarle simpática. Nunca lo fue, pero siempre se salvó gracias a la figura del actual rey por su papel durante el 23-F, una noche eterna que nos está resultando muy cara. Más allá de sus amoríos bajo una sorprendente doble moral que no nos sale gratis, alguien tendría que aprestarse a exigirle que abdicara antes de que cualquier nuevo Ortega y Gasset proclamase de nuevo “Delenda est monarchia”. 


Por más que la práctica cortesana y aduladora de alguna prensa intente silenciar o edulcorar unos hechos que todo el mundo conoce, es reconfortante leer titulares como los del cada vez más leído diario virtual El Confidencial (EC) referidos a la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, de 46 años, divorciada y madre de dos hijos, gran aficionada a la caza y la vela, dos pasiones que comparte con don Juan Carlos, con quien ha sido vinculada sentimentalmente y que actúa como organizadora oficiosa de las actividades del monarca, entre otras las de la cacería de elefantes, a la que la pareja acudió acompañada por un grupo de empresarios, presuntos paganos del divertimento real: «Una princesa amiga del Rey negocia en su nombre ante un multimillonario saudí» (EC, 12/04/2012) o «La princesa Corinna Sayn-Wittgenstein, amiga del Rey, organiza cacerías para millonarios» (EC, 15/04/2012), que vienen a refrendar que don Juan Carlos «decidió dar rienda suelta al gen Borbón a la muerte de Franco, cuando se cumplían trece años de su enlace con la reina», según Pilar Eyre, autora de un libro ninguneado, La soledad de la Reina, que presenta a doña Sofía como «una mujer engañada y con una vida conyugal que ha sido una auténtica tragedia». 


Refrenda el número de 15 de abril de la revista británica Time: «No es el mejor momento para ser Rey de España». Ni para ser súbdito, habría que añadir, por más que los británicos sean los últimos en poder dar testimonio de familias reales ejemplares (¿Las hay?). Pero el articulista de Time tiene razón cuando apunta que «durante décadas, los Borbones han evitado la clase de censura y escrutinio públicos que han acosado a otras monarquías europeas», cautelas que han evitado que los españoles conozcamos algunos de los rumores que han rodeado a la familia Real, desde «posibles amantes o fraudes económicos, o encuentros poco apropiados con jeques árabes o siquiera una afición especial a las píldoras adelgazantes». Sin embargo, subraya el artículo, «esta reticencia está comenzando a cambiar, gracias en parte a los recientes escándalos legales».


Catorce de abril. Parece claro que si España ya tenía un grave problema con su modelo de Estado -el autonómico-, a partir de ahora, y sin saber todavía si los últimos traspiés de la familia real dejarán más secuelas que las médicas, el país tiene un problema muy serio con la forma de Estado, es decir, con la Monarquía parlamentaria porque la Corona ha entrado en barrena con un más que preocupante diagnóstico político y social.


Alguno podrá argumentar que lo último que necesita España ahora un factor adicional de inestabilidad. Es discutible. Se ha escrito mucho pero merece la pena recordarlo: la crisis, si no conduce a la catarsis, se convierte las más de las veces en una ocasión perdida. 

miércoles, 11 de abril de 2012

De Gandhi a Cojo Manteca por decreto ministerial




El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, anunció a los españoles que el paro, que se acerca inexorablemente a los seis millones de personas, va a seguir aumentando. Cuando lo veo proclamar que la reforma laboral –esa purga radical que de momento está provocando lo contrario de lo que se pretendía: el empeoramiento del enfermo- dará resultados a largo plazo, me parece que su discurso es muy acorde con el macarismo literario de las bienaventuranzas que aconsejan la mansedumbre y la resignación como único medio de ganar el cielo. Resignaos pobres en vuestra mansedumbre (¡no os manifestéis, no protestéis!) porque a largo plazo tendréis el cielo.
En La democracia y el mercado (Paidós, 2004) el economista francés Jean-Paul Fitoussi escribió una alegoría sarcástica en la misma línea. En ella, la crisis se dirige a los perdedores: «Lamentamos sinceramente el destino que habéis tenido, pero las leyes de la economía son despiadadas y es preciso que os adaptéis ellas reduciendo las protecciones que aún tenéis. Si os queréis enriquecer debéis aceptar previamente una mayor precariedad; este es el camino que os hará encontrar el futuro». Al fin y al cabo, más vale un proletario precarizado convertido en esclavo manso que un trabajador en el paro.
No han terminado todavía con la digestión del Estado de Bienestar y ya empiezan a lanzar dentelladas a su nueva presa: el Estado de las Autonomías. Es un paso más de la violencia que desde la facción derechista (y dominante) de los poderes económico, político, mediático y religioso se está ejerciendo sobre la ciudadanía con una letanía amenazadora que utiliza el miedo como instrumento político que intenta abrir las puertas a transformaciones impensables en un escenario de normalidad. El eje vertebrador de este empecinado discurso ultraliberal es la austeridad, un vocablo de apariencia balsámica y taumatúrgica jaleado hasta la extenuación por diversos medios entre los que no falta la facción eclesiástica que, olvidando que a la Iglesia Católica no la afectan los mismos recortes que nos afectan a todos y el obsceno despliegue de lujo y boato litúrgico y los desplazamientos estelares de su supremo pontífice, encuentran en la austeridad aplicada a otros la apoteosis de la virtud de la prudencia frente al vicio de la prodigalidad.
En la anoréxica dieta de austeridad que proponen con la misma autoridad con la que el dómine Cabra amonestaba a sus hambrientos pupilos, olvidan dos cosas: que la austeridad a ultranza y crecimiento económico son incompatibles, y que la dieta propuesta no afecta a todos por igual, como atestigua el inusitado crecimiento del sector del lujo en la economía española (4.500 millones de facturación en 2011), lo que incluye que mientras que la venta de vehículos convencionales se desploma por debajo de sus límites históricos, la de vehículos de lujo crezca sin parar. Es decir, que quienes más tienen están excusados del ejercicio de la virtud. Bien pensado, tampoco es nada nuevo dado que el ejercicio práctico de la virtud puede obviarse por el tradicional método católico de alcanzar el paraíso sin más trámites que adquirir las oportunas bulas eclesiásticas.
Razón añadida para desconfiar de la receta neoliberal es que, efectuado el diagnóstico y administrado el bálsamo, los síntomas de la enfermedad lejos de remitir se acentúan. Estupefactos, los apóstoles de la austeridad para los demás comprueban que poner el coste del despido a precio de saldo, punto culminante del saqueo del mundo laboral que intenta utilizar a los parados como arietes para hundir los salarios, no crea puestos de trabajo sino más desempleo.
Y como la letra con sangre entra, el ministro del Interior –el iluminado opusdeísta Jorge Fernández Díaz- y el de Justicia –el neorancio y no menos ultracatólico Gallardón- preparan por colleras un proyecto de ley que equipara a los manifestantes con los terroristas. Habida cuenta de los expeditivos métodos que los antidisturbios emplean frente a tirios y troyanos, cuyas amables intervenciones y almibaradas cargas culminan con lunáticos atestados en los que hacen constar desvergonzadamente que los pájaros se tiran a las escopetas o, lo que es lo mismo, que jovencitas indefensas agreden a bigardos provistos de chalecos antibalas, espinilleras, casco, escudo y porra, la que preparan ambos ministros ultracatólicos es para echarse a temblar.
Con tal iniciativa legislativa se pretende hacer mangas y capirotes del derecho constitucional a la manifestación y de arrebatar a las clases populares lo único que les queda: su capacidad de intimidación pacífica, a la que se pretende embridar por el coercitivo procedimiento de transformar a todos los manifestantes en enemigos potenciales del Estado. De Gandhi al Cojo Manteca por decreto ministerial.
La derecha política y su orquesta mediática (púlpitos incluidos) han demostrado secularmente su capacidad para la siembra del miedo paralizador que trae consigo la provechosa cosecha de la mansa docilidad, sustentadora del caciquismo decimonónico cuyas aguas nos trajeron los dichosos lodos de las dictaduras militares de las que disfrutó nuestro país el siglo pasado. Instrumento decisivo era por entonces la “ley de fugas” que ahora se transmuta en el proyecto de ley que, ante la previsible radicalización del sector juvenil –el más castigado por la lacra del paro y la falta de expectativas-, pretende transformar a los miembros del 15-M en potenciales profesionales de la guerrilla urbana. La medida, por lo demás, se compadece mal con la puntería exquisita de la amnistía fiscal decretada a favor de los ladrones de guante blanco que son los defraudadores fiscales. Para un gobierno nervioso y bajo presión entre los últimos se encuentran sus amigos reales, mientras que entre los indignados discrepantes se encuentran potenciales criminales.
La jauría mediática de la derecha necesita piezas a las que devorar y el complaciente gobierno se une con fervor al despiece de los descarriados que irritan a la gente de orden. Se endurece el Código Penal para los delitos menores y para los menores, se prepara la ilegalización del aborto y la penalización de la píldora del día después, mientras que los obispos ultramontanos demonizan desde el altar a los que no se ajustan a sus insensatos y calenturientos desvaríos moralizantes siempre tan atentos a la sexualidad ajena como ciegos ante la que pudre sus propias filas.
Para completar la faena, los purpurados españoles, tan apegados a las ubres del poder, despistan al personal sermoneando a favor de los poderosos, porque cuando creíamos que las desigualdades sociales cada vez más sangrantes se debían a la explotación del hombre por el hombre, resulta que no, que el estancamiento de los salarios, los ERES oportunistas, los despidos y el desempleo, son consecuencia del hundimiento de los valores familiares de la clase trabajadora. Acabáramos.

martes, 10 de abril de 2012

El libro de Job

Dice un proverbio chino que cuando se desea salir de un agujero lo primero que hay que hacer es dejar de cavar. Aplicándolo a la situación actual habría que decir que la insistencia en el riesgo de intervención –que es el argumento utilizado por el Gobierno para ejecutar su política de recortes (¡perdón, de ajustes!)- es la primera condición para que aquella se produzca.


Con la excusa de evitar el apocalíptico riesgo de la intervención y con el pensamiento anclado en que no existen otras alternativas, el Gobierno está haciendo justo lo contrario de lo que sus miembros prometían cuando estaban en la oposición. No iban a subir los impuestos y los subieron. No iban a tocar la sanidad y la educación, pero cuando me pongo a redactar este artículo anuncian un recorte de diez mil millones de euros que hay que añadir a la puñalada que ya sufrieron en los Presupuestos Generales. Dijeron que antepondrían los intereses de España a cualquier otra posición partidista y retrasaron con ventajismo su presentación, supeditando el interés general al de su candidato Arenas. No iban a abaratar el despido y han dejado a los trabajadores indefensos. 


El atropello de la reforma laboral me parece lo más indignante. Tomemos un ejemplo real que acabo de conocer. Eva es una licenciada universitaria que posee además dos másteres universitarios en lo que ella puso todo su esfuerzo y su familia la mayor parte de sus ahorros. Con veintisiete años parecía tener un futuro esperanzador. Estaba contenta con su primer trabajo y con los 1.400 euros netos que recibía mensualmente. Apenas una semana después de la entrada en vigor de la reforma laboral, Eva fue despedida utilizando como recurso una merma en los beneficios de la empresa. Que se me lea bien: digo merma de los beneficios, no pérdidas. Eva hizo lo que otros muchos jóvenes: enviar decenas de copias de su currículo a las empresas de su sector. El mismo responsable de recursos humanos que la despidió la llamó para ofrecerle el mismo puesto de trabajo pero cobrando seiscientos euros. Eva no aceptó. Ese es el tipo de situación a la que está conduciendo la reforma laboral: trabajadores sin derechos que son despedidos para volverlos a contratar con salarios indignos.


Decía Rajoy en Córdoba que las medidas tendrían efectos positivos a medio y largo plazo. Dejando a un lado lo que decía Keynes, aquello de que “a medio plazo todos muertos”, para entender la estrategia gubernamental de enfrentar a los trabajadores con los desempleados no hace falta haber leído El arte de la guerra; basta con recordar el principio fundamental de Sun Tzu: «Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla». Cuando Rajoy y la despistada Báñez dicen que con la reforma están pensando en los parados, en realidad lo que están pensando es en reducir su número, que día a día sigue aumentando escandalosamente. ¿Cómo se logra reducir la tasa de desempleo? Muy sencillo. Primero se deja transcurrir un tiempo para que la tasa se estabilice alrededor del 25 por ciento (pongamos unos seis millones de parados), permitiendo que se imponga el modelo “Eva” para que se saneen las plantillas con las nuevas y ventajosas condiciones de despido. Entonces, en una segunda etapa, las empresas podrán contratar beneficiándose de las nuevas y ventajosas condiciones. Por el salario de un trabajador despedido podrán contratar dos o tres nuevos, sin derechos laborales y teniéndolos a prueba durante un año. Por si ello fuera poco, también disfrutarán de ventajas fiscales si despiden a los padres para contratar a sus hijos menores de treinta años. 


Eva no aceptó por dignidad personal, la dignidad que le ha faltado al ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos. Como pollo sin cabeza, el ministro de Guindos corre de un lado a otro con una incontinencia verbal, enmascarada en una insustancial verborrea pseudotécnica, con la que trata de ocultar una profunda inconsistencia argumental trufada de ocurrencias. Lo oigo hablar por la mañana de unas medidas económicas que había que adoptar y al rato es desmentido por el portavoz de su propio partido que lo deja políticamente desautorizado. Por dignidad personal, la misma dignidad que hizo que Eva renunciara a un leonino contrato de trabajo, el ministro debió dimitir ese mismo día. Pero no lo hizo: no puede. El antiguo responsable europeo del mayor causante de actual la crisis financiera, Lehman Brothers, está atado el banco del Gobierno por imperativo del poder financiero que lo ha destinado como su representante en el Gobierno para que, en nombre de la competitividad, proteja los intereses de los poderosos.


En su pueril entrevista con Barak Obama durante la inútil cumbre de Seúl en la que no pintaba nada, el extasiado Rajoy le dijo al presidente estadounidense que estaba estudiando inglés. Debería estudiar otras muchas cosas, porque uno sospecha que Rajoy es un ignorante en asuntos económicos claves que, como no sabe lo que se trae entre manos, está a expensas de las ocurrencias de sus descoordinados ministros. Montoro no sabe lo que piensa de Guindos; este no sabe por dónde va a meter la tijera Montoro; la ministra Mato amenaza con hacer honor a su apellido a base de adelgazar a la sanidad pública; Gallardón y Wert lanzan los fuegos de artificio de su rancia ideología para despistar al personal. Y así con todo. Nadie coordina porque el coordinador presidencial no sabe lo que tiene entre manos.


Rajoy debería leer algo más que la prensa deportiva y convendría que empezara por el Antiguo Testamento, por el Libro de Job. Sin recurrir al señor obispo de Alcalá, tan ocupado como está de la sexualidad ajena que es inevitable pensar que le preocupa la suya, uno recuerda que el bueno de Job, un santo varón de Dios, fue sometido por el poder divino a exigencias cada vez mayores. Cada vez que Job ejecutaba uno de los exigentes mandatos que se le imponían para comprobar su paciencia, el poder divino le ordenaba uno nuevo y más difícil de cumplir. Job comprobó en sus propias carnes que el poder, cualquier poder, aunque provenga de Dios, es siempre caprichoso, voluble y exigente.


Cambien Dios por capitalismo y entendamos que, como el paciente Job, estamos sometidos a los caprichosos vaivenes del poder económico. Frente a ellos, el Gobierno reacciona como puede: con una agónica política de ocurrencias espasmódicas. A cada nuevo gesto del Gobierno, los mercados responden con nuevas exigencias. Pero como Job, que cumplía los imperativos divinos gracias a su fe de carbonero, el Gobierno actúa como actúa movido por una ideología siempre atenta a los deseos del poder financiero. Por eso ha decidido aplicar medidas que convienen a su ideología cuesten lo que cuesten a los españoles. El Estado anoréxico es su objetivo.