El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Como la pescadilla que se muerde la cola o las estaciones del año, la economía nacional, siguiendo los pasos de las economías internacionales, se sumerge en la espiral de ceder el poder macroeconómico a los tiburones que crearon la llamada ingeniería financiera, a los que se alejaron de la economía productiva para crear un entramado de productos financieros que nadie sabe cómo funciona y que nadie alcanza a entender.
Es una situación terriblemente desalentadora. El poder en sus distintas manifestaciones sigue tejiendo su red protectora para que sean otros los que se estrellen contra el suelo y, si sobreviven, para que soporten sobre sus hombros el peso de los ajustes y el reparto de las pérdidas, que los beneficios, que los hay, ya se los quedan los de siempre. La clase trabajadora, la que crea la riqueza del país, está viendo cómo de un plumazo se le desposee de todos los beneficios sociales que tantos años de sacrificio le ha costado conseguir. Ahora se pide otra vez a los asalariados, que nada han tenido que ver con el origen, el desarrollo y las fases de la crisis, pero que han sufrido sus consecuencias, que trabajen más por menos dinero.
No se sabe qué se traía entre manos Luis de Guindos, el nuevo ministro de Economía y Competitividad, cuando Rajoy anunciaba en la campaña electoral la confianza mundial en su persona, la euforia inversora y el fin de los problemas económicos que serían una consecuencia imparable de la llegada al poder del PP. Durante la campaña electoral quedó muy claro que si Rodríguez Zapatero era el problema, Rajoy era la solución. Otra cosa es que inmediatamente después del Consejo de Ministros del pasado 30 de diciembre hayamos comprobado que las exageraciones y simplificaciones, tan convenientes para ganar las elecciones, se transforman, el día después, en la prueba del algodón de quienes no resistirían la prueba de las hemerotecas.
El caso es que de Guindos, sin aclarar si intervino en su redacción o, por lo menos, si conocía o no el apartado de la euforia del programa electoral al que ahora se subordina -una aclaración que sería deseable a los solos efectos éticos-, no deja de amenazarnos con recesión y paro a raudales. Permítaseme que ponga muy en duda la lucidez intelectual y las rectas intenciones del nuevo ministro, en su día responsable europeo de un chiringuito financiero que en vez de dividendos repartió basura subprime por doquier.
Con el nombramiento de uno de los ejecutivos responsables de la mayor quiebra bancaria de los Estados Unidos se resolvió uno de los enigmas mejor guardados de la política española. Increíble, pero cierto. ¿Cómo es posible que el que fuera uno de los altos ejecutivos de Lehman Brothers se haga cargo de la máxima responsabilidad económica del Estado? Sinceramente, el personal informado alucina.
Cargarse a Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de Estados Unidos, tenía su mérito. Fundado en 1844, el banco consiguió superar sin dificultades significativas la guerra de Secesión, tres crisis durante la segunda mitad del siglo XIX, la Gran Depresión de 1929 y unos graves problemas financieros que hicieron que en los ochenta debiera asociarse con American Express. En la década de 2000 recuperó de nuevo su autonomía económica. En 2007 el banco se vio seriamente afectado por la crisis financiera provocada por los créditos subprime. En el primer semestre de 2008, Lehman había perdido el 73% de su valor en bolsa. Finalmente, la solicitud de bancarrota, presentada el 15 de septiembre de 2008, que tiene el dudoso honor de ser la mayor de las tramitadas en Estados Unidos, redujo el precio de las acciones de la compañía en un 95% y desencadenó una crisis de confianza que dejó a todos los mercados financieros del mundo confundidos, ocasionando la peor crisis desde la Gran Depresión.
Vean la película Margin Call. Allí se narra cómo actuaron los ejecutivos de Lehman Brothers, que vendieron todos sus productos basura apresuradamente, engañando a la gente a sabiendas, para así poder salvar lo que más aprecian en esta vida, el dinero, sobre todo si se trata del suyo. Pero si no se fían del cine, miren a los tribunales. En marzo de 2010 un tribunal estadounidense apuntó a los ejecutivos del banco como los culpables de su catástrofe. Según el informe emitido por los peritos judiciales, los directivos actuaron dolosamente para extraer cerca de 50.000 millones de dólares de activos indeseables de sus balances al final de su primer y segundo trimestre de 2008, en vez de vender esos activos como pérdidas. Su actuación ocasionó el colapso del banco. Luis de Guindos, en su calidad de miembro del Comité Ejecutivo mundial del banco y presidente de su división para España y Portugal, era uno de esos ejecutivos. Su lúcida actuación provocó pérdidas de más de mil millones de euros a inversores españoles.
De Guindos ha reaparecido como el economista de cabecera de Rajoy quien le ha encomendado determinar la política económica, culminar la reestructuración del sistema financiero, enfrentarse a los mercados, generar confianza en los inversores, potenciar la expansión de las empresas, apoyar a las pymes, mejorar la I+D+i, ganar en productividad y también trazar las líneas maestras de la reforma laboral. Si entonces que fue incapaz de predecir lo que se le avecinaba a su empresa -a una sola empresa-, ¿cuál es su credibilidad?
¿A nadie le parece, como mínimo, extraño el hecho de que en estos momentos los tres hombres que más poderosos en el mundo de las finanzas: Bernanke, Geitner y Draghi eran ejecutivos que tenían mucho que ver con la crisis que estamos padeciendo? Por lo que se ve, poca gente ha visto los documentales Capitalismo: una historia de amor, de Michael Moore, e Inside job, de Charles Ferguson. Y poca gente, también, parece haber leído un artículo del periodista Matt Taibbi en el número del pasado mes de abril de la revista Rolling Stone titulado A la cárcel con los de Wall Street. La tesis de ambos documentales y del artículo es la misma: nadie ha pagado por sus desmanes con la cárcel, mientras que con el dinero de los ciudadanos se han salvado bancos y banqueros.
Escribe Taibbi: «Nadie va a la cárcel. Ese es el mantra de la era de la crisis financiera, la que ha visto a casi todos los grandes bancos de Wall Street enredados en escándalos que han empobrecido a millones de personas y han destruido billones de dólares de la riqueza mundial, y nadie ha ido a la cárcel». Para Taibbi, los fraudes cometidos son crímenes que implican una elección calculada, cometidos por personas que actúan codiciosamente siguiendo un cálculo muy cínico: vamos a robar lo que podamos y luego a ver si las víctimas son capaces de reclamar su dinero a través de una política cautiva.
El poder es el poder, y nosotros, mientras tanto, a seguir observando.