Desde que Thomas Malthus publicara en 1798 su Ensayo sobre el principio de la población, en el que pronosticaba que el crecimiento humano sobrepasaría a la oferta de alimentos, el temor a una “explosión demográfica” ha sido objeto de debate académico y político acerca de cuántas personas puede soportar el planeta. Hay sociólogos fatalistas, los doomsters, que continúan prediciendo lo peor, mientras que otros, los boomsters, algo así como los "profetas de los booms", argumentan que el crecimiento demográfico, aunque preocupante en muchos sentidos, puede ser un motor del crecimiento económico.
En la década de 1960, cuando la población mundial era la mitad de la actual, los fatalistas parecían haber acertado y el temor a la malthusiana explosión demográfica se apoderó de todo el mundo. A día de hoy sigue existiendo un crecimiento que continúa generando alarma. Pero hasta ahora, las preocupaciones neo-malthusianas de la hambruna mundial, la degradación del medio ambiente mundial y el desastroso conflicto subsiguiente no se han materializado debido a que la tasa alarmante de crecimiento de la población de la década de 1960 se ha frenado porque las familias han optado por tener menos hijos, decisión adoptada libremente en algunos países y obligada en otros. Sea como fuere, desde 1950 la tasa global de fecundidad ha disminuido a la mitad. Malthus no acertó porque la industrialización elevó la producción de alimentos en los países ricos y, de paso, redujo en ellos la tasa de fertilidad. Cuando la población se enriquece, las familias se reducen y cuando las familias se reducen la población se enriquece. La educación de las madres ayuda a explicar esta tendencia.
Este año la población mundial alcanzará los 7.000 millones de personas. Es un buen momento para reflexionar acerca de las diferentes formas en que nuestra dinámica de crecimiento influye en el futuro del planeta. Los patrones de crecimiento de la población están relacionados con casi todos los retos que enfrenta la humanidad, incluida la reducción de la pobreza, la contaminación urbana, la salud, la producción de energía y la escasez de alimentos y agua. Con una población mundial que al ritmo actual superará los 9.000 millones hacia 2050, todos esos retos unidos al deseo de aumentar el nivel de vida constituyen un enorme desafío.
Actualmente, la población en conjunto disfruta de una vida más larga y más sana, pero existen grandes desigualdades entre continentes que resultan enmascarados por el análisis de las tasas de crecimiento global. Sabemos que no todo el crecimiento es igual en todo el mundo. En algunas zonas, especialmente en África subsahariana, la fertilidad y el tamaño considerado como óptimo de la familia siguen siendo altos, y los conflictos y el hambre son el pan de cada día. Casi todo el crecimiento de la población de aquí a 2050 se concentrará allí, en los países más pobres del mundo, los que carecen de recursos para apoyar a sus ciudadanos cada vez más numerosos.
La mayor parte del crecimiento demográfico en las próximas décadas provendrá de la dinámica demográfica originada por los jóvenes que actualmente son mayoría en la mayor parte de los países en desarrollo. Este grupo poblacional representa el 80% del crecimiento de la población mundial y su capacidad reproductiva es prácticamente inmediata. Por lo tanto, la población seguirá creciendo mucho después de que la tendencia a reducir la fecundidad se haya impuesto en la mayor parte del mundo. En concreto, alrededor del 70% del crecimiento futuro de la población mundial (hasta 2050) se llevará a cabo en sólo 20 países en el África subsahariana y Asia (sin incluir China). Por el contrario, en muchos países desarrollados e incluso en algunos que aún están en desarrollo, las tasas de crecimiento se reducen, por lo que las preocupaciones se centran en cómo apoyar a los mayores costos de envejecimiento de la población que deben ser sostenidas por un número decreciente de personas en edad de trabajar.
Desde 1950, las tendencias mundiales hacia familias más pequeñas están estrechamente ligadas a los avances en educación, salud, planificación familiar y al incremento de oportunidades para las mujeres. Unos 215 millones de mujeres en los países en desarrollo carecen de acceso a la planificación familiar y por lo tanto no pueden ejercer plenamente sus derechos de control de la natalidad. Por otra parte, el 88% de los 584 millones de adolescentes en el mundo reside en esos mismos países. En 1994, casi 180 países acordaron que el acceso universal a la salud debe garantizar el conocimiento de los derechos reproductivos para poder reducir la fertilidad indeseada. La evidencia actual muestra que la reducción voluntaria de la fecundidad indeseada ayuda a reducir los índices de pobreza. En 2007 se creó el Grupo de Trabajo para Adolescentes de las Naciones Unidas que plantea como objetivo que la atención a las niñas sea una prioridad en la planificación del desarrollo nacional. Se espera que para el año 2015 dicho Grupo haya desarrollado programas integrales en veinte países en desarrollo que signifiquen educar a las niñas, mejorar su salud, protegerlas de la violencia, y promover sus capacidades de liderazgo, muy limitadas en las sociedades actuales.
Esfuerzos como estos deben ser llevados a escala mundial y vinculados a otras iniciativas que protegen los derechos de las mujeres a la educación y la salud reproductiva, tales como la Estrategia Mundial sobre Salud para Mujeres y Niños, la Asociación para la Salud Materna, del Recién Nacido y del Niño, y la campaña por la acelerada reducción de la mortalidad materna en África. Estas acciones, que inciden en los derechos humanos, deben ser el objetivo central de las políticas de desarrollo sostenible en todos los países, y las únicas que pueden conducir a crear un mundo en el que una población estable, con un enfoque equilibrado para el uso de los recursos y el consumo, beneficiará a familias, comunidades y naciones.
Continúa el debate sobre la mejor manera de abordar estos y otros problemas y sobre si son más adecuados los programas clásicos de planificación familiar o, por el contrario, la aplicación de políticas que mejoren los niveles de vida y aumenten la educación de las niñas y mujeres jóvenes. Sin embargo, como ha puesto de relieve el último número de julio de la revista Science, la mayoría de los expertos opina que, con la combinación adecuada de ambas políticas, los países pueden aprovechar las oportunidades para el crecimiento económico y el desarrollo que ofrece una fuerza laboral joven y bien preparada.
Y mientras tanto, ¿que recomiendan los pastores a sus ovejas? Como el rayo de sol que atraviesa el cristal sin dañarlo, así concibió María por obra del Espíritu Santo, decía el viejo Catecismo con el que me adoctrinaron. Seguimos en las mismas. El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica sigue el dictado de la encíclica Casti Connubii de Pío XI: «En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos, y constantemente enseñada por la Iglesia. (...) La Iglesia, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida».
El arzobispo Francis Chullikatt, nuncio del Vaticano ante la ONU, lo tiene muy claro: «Los programas internacionales de asistencia económica dirigidos al financiamiento de campañas de esterilización y anticoncepción, así como también la subordinación de la asistencia económica a tales campañas, son afrentas a la dignidad de la persona, a la familia y a la comunidad humana», afirmó en el seminario Desarrollo HumanoSseguro: matrimonio, familia y comunidad, organizado por la ONU la pasada primavera.