Ian McEwan, uno de los escritores británicos más reconocidos internacionalmente, forma parte de la generación de escritores británicos procedentes del boom literario de la década de 1980, junto a Martin Amis, Julian Barnes y Salman Rushdie. De todos ellos fue el que más tardó en situarse entre los autores más leídos de su país, pero hoy en día es sin duda el más popular, en buena medida gracias a Expiación, la novela de la que se vendieron más de dos millones de ejemplares y que fue llevada brillantemente al cine por Joe Wright, en 2007. Con su nueva novela, Solar, que apareció el mes pasado en las librerías españoles de la mano de Anagrama, McEwan se adentra en forma de sátira en una de las cuestiones clave de este siglo: el cambio climático.
Hace justamente tres años, la Fundación Canal programó una original exposición -Cape Farewell. Arte climático- que exhibía las obras de pintores, escultores y fotógrafos realizadas durante un viaje al Ártico en 2005, dentro de un proyecto organizado por David Buckland, comisario de la muestra, cuyo propósito era divulgar los efectos del cambio climático haciendo llegar la alerta de una manera diferente a la de los científicos, cuyo lenguaje, según Buckland, no llega a la gente con suficiente nitidez.
Organizar una comuna en el Círculo Polar Ártico es una idea insólita. Pese a ello, a Buckland no le costó encontrar quince artístas a los que embarcó junto a varios oceanógrafos en Noruega, a bordo de una goleta centenaria, para navegar rumbo hacia al Norte hasta llegar a la isla de Spitsbergen, un lugar inhóspito en cuyas costas quedaron atrapados por el hielo a 35 grados bajo cero. Quizá más de uno se arrepintió en aquellos momentos, pero todos quedaron seducidos por aquel paraje gélido, hermoso e intimidante. Tal fue la fascinación que el plan de Buckland fructificó. La experiencia inspiró nuevas creaciones a los artistas, una veintena de las cuales, desde la instalación de sonido a la danza, se reunieron en aquella muestra cuyas notas consulto ahora.
Aquel viaje fue el punto de partida de Solar, probablemente la novela más divertida de McEwan, en la que el autor ha dejado en manos del humor y la sátira lo que entiende como irresponsabilidad de muchos ciudadanos. Para ilustrarlo, algunas de los episodios más hilarantes de esta novela están basadas en las peripecias de los viajeros en el cuarto común donde guardaban las ropas y el equipo personal de salvamento, que se había convertido en un caos por mor del descuido, la dejadez y la incapacidad de organización de sus usuarios, lo que sirve a McEwan para ironizar sobre nuestra innata falta de recursos para enfrentarnos solidariamente a los problemas globales. Convertido en metáfora de la Tierra, aquel cuarto compartido venía a demostrar que, a pesar de todas las bonitas palabras y las buenas intenciones, la naturaleza humana era cómicamente incompetente para ocuparse de cualquier problema.
El dibujo del personaje central de la novela, el físico Michael Beard, fue completado cuando McEwan fue invitado en 2007 a un simposio de ganadores del premio Nobel para hablar sobre el cambio climático. El novelista quedó seducido por la grandeza de los ganadores del Nobel. McEwan decidió que su personaje, el hombre del cambio climático, tendría un premio Nobel. Su imaginación literaria ha construido un científico derrotado, cínico y amoral, un personaje a caballo entre la razón y la irracionalidad, amante empedernido de todo lo que se le pone a tiro y ladrón de ideas ajenas. Después de haber leído la novela, me parece que ningún premio Nobel real debe sentirse satisfecho de su colega de ficción, un individuo cuyos comportamientos personales uno no puede dejar de relacionar con Ignatius J. Reilly, el extravagante, inadaptado y anacrónico protagonista de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, una de mis novelas preferidas.
Escribió Philip Roth que «la literatura no es un concurso de belleza en el plano moral». Michael Beard es el epítome de esa aseveración. Convertido en metáfora del egoísmo del ser humano ante el cambio climático y en alegoría de la ambigua actitud internacional ante esa amenaza global, Beard, un antihéroe moderno, pleno de defectos y vitalidad, grandioso y rastrero, confiesa haber sido egoísta, bebedor, mujeriego compulsivo, mentiroso, infiel, cobarde y canalla. Pero, además, es premio Nobel de Física y cornudo. Un protagonista que tampoco merece de sí mismo mejor opinión, que se teme, que no confía ni en sus capacidades ni en su autocontrol, que no duda en sacar tajada de malentendidos, que se regodea en la fatalidad y que no tiene determinación ninguna por enderezar sus propios errores, siempre pendiente de sí mismo y de saciar todos sus apetitos. Un individuo que, a pesar de todo, consigue conquistar a las mujeres, que lo imaginan como un genio que necesita ayuda cuya conducta puede ser mejorada.
Un científico admirado tras un cuerpo de lo más común que, convertido en un burócrata de la ciencia, se hunde al descubrir que su quinta y última esposa, Patrice, se va a la cama con un constructor más joven y cumplidor que él. Los celos desencadenan una serie de escenas cómicas deliciosas aderezadas con suspense a lo Hitchcock. Cuando Patrice le abandona, decide embarcarse al Polo Norte. McEwan hace participar al atribulado Beard del viaje polar y reflexiona a través del personaje con mucho humor sobre esa aventura y sus participantes: «Venimos a ver con nuestros propios ojos el desastre del calentamiento global, conduciendo una motonieve apestosa a través de la tierra inmaculada», ironiza el científico en una de las mejores escenas de la novela.
Si McEwan abordó con éxito sobresaliente el siglo XX en sus dos novelas previas, ahora entra de lleno en el gran trauma ambiental del siglo XXI usando el decadente estado de ánimo de su protagonista, el Nobel Beard, llamado a ser un personaje emblemático en la obra de este escritor inglés, satírico, irreverente, crudo, sexual, polémico y polemista, agitador e incómodo, para quien el negocio será más útil contra el cambio climático que la bondad y el civismo ecologista. A través de Michael Beard, McEwan se deja de circunloquios buenistas y entra de lleno en tono de sátira en los aspectos más puntillosos del cambio climático, un Apocalipsis más real que bíblico, al que todos nos enfrentamos sin remisión. No son las buenas intenciones ni los santos quienes nos salvarán de la traca final, sino el egoísmo y las contrapartidas que las industrias y los países desarrollados puedan ver al jugoso negocio de las energías renovables. Las advertencias de los científicos han servido para la hora del gran negocio final. Da lo mismo de donde venga la solución. «El caso es que nos salvemos», decía McEwan en una reciente entrevista en la que se posicionaba a favor de la energía nuclear.
Que nadie espere una tesis explícita, un mensaje abiertamente ecológico, una toma de posición radical. Entre el Armagedón y el Arca de Noé, McEwan elige la comicidad. La clave está en ese personaje desconcertante, que acapara todos los vicios pero que es también la llave de la esperanza, la pieza clave en la búsqueda del moderno grial energético, la encarnación de la ciencia y la tecnología como potenciales salvadores de una humanidad en riesgo, el triunfo de la inteligencia.