La vida y la obra de Wilhelm Reich (1897-1957) es, sin duda, uno de los ejemplos más notables de "escritor maldito". Discípulo de Freud, fue rechazado por su maestro cuando publicó en 1927 su ensayo fundamental, La función del orgasmo (publicado en España por Paidós). Dos libros más, Psicología de masas del fascismo y Análisis del carácter, motivaron su expulsión del Partido Comunista y de la Asociación Internacional de Psicoanálisis. Huyendo de los nazis, en 1939 se trasladó a Estados Unidos donde desarrolló su teoría sobre las ventajas antineuróticas de la liberación de energía durante el orgasmo, para cuya simulación proponía una terapia "bioenergética" basada en tratamientos en el "acumulador de energía orgónica", un aparato de su invención por cuya comercialización fue encarcelado en 1957, acusado de charlatanería y fraude. Woody Allen rindió un humorístico homenaje a este estrafalario aparato, al que bautizó con el nombre de “orgasmotrón” en su película Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo.
En dos artículos anteriores publicados en este blog, La costilla de Adán y la pelvis de Eva y El pene de Adán y la colita de King Kong, me ocupé de algunos de los cambios provocados en el linaje humano como consecuencia de la tendencia evolutiva hacia la bipedestación que caracteriza al Homo sapiens entre los primates. En ambos artículos destaqué que la bipedestación había trastocado también la forma de la cópula, que en los humanos es frontal, cara a cara, una circunstancia excepcional en los mamíferos, como lo son también las características de nuestro orgasmo -una fortísima descarga emocional placentera-, cuya importancia evolutiva ha sido discutida, pero que puede ser interpretada como otra adaptación a la bipedestación.
A pesar de su complejidad neuro-endocrino-muscular, el orgasmo masculino puede ser resumido como una compleja cadena de movimientos de contracción que culminan con una repentina sensación de intenso placer, acompañante inseparable de la eyaculación, una violenta eyección de fluido que impulsa a los espermatozoides dentro de la vagina. Aunque en el hombre el orgasmo es un requisito obligado para que se produzca la eyaculación y, por tanto, indispensable para la transferencia de genes, las mujeres no lo necesitan ni para producir cada uno de los 300 óvulos que, mes a mes, y como media, producen durante su vida fértil, ni para tener hijos. Así las cosas, ¿qué función tiene el orgasmo femenino desde el punto de vista evolutivo? Aunque el orgasmo femenino ha sido un tabú social y un enigma de primer orden dentro de la biología, algunas evidencias permiten clarificar el asunto.
En su libro Sexo en solitario (Fondo de Cultura Económica, 2007) el profesor de Berkeley Thomas Laqueur sostiene que «desde la antigüedad hasta el siglo XIX, la asunción general era que las mujeres experimentaban orgasmos al igual que los hombres, pero también que el orgasmo era necesario para la concepción». Si lo primero es absolutamente cierto, lo segundo es incorrecto como había adelantado en 1967 el zoólogo Desmond Morris en El mono desnudo y demostraron los estudios de Masters y Johnson, basados en la observación de diez mil actos sexuales humanos (La sexualidad humana), confirmando lo que ya se sabía desde que algunos anatomistas como Galeno descubrieron hace más de dos mil años: lo que provoca el orgasmo femenino es la estimulación del clítoris, un órgano que no es contactado por el pene durante la copulación y que, por lo tanto, no interviene en el proceso de la inseminación.
En un ensayo que en España puede encontrarse con el título Pezones masculinos y ondas clitorídeas en el libro Brontosaurus y la nalga del ministro (Crítica, 1993), cuyo tono un tanto sexista no complació precisamente al movimiento feminista norteamericano, el reputado paleontólogo y excepcional divulgador científico Stephen Jay Gould sostenía que como lo importante es que los espermatozoides lleguen hasta los óvulos y para conseguirlo basta con el orgasmo masculino, el femenino debía ser contemplado como superfluo, una especie de accidente evolutivo, un resultado secundario de la necesidad del orgasmo masculino. Según Gould, hay orgasmo femenino simplemente porque el clítoris es el equivalente anatómico del pene (de hecho, ambos tienen el mismo origen e idéntica diferenciación durante los primeros estadios del desarrollo embrionario) y, por ello, estimulación, erección y orgasmo se dan tanto en un órgano como en el otro, y el resultado es orgasmo para todos. Para Gould, el orgasmo vía clítoris es un artefacto del desarrollo y no tiene significación adaptativa alguna.
La polémica provocada por Gould resucitó en 2005 cuando Elisabeth Lloyd, profesora en la Universidad de Indiana, publicó un libro (El caso del orgasmo femenino: Prejuicios en la ciencia de la evolución; no publicado en español, al menos que yo sepa) en el que concluye que el orgasmo femenino no tiene ningún sentido evolutivo (salvo el de divertirse, añado) y que es un subproducto de la evolución. La idea del subproducto evolutivo es de Darwin, quien lo sconsideraba como rasgos que son arrastrados por otros. Los pezones de los hombres son el ejemplo más claro. Los hombres los poseen porque comparten con las mujeres la misma arquitectura del cuerpo fijada por un diseño embrionario común hasta que la aparición de la testosterona y de los estrógenos dirige al feto indiferenciado hacia uno u otro sexo. Mientras que en las mujeres los pezones son el resultado de una adaptación evolutiva porque sin ellos resultaría imposible la lactancia, en los hombres se trataría de un subproducto sin valor adaptativo alguno.
Pero tal conclusión no se sigue necesariamente. Para empezar, en ambos sexos se ha desarrollado el placer por el sexo. Este placer es la causa próxima de las relaciones sexuales, cuyo fin último es el éxito reproductivo. Si además consideramos las pautas que caracterizan al orgasmo femenino la conclusión resulta aún menos convincente. En ambos sexos, durante el orgasmo se producen considerables aumentos de las pulsaciones (desde 70 a 80 por minuto se alcanzan 150), de la presión sanguínea (de 120 hasta 250 en el clímax) y de la respiración, que se hace más profunda y más rápida y, al acercarse el momento del orgasmo, jadeante. Al final, el rostro se contrae, con la boca muy abierta y los orificios nasales dilatados, a la manera de los atletas en su máximo esfuerzo, faltos ya de aire.
Lo que distingue a la fase de orgasmo femenina son una serie de contracciones rítmicas en la zona perineal, de la vagina y del útero. Tales contracciones tienen una función aspirativa del esperma tal y como la describieron Baker y Bellis en la revista Animal Behaviour (1993; http://www.sciencedirect.com/science), que aumenta su retención en el conducto vaginal, como sostiene Paul R. Ehrich en Human natures: Genes, Cultures, and the Human Prospect (Island Press; no publicado en español). Por eso, las hipótesis adaptacionistas que mayor apoyo tienen actualmente entre los científicos se refieren al papel del orgasmo como un mecanismo de retención del esperma en el interior del tracto sexual femenino.
Por último, si consideramos que como consecuencia de las alteraciones funcionales estresantes provocadas en ambos sexos el orgasmo es seguido normalmente por un considerable período de agotamiento, de relajamiento, de descanso y, con frecuencia, de sueño, se puede deducir que otra de sus funciones adaptativas es inducir al reposo horizontal tras la cópula, lo que favorece la retención del esperma y aumenta así las posibilidades de la mujer de ser fecundada.
Esa indolencia post coital, seguida o no del reparador cigarrillo, es otra diferencia del orgasmo humano con respecto a otros primates, lo que resulta fundamental en la hembra del único mamífero cuya vagina, como consecuencia de la adquisición de la marcha erguida, se abre en posición vertical.